Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

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lunes, 28 de febrero de 2022

GORODISCHER, ANGELICA – ESCRITORIA ( 1928-2022)




Por Gabriel Zuzek

Escribir siempre

Feminista, gran convesadora y prolítica como, pocas, la novelista es contundente: “Escribo porque no quiero este mundo, quiere otro”

Con el nombre Angélica Arcal nace en 1928, en la ciudad de Buenos Aires, la escrito­ra Angélica Gorodischer. A los siete años ya supo que se dedicaría a la literatura pero debieron pasar casi veinte años y contraer matrimonio con el arquitecto urbanista Sujer Gorodischer para que se decidiera a usar el apellido de casada. Sumer­gida en un mundo de mamaderas, sonajeros, berrinches infantiles y una vida social abigarrada, escribía hasta bien entrada la madrugada. A mediados de la década del sesenta el cuento "En verano, a la siesta y con Martina" obtiene el primer pre­mio del concurso de relatos policia­les que organizaba la revista "Vea y Lea". "Ese cuento fue lo primero que publiqué en mi vida y me sen­tía Shakespeare. Por suerte se me pasó", le confesó en una entrevista a Marianella Collette. Como un ovillo al que sólo le hacía falta que tiraran de su punta, la literatura de Goro­discher se desplegó para siempre. "Cuentos con soldados" (1965), en el que rememora historias de su padre en el servicio militar, y un derrotero de libros entre fines de los 60 y los 70 como su novela "Opus dos", y los volúmenes de cuentos "Las pelucas", "Bajo las jubeas en flor", "Casta luna electrónica" y "Trafalgar".




Al inicio de la democracia Minotauro publica en Barcelona su novela "Kalpa imperial". Fue un libro que escribió du­rante el Proceso aunque según Gorodis­cher la intención fue escribir "las mil y una noches de Occidente". La piedra fun­damental de la novela eran los imperios, pero al finalizarla se dio cuenta de que la temática estaba centrada en los años más oscuros del país. También aparece su libro de cuentos "Mala noche y parir hembra" (La Campana) y en 1985 Emecé publica "Flores de alabastro, alfombras de Bokhara".

Feminista a ultranza, amante de las conversaciones, prolífica como pocas, re­cibió numerosos premios. Con su novela "Jugo de mango" (Emecé 1988), obtiene la beca Fullbright para concurrir al Interna­tional Writing Program en la Universidad de Iowa (Estados Unidos). En 1994, la Se­cretaría de Cultura de Rosario edita "Téc­nicas de supervivencia" y ese mismo año también aparece su novela "Prodigios" (Lumen, Barcelona). "Es un libro atípico -contó-; dije que se podía escribir por en­cargo e incluso contra una misma. Si una no adquiere el oficio de escribir lo que se te encarga, es porque no servís para mucho". En 2000 aparece "Cómo trunfar la vida", ocho cuentos con estilo y temática cuasi detectivescos que fueron bien recibidos por la crítica. Dos. tarde años más aparece la novela "Doquie” protagonistas son mujeres de "amar" y en el 2003 "Historias de mi madre”(Emecé). Este libro está escrito en forma de diario y la trama se construí remolino de recuerdos en el que mezclan la biografía personal con la literatura. Posteriormente se publicaron "Cien islas” (Fundación Ross, 2004) y "Tumba de jaguares" (Emecé 2005). El año pasado publicó "Querido amigo", su primera novela completamente epistolar y con rasgos eróticos. En una de las present este libro dijo: "Escribo porque : este mundo, quiero otro”

*Fallleció el 5 de febrero 2022 a los 93 años

Fuente: Extraído de la “Revista del diario La Capital” Aniversario 140 años de 1997.-

viernes, 25 de febrero de 2022

Dos nombres relevantes





Por Rafael Ielpi



Dos nombres pueden ejemplificar de manera, définitiva lo que bien podrían ser los exponentes más relevantes de la llamada Generación del 50", ambos hoy con un reconocimiento que excede holgadamente los límites de nuestra ciudad: Aldo Francisco Oliva (1927), y Hugo Padeletti (1928), creadores de dos poéticas de rigurosidad formal, despojadas, pero de compleja indagación en temáticas diferentes, pero ambas de notable calidad.

Graduado en Filosofía, disciplina que estudiaría en Rosario, en la recién organizada Facultad de Filosofía y Letras (donde trabajara como bibliotecario), y después en la Universidad de Córdoba, estuvo ligado ya en sus años juveniles a algunos de los exponentes de la Generación del 40, como Arturo Fruttero, cuya obra sería uno de los primeros en analizar y valorar.

La obra de Padeletti que incluye "Poemas" (1959), "Doce poemas" (1979), "Poemas" 1960-1980, "Parlamentos del viento" (1990) y "Apuntamientos en el Ashram y otros poemas" (1991), impregnada de un misticismo que en sus libros iniciales abrevaba en fuentes diversas como San Juan de la Cruz, Rilke o Rabindranat Tagore, iría acercándose cada vez más, en su producción contemporánea, a una experiencia no intelectual, con mucho mayor vinculación con la inmediatez de lo cotidiano: La poesía/ se realiza queriendol y sin quereri Golpeas! en esta costa/y se forman arenas/ en la otra.

De ese modo su poesía, refinada y contenida en lo formal, se hizo mucho más abarcativa, sin localismos, hasta ubicarlo en la actualidad, para buena parte de la crítica, entre los mayores poetas argentinos. Juan José Saer resumiría en 1989: Reflexiva y coloquial, la poesía de Padeletti se obstina desde hace más de treinta años en la pa-Sión delicada aunque firme de lo real, el enigma sereno de las cosas, la irrupción clara del presente que al mismo tiempo aterra, deslumbra y apacigua. Radicado en Buenos Aires desde hace casi dos décadas, continúa gestando, paralelamente, una obra plástica de señalados valores.

