Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

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miércoles, 31 de julio de 2019

LA INDUSTRIALIZACION. DEL45 AL 55




Uno de los rasgos definitorios de los dos primeros gobiernos peronistas fue el fomento de la industria. Efectivamente, no sólo se señaló la actividad industrial como prioridad en los Planes Quinquenales y discursos, sino que en los hechos se le destinaron líneas cíe créditos, facilidades impositivas y tarifarías, para adquisición de insumos. etc. Se hacía hincapié en la industrialización sustitutiva de importaciones (o sea, fabricar aquí los productos, para no tener que comprarlos en el extranjero) como fundamento de un desarrollo económico-social, que al mismo tiempo daría sustento a una verdadera soberanía política. 

Sin excluir algunos rubros de industria pesada, hubo énfasis claro en la producción liviana. Las principales capitales de provincia, pero sobre todo Buenos Aires, Rosario y Córdoba cambiaron su paisaje suburbano, incorporando el componente moderno" de los hainados cinturones Industriales. La propia trama urbana debió ir acostumbrándose a la presencia llamativa de una cantidad apreciable de talleres y fábricas medianas y pequeñas. Los sectores de mayor desarrollo fueron el metalúrgico y textil,entre otros, tomando gran incremento la fabricación de artefactos del hogar. 

La cocina, la heladera, el lavarropas, la máquina de coser, los electrodomésticos en general, salían de esas fábricas con destino a un mercado interno ensanchado, que incluía muchos hogares modestos. En efecto, el mercado Interno absorbía esa producción, puesto que se había ampliado con la incorporación de un vasto sector social que trabajaba en el mencionado 'aparato", recibía salarios con regularidad y aspiraba a elevar su nivel de vida. Porque siendo la "justicia social' otro de los pivotes de la doctrina oficial, la industrialización significaba una distribución de la riqueza, en la forma de trabajo e ingresos seguros para los humildes. 

A lo anterior hay que agregar - por ejemplo- los desarrollos de la industria automotriz, alimentación, construcción, sin dejar de lado áreas básicas como la petroquímica. Esta enumeración es solamente ilustrativa y apunta a destacar la demanda generalizada de mano de obra, originada de modo predominante en zonas urbanas. Esa posibilidad de trabajo estable, comparativamente bien remunerado y con cobertura social, obró como un poderoso estímulo de migración del campo a la ciudad. De hecho, ésta aumentó durante el período que estamos aludiendo, que en buena parte estuvo centrado en esa "movilización socio-geográfica de carácter masivo. 


Fuente: Extraído de la Revista “ Rosario, Historia de aquí a la vuelta”. Fascículo N.º 6. Autor: Héctor M. Bonaparte

martes, 30 de julio de 2019

Las luchas del Estadio Norte



Por Eduardo Sánchez 


En 1950, y a solo 3 meses de haber sido inaugurado, las noches de los miércoles del Estadio Norte, comenzaron a dedicarse al cachascán, que de acuerdo a las noticias llegadas desde los Estados Unidos era el deporte que más público había atraído durante la temporada 1949 en aquel país. 

Comienza el cachascán 

El primer torneo, se lanzó el 15 de marzo del 50, y en ese campeonato y posteriores, participaron reconocidas figuras que venían de las luchas del Luna Park como Martín Karadagián, Hombre Montaña, Renato "El Hermoso", El Gitano, Pedro Goitia, Takanaka, Musa Mamet, Lozurdo (ex boxeador), Bargach, William Boo, Judío Jacobo, Indio Araucano, y muchos otros más. Uno de los ídolos de aquel grupo no solo por sus condiciones técnicas, sino también por ser local, era el rosarino Alberto Amessa a quien el público local alentaba ruidosamente, y de quien se pretendía que repitiera la trayectoria de Antonino Roca. Justamente Amessa, debió competir en su debut con William Boo, un luchador irascible y espectacular, que años más tarde en la época de Titaqes en el Ring se convirtió en el famoso árbitro ya entrado en años y algo pasado en kilos, que siempre favorecía y ayudaba a los luchadores antipáticos y que cometían todo tipo de infracciones. 

Uno de los más conflictivos era sin duda Karadagián, uno de los "malos" de la troupe, quien continuamente discutía los fallos, era descalificado por sus actitudes antideportivas, o agredía a los árbitros, y debía ser retirado del ring por la policía. En varias oportunidades Amessa le reprochó su comportamiento al armenio, y lo desafiaba para luchar, actitud por la cual el rosarino conquistó simpatía de los aficionados, y recibió ovaciones. 

Normalmente el Estadio se llenaba de bote a bote, y los rezagados quedaban afuera porque no había lugares disponibles. 

En 1951 apareció el infaltable luchador enmascarado de todo certamen de lucha; un atleta rosarino de identidad desconocida, que se presentaba con una malla negra enteriza con un león reno bordado sobre ella, y guantes blancos. La Empresa del Estadio Norte había establecido un premio de 500 pesos para quien acertara sobre su identidad, y los diarios ayudaban aventurando nombres. Finalmente después de varias jornadas la incógnita se develó, y el enmascarado resultó ser el Profesor Guillermo Klig, un yudoka que fuera uno de los originadores de ese deporte en Rosario. Klig, un hombre dedicado al deporte, había sido entrenador del equipo de futbol de Central Córdoba en las temporadas 1948 y 49. 

Las notas de color 

Aparecían nuevos ingredientes para atraer al público, como por ejemplo poner en juego la barba de los luchadores, la que en caso de perder debía ser afeitada en el mismo ring por el vencedor. Así perdieron sus "chivas" Olguin y Freddy que fueron rasuradas por el incorregible Karadagián. 

Muchas damas y niños concurrían a las reuniones de catch, y una de las notas distintivas la daba el Sailor (marinero) Johnny, que habitualmente obsequiaba a alguna de sus admiradorás con un clavel rojo. 

"Licuadora Ochoa" empleando toda clase de recursos prohibidos, dirimía sobre el ring una vieja rivalidad con el locuaz Urquiza. El tema era que una bella dama de apellido Carotenutto, había donado un banderín de la divisa de Rosario Central, y como ambos luchadores eran hinchas fanáticos del club de Arroyito, a la disputa del gallardete agregaba un nuevo estímulo para ganar la lucha. Urquiza el ganador, consiguió el banderín y el preciado beso de la dama en la mejilla, mientras que Ochoa, se retiró del ring casi con lágrimas en los ojos. 


Los luchadores locales 


Ya sobre 1952, el certamen contaba con un grupo propio de luchadores rosarinos que comenzaban a tomar mayor predicamento. Muchos de ellos fornidos atletas, tal el caso de Hassagan, Alberto Amessa, el pintoresco Benvenutto, Zavaletta, el "casacarrabias" Viruta, La Saeta, el zurdo Chaycolé, Klig (como enmascarado, y también a cara descubierta), Cucusa Gaite, Volunterio, Urquiza, Ochoa, Racca, anunciado como italiano, a quien los aficionados habían apodado "Ué paisano", en alusión al cantante italiano Nicola Paone que causaba furor en Argentina con una canción que llevaba justamente ese nombre: Ué Paisano. 

Las "barras" 

Las barras alentaban a sus luchadores favoritos con banderas y cartelones. Por ejemplo el apolíneo árabe Hassagan contaba con la adhesión de sus connacionales de San Luis y Dorrego, Amessa con sus seguidores de Rendoza y Alsina del barrio Echesortu, La Saeta con sus simpatizantes de Rioja e Italia, y El Tigre Libanés con su nutrido grupo del Club Platense. 


