La "cuarta" alegre, entretanto,
sobrevivía agregando, a partir de 1919, un interés adicional a su repertorio de
ofertas al parroquiano masculino: la posibilidad siempre atractiva del salón de baile o de
los bailes en recreos, hoteles y cafés, autorizados por ordenanza de ese mismo
año. Y entre las razzias policiales que buscan guardar las apariencias,
moralizar un poco el ambiente eliminando las "timbas" y buscar, por
otro lado, la necesaria coima que engrosara los bolsillos del comisario de turno, la vida de esa
zona rosarina transcurriría sin sobresaltos, acuñando historias imposibles de
verificar, como la que ubica a Aristóteles Onassis entre los parroquianos de un
café y comedor de griegos, en Güemes y Weelwright, por aquellos años de la
década del 20. . . O memorando, a través de las amarillentas páginas de algún
periódico como La Nota o El Norte, denuncias que nunca encontraron demasiado eco en las autoridades, o
campañas moralizado-ras que tampoco pasaron de las buenas intenciones de
algunos periodistas honestos. .
En realidad, el cambio de ámbito no fue
tan radical: la cuarta y Pichincha estaban tan cerca que sólo una calle
-Santiago- las separaba como una frontera fácilmente superable. De allí
que, por lo menos en la primera época del esplendor de esta última, ambas
fueran casi un solo y único conglomerado donde la mala vida y la buena fortuna de los rufianes y
madamas parecía, en verdad, eterna.
La estación Súnchales, actual Rosario Norte, -que mantiene aún su
primigenia estructura, desactualizada en una ciudad que ha crecido en forma
notable- se convertiría, entonces, en el punto de partida de los rosarinos
viajeros y en el de arribo natural de miles de pasajeros provenientes de otros
puntos del país, que en muchos casos sólo conocían de la ciudad su lado menos
grato pero más famoso: el de los quilombos. Un interés curioso que compartían incluso los también miles de
marineros extranjeros que llegaban al puerto y que sólo sabían de castellano la
mágica palabra que les abriría las puertas de un efímero placer rigurosamente
pagado: Pichincha.
El centro de ese barrio lo consütuía, sin
duda, la estación ferroviaria de Súnchales, cuya denominación aludía a la
localidad del norte de la provincia de Santa Fe en la que concluía el tendido
ferroviario aprobado en 1884 y que nacía precisamente en Rosario.
Súnchales era también, en cierto modo, la frontera última de una
ciudad poblada y en crecimiento. A muy poca distancia de allí, cuadras tan
sólo, comenzaba un sector de rancheríos y viviendas precarias donde se
hacinaban -como en los conventillos porteños de principios de siglo- los
habitantes de esos reales e insalubres ghettos urbanos. En esos mismos terrenos y en esa
zona crecería, por los años finales de la década del 10 y comienzos de la
siguiente, un barrio muy distinto a aquél: en el mismo, los ranchos serían
reemplazados por construcciones mucho más lujosas, con abundancia de vitraux y
mayólica, espejos y ornamentos. El hacinamiento dejaría lugar a otro tipo de
promiscuidad más encubierta y legalizada pero no por ello menos peligrosa: la
de la prostitución.
Este paisaje urbano de principios de
siglo en lo que después seria Pichincha se vería modificado de modo abrupto por
la decisión de otro de los intendentes que Rosario recuerda como modelo de
eficiencia: Luis Lamas. La paulatina proliferación de viviendas precarias, la
falta de higiene general en la ciudad, la carencia de limpieza, etc.; movieron
al activo intendente a proyectar una operación de grandes proporciones para
erradicar esos males de raíz.