Aldo F. Oliva, en cambio, publicaría recién su primer poemario "César en Dyrrachium", en 1986, casi a los 50 años, al ganar el Premio Manuel Musto instituido por la Municipalidad de Rosario. De ese modo reuniría en un libro algunos poemas conocidos en revistas como "Pausa" o "El arremangado brazo", en los inicios de la década del 60, con otros posteriores y la extensa traducción "fragmentaria y relativamente libre", afirmaba el propio poeta, de "De belle civile", del Libro VI de la Pharsalia de Lucano, seguida de una segunda parte ("Ah-ter") que; señala J.B. Ritvo, "es la otra manera, el otro modo en que el poeta puede leer hoy la trama del poema antiguo, cuya narración, trunca por la muerte de Lucano, refiere las luchas civiles entre César y Pompeyo".

Ese primer y demorado libro daría a Oliva un inicial, reconocimiento de la crítica, (postergado por la escasa difusión de su obra y su carácter de prácticamente inédita), que se consolidaría con la aparición de "De fascinatione", publicado en México, en el que se reunieron los poemas de su hasta entonces único libro con una también breve producción ulterior. Pero sería en el año 2000 con la publicación de "Ese general Belgrano" que su poesía, sin desprenderse de su compleja indagación, de la erudición que poblara siempre de alusiones, referencias y citas sus textos (exteriorización de su amplia y totalizadora formación cultural comenzada ya mucho antes de la finalización de sus estudios de Letras en Rosario, de cuya universidad fuera profesor) y de su conexión permanente con la realidad y su tiempo, alcanzaría su culminación, en especial con el extenso poema que da título al libro.

El texto aludido, una indagación acerca de una de las figuras más singulares de la historia argentina, revela asimismo las interrogaciones de un poeta que es además, en su caso, un intelectual preocupado de manera consecuente, desde su ideología marcada por un marxismo heterodoxo, por el devenir histórico, tanto como por el país y sus avatares: Tal vez algunos, que se decían/ solidarios de la Revoluciónj marcaron mi ruta comol un plural designio de este día gramal de corpúsculos que mi ser asumió, reflexiona Belgrano a través de Oliva, para sugerir que la Revolución, que algunos pensamos fundaría una Patria, fue iluminándose/de la furia (a veces tácita) del tenebrosas contraposiciones-.

A la misma generación, aunque un poco mayor y con una obra asimismo ceñida en lo formal pertenece Beatriz Vallejos (1922), quien luego de sus libros iniciales "Alborada del canto" (1945) y "Cerca pasa el río" (1952), iba a sostener, desde 1960 al fin del siglo XX, una obra que iría del vitalismo y un compromiso de raíz humanista á un lirismo en el que lo cotidiano ingresaría de modo natural, mientras su poesía alcanzaba en lo formal una síntesis que la emparentaba con algunas estructuras orientales como el ha¡-kau. Su obra: "La rama del ceibo" (1962), "El collar de arena" (1980), "Espiritual del límite" (1980), "Horario corrido" (1985), "Anfora de kiwi" (1985), "Pequeñas azucenas en el patio de marzo"(l 985), "Lectura en el bambú" (1987), la ubican sin duda entre las voces más reconocidas del período. Santafesina de origen, Vallejos residió desde la década del 40 en Rosario, donde como Padeletti, desarrolló una simultánea experiencia plástica; actualmente reside en Rincón, donde cerca pasa el río.

Ciudad de poesía

La Generación del 60 estaría integrada por quienes, nacidos entre 1930 y 1940 y entre 1940 y 1950, coincidirían en la elaboración de obras de distintas características que señalaron, incluso fuera de Rosario, la capacidad de la ciudad para generar valiosas experiencias poéticas. En ese primer grupo se agrupan Lydia Alfonso (1928), con una temática de compromiso social en "Tiempo compartido" o "Itinerario del grito", ambos de 1967; Guillermo Harvey(1931-1982), de atormentada vida y con una obra de indagación permanente sobre el hombre y la creación poética, y Rubén Sevlever (1932), también exponente de un rigor formal y de un ordenamiento del lenguaje donde lo cotidiano cede lugar a una indagación casi filosófica.

Estrictos contemporáneos de los anteriores y asimismo reconocidos son Alberto C. Vila Ortiz (1935), también de valorada trayectoria en el periodismo, cuya poesía transitaría un itinerario que iría, señala D'Anna, desde las iniciales "alusiones surrealistas y cierta desorganización lingüística" a una sincera y muchas veces coloquial aproximación a lo cotidiano; ambas etapas visibles, por ejemplo, en "Poemas", (1961), "Poemas y maderas" (1992) o en "Los poemas de Philip Marlowe" (1993); Armando Raúl Santillán (1935), cuya obra rescata asimismo la cotidianeidad a través de la memoria del pasado como en "Diario de un adolescente" (1967)0 "Retrato con persona adentro" (1982); y Orlando Calgaro (1939-1986), en el que el firme compromiso de modificación de la realidad sostenido desde lo ideológico, visible en "Los métodos" (1970), "Además del río" (1972) y "La vida en general" (1974), darla lugar a una válida visión lírica de paisajes para él entrañables en "El país de los arroyos", (1979).