Vuelve Antonino 

En diciembre de 1958, se producía un acontecimiento de extraordinario relieve para el cachascán de Rosario: Antonino Roca, el más grande atleta de la especialidad, un luchador que había salido de nuestra ciudad, y causaba sensación en los Estados Unidos, se presentaba en el Estadio Norte, luchando contra otro coloso: Míster América. Terminada la lucha, Antonino tocó la fibra íntima de los aficionados locales al hablarles micrófono en mano con elocuentes y emocionadas palabras, y finalizó con una sesión de gimnasia. Lo que los aficionados aplaudieron a rabiar, fue cuando boca abajo, arqueando su cuerpo hacia arriba; y apoyándose sobre su estómago, saltó sobre él como si fuera de goma. Al mes siguiente y a pedido de los aficionados volvió Roca a luchar en el Estadio Norte, esta vez con Dan Miller otro gladiador del Madison, actuando en esta oportunidad como árbitro un ídolo lócal del boxeo: Oscar "El chino" Pita ruta Termino con un recuerdo personal de aquellos espectáculos que me retrotraen a la temprana niñez. Quien me hizo conocer aquel fabuloso mundo del Estadio Norte fue mi vecino y amigo íntimo de la infancia Fernandito Sandhagen, a quien consideraba mi hermano. Algunos años mayor que yo, era quien me llevaba a ver a aquellos luchadores. No puedo olvidar la ansiedad que me invadía desde que sacábamos la entrada a la popular entre un gentío de aficionados en el ingreso ubicado sobre calle José Ingenieros, hasta que comenzaban las luchas bajo las luces del ring, y aquel eco sordo que retumbaba en el Estadio cuando los espectadores gritaban a sus favoritos o abucheaban a los contrarios. 


Una remembranza final que aún guardo en mi memoria: Uno de los luchadores lucía una melena platinada que nos impresionaba mucho a los pibes; algo desconocido para la época. Se trataba de Renato "el hermoso", quizás un adelantado a su tiempo, de quien se decía provenía de Italia, y por quien las damas se iban en suspiros cuando subía al ring... Recuerdos del cachascan y del Estadio Norte. 

*nadurl259gmail.com 

Fuente: Extraído de la Revista “ Rosario, su Historia y Región”. Fascículo N.º 143 Agosto 2015

lunes, 29 de julio de 2019

La magia del circo





Por Rafael Ielpi

Así como bailes y Carnavales formarían parte indisoluble de la vida cotidiana de los rosarinos entre 1930 y 1960, también en el mismo período la ciudad se divirtió, emocionó y entretuvo con otra de las atracciones hoy relegadas por las propuestas de la tecnología y la electrónica, o transformadas en un show artístico: el circo. 

Los circos que llegaban a Rosario, después de 1930 sobre todo, tenían consigo la impronta de las grandes compañías circenses europeas o americanas, aun cuando persistieran los que, por una tradición familiar cara al mundo circense, siguieran fieles al espectáculo de leones, tigres y domadores, trapecistas de agraciadas figuras, malabaristas y equilibristas. 

Mientras el Circo Hermanos Rivero aportaba regularmente su presencia en Rosario, del mismo modo que lo hacían otros de similar relevancia, sería el Circo Sarrasani el que con mayor despliegue, inusual para estas latitudes, traería a Rosario en 1935 - había estado por primera vez en 1924- la magia de un espectáculo en el que se conjugaban por igual la diversión con el sobresalto que causaban las evoluciones de los acróbatas. 

La llegada del Sarrasani -una real empresa circense fundada por Hans Stoch Sarrasani- causó la conmoción previsible que provocarían aún hoy los cerca de 200 camiones con sus acoplados que transportaban a toda la compañía, con excepción de los elefantes, que eran cargados en trenes. Con una orquesta numerosa -muchos de cuyos integrantes eran egresados de institutos musicales de Budapest, Viena o Berlín- y un elenco tan nutrido como la anterior, donde se mezclaban hombres y mujeres de distintas nacionalidades y de distintas especialidades, el Sarrasani sería para los rosarinos entre 1935 y 1955 sinónimo de gran circo. 

Sobre los finales de la década del 40 y primeros años de la siguiente, sería el Circo Shangri-La el que traería a la ciudad el renovado encanto del género. Aunque ya entonces, la decadencia iniciada con el estallido de la Segunda Guerra Mundial -que hizo imposibles las giras mundiales de los - grandes circos- era irremediable. Ernesto Castrillón señala: "Mientras en 1939, antes de iniciarse la guerra, 350 circos recorrían los caminos de la Argentina, veinte años después, en 1959, el número se había reducido drásticamente a 40". Sobre ese final de la década del 50, sería Thiany el que tomaría esa posta de renovación del género, con sus primeras presentaciones en el terreno donde se levantara el Teatro Colón, en Urquiza y Corrientes y una propuesta artística inusual. 

Bailes, carnavales y circos formaron parte de los momentos felices de varias generaciones de rosarinos, que los evocan como lo que fueron: una grata época en la historia de una ciudad que ya había entrado definitivamente en el desarrollo y el progreso de la modernidad. 

Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital 



viernes, 26 de julio de 2019

Disfraces y mascarita


Por Rafael Ielpi 

Desde 1930 hasta 1960, la celebración de las carnestolendas tendría mucho que ver con una tradición que venía desde comienzos de siglo, cuando -como se consignara- los corsos de flores, y los corsos con desfiles de carrozas en distintas zonas de Rosario, convocaban a un público tan numeroso como ansioso de participación. 

En realidad, la ciudad no reducía sus posibilidades de recreación sólo a bailes y carnavales. En otras épocas del año -a mediados de los años 50- algunas diversiones vinculadas con hechos puntuales, como la Fiesta de la Primavera, movilizaban a los rosarinos por la tradicional calle Córdoba. Aquellos desfiles por la arteria tradicional, que ignoraba aún su ulterior destino de vía peatonal, conseguían atraer sobre todo a una juventud a la que, sin TV, era mucho más fácil contentarla con poco... 

Sin embargo, todavía en los años 30 muchas de las características del Carnaval de las primeras tres décadas del siglo permanecían vigentes, y por eso seguía siendo habitual el desfile de las mascaritas durante los días que antecedían y sucedían a las carnestolendas, con su tropel de niños y niñas disfrazados de acuerdo a las preferencias de cada uno o a la decisión de los padres. Pierrots, gauchos, mosqueteros, damas antiguas, Colombinas, gitanas, se mezclaban en las calles tanto como en los corsos. Hacia 1940 el tradicional desfile de carrozas alegóricas comenzaba en la Plaza 25 de Mayo, se desplazaba por calle Córdoba hasta Bvard.Oroño y por éste hasta la zona del corso. 

Frente al monumento al general Beigrano, se realizaban bailes populares, desde las 10 de la noche a las 2 de madrugada; en tanto el juego con lanzaperfumes estaba permitido de 16 a 21 en los parques Alem, Norte, plazas municipales, balnearios 

e intersecciones de las calles San Martín y Ayolas y Avda. Génova y Bvard. Avellaneda. Hacia 1935 y hasta 1940, la Avenida Pellegrini sería el escenario de corsos de enorme éxito, con palcos levantados a los costados de la amplia arteria, por la que desfilaba la procesión carnavalesca.

Mucho de lo tradicional de la fiesta veraniega permanecía incólume, y se mantendría incluso hasta bastante después, con sus hombres disfrazados de mujer (una costumbre que luego se convertiría en otra cosa); con las murgas que si bien habían perdido mucho de la gracia inocente y contagiosa del pasado la reemplazaban por un lenguaje crudo o por chascarrillos cantados a pleno pulmón; con las carrozas recargadas o las más modestas, que eran en realidad carros sobre los que se apretujaban gauchos y chinas divertidos o alguna otro troupe parecida; con los concursos de disfraces para los más pequeños. 

El gran impulso a la celebración del Carnaval llegaría sin embargo sobre ef final de la década del 50 y primeros años de la siguiente, cuando el intendente Luis Cándido Carballo decide que el municipio organice el tradicional corso anual, bautizando al evento como Carnaval Internacional de Rosario, en 1961. Aquel fue el comienzo que lamentablemente no tendría continuidad en el tiempo- de una apuesta destinada a que Rosario recuperara parte del esplendor de los carnavales de comienzos de siglo; la iniciativa del dinámico don Luis, que demolería el viejo Mercado Central convertido en una rémora en pleno centro rosarino, logró una adhesión popular inmediata. 

Para los parámetros de la época, aquellos corsos de Carballo significaron toda una novedad y también una inversión importante, y seguramente la ausencia de una celebración similar en todo el tiempo transcurrido es lo que ha influido para que sigan siendo recordados como algo perdurable. En realidad, la fiesta tendría un ingrediente que fue el que la motorizaría y convertiría en un impresionante éxito: la participación de la gente, que advertía que aquellos cabezudos, aquellas mascaritas gigantes, aquellas carrozas de todo tipo, aquellos jóvenes disfrazados de manera sofisticada o apelando sólo a la imaginación, le estaban devolviendo parte de una alegría que parecía definitivamente perdida. 