Los terrenos donde después se levantaría
el barrio de Pichincha habían sido limpiados por las cuadrillas eficientes del
intendente Lamas y sólo quedarían en pie dos o tres rancheríos que también
terminarían por extinguirse, en los años del 10 al 20 ante el avance de la construcción
de viviendas destinadas a prostíbulos
y a negocios de todo tipo en la zona. Entre aquellos conglomerados de
ranchitos, caballos, perros y pastizales, la memoria urbana ha rescatado
algunos nombres: los ranchos de Pereyra, en Guemes y Suipacha y La exudad perdida, que tras su poético nombre encubría a un real dédalo de callecitas de
tierra y rancheríos donde
no se escatimaban ni trifulcas ni milongas, en Vera Mujlca entre
Jujuy y Brown, sin excluir por cierto a
alguna que otra riña de gallos de nutrida concurrencia.
Aquel
perímetro comprendido I entre La
Plata (que pasaría a ser Ovidio Lagos después de 1915) y Avenida Francia (hasta 1904 Boulevard Timbúes) y Salta y Guemes, había quedado listo para que se
convirtiera en terreno apto de su nuevo destino: enclave de la zona
"prohibida" de la ciudad. No extrañaría a nadie, en consecuencia, que
entre 1913 y 1915 la actividad se multiplicase en aquel barrio prácticamente
inexistente, con la llegada de un pequeño ejército de trabajadores de todo
oficio: desde albañiles a carpinteros y desde electricistas a artesanos o
plomeros, que tomarían parte
en la construcción y edificación del nuevo ámbito de
los quilombos. El municipio, por
su lado, contribuyó con algo que fue también una atracción: luminarias
flamantes que otorgan al predio donde se instalan los burdeles un aire de
fiesta nocturna permanente, casi de
verdadera feria pueblerina.
Los prostíbulos, al
contrario de los de la cuarta, que en muchos casos carecían de denominación que los Identificara,
contaban aquí con sus carteles respectivos o tenían un nombre que en muchos
casos los haría perdurables en el tiempo. Así, en calle Suipacha, en la cuadra
que corre entre Salta y Jujuy, se sucedían tres: el Marconi, el Royal y El Gato Negro, que entonces se llamaba Torino y cuyo posterior cartel, que mostraba a un
gato oscuro en posición de salto, fuera pintado por un hombre muy joven que
luego seria el pintor José Pereiro, ganador del primer Premio de Pintura en el
Salón Rosario de Artistas Plásticos, en la década del 80, muy lejos de aquellos años. . .
En esa conjunción de perfumes, luces,
olor a permanganato, tufos de comida y ruidos diversos, todos encontraban
alguna manera de satisfacer su ansiedad sexual. Para los que apenas podían
Juntar los centavos que completaban el peso Pichincha tenia también sus
prostíbulos con nombre, entre muchos otros clandestinos que se perdieron en el
olvido: el Venecia, en Brown entre Pichincha y Suipacha y el Sevilla, en Pichincha entre
Brown y Guemes, mucho más modestos que los anteriores pero .no por ello
abandonados por una clientela que no tenía mejor opción que ellos. Por calle
Suipacha, entre Brown y Guemes, otro quilombo de a peso ofrecía algunas
francesas a la voracidad masculina, bajo un nombre que tenía otras resonancias
no prostibularias sino futbolísticas: Rosario Central.
La arteria principal del barrio era Pichincha, en recordación a la
batalla de las guerras de la Independencia, que más tarde perdería aquel
histórico nombre por el de Ricchieri. Sobre sus veredas, de ambos lados, se
sucedían la mayoría de los prostíbulos de mayor lujo y concurrencia cotidiana.
De esa galería de locales han quedado incólumes los nombres de algunos de los
más famosos: el PetitTrianón, cuya ficha tenía una imagen femenina orlada por las palabras díscretion et securité, ubicado por Pichincha
entre Jujuy y Brown, en la misma cuadra y vereda que dos de sus competidores:
el Chantecler y el Italia.
Fuente:
extraído de la revista “Rosario, Historia de aquí a la vuelta Fascículo
Nº 8. De Diciembre 1990. Autor: Rafael
Ielpi