Al segundo grupo pertenecen, entre otros, Beatriz Pozzoli (1940), Rubén Plaza (1946), Hector Roberto Paruzzo (1944), Carlos Piccione (1945), con una poesía de despojamiento formal; Alejandro Pidello (1947), Guillermo Ibáñez (1949), también ejercitando una síntesis formal que caracteriza su poesía desde "Tiempos" (1969) e "Introspección" (1970) a "Los espejos del aire" (1990); y tres voces femeninas que deben ser destacadas: Celia Fontán (1946), de hondo lirismo en "Hijas del mar" (1981)0 "Los habitantes de Valdrada (Premio Municipal Manuel Musto en 1989); Concepción Bertone (1947), atenta a la presencia de lo cotidiano en "El vuelo inmóvil" (1983), y en especial Mirta Rosenberg (1951), en cuya poesía se aúnan, valiosamente, otra vez lo cotidiano con refinadas incorporaciones culturales, como en "Pasajes" (1984)y "Madam" (1988): rueda la edad, canta la alondra ye! leve maquillaje! en las mejillas ha cobrado una espesura/de mitad de la vida que adelantaiSerá el recelo de la mala figura o la blusa candQrosaj olanes y satines de la vejez pasada?

Cuatro poetas de estricta contemporaneidad y características diferentes deben ser señalados en especial por el reconocimiento a su obra: Hugo Diz (1942), Jorge Isaías (1946), Eduardo D'Anna (1948) y Héctor Píccoli (1950).

Hugo Diz edita su primer libro al filo de Io. años 70, con textos de un visible compromiso, rastreable en "El amor dejado en las esquinas", de 1969 y "Poemas insurrectos" de 1971 y en "Algunas críticas y otros homenajes" (1972) y "Contradicciones" (1973). Una impronta irónica que se sostendría como un signo (y que es asimismo advertible en la poesía de D'Anna) y algunas experimentaciones con el lenguaje son asimismo características de su producción posterior: "Historias veras historias" (1974), "Manual de utilidades (1976), "Canciones del jardín de Robinson (1983), "Las alas y las ráfagas" (1986) y los últimos poemarios "Balada para Marie" (1988) y "Ventanal" (1990), sin renunciar por ello, muchas veces, a un hondo lirismo: Caías entonces, exhausta entre las fibras,l sobre los ecos, cerca, cada vez más cerca/ de las incertidumbres y los alumbramientos.

Jorge Isaías, en cambio, ha concretado una obra en la que prima casi con exclusividad la poetización de elementos entrañables de su propia historia personal, desde la recuperación del terruño (es nacido en Los Quirquinchos, en el sur santafesino) a sus personajes y desde la gesta inmigratoria a los afectos y la melancólica recuperación del "tiempo perdido". Esos elementos están presentes en "La búsqueda incesante" (1970) tanto como en libros como "Oficios de Abdul" (1975), su "Crónica gringa" (1976), obra reeditada y aumentada con nuevos poemas, "La memoria más antigua", "Pintando la aldea" (1989) o "El fabulador y otras sepias" (1990).

Eduardo D'Anna, con puntos de contacto con Diz en lo que hace a un uso módico pero efectivo de la ironía e incluso del humor en su poesía, trabaja sobre lo cotidiano pero decantado éste a través de una sensible búsqueda en el territorio del compromiso, en algunós casos, y en la reflexión acerca de la propia creación poética y de la condición humana, en otros. D'Anna, el primero en emprender la tarea de investigación y crítica del quehacer literario en la ciudad en su valioso estudio "La literatura de Rosario", tres tomos publicados entre 1991 y 1992, inicia una valiosa trayecto-ría çreadora con "Muy muy que digamos" (1967), al que seguirían "Aventuras con usted" (1975), "Carne de la flaca" (1978), "A la intemperie" (1982), "Calendas argentinas" (1986), "Los ro-los del mar vivo" (1986) y "Obra siguiente" (1999), que reunió cuatro poemarios inéditos. Singular es, mientras tanto, la poesía de Héctor Píccoli, una experiencia creativa sostenida en una cultura refinada, en la que se unen la indagación sobre lo artístico y las búsquedas formales: "Y reiteras a tu vez: "aquel en/ que la víspera no amainel será el único, el madurado día"." Agraz de vosj lo inmóvili Junto al nadie de tu sien un rubro arde. Su obra, breve, no ha impedido su reconocimiento, sobre todo a partir de la publicación de "Si no a enhestar el oro oído", en 1983.

Un nombre que no debe ser omitido es el de Francisco Gandolfo (1921), quien es cronológicamente anterior a todos los mencionados pero que publica su primer libro "Mitos" en 1968. Uno de los fundadores de la recordada "El lagrimal trifurca", en su poesía, de indudable originalidad, está también, en parte, presente una visión irónica del mundo, en obras como "El sueño de los pronombres" (1980), "Plenitud del mito' (1982), "Poemas joviales" (1977), Presencia del secreto" (1987)y "Pesadillas" (1990) "Las cartas yel espía" (1992)" y "Versos de un jubilado" (1999). Sus hijos Elvio Gandolfo, con una obra poética que se conociera en revistas de la ciudad y Sergio Kern (1954), autor de "Escuchen" (1982), deben ser incluidos entre los poetas del período.