Las noches que duró aquel Carnaval Internacional vieron colmarse de público tanto la Avenida Pellegrini como el Bvard. Oroño y el sector del Parque Independencia, donde se había emplazado el corso central, y la ola entusiasta movilizó incluso a modestas comparsas a las que también la gente aceptaba con magnimidad, del mismo modo que a las primeras carrozas de algunas colectividades, que preanunciarían -sin saberlo- dos décadas y media antes el posterior Encuentro de Colectividades, convertido años después en otra de las grandes fiestas populares de la ciudad. 

"Los Carnavales -evoca Granados- eran el summun del año, y también lo eran para los bailes. Había un ranking de recaudación de los bailes de todo elpaís que siempre la ganaba Rosario. En Buenos Aires, el Carnaval más importante era el del Centro Lucen-se, donde contrataban por lo general a D Afrienzo y Varela- Varelita y se gastaban la guita, pero al final acá en Rosario le pasaban el trapo a todo el país” 

Los corsos de 1961, como los de los años inmediatamente anteriores, que ya preanuiciaban un cambio, contaban además con otros ingredientes habituales: la proliferación de vendedores ambulantes que garantizaban una gastronomía precaria pero suficiente y las bebidas de rigor para combatir el calor; los todavía vigentes duelos de papel picado y serpentinas y el ruido de pitos y matracas que hoy sólo reaparece -incluso con algo de aquella perdida alegría- en el cotillón de alguna fiesta... 

Otra de las escenas habituales de los Carnavales de la década del 40 al 50 la constituían los concursos de mascaritas infantiles organizados por el diario La Tribuna, que movilizaban a un verdadero ejército de pequeños disfrazadas y disfrazados, deseosos de ver su imagen reflejada en las páginas del vespertino, manteniendo una costumbre que aun es posible verificar en viejas fotografías de mas de un álbum familiar. Aquellos chicos y chicas ataviados con disfraces que en algunos casos denunciaban la hechura casera y en otros su condición de atuendo adquirido en Gath& Chaves o La Favorita, eran presencia infaltable en los tranvías que viajaban desde los barrios hacia el centro, impecables y maquillados a la ida y desaliñados y agotados en el regreso a casa... 

Aquella simbiosis del Carnaval y los bailes iba a potenciarse tal vez por última vez en aquel de 1961, en el que los enormes cabezudos ponían una nota colorida, que concluía con el estruendo -que a muchos tomaba desprevehidos, inmersos como estaban en el jolgorio colectivo- de las bombas que anunciaban el fin del corso. 

La fiesta proseguía entonces en los grandes clubes cercanos -Gimnasia y Esgrima, Provincial, Newell's OId Boys-, en los que ya comenzaba a notarse la presencia de algunos artistas y ritmos que como los del Brasil -con exponentes como Yuyú Da Silva o Leo Belico, los primeros adelantados- serían después poco menos que infaltables en esos días del año. Que al ostentar una hoy perdida condición de feriados, predisponían aún más a los rosarinos a la despreocupada diversión que ofrecían corsos y pistas de baile. 

La costumbre de los juegos de agua, inocente a comienzos de siglo, se mantendría también en el período 1930-1960, sobre todo en los barrios, donde los baldazos y las corridas eran una constante del Carnaval, en medio de un espíritu de jocosidad que algunas veces derivaba en conflictos entre vecinos, cuando el juego tomaba las cáracterísticas agresivas que luego se harían mucho más visibles, hasta convertirlo en algo muy diferente y en muchos casos ingrato y agresivo. 

Justamente lo contrario de esto último sería la presencia, en esos carnavales de las tres décadas mencionadas, del llamado 'Rey del Carnaval", Alfonso Alonso Aragón, a quien una lejana broma de estudiantes había convencido de tan peregrino linaje. El personaje, un español simple a quien quedaba grande el apelativo de Poeta conque se lo conociera hasta su muerte, era presencia indiscutida en aquellas celebraciones de Carnaval, y su corta figura y larga melena, con cetro en mano y corona en la cabeza, sobre alguna de las carrozas que desfilaban, formaba parte de aquella escenografía anual. 

Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital

jueves, 25 de julio de 2019

El sabor del pasodoble



Por Rafael Ielpi


El entusiasmo por el baile, que formara parte de las generaciones de rosarinos que vivieron entre 1900 y 1930, no iba a decaer a partir de la tercera década, y dio lugar no sólo al tango y el jazz —el folklore estaba más confinado a centros nativistas o a peñas, como El Hornero, el Martín Fierro o el Centro Santiagueño -sino a un género de honda aceptación popular, que hoy forma parte de las modas y gustos perdidos y que, en todo caso, ha sido reemplazado por la "bailanta" y el 'cuartetazo': las orquestas características.

Estas se ocupaban, en las reuniones bailables de clubes, instituciones y pic-nics de la ejecución de todo un abanico de ritmos ajenos al 2x4 o a la sín copa jazzística: pasodobles, valses, rancheras, fox-trots, música italiana, desde las tarantelas a Funiculi, funiculá, todo un clásico, siguiendo la tradición de dos pioneros nacionales: Feliciano Brunelli y Juan Carlos Barbará.

En una nómina que admite omisiones, no pueden dejar de mencionarse los nombres de algunos músicos de este género, cuya actuación entre 1930 y 1960 sería difícilmente olvidable como Atilio Cavestri, Luis Belmonte, Omar Bessone, Séptimo Gerlo, Antonio Bisio, Arsenio Carletti, Alfonso Carlino o Antonio Galucci. Cavestri fue, sin duda, uno de los más notorios intérpretes del período y a su condición de eximio acordeonista sumaría la de pianista, en conciertos junto a la Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario (Gershwin, Chopin, Tchaicovski), en una faceta poco difundida de su capacidad musical. Junto a su esposa, Nobleza Cassini, constituiría un binomio artístico valorado y aplaudido en Rosario y en el resto del país, ya desde los años 40, con su Conjunto Rítmico California o el Cuarteto América.

Luis Belmonte, nacido en 1922, formó sus primeros conjuntos hacia 1940, luego de haber estudiado con Cavestri. Su viuda, Laura Blanco, también cancionista de sus sucesivas orquestas, recuerda aquellos años de aprendizaje: "Cavestri le enseñaba pero tenía que ir a LT3, que era donde está Casa Tía ahora en calle Córdoba; hasta allí iba con su acordeón en el tranvía 5 o el 25. Subía las escaleras con semejante instrumento y a veces el maestro ya se había ido a su casa de Barrio Echesortu y tenía que ir hasta alla. En una época sus padres se fueron a una quinta a cultivar flores, pasando el control de Granadero Baigorria y él que tenía entonces 140 15 años, trabajaba con ellos y estudiaba el acordeón. ¡Los sacrificios que hacía! Primero iba a caballo hasta el Centro Unión de Almaceneros, allí dejaba el caballo y tomaba el tranvía al centro para estudiar con Cavestri. Volvía y el caballo seguía atado ahí. Ese sacrificio lo hizo dos o tres años, pero pudo formar su primera orquesta: la Típica y Característica Belgrano..."

Hugo Moyano Vargas, testigo y protagonista de ese período enumera: «De las carácterísticas recuerdo las de Cavestri, Séptimo Gerlo, Luis Belmonte yAntonio Bisio; los Bisio fueron todos músicos, el padre y sus tres hijos y uno fue acordeonista y vibrafonista. Todos los nombrados trabajaban mucho en los pueblos cercanos y en Rosario hacían muchos bailes, incluso en Carnaval. Hacían lo que actualmente se conoce como "música de cuartetos'. En los bailes de Carnaval era obligado que hubiera una orquesta característica.»

Hoy, su encanto ha dado paso a otros gustos musicales no menos auténticos como el rock o a la perduración de los cuartetos bailanteros que -en Rosario y en el país- aparecen como sus más auténticos continuadores.




Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital

miércoles, 24 de julio de 2019

Tucho y Chacho: dos innovadores

 


Por Rafael Ielpi


Es también en el período entre 1950 y 1960 cuando se perfilan las personalidades musicales y creativas de dos rosarinos de innegable afinidad artística, similar refinamiento musical y estético y decidida vocación renovadora respecto de las formas tradicionales e incluso de los criterios literarios de la canción popular: Rodolfo "Chacho" Muller y Edgar "Tucho" Spinassi.