Una nómina que admite necesariamente omisiones por la brevedad de un fascículo, debe contener otros nombres como los de Lina Macho Vida¡ (1930), Susana Valenti (1943), Felipe De Mauro (1947), Malena Cirasa (1948), Humberto Lobbosco (1948), Enrique Diego Gallego (1951), Reynaldo Uribe (1952), Rafael Bielsa (1953), con "Palabra contra palabra", o "Cerro Wenceslao"; Guillermo Thomas (1953), Ana Victoria LovelI (1953), Eduardo Valverde (1955) y la última generación de poetas como Daniel García Helder (1961), con el "Faro de Guereño" o Martín Prieto (1961), con "Verde y blanco"; Eugenio Previgliano (1958), con "Poesía de cuarta" (1981), "Algunos poemas, ciertos autores" (1982), "Los territorios de Bibiana y otros lugares" (1994), quien dirigiera con Prieto, durante cinco años, en pleno Proceso Militar, la "Hoja mensual de poesía"; Reynaldo Sietecase (1961), con "Cierta curiosidad por las tetas"; Sebastián Riestra (1963), con "El ácido en las manos"; Gabriela De Cicco (1965), con "Jazz me blues"; Verónica Montenegro (1969), con "Cuerpos enmarañados" y algunos más jóvenes aún como Lisandro González (1973), entre otros, con "Esta música abanica cualquier corazón" y "Leña del árbol erguido".


Los laberintos de la prosa



Los cuarenta años transcurridos entre 1960 y el fin del siglo XX, los mismos que fueron de la vieja máquina de escribir a la computarizada procesadora de textos, afirmarían como en el caso de la poesía, la presencia de una narrativa rosarina sostenida en algunos escritores y escritoras que alcanzarían con justicia una dimensión nacional y un indudable reconocimiento de la crítica.

En el caso de los prosistas, la mención de Jorge Riestra, Héctor Sebastianelli, Alberto Lagunas y Juan Martini es sin duda justiciera del mismo modo que lo es entre las narradoras consignar a Angélica Gorodischer, Ada Donato, Noemí Ulla y María Elvira Sagarsazu, como nombres, todos ellos, relevantes en el período, a través de una obra tan heterogénea como valiosa.

Autor de una reducida producción Jorge Riestra (1928) bien merece ser destacado como el narrador rosarino más importante del período 1960-2000, con una producción que, iniciada en los finales de la década del 50 con "El espantapájaros" (un ejercicio de clara influencia faulkneriana), iba a inclinarse en sus novelas y volúmenes de cuentos posteriores hacia un realismo basado en una personal utilización del lenguaje narrativo, en el acercamiento a los tonos de un estilo coloquial y en el protagonismo de los paisajes, sitios y personajes de una geografía reconocible: la de la ciudad. Y dentro de ella, el ámbito distintivo de los cafés y salones de billares, con sus códigos austeros, sus fidelidades y el entrecruzamiento de menudas historias, con sus esplendores y oquedades.

Esa temática constituiría el núcleo de su novela "Salón de billares", ganadora del concurso nacional organizado por Fabril Editora (1960), de "El taco de ébano" (1962) de algunos textos de "Principio y fin" (1966) y de "A vuelo de pájaro" (1976). Del mismo modo que se integrarían a ese mundo narrativo, la infancia, las relaciones afectivas y el entrañable paisaje de los barrios.

"El opus", publicada en 1986, que mereciera el importante Premio Nacional de Novela, iba a significar además de ese importante galardón literario, un hito en la obra de Riestra. Una a veces apabullante cantidad de alusiones culturales y literarias de todo tipo recorre el texto, que finge ser el diario del apócrifo escritor dinamarqués Isak Denisen. Luis Gregorich la definía: Novela a la vez experimental y realista, paródica y coloquial, popular y culta, El Opus es ante todo una Suma no teológica sino narrativa de un espacio y de una práctica. El espacio, concreto e imaginario, es el de la Argentina planteada como improvisación, margen del mundo, imposibilidad; la práctica es la del escritor instalado, dramáticamente, en ese espacio.

El crítico señala a "Adán Buenosayres" y "Rayuela" como parámetros necesarios para aludir a "la monumentalidad expresiva y a la audacia creadora" de la novela. En los pastiches y retazos de lenguajes callejeros, en la amorosa e irónica reconstrucción de los ámbitos urbanos (Rosario, Buenos Aires), en las pasiones de la lectura y la escritura que siempre ocupan el lugar de la Pasión, El Opus despliega el drama y la comedia del escritor argentino y del escritor en general poniendo en cada palabra la carga de riesgo y rigor que este hermoso oficio reclama, afirma Gregorich.

Sin la carga cultural que forma parte intrínseca de "El Opus" y con menor rigor en el trabajo con el lenguaje, Héctor A. Sebastianelli (1926-1998) debe ser recordado sin embargo por su aporte a una narrativa de carácter realista, estrechamente vinculada a la temática de los sectores más humildes y con una fuerte connotación política.

Esa tendencia al realismo, que se había explicitado en "La venta de la casona" (Premio Municipal Manuel Musto en 1986) se patentizaría aún más en "La rebelión de la basura" (1988), argumentalmente estructurad (al igual que en dos antecedentes valiosos como "Las colinas del hambre", de Rosa Wernicke y "Villa Miseria también es América", de Bernardo Verbitsky) sobre una lacerante realidad: la dejas villas miserias rosarinas y, en este caso, la de uno de los asentamientos más conocidos, el de "Villa Banana". En esos textos, muchas de las historias cotidianas de los hombres y mujeres de la villa son reflejadas en algunos casos priorizando la crítica de tipo político sobre la propia literatura. Sebastianelli, que también ejerciera el periodismo, reuniría asimismo en "Relatos imposibles" una serie de cuentos vinculados estrechamente a la ciudad y a su pasado cotidiano.