Este último, con una sólida formación musical, iba a transitar, como creador, dos de las formas musicales más entrañables para los argentinos, el tango, y el folklore, otorgándoles incluso una dimensión sinfónica, además de haber dejado una huella imborrable como ejecutante y como maestro y pedagogo. Fue, también, amigo de la bohemia nocturna, capar de escribir poemas que atesoran sus amigos tanto como de polemizar con vehemencia sobre la cultura nacional.


Nacido en Rosario en 1926 y formado musicalmente con Juan Gaggero y Julián Bautista (con quienes consolidaría vastos conocimientos de armonía, contrapunto, fuga y orquestación), iniciaría tempranamente su producción autotal con la Rapsodia en tiempo de tango (compuesta entre 1952 y 1953) y estrenada en 1962 por él mismo como pianista, primero con la Orquesta Sinfónica Provincial de Santa Fe, dirigida por Washington Castro, y luego con su similar de Rosario, conducida por Simón Blech. También profunda raigambre tanguera tendría más tarde su Concierto de Buenos Aires, para guitarra y orquesta y los tangos que compusiera, de delicado tratamiento, de los que sigue siendo un. notable ejemplo su Tango cromático.



El poema sinfónico Chacoguaiainba, sobre ritmos folklóricos de Litoral sería parte de su aporte a la jerarquización de los mismos, también reflejado en composiciones (zambas, vidalas, chacareras, tonadas cuyanas) de las que sería intérprete tan personal como inconfundible. Es lamentable que lo exiguo de su discografia comercial haya impedido que su capacidad de ejecutante llegara a auditorios más vastos y se confinara a preciosos testimonios grabados en poder de amigos o coleccionistas.


Tucho Spinassi —como entraría a la historia de la música santafesina- fue además, hasta su muerte en febrero de 1983, un investigador lúcido del acervo musical argentino. A ello uniría una vocación docente ejemplar, ejercida en Rosario desde la cátedra de Audioperceptiva del Instituto Superior de Música de Rosario y a través de los ciclos realizados en todo el país con el auspicio del Fondo Nacional de las Artes.


Estricto contemporáneo de Spinassi, Chacho Muller —nacido el 2 de enero de 1929-, representa un caso especial en el panorama de la música popular de raíz folklórica, a cuya renovación y jerarquización contribuiría con una obra de musicalidad particular, de complejidades provenientes tal vez de su frecuentación de otras formas de música popular como el jazz o la música clásica , y con una poética que intenta la superación de los clisés que muchas veces desmerecen la música del Litoral. Buena parte de su io demasiado extensa pero sí muy valiosa obra autora¡ está vinculada de modo estrecho a la temática de la región y, en especial, a elementos arquetípicos de la misma: el río, las islas, los oficios vinculados a ambos, el paisaje distintivo del Litoral. A esas vivencias y escenografía, Muller ha dedicado algunos de los temas más personales del repertorio litoraleño, desde La isla o Mujer de la isla a Creciente de nueve lunas, Corazón de curupí y otros, aunque no son menos innovadores algunos de sus temas de raíz pampeana.


Del período 1930-1960 son asimismo algunos otros artistas vinculados con el folklore, como Alfredo Santos Bustamante, esforzado continuador de una tradición de hondas raíces populares. En radios, en peñas, en el cierre de muchas presentaciones de las compañías de radioteatro, el Payador Bustamante sostendría hasta muy avanzada la década del 60 el ingenio y la rima de viejos maestros de ese arte.


Similar fidelidad a las tradiciones vernáculas tendrían los Hermanos Forcat, de larga trayectoria, Víctor Villamayor y Lily Ortiz, dedicados a la difusión de la música paraguaya y Leonidas Montero, uno de los pioneros en la formación de orquestas folklóricas.


Igualmente recordables, a mediados de los años 50, serían grupos como Los Huayra Rupa, también formado por estudiantes universitarios de Arquitectura e In-


geniería en 1956, —habitantes de pensiones legendarias como "El Fortín", en Alem 2160 o "El Infierno" en Alem 1731-, entre cuyos intengrantes pueden mencionarse a Rubén Pinazo, Rubén Hernández, Angel Moukarzel, José Oveja Montoya, este último un relevante autor y compositor de música santiagueña, Román Sturn y el Moto Hoffman y el Pata Suarez, cuyos apodos borrarían casi del todo a sus nombres, aunque no el recuerdo de su autenticidad. También estudiantes secundarios serían Los Cuimbaé, (Codaglio, Berbel, Kanner, Dorín), primer grupo vocal dedicado a la música del Litoral, con un repertorio que la jerarquizaba, y cuyos escasos discos, casi inhallables, son testimonios de la calidad de aquel grupo, como su versión de Viejo Caá Caatí.


Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital


martes, 23 de julio de 2019

Trovadores rosarinos



Por Rafael Ielpi




Las experiencias tradicionales iban a sufrir una conmoción a partir de los inicios de la década del 60 con el llamado boom protagonizado por músicos, poetas y conjuntos como Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Eduardo Falú, Jaime Dávalos y Manuel J. Castilla.

Es en esos mismos años cuando se produce en Rosario el surgimiento de uno de los grupos más relevantes del ulterior proceso de renovación, que derivaría en el llamado "Nuevo Cancionero": Los Trovadores del Norte, del que se desprenderían luego Los Trovadores, cuya musicalidad vocal e instrumental obtendría una vigencia perdurable.

El grupo había surgido en septiembre de 1956, a impulsos de Bernardo "Bolito" Rubín, como una cuasi orquesta que animaba peñas bailables con música instrumental y en ocasiones cantada, con integrantes eventuales cuya cantidad y calidad artística variaba según las etapas del conjunto. Hacia 1959, el conjunto estaba integrado 'por el ya mencionado Rubín, Francisco Romero, Carlos Pino, Raúl Garea y Yolanda Pedernera.

Un joven músico y arreglador vocal, Eduardo Hernán Gómez, formado musicalmente con Juan Gaggero y el padre Machado e integrante del Coro Estable dirigido por Cristián Hernández Larguía entre 1955 y 1959, tuvo a su cargo la elección del grupo folklórico para representar a la región en el Festival de la Juventud yios Estudiantes por la Paz y la Amistad, que en julio de 1959 se celebraba en Viena.

En diciembre de ese año, al regreso a Rosario, Rubín lo convoca como arreglador y armonizador, convirtiéndose en un cuarteto vocal ante el alejamiento de Garea y Pedernera. A la formación integrada por Romero, Pino, Rubín y Gómez se suma al poco tiempo, por las exigencias musicales crecientes que se imponen, el guitarrista Sergio "Chato" Ferrer.

Adquieren de ese modo la definitiva forma de quinteto y su particular estilo de ajuste vocal, disciplina musical, afinación permanente y novedosos arreglos e inician una carrera que tendría definitiva consagración popular dos años mis tarde en Cosquín, donde su versión de un viejo tema del Litoral, Puente Pexoa, se convierte en un suceso sin precedentes. La ulterior trayectoria, ya como Los Trovadores luego de la desvinculación de Rubín, sería aún más relevante, con una copiosa discografia, premios internacionales, actuaciones y giras por Europa y América latina, y una adscripción a las formas de renovación folklórica que los tendría como sus mayores exponentes.

En ese lapso, el grupo incorporaría a los mendocinos Héctor Anzorena, Damián Sánchez y Francisco Figueroa y posteriormente a Salvador Catramboni, Héctor Invernizzi y Popy Scalise, aun cuando la personalidad de Los Trovadores radicara sobre todo en las voces de Francisco Romero y de Carlos Pino, chaqueño nacido en Colonia Baranda, cuyo 'color" vocal sería inconfundible, y cuya-trayectoria solista y autoral sigue lozanamente vigente en la actualidad.

Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital.

lunes, 22 de julio de 2019

Bailantas, bailes y "bailecitos"





Por Rafael Ielpi


Gregorio de la Vega (seudónimo de Gregorio Anacleto Vega), nacido en Las Cuchillas, departamento de Esquina en Corrientes, en julio de 1931, se radicaría en Rosario en 1935 y sería otro de los notorios exponentes del género a partir de los comienzos de la década del 50. Aunque su período de mayor relevancia se produciría como cantor y guitarrista de Tarragó Ros, entre 1952 y 1977, sus primeras incursiones musicales tendrían como escenarios los bailes 'chamameceros': en el Salón Babilonia, vecino al Cine Tiro Suizo; en un chalet de Castro Barros y Avda. Lucero, que servía como escenario de concurridas "bailantas"; en un local de San Martín entre Tupungato y Anchorena, o en La Querencia, en San Martín y Avda. Arijón, recintos de vida efímera en muchos casos.

De la Vega pinta un retrato de primera mano de Tarragó: “A la gente la trataba de una forma especial, no era huraño en el trato, más bien un poco retraído, pero cuando se despojaba de los compromisos, de los ensayos, era un hombre cordial. Siempre nos decía: 'Yo quiero una familia, no empleados' Siempre lo digo: el que no aprendió con él, vegetó para toda la vida. Todo lo hice después de haber estado con Tarragó Ros...

La llegada a Rosario de Tránsito Cocomarola, en los comienzos de los años 50, haría posible el surgimiento de otro recinto para el chamamé: el Cine Teatro Marconi, en Ayacucho casi Arijón. En esos locales, tanto Gregorio de la Vega, como Ramón Merlo (un correntino nacido en 1932 en Tacuara Yacaré y afincado en Rosario desde la década del 50) y Tarragó Ros, actuarían entre 1945 y 1960, iniciando trayectorias musicales que en algunos casos —como el de los dos primeros- llegarían hasta la actualidad. A esos salones de baile se puede sumar el emplazado en Rodríguez y Arijón, actualmente conocido como El Rancho de Ramón Merlo, propiedad entonces de Chamorro.

Merlo, que mantiene una vigente actividad, narra con colorido esos años iniciales del chamamé: “Se tocaba en "El Irupé" de Pueblo Nuevo, en el "Royal"y el "Luna Park", que era de Chela Silva, en el Bajo Saladillo. En esa pista, con paredes de arpillera tocaba una orquesta de tango y jazz, con un trompetista apodado Bichito Bucky y el violinista Castor, que una vez por retroceder en el escenario pasaron de largo las arpilleras y aterrizaron en el baño de damas. También se armaban bailes en el Bajo Ayolas, en lo de Reginaldo Gómez, que le daba de comer a los pobres: en realidad se musiqueaba en medio del basural. En "El Marabú" actuábamos de jueves a domingo, que era día de cobro; como no era mucho, el lunes empeñábamos el acordeón en el Banco Municipal y el jueves pedíamos prestado para recuperarlo y poder trabajar. Con Tarragó teníamos un solo traje cada uno y me acuerdo que lo planchábamos con la plancha a carbón para ir a tocar a los bailes».


Recuerda Gregorio de la Vega, sobre la misma época pionera: «Después aparecieron, entre 1950 y 1955, bailes allá por GrandoIi, por Biedma, por Garibaldi; el "Rincón Evita", el club "El Amanecer", en Colón y Biedma, el "Arco Iris", en Grandoli, antes de llegar al tanque de agua... Después había otros bailecitos pero no eran tan importantes, como ser el que estaba en la bajada de Ricardo Núñez, sobre la mano derecha, una rinconada donde se bailaba, que se llamaba "El Recluta ". Memoriosos testigos de aquellos años transcurridos entre 1940 y 1950 recuerdan los bailes de 'El Recluta" con su escenografía despojada, los estentóreos sapukay de los cientos de correntinos que eran público mayoritario y los entredichos por polleras que más de una vez terminaban con una puñalada o algún tiro.


Aquel fervor por la música de Corrientes tendría, entre 1950 y 1960, otros lugares en la ciudad destinados al canto yal baile: la Pista La Polonesa, en Pueblo Nuevo primero y luego en Anchorena y Pavóri; El Cañonazo, fundado por Merlo, el Curuzti Cuatiá, de Tarragó Ros, en Martinica y Manuel Arijón ("una pistita de baile", rememora de la Vega), la Sociedad Umberto Primo, en Jujuy al 2500, alquilada regularmente para "bailantas chamameceras" o el Rancho Correntino de Avda. Lucero y Cortada Amberes.


En algunos de ellos, recuerda Gregorio de la Vega, la bohemia musical de esos pioneros del chamamé encontraba paliativo a las necesidades de cada jornada: "En esas noches tocábamos en un lado por la comida y en otro lado por algún peso que nos tiraban. Pero en Ovidio Lagos y Mendoza, antes de llegar a la primera viniendo del oeste, había un local: ahí tocábamos por la costeleta y los huevos fritos..."


Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital






viernes, 19 de julio de 2019

Tarragó: el rey del chamamé




Por Rafael Ielpi

Tampoco nacería en Rosario otro de los nombres imprescindibles de la música popular del Litoral —región a la que Rosario pertenece-, pero sería en esta ciudad donde residiría desde comienzos de la década del 50 hasta su muerte en 1978, convirtiéndose en uno de los intérpretes más populares y queridos para un vasto sector de público, hasta justificar la designación de "rey del chamamé': Tarragó Ros.


Nieto de un obrero catalán al que sus ideas anarquistas y republicanas habían llevado a la cárcel de Montjuich, sobre fines del siglo XIX y traído luego a la Argentina en 1898, Tarragó Ros nacería en Curuzú-Cuatiá (Corrientes) -donde su padre atendería un almacén de ramos generales de la familia- en junio de 1923. "Allí—señala Guillermo Pintos- conoció apeones, mariscadores, gauchos oscuros con sombreros de enormes alas, y también a músicos de emoción intensa. Alguna vez venían montados en las gigantescas carretas de seis u ocho caballos, otras los veía pasar, acordeón y guitarra en mano, caminando una tarde de sábado rumbo al baile ".


En 1943 se instala durante un año en Buenos Aires e integra el,Trio Taragüí, de Pedro Sánchez, yló hace también en los conjuntos de otros grandes del chamamé y desde 1945 y por tres años reemplaza a Tránsito Cocomarola en el conjunto de Emilio Chamorro, hasta qué tras el nacimiento hijo Antonio Tarragó Ros, en 1947, se radica en Rosario.


Durante 30 años, sería uno de los protagonistas del paulatino pero firme proceso de desarrollo de la música correntina en la ciudad y formaría sus primeros conjuntos para actuar en un legendario local del género: La Ranchada, de Emilio Chamorro o en el Centro Correntino. Chamorro, que había nacido casi con el siglo -en junio de 1904, en 9 de Julio (Corrientes)- se afincaría en Rosario en los primeros anos que la década del 40 y sería uno de los propulsores más destacados de la música guaranítica en la ciudad. Junto a él harían sus primeras experiencias algunos de los grandes nombres del género, inicialmente en su "rancho" de Avda. Arijón y Ayacucho, anterior a "La Ranchada".


En 1954 Tarragó Ros realiza su primera grabación en el sello Odeón, iniciando una trayectoria discográfica que incluirá una veintena de LP, la autoría de cerca de doscientos temas —El desconsolado, Madrecita, entre otros-, una serie de distinciones y premios y una reconocible influencia sobre toda una generación de intérpretes.


Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital

jueves, 18 de julio de 2019

Boites y cabarets: la otra


Por Rafael Ielpi


Del 30 al inicio de la década del 60, pero en adelante, es cuando la noche rosarina recibe maría a las propuestas de diversión que brindaba las boites y los cabarets. 

De las escasas boites que existieron en el duda, merecen una especial mención. La Boite de Lovagnini, en Mitre 871 (en el solar que hoy ocupa la sede social de Rosario Central se inauguraría el 10 de septiembre de 1934, con la Polato-Today y una publicidad que aseguraba "el mejor orquesta, las más bonitas bailarinas y los mejores números de varieté”, con funciones de tarde, de 18 a 20.30 horas, y a madrugada Dos semanas antes, en "La Capital " sus avisos prometían . “Será el mejor ambiente para el público que quiera divertirse”. 

Con una amplio local, decorado con bi ra los artistas, la Marina iba a ser hasta su cierre de los lugares predilectos de la juventud rosarina pos masculinos decididos a protagonizar "una noche de garufa” y actuarían en ella muchos de los artistas renombrados del período, desde los boleristas de moda - como Gregorio Barrios, Mario Clavel y Leo Marini- a los cantantes de tango ylas orquestas locales, como la de Luis Chera, que lo hiciera por largos años. 