En el mismo período, publica también su obra Alberto Lagunas (1940), nacido en San Nicolás, pero radicado en Rosario desde su ingreso a la Universidad. Su obra es sin duda, la antítesis del realismo casi periodístico de Sebastianelli, ya que la misma se adscribe mayoritariamente en lo fantástico, con una cuidada escritura que estaba presente ya en su libro inicial "Los años de un día", publicado en 1967 por la recordada Biblioteca Constancio C. Vigil.

Similares cuidados estilísticos e igual dosis de imaginación serían notorios en "El refugio de los ángeles" (1973) tanto como en "La travesía" (1974), "Diario de un vidente" (1980)y "Fogatas de otoño" (1984), en los que su narrativa atraviesa más de una vez la línea que separa la literatura psicológica de la fantástica. Lagunas ha incursionad.asimismo en la poesía con "Cantos olvidados" (1999).

Narradores de temáticas disímiles, con diferencias generacionales que van desde Juan Carlos Lier, nacido en 1907 a Roberto Barcellona, de 1948, pueden asimismo consignarse por su obra entre 1960 y 2000; son los casos, entre otros, de Alberto Campazas (1922), con "Un hombre como tantos", de 1988; Osvaldo Seigermann (1930), con "La muerte de una dama", de 1961 y "Todo puede ser peor", de 1971; Ariel Bignami (1934), con-"El momento de la verdad, de 1964; y Rubens Bonifacio (1937), autor de "Chau Rodolfo" (1972) y "Paren el mundo" (1990).

Un párrafo especial merece Juan Carlos Martini (1944), que publicaría sus primeros libros, los iniciales "El último de los onas" (1969) y "Pequeños cazadores" (1972) y los posteriores "El agua en los pulmones" (1973) y "Losase-sinos las prefieren rubias" (1974), estos dos fuertemente vinculados a la novela policial, la llamada "novela negra", y "El cerco" (1977), en Rosario.

Su posterior radicación en España, entre 1975 y 1984 y su regreso al país ese ultimo año, en el que fija residencia en Buenos Aires, coincidirían con la aparición de su obra de madurez, que lo ha colocado en la actualidad entre los grandes narradores argentinos: "La vida entera" (1981), "El fantasma imperfecto" (1986), "La construcción del héroe" (1989), "El enigma de la realidad" (1991). "La máquina de escribir" (1996). Su última producción, firmada como Juan Martini, ha merecido reconocimientos elogiosos como los de Osvaldo Soriano: Una novela veleidosa y dura como el diamante y Héctor Bianciotti: Martini tiene el don de captar las sensaciones adormecidas que yacen en el fondo del cuerpo y del alma entremezclados; y de hacer remontar a la superficie los fantasmas y los deseos de perderse en un goce físico sin término, deseos próximos de aquellos que conducen al crimen o al suicidio, ambos juicios referidos a "La máquina de escribir".

Acerca de "La vida entera", que tiene a Rosario como su innominada protagonista, coincidirían en el elogio Juan Carlos Onetti: Es excelente ye! autor pertenece a esa raza, que considero no alejada de la extinción, de los que nacieron para novelar, y Julio Cortázar: ¿ Tienen razón quiénes siguen pretendiendo que la realidad sólo puede reflejarse en la literatura a través del realismo? Si nunca lo creí, hoy lo creo menos todavía, porque este libro es una de las traches de vie más intensas que un escritor argentino haya extraído de un sector mayoritario de nuestra realidad.

Manuel López de Tejada, por su parte, bien puede ser incluido entre los narradores de los 90 de mayores méritos, ya desde su libro inicial "Simulacro", que obtuviera el Premio Manuel Musto 1987. Con la publicación de"La mamama" y "La culpa del corrector" (1999), se afianzaría el positivo juicio de la crítica sobre su obra. Asimismo interesante es la aún escasa pero promisoria producción de Patricio Pron (1975), con sus libros iniciales "Hombres infames" (1997) y "Formas de morir" (1998), ambos premiados, que lo señalan como uno de los jóvenes escritores más personales de la última generación.

Ciudad de narradoras

La obra de Angélica Gorodischer (1928- 2022), más extensa que la de Riestra, ha merecido como la de éste un destacado reconocimiento crítico fuera de Rosario, aun con temáticas muy diferentes, ya perceptibles desde sus iniciales "Cuentos con soldados", de 1965 y "Las pelucas", tras los que comenzaría a ingresar en el territorio de lo fantástico a través de los marcos de la ciencia-ficción, ámbito de buena parte de su producción posterior: "Opus dos" (1967), "Bajo las jubeas en flor" (1975), "Casta luna electrónica" (1977), "Mala noche y parir hembra" (1983) y "Kampa Imperial" (1983). La realidad cotidiana ingresa a ese marco a través de la incorporación de la ciudad como protagonista de "Trafalgar" (1979) o de la ulterior "Las Repúblicas" (1991).

Gorodischer, cuya obra es conocida en Estados Unidos, adonde viaja regularmente para el dictado de conferencias, ha utilizado asimismo en sus textos, como un ingrediente adicional pero no por ello menos interesante, el humor y la ironía, siempre al servicio de la trama narrativa: Los periodistas se abalanzaron, los diplomáticos hicieron señas, disimuladas creían ellos, a los portadores de sillas de manos para que estuvieran listos para llevarlos a sus residencias en cuanto hubieran oído lo que ella tuviera que decir, los espías sacaron fotos con sus máquinas ocultas en los botones de la camisa o en las muelas del juicio, los viejos juntaron las manos, los hombres se llevaron los puños al corazón, los chicos saltaron, las jovencitas sonrieron.

También ha ingresado a su narrativa elementos y esquemas paradigmáticos de dos géneros durante mucho tiempo injustamente menospreciados por buena parte de la crítica como ocurriera con la ciencia-ficción: la novela policial y la novela de espionaje. A esas temáticas y a la etapa más reciente corresponden sus novelas "Jarrones de alabastro, alfombras de Bokhara" (1985) y "Jugo de mango" (1988). Esta ultima, apunta D'Anna, es "prácticamente una parábola política, formulada, sin embargo, de una manera muy diferente a lo que hubiere hecho un autor del compromiso".

También con un merecido reconocimiento nacional, Noemí Ulla (1933) se cuenta entre las narradoras rosarinas más valiosas aunque buena parte de.su obra se publicaría luego de su alejamiento de la ciudad y de su radicación en Buenos Aires. Sin embargo, su novela "Los que esperan el alba", premio de la Dirección Provincial de Cultura (1961) debe ser señalada como el primer intento de reflejar las expectativas y frustraciones de una generación, la suya, en una ciudad donde, en los 60, aún era posible la bohemia tanto como el compromiso ideológico, el estudio universitario y el ejercicio de la literatura.

"Tango, rebelión y nostalgia" (1968), un ensayo exhaustivo sobre la letrística del género, le permitiría la concreción de un ensayo valioso sobre la temática de aquél, desde los roles de la mujer a la guapeza machista y desde la sacralización del barrio a la mitología del arrabal. Con mucha similitud con su novela inicial, en la permanente indagación acerca de individuo y su entorno y la necesidad de participar comprometidamente en la modificación de la realidad, serían sus libros posteriores; "Urdimbre" (1981) y "Ciudades" (1983). "El ramito", de 1990, una novela breve, de límpida escritura y donde otra vez

Rosario es la escenografía del relato, iba a ratificar a Noemí Ulla como una narradora de altos valores. Paralelamente, desarrollaría una también reconocida tarea como crítica (es egresada de la Carrera de Letras de la entonces Universidad Nacional del Litoral, de Rosario), con trabajos sobre Silvina Ocampo, la revista "Nosotros" y otros.

Contemporánea estricta de la anterior, Ada Donato (1933) obtendría con su primer libro, "Eleonora que no llegaba" el inmediato interés de críticos y lectores, luego de que el mismo obtuviera el tradicional Premio Emecé de novela en 1964. La misma temática (personajes femeninos conflictuados por la relación familiar, los vínculos sentimentales, el compromiso, las diferencias sociales y culturales en la pareja, la sexualidad) estaría presente en "El olor de la gente" (1965) y "Cristina y la luna de agua" (1967), finalista del concurso de la Editorial Monte Avila, de Caracas (Venezuela), en tanto "El destiempo", de 1985, participa de buena parte de esos elementos, con apelaciones al devenir de los hechos políticos e históricos de esos años. La última de sus novelas (una cruel enfermedad interrumpiría su carrera literaria) sería "De cómo se amaron Salvador y la Celeste" (1989), que obtuvo otra valiosa distinción: el Premio Clarín-Aguilar, otorgado por Mario Benedetti, Enrique Molina, Augusto Roa Bastos y Héctor Tizón.

D'Anna escribe a propósito de la obra: Hay varios protagonistas en vez de uno solo, pero realismo y compromiso ya no son antagónicos: estos muchachos de barrio, que tendrán destinos tan opuestos como abogado, hombre de negocios, prostituta, músico ambulante, etc., hablan como estudiantes universitarios; corresponden más bien a la generación de la autora que a sus edades reales. Los jurados, por su parte, fundaron su elección de la obra por su nivel literario, su permanente interés narrativo y el retrato entrañable de sus personajes.

María Elvira Sagarsazu puede ser destacada, justicieramente, entre las narradoras más originales e interesantes de la década del 80, con un importante aval crítico fuera de Rosario, tal como ocurre también con algunos de los anteriores.

Sus tres novelas: "Lucía Soledad, la comandante" (1985), "El imposible reclamo de la eternidad" (1987) y "La conquista furtiva" (1991) no tienen, como en el caso de la mayoría de los nombrados antes, a la ciudad como escenario. D'Anna resalta en forma expresa esa circunstancia al señalar que resulta significativo comprobar que la narrativa influida por el realismo mágico que florecerá poco después, no busque lo urbano (local o general) como ámbito.

A Patricia Suárez, sus libros "La historia de Mr. Gallagher", "Mi gato y Mariel y yo" y "Namús", los tres de 1997, "Aparte del principio de la realidad" (1998), "Rata paseandera" (1998), y "La italiana y otros cuentos" (2000) la ubican sin duda entre las escritoras más personales de los 90. Sobre ella Diego Gándara afirmaría, en una de las tantas críticas positivas acerca de su obra, que ha obtenido además varios premios literarios: "Lejos de reconocerse como heredera de ese fenómeno editorial llamado literatura femenina, Patricia Suárez se ubica dentro de una tradición más literaria donde brillan escritroras como Djuna Barnes, Eudora Welty o Carson McCullers".

También del período son escritoras como Luján Carránza, con libros como "Pájaros de ceniza" (1966)0 "La bolsa de sal" (1968) entre otros; Carmelina de Castellanos; Alma Maritano; Susana Valenti, Gabriela Maiorano y Gloria Lenardón (1945), con su excelente y premiada novela "La reina mora".