Posterior, ya que su apertura dataría de la década del 50, sería la Boite Caracol, en Santa Fe al 1300, cuya ambientación era sin duda mucho más moderna y cuya programación tendía a espectáculos que reunieran a dos figuras de gran renombre casi semanalmente, además de una cuidadosa selección de las "chicas". Hugo Pimentel señala: "El Caracol tenía algo que ninguna otra boite tuvo en Rosario: un escenario que se levantaba por sobre el nivel del piso, una de las novedades que trajeron los dueños, Eros y Emilio Pánfoli, dos hermanos" Allí actuarían, entre 1955 y 1960 por ejemplo, desde el Trío Los Panchos o Los Tres Ases mexicanos, a los boleristas como Mario Clavel, Eduardo Fareil o Roberto Yanés, y la célebre bailaora La Chunga. 

Distintas características tendrían los cabarets o night clubs, en especial los instalados en la zona del Bajo rosarino, sobre Avenida Belgrano o calles cercanas, una larga y variada nómina que incluye al Bambú India, de Santiago Cosso, donde luego se instalaría La Cueva del Tango, sobre Avda. Belgrano; su vecino el Morocco; el Chantecler, en la esquina N.O. de Sargento Cabral y Urquiza; el Rendez Vous, de D'Alessandro, en Avda. Belgrano 222 -donde lo antecediera su colega El Derby- que en 1949 por ejemplo anunciaba al Príncipe Negro "y su saxofón mágico" como parte del espectáculo; siempre sobre la misma avenida, se disputaban clientela el Fénix Bar y el Welcome, que se transformaría posteriormente en La Gruta, otro de los cabarets del Bajo. 

Muchas de las 'mujeres de la noche" que trabajaban en esos locales vivían en la zona, en algunas de las pensiones cercanas o en dos hoteles que por los años 50 al 70 se identificaban como reductos de ese ambiente: el Britannia, sobre San Martín, y el Pelayo, en la Bajada Sgto. Cabral. 

El Sport Dancing, en Santa Fe 1041, sería prototipo del night club de los años 50 yio mismo ocurriría con el Can-Can años después, en calle Maipú al 700, donde los Migliazzo instalaran anteriormente Mi Varicté. El propio Migliazzo lo evoca a los 85 años: "Después, pusimos el «Can-Can», en la época en que los espectáculos eran al aire libre, así que cuando llovía iban todos allí: se llenaba también. Teníamos muchos egresos pero había mucha entrada, no había problemas. La gente ganaba bien y la gastaba..." 

Un resumen "de primera mano' de Hugo Pimentel, termina de cerrar el cuadro de ambiente de ese período: “Antes, la mujer que trabajaba en esos lugares como el night club o el cabaret, era recatada, y si alguna salía con un tipo era porque le gustaba. Nosotros tuvimos un montón de amigas, hicimos una gran familia dentro y fuera del espectáculo. Sí, había coperas, porque así tenían la oportunidad de hacerse un pesito extra, para la mantención de sus hijos, no para el panzón como se creía. Alguna habrá tenido algún «shofica», como se decía antes, pero muchas se hicieron su casita, muchos pudieron comprar su primera bicicleta, su primer pilchita..." 

La evolución de usos y costumbres, el progreso urbano, harían que ya sobre los finales de la década del 60 y en la siguiente, muchos de estos centros nocturnos se cerraran poco a poco, reemplazados por las whiskerías, las confiterías bailables y otros ámbitos en los que ya no ha! lugar para los artistas de variedades. Apenas el Panamericano, en la zo de Sunchales, su eventual y posterior sucesor el Telarañas, en Ovidio Lagos y Avda. del Valle, y algunos de los cabarets del Bajo, que se mantendrían en pie hasta superado 1970, mantendrían vigente aquella tradición noctámbula y divertida, hasta cerrar también sus puertas.  


Quedaban ya definitivamente atrás aquellos recreos y varietés donde se escuchaban incluso los pioneros Jingles publicitarios: "En el 45 empecé en el Eden Park de Migliazzo y allí canté mucho tiempo, con el elenco de El Tano Genaro. Le hacía la publicidad a Angelini y entonces cantaba arriba del escenario: «Yo tengo un trajecitol para este verano,/ es requetefresquito,/ es requeteliviano./ Yo tengo un trajecito/ que Angelini me vendió,/ el requetefresquito/ para el requetecalor». Grabé también un vals que había compuesto con Lurd para Pinturería Martín: «Yo he pintado mi casita/ y la reja del jardín,/ pero antes de pintarlos/ he consultado a Martín...», rememora Delia Rodríguez. 

Los rosarinos de peinado con Glostora o Brancato, afeitados con Palmolive o Gillette y con traje cruzado, los muchachones que iban al Casino o inauguraban su mayoría de edad de la Boite Marina, donde la Bidú de los 60 alternaba con el whisky que le estaba vedado, son hoy parte del pasado. Para ellos, la noche aquella d recreos, varietés, boites y night clubs, es hoy materia del recuerdo, cuan do no de los sueños. 

Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital

miércoles, 17 de julio de 2019

La noche de Sunchales


Por Rafael Ielpi



La zona aledaña a la estación Rosario Norte, la primigenia Sunchales, tendría también en el período una vida nocturna agitada alrededor del varieté y el espectáculo, con algunos ámbitos recordables y otros en los que todavía entre 1940 y 1950 podían registrarse supervivencias artísticas hoy agotadas, como la de los payadores, y donde reinaría (como lo haría en otros locales nocturnos) una artista singular: Rita La Salvaje. 

De la década del 40 sería uno de éstos: el bar Gambrinus, en Salta 2185 que, aunque por breve período, iba a incorporar el varieté como condimento nocturno, con la contratación de números de cierto prestigio nacional y la presencia de muchos de los artistas rosarinos del género, como el cantor Amour Naya, que iba a alcanzar una popularidad abonada por su actuación en Francia, su particular estilo interpretativo y su conducta privada, en un tiempo en que la discriminación sexual era mucho más fuerte. Una clientela amiga de la grapa Valleviejo o Montefiere, de la caña Globo y otras bebidas espirituosas era auditorio ideal para ese tipo de números artísticos. 

El Pan American, luego Panamericano, en Ovidio Lagos entre Güemes y Avda. del Valle, iba a ser -sin duda- uno de los locales arquetípicos de la zona de Sunchales hasta prácticamente su cierre definitivo, ya casi iniciada la década del 80. Su particular concurrencia, en la que se mezclaban viajeros, chacareros, peones golondrinas hacia 1930 y luego jóvenes, empleados y la proverbial fauna noctámbula, era una de las características de un varieté por el que desfilarían payadores como Rico, Colovini o Pedro Garay, recitadores como Nicolás Zinni y una larga serie de artistas olvidados hoy pero reconocidos entonces, como Antonio Revier, Carlitos Duval o José A. Mendoza, "Mendocita", presentador y glosista de extensa trayectoria, todos ellos prototipos de la noche de Rosario Norte. En el Panamericano tendrían también sus años de esplendor algunas de las artistas de la noche rosarina, que alternarían también en cabarets, como Rita La Salvaje; Elsita Dixo Mary Bel. 

La primera entraría a formar parte de un folklore urbano abonado incluso por quienes no llegaron a verla actuar, aunque el mejor testimonio es el de la propia Rita, que en junio de 1999 recuerda: “¿Usted quiere saber el origen de mi nombre? Yo me hacía llamar Rita Day pero cuando fui a Porto Alegre, por las cosas que hacía, un presentador dijo: ¡Qué salvagem! ¡Qué salvagem! y entonces adopté mi nombre definitivo: Rita La Salvaje. Empecé en el Paradise, en calle Mitre y después me contrató la Boite Marina, de Juan Lovagnini. Un día viene a yerme allí el dueño del Casino, acompañado por una de Las Mamboletas, que eran tres chicas. Estuve bastante tiempo, varios años hasta que cerró. Trabajé en el Panamericano, en el Bambú, en el Caraco/ en el Rendez Vous, en Uruguay; me contrataron en Brasil en Perú, en Nicaragua cuando estaba Somoza; Guatemala, Panamá, Bolivia, Ecuador. Pero siempre volvía a Rosario. Siempre con mi canción propia: «Me llaman La Salvaje porque soy terrible en cuestiones del amor, me llaman La Salvaje porque tengo el cuerpo llenito de calor, salvajes mis caricias, mis abrazos, salvajes mis momentos de pasión». Todo lo que hacía era exitoso, cualquier cosa. Me sacaba un pecho afuera y llamaba a uno del público: «Vení, chupame una teta, que te roban la camioneta... » Tiraba caramelos, tiraba pitos, tiraba chicles, todas cosas limpias. Vine a Rosario cuando tenía 18 años: hoy tengo 72.." 