La crítica y el ensayo

El comienzo de los 60 estaría signado, en lo que refiere a la crítica, el análisis literario, la investigación histórica y el ensayo, por la relevancia de la en- tonces Facultad de Filosofía y Letras, en la que dictarían cátedras (e incluso serían decanos de la misma, entre 1958 y 1966) dos intelectuales prestigiosos: el hoy respetado historiador Tulio Halperín Donghi y el crítico Adolfo Prieto (1928), a los que se sumaría, hasta el golpe de Onganía en 1966, una larga serie de relevantes profesores, algunos de ellos europeos, arribadós como consecuencia de la II Guerra Mundial.

Sería en la mencionada Facultad donde Prieto (integrante en los 50 del grupo que diera origen a la revista "Contorno", un hito en la cultura argentina) impulsaría la tarea del Instituto de Letras y la inmediata aparición del "Boletín de Literaturas Hispánicas" y de una serie de publicaciones. Tanto en uno como en las otras, publicarían sus primeros trabajos de investigación Aldo Oliva, Rosa Boldori y Marta Scrimaglio a la vez que pertenecerían a la misma generación críticas prestigiosas como Josefina Ludmer y María Teresa Gramuglio. En ese ámbito se gestarían además valiosos trabajos como "El tema de la inmigración en la literatura argentina", de Gladys Onega y se concretarían importantes y pioneras investigaciones como "Proyección del rosismo en la literatura argentina", dirigida por Prieto y publicada en 1960.

Desde su cátedra de Literatura Argentina, Prieto impulsaría además un importante interés por el estudio y análisis de la misma y de la literatura latinoamericana, a través de la presencia de profesores invitados como David Viñas, Angel Rama, Noé Jitrik e intelectuales como Eliseo Verán, León Rozitchner.

En Rosario publicaría Adolfo Prieto "Literatura argentina y subdesarrollo" (1968), al que antecederían "La literatura autobiográfica argentina" (1962), y "Antología de Boedoy Florida" (1964). En 1974, para la Editorial Biblioteca, dirigiría la recordada colección "Conocimiento de la Argentina", prologando "Prosas y oratoria parlamentaria", de José Hernández, "Las multitudes argentinas", de Ramos Mejía y dos recopilaciones: "Los años de la emancipación política" y "Las guerras civiles. El rosismo", con una antología de textos de protagonistas de la historia argentina como Vieytes, Castelli, Lamadríd, Paz, Ferré, Iriarte y otros.

Prieto se radicó en Estados Unidos en la década del 70, para dictar cátedras en universidades de dicho país, regresando a Rosario en los 90 cuando a sus iniciales trabajos "Borges y la nueva generación" (1954), "Sociología del público argentino" (1956), y a los mencionados precedentemente había sumado otros, exponiendo siempre la clara comprensión de textos, autores y momentos históricos, la honestidad intelectual y el rigor crítico que lo califican como uno de los nombres insoslayables de la cultura argentina, a despecho de su proverbial humildad.

En el mismo ámbito iniciaría su reconocida trayectoria crítica Nicolás Rosa (1939), desde "Crítica y significación" (1970) y algunos trabajos sobre poetas rosarinos como Héctor Píccoli, a libros como "Los fulgores del simulacro" (1987), "El arte del olvido" (1990), "Artefacto" (1992), "La lengua del ausente" (1997) o "Políticas de la crítica" (1999). Rosa ha sido y es docente de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR y un permanente generador de nuevas investigaciones desde la misma.

También estarían estrechamente vinculados a esa casa de estudios varios de los críticos del período: entre otros, Eugenio Castelli (1931), desde el inicial "Tres planos de la expresión literaria latinoamericana" (1967); Edelweiss Serra (1923); y los vigentes Inés Santa Cruz y Roberto Retamoso.

De ese modo, entre 1960 y el final del siglo XX, Rosario consolidó, en el ámbito de las letras, un protagonismo que ha excedido sus propios límites, más allá de los períodos autoritarios, las estrecheces económicas y la falta de apoyos permanentes a la tarea intelectual o a lainvestigación. En esos 40 años, muchos de los nombres citados ganarían prestigio y reconocimiento nacional, obtendrían valiosas distinciones y ejercerían influencia positiva sobre las nuevas generaciones; la poesía rosarina sería valorada y estudiada y la ciudad concretaría un festival anual de poesía que convoca a auditorios insospechadamente nutridos y a figuras relevantes del país y de otros países. No es un balance menor.

Fuente: Extraído de la Revista del diario La Capital “ La Vida Continua “ ( 1960-2000)

martes, 22 de febrero de 2022

La leyenda de las peñas

Por Rafael Ielpi


Los santuarios del folklore

Las módicas diversiones y entretenimientos de los rosarinos entre 1940 y 1960 comenzarían a ostentar otras característicás a partir de esta última década y hasta el festejado final del tercer milenio y del siglo XX. De ese modo, por ejemplo, los bailes populares en los clubes de barrio iban a ir perdiendo poco a poco su relevancia para la juventud, atraída por otras ofertas, entre las que se destacarían en la ciudad el auge de las peñas, un fenómeno de convocatoria que llegaría hasta la década del 80.

Aquellos locales dedicados al resguardo del folklore se convertirían en reales santuarios, austeros en su escenografías pero capaces de encender el entusiasmo que despiertan las chacareras, el vino y la amistad; refugio de universitarios, de espontáneos del canto y la guitarra, y de mujeres jóvenes, que en muchas peñas formaban parte del atractivo de la misma. Una parafernalia casi inocente para los rosarinos de hoy que habitan, es cierto también, una ciudad muy distinta a la de hace apenas tres o cuatro décadas atrás.

Cantores y guitarreros

Como ocurriera ya en las postrimerías de la década del 50, la música folklórica y lo folklórico en general, iban a tener una presencia decisiva en Rosario, a través de las peñas, reductos exclusivos de aquellos para quienes esas formas musicales eran no sólo entrañablessino casi insustituibles.

Aquella verdadera "fiebre folklórica" despertada por la consolidación del Festival de Cosquín y por la aparición de distintos intérpretes, conjuntos, músicos y poetas de enorme popularidad y paralela calidad artística, hizo que hombres y mujeres, en especial los jóvenes -pero sin desdeñar a un público maduro tan enfervorizado como ellos por zambas y chacareras- sintieran que tocar la guitarra y cantar era casi obligatorio. Y de ese modo, los espontáneos, que lo hacían en casas y reuniones privadas, comenzaron a hacerlo también en aquellas peñas donde no escaseaban ni las empanadas ni el vino de damajuana.

De ese modo las peñas, en especial entre 1960 y finales de la década del 80, albergarían por igual a músicos y cantantes en muchos casos reconocidos y a anónimos cantores y guitarreros, intérpretes de un repertorio que iría de Los Chaichaleros o los temas de Falú con letras de Dávalos o Castilla, en los 60, a los temas del Nuevo Cancionero, las llamadas "de protesta".

Si bien la nómina de estos locales puede incluir cómodamente los nombres de más de un centenar de ellos, no pocas peñas tuvieron una transitoriedad temporal que las ha sepultado en el olvido, aunque no ocurra lo mismo con las que, por sus anécdotas, su programación o su éxito siguen mencionándose en toda cronología del tema. José Luis Torres, contemporáneo de ese furor peñero, las define, ya en el siglo XXI, en su condición de testigo: Por lo general las peñas eran abiertas por gente joven que disfrutaba del folklore y quería saber qué era eso de tener un local propio y compartir las noches con artistas conocidos, a veces, y la mayoría no tanto... Por supuesto que el ingrediente femenino despertaba considerables expectativas, pero la mayor parte de ellas duraba poco tiempo, el necesario para comprender que no era tan brillante negocio como creían antes de abrirlas. La mayoría de sus propietarios las recuerda con nostálgico cariño y coinciden en que ninguno hizo guita con esos boliches, pero fue una época hermosa..."

Ese apogeo folklórico tendría también sus pioneros, como la peña del Centro Correntino, en Buenos Aires al 1200, regenteada por "El Rengo" Maciel, que funcionó entre 1954 y 1968 y que según un concurrente habitual tenía piso de tierra y/os domingos a la tarde se armaban unas bailan tas terribles, aunque la terminaron cerrando porque cada tanto aparecía un cuchillo o un mamado y el ambiente era bastante bravo; o el Centro Paraguayo, que en el mismo período, en Buenos Aires 1558, reunía a dos músicos destacadados: el pianista Raúl Quintana y el guitarrista Raúl Maldonado, posteriormente radicado en Francia, y a un cantor -de los muchos recordables- que animaría con admirable fidelidad al folklore salteño, las innumerables peñas rosarinas: Jorge "El Mono" Imperiale.

Este sería propietario de otra de las fundadoras, la primigenia La Salamanca, en Mendoza e Italia, inaugurada en 1961. "El Mono" recuerda algunos avatares exclusivos de ese tipo de reductos: Era peña y parrilla, así que era bastante común que alguno entrara el viernes a la noche a la peña, se quedara amanecido hasta la mañana, se quedara a comer el asado del mediodía y siguiera la guitarreada. El "Petiso" Domínguez, por ejemplo, cuando se cansaba, se iba a dormir abajo de! mostrador. Y así nos sorprendía el domingo, aunque un poco más cansados, hasta que abandonábamos a la tarde...

De los años finales de los 50 y hasta mediados de los 60 serían asimismo La Trasnochada, en Necochea al 1600; El Arriero, de Adela González, en San Luis y Avenida Francia, y en especial La Tasca, en Pasaje Zavalla 1152, -donde era presencia inevitable el polifacético y talentoso Raúl Rasmussen, actor y cantante inolvidable- un sótano que entre 1960 y 1965 iba a ser uno de los más populares y concurridos por una clientela que incluía a músicos profesionales, universitarios y, en general, lo que hoy se llama un target de un nivel superior al de otras que, como El Fogón de los Amigos, en Nuevo Alberdi o Mi Estancia, en Sorrento 398, convocaban a un público mucho más popular y también más heterogéneo.

El 7 de Línea, en Cortada Ricardone 61 sería, tal vez, en 1959, la primera con las características distintivas de las peñas ulteriores y quizás por eso mismo una de las más recordadas, a la que se promocionaba como "Pulpería". El local seguiría cobijando entre 1967 y 1968 a otra peña, recordable por su pintoresco nombre de El Chancho Rengo, y cuyos dueños eran el por entonces popular "Querubín" y Osvaldo Invaldi. Afirman testimonios coincidentes que el lugar era famoso por los estofados de gato que se preparaban los días de semana, que al decir de algunos comensales eran exquisitos. Al dudar más de uno del pretendido origen de los manjares, la exhibición de los cueros todavía frescos despejaba cualquier incertidumbre... Al cerrar el "7 de Línea" gran parte de su clientela emigraría a "La Tasca" portando la antorcha del folklore.

Entre 1965 y 1970 eran otros los ámbitos donde se consideraban obli gados el vino de damajuana, las empanadas, los tamales, el locro