Ignacio Suriani, hombre de la radio de Rosario y figura reconocida del periodismo en ese medio de comunicación, recuerda aún una insólita noche de la década de! 60 en el cabaret "Bambú India", del Bajo rosarino: Astor Piazzolla tocando "Nonino" en su bandoneón, con Rita parada desnuda a su lado, como colofón de un show al que el músico había concurrido atraído por la fama de la vedette, que lo invitaría a subir al pequeño proscenio para tocar un tango. 'A Piazzolla -asegura Suriani- le pareció fantástico lo de Rita, casi surrealista., y a nosotros, que estábamos en el cabaret, también aquella escena final con ellos dos sobre el escenario, nos parecía realmente digna de una película de Fellini..." 

Pimentel evoca: "Lo de ella era fabuloso, en el «Panamericano» la gente se volvía loca. Bajaban de los trenes a las 11 de la noche y esperaban hasta la 1 de la mañana para ver el show de Rita, y en el «Rendez Vous» lo mismo. Se ponía un caramelito en el pecho y los tipos se lo tenían que sacar con boca, y otro en el ombliguito, y estaban los viejitos medio babosos que arrimaban la boca para sacarlo... Tenía un vestuario de primera y 10 12 pelucas de colores, lo que ahora quizás no llame la atención pero esto fue hace mucho tiempo: fue una precursora, Y como compañera de trabajo, extraordinaria ". 

También tendrían su clientela otros recintos nocturnos en la zona próxima a la vieja estación ferroviaria. El Varieté Mitre, que no resignaba su condición de café y bar, era uno de ellos, en Avda. de! Valle entre Rodríguez y Callao. Allí, donde tocó alguna vez la nostálgica orquesta de señoritas, actuarían sobre todo cantores populares, en la década del 50, en un registro que iba desde un entonces ignoto Rosamel Araya a un mucho más famoso Trío Valencia. No era extraña, todavía en esos años, la presencia regular de algunos payadores tanto como de los "espontáneos a quienes no se negaba la posibilidad de un poema gauchesco, género en boga entonces, tiempo y el espacio: "El Mitre era un poco chicón pero iba mucha gente. . A lado estaba el famoso bar y confitería Salerno ". 

También su orquesta femenina tendría Colonos, donde se reiterarían elencos y nombre un público heterogéneo, mientras en la misma a algunos más -en el mismo período- como el Pan 2187, integrando la lista de recreos y varietés qu da y amena a la noche de Sunchales, cuando la e sajeros llegados desde el interior y los trenes no realidad. 

Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital

martes, 16 de julio de 2019

El Varieté Avenida



Por Rafael Ielpi




El Varieté Avenida, instalado con posterioridad al anterior en Avenida Pellegrini casi esquina Italia sería el otro centro de atracción del varieté en la ciudad. Como ocurriera con su competidor, también sus años de esplendor transcurrirían sobre todo desde finales de la década del 40 a la del 60 y su escenario sería propicio para la llegada de otro cómico que rivalizaría durante muchos años con El Tano Genaro, obteniendo una vigencia nacional (y temporal) mucho más dilatada. 

El Avenida, cuya propiedad ostentarían hacia 1950 los hermanos Barberio, funcionaría también en invierno, en un local de Mitre esquina Avenida Pellegrini, cuando las inclemencias del tiempo obligaban al cierre de los varietés al aire libre. La empresa apostaba al éxito con los mismos criterios de los Migliazzo: contratación de números de gran predicamento popular, entre los que abundaban los cantores, orquestas, artistas de variedades y los infaltables cómicos. 

En esa nómina se contarían el aludido Pimentel, Faustino Casas -que haría conocidos sus seudónimos de "Gramillita" y "Canto"-, Eduardo Peire, Popof y otros que, como Vicente Quintana "Charola", el dúo Pica y Chupete, ya cerca del fin de la década del 50 o el trío Abrojo, Pampita y Marín, estarían muchas temporadas en las carteleras rosarinas, alternando con artistas como Miguel de Molina, en los comienzos de los años 50 o Pedrito Rico, en 1957. 

Símbolo del Varieté Avenida sería sin duda, entre 1953 y los finales de esa década, el gran rival del Tano: José Marrone, con su pareja permanente, la bailarina y actriz Juanita Martínez. El cómico -recuerda Pimentel- actuaba ya en 1948 en el Varieté Regina, de Alvear y Avda. Pellegrini: "Se los conocía por La Gorda y Rubito. Zapateaba la Gorda, que era su verdadera mujer, porque Juanita fue por muchos años una relación extramatrimonial" En aquella rivalidad Marrone-Genaro ganarían todos: artistas, público y empresarios. "En esa época -añora hoy Migliazzo- corría mucha plata. el Eden Park estuvo siempre lleno, en todas las secciones; se traían orquestas y números de Buenos Aires, de mucha categoría y se llenaba. Un sbow, para ¿ espectador, valía 20 centavos, pero un artista como Marrone nos costaba 6 pesos, para que tengan una idea..." 



Los Barberio, dueños del Avenida en sus mejores temporadas, también había tenido que ver con otros locales nocturnos del género. Hacia 940, Hugo Barberio instalaría el varieté La Conga, en Mendoza y Bvard. Avellaneda, que se contaría entre los primeros de su tipo. Algo similar harían los hermanos Migliazzo, que contemporáneamente con el Eden Park abrirían el Eden Bar, en pleno centro de Rosario, en Santa Fe al 1100: “Antes de eso fue un gran bar, con orquestas de señoritas", rememora Migliazzo. También participarían en la habilitación de otro local nocturno del período, el Can-Can, en Maipú al 700 y se asociarían con Felipe Timpanaro en otro varieté legendario, el Cruce Park, en Salta y San Nicolás, iniciado como Boxing Club y conocido más tarde como Palacio de Variedades, donde debutara Santiago Ayala, bautizado en Rosario como El Chúcaro. 

La noche rosarina iba a tener sin embargo, en el período, otros muchos recintos contemporáneos, en algunos casos de tanta importancia como los anteriores. Sería el caso de dos locales regenteados por Agustín Gaeta, nombre destacado del espectáculo en la ciudad: el Patio Romano, en San Martín y Centeno, y el Patio Mexicano, en Moreno y 27 de Febrero, los dos concurridos y populares y en cuyos escenarios, sobre todo entre 1950 y 1960, se sucederían propuestas que iban desde la rumbera cubana Amelita Vargas a una pelea organizada por la empresa con el Mono Gatica como uno de los contendientes. 


Una enumeración en la que coinciden testimonios de protagonistas y testigos del período permite rescatar, desde 1930 en adelante, varietés y recreos veraniegos emplazados en toda la geografía urbana rosarina: el Olimpo, en Castellanos y Mendoza; El Palenque, en 3 de Febrero y San Nicolás; El Rosal, de Arroyito, en Avda. Alberdi y French, otro de los emprendimientos de los Migliazzo, que contaría entre sus atracciones a Johnny Carson, un "forzudo" capaz de arrastrar un tranvía, doblar una moneda con los dedos o partir por la mitad la guía telefónica, aunque fueran todos trucos preparados para engañar a una crédula platea. "Un día -precisa Migliazzo- le cambiaron la guía. Fue una risa porque no la podía romper, transpiraba como loco y no ¡a podía romper; el público se echó a reír y él nervioso, decía: 

«Público ignorante, público bruto». Yo pensaba.. «Si se llega a enterar que le cambiamos la guía nos mata a todos...» 

Con las mismas propuestas se contarían La Cubana, en Bvard. Avellaneda y Mendoza; la famosa Carpita, de Junín e Iguazú, donde se celebraban desde bailes a espectáculos de variedades; el mencionado Cruce Park, en el que fuera uno de sus números permanentes el cantor José Berón; el Vitam Park, en la bajada al río de Ia
Avenida Génova y el final de Bvard. Avellaneda; el Garden Parki en Avda. Pellegrini 1164; el Patio Criollo, que hacia 1948 funcionaba en San Nicolás y Avda. Godoy; El Ceibo, en Barrio Refinería.; el Palermo Chico, en Avda. Pellegrini y Moreno, un bar que anexaría la condición de recreo; El Plata, en Ayolas al 1200 y muchos otros. 

Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital”

lunes, 15 de julio de 2019

El reducto de Genaro


Por Rafael Ielpi

Así como el Casino ostentaría desde 1914 el liderazgo del burlesco en la ciudad, el Eden Park sería, desde su inauguración casi contemporánea en 1918, el paradigma de los varietés rosarinos, en reñida aunque ganadora puja con el Varieté Avenida, su permanente competidor. El amplio reducto de Avenida Pellegrini 1251, cuya apertura estuviera realzada por la actuación de una compañía prestigiosa, la de los españoles Perdiguero-Díaz, iba a tener su etapa de mayor relevancia a partir de 1940, cuando se hacen cargo de la misma los hermanos Santos y José Alberto Migliazzo. 

Inicialmente, el local albergaba cerca de 1000 sillas, rodeando las mesas de lata que constituían la escenografia habitual de aquel varieté al aire libre, completada por un escenario. Los muros del vasto frente del Eden Park posibilitaban algo más: una publicidad permanente para sus espectáculos a través de las carteleras pintadas, de grandes letras, que anunciaban los programas semanales y la llegada de los grandes números artísticos. Que entre 1940 y 1960 abarcaban un espectro que iba desde Hugo del Carril a María Antinea o Carmen Amaya, y desde Alfonso Ortiz Tirado a los cantores de tango de moda, como Charlo. 

Santos Migliazzo recuerda en 1999, a los 85 años, el azaroso comienzo de aquella empresa artística: "Empecé de casualidad Antes de todo eso yo ordeñaba vacas en un tambo de la calle San Juan al2400, en la cuadra del Cine Cervantes y cobraba 10 centavos por ordeñada, mire qué diferencia con el mundo del espectáculo... Nosotros vivíamos en un ambiente de artistas: mi hermano tuvo orquesta durante 20 años en LT8, yo hacía algunas cosas recitando o en radioteatros y a la vez era comerciante. Vuna vez mi hermano me dice: «Mir4, tengo un local que me ofrecieron en la Avda. Pellegrini para hacer espectáculos. Vos que sos avezado y conoces más que yo ¿querés venir conmigo? ¿Qué vas a hacer encerrado acá?» Y le dije: 

«Buenos, vamos a probar.» Y probamos. De entrada nomás trajimos al boletero del Casino, de mucha experiencia, y él nos conectó con los representantes y empezamos a traer artistas..." 

De la larga lista de éstos, sobresaldría uno, que durante más de una década iba a ser símbolo del varieté rosarino y en especial del Eden Park, al que llegara des-pues de haber actuado regularmente en el Vaneté Avenida, su perpetuo competidor: Luis Ricio Rubí, un actor cómico particularísimo al que su seudónimo de El Tano Genaro iba a convertir en todo un mito de la ciudad de los años 50 al 60. 

El Tano, nacido en los años inmediatos el Centenario de Mayo y muerto en Buenos Aires el 4 de diciembre de 1957, había iniciado su actividad como capocómico en los locales de variedades del balneario porteño de la Costanera, arribando a Rosario alrededor de 1944 y actuando en el Varieté Avenida hasta comienzos de la década del 50. Su estilo desenfadado, pintoresco y una vis cómica innegable, harían de sus presentaciones veraniegas todo un suceso, al frente de un elenco que integraban su esposa, Anita Almada, a la que luego reemplazaría Isabel Hernández, Guillermo Mena o "El Ñato Desiderio", Alfredo Distado, Lalo Faluggi y la cancionista Marta Ledesma, además del grupo musical "Los Viudos", parte relevante del espectáculo. 

Hugo Pimentel, otro de los cómicos reconocidos de la historia del varieté rosarino evalúa casi medio Uglo después a su famoso colega: 

"Para los famosos casamientos del Tano Genaro con Anita Almada, casamientos de grupo nomás, vestidos de novios, con las polainas, los mateos, se apiñaba una multitud de gente, se juntaban 10 mil o 20 mil personas para ver el recorrido por la calle. " 

Fue uno de los mejores artistas cómicos que visitó Rosario; acá hizo como diez temporadas, fue fabuloso. Con la mirada solamente hacía reír a la gente. Cuanto mucho decía «la pocha que tororó» y la gente con eso se divertía, ¡mire qué tiempos esos! O decía: « Vení que te voy a enseñare me casa. acá tengue la habitacién, acá tengue lo ropero, acá la mesita de lú, esa es la cama, ahí está mi señora, al que está al lado no lo conózcono... » 

El repertorio de Riccio Rubí incluía una serie de obras del tipo de "El casamiento de Genaro" (parodia donde Anita Almada tenía también su rol desopilante) y que al modo de Chaplin con su serie de cortos del cine mudo, se titulaban "Genaro boxeador", "Genaro cocinero", "Genaro, domador de mujeres", que contribuían, año a año a encaramarlo en el tope de asistencia de espectadores, hasta su muerte en 1957.
Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital”

viernes, 12 de julio de 2019

El Casino: todo un clásico



Por Rafael Ielpi


Aunque su inauguración se produjo en 1914, el Teatro Casino, emplazado en la esquina N.O. de Jujuy y Pichincha (hoy Ricchieri) tendría su real etapa de gran éxito en las décadas del 40 al 60, cuando una incondicional platea lo convertiría en arquetipo del burlesco ylas variedades, condición que nadie le discutiría hasta su cierre definitivo en los comienzos de la década del 60. 

Esa etapa coincide con el ciclo de Félix Daquia como propietario de la sala, que manteniendo sus características de teatro, con su platea baja y sus palcos, albergaba a diario a una audiencia casi exclusivamente masculina, en la que se mezclaban estudiantes secundarios y universitarios, obreros, empleados, jubilados, todos interesados en un espectáculo que les permitía una participación activa. 

Como los varietés, el Casino congregaba a artistas de distintos géneros, desde las habituales vedettes y bailarinas a los aludidos cómicos, ilusionistas, bailarines, malabaristas, acróbatas, excéntricos musicales, recitadores, payadores, cantores y cancionistas, a los que se sumaban los músicos estables. Sería sin embargo el elenco femenino el que concentraría el interés mayoritario, y por el escenario del teatro pasarían algunas artistas que lograrían enorme popularidad en el género e incluso terminarían protagonizando una exitosa carrera en el género en Buenos Aires. 

Sería el caso de Diana Lupe, vedette y actriz de grandes condiciones para la revista, y de las hermanas Norma y Miiní Pons, que iniciarían allí una carrera profesional que, en el caso de la primera, mantiene plena vigencia en la actualidad. Del mismo modo, en el Casino actuaría en el período, como lo haría asimismo en otros locales del género, Juana González, que con su nombre artístico de Rita La Salvaje, se convertiría en una cuasi leyenda rosarina. No menos suceso tendría toda otra larga nómina de artistas cuyos nombres reales pasarían al olvido sepultados por el "nombre artístico" que las identificaba sobre el escenario: La Bella Dorita, Orquídea Negra, Lily Bonet, Petite Vivianne, Flor de Cuba y muchas otras.

A su lado, los exponentes de otro ingrediente infaltable: los cómicos, encargados de matizar con un humor que hoy parecería en muchos casos inocente, el transcurso de un espectáculo cuya duración orillaba las dos horas. El Casino contaría con algunos de larga memoria en el público: el " Flaco" Flores, cuyo nombre real era Joaquín Martínez; José Bordonato -de larga actuación-, que sería parte de un trío que trabajaría en muchos locales del período: Bertoldo, Bertoldino y Casaseno; Félix Pancrasio, "Nato" France y otros. 

Múltiples anécdotas, todavía vigentes en la memoria de cientos de rosarinos, pintan aquel ambiente de jolgorio, de gruesos epítetos cruzados entre los cómicos o las vedettes y la tumultuosa platea, las alusiones sexuales indisimuladas, las chanzas de subido tono a los desprevenidos que debían levantarse de sus butacas para utilizar los baños, o la práctica de orinar desde los palcos hacia los desprevenidos y por supuesto indignados espectadores de abajo... 

Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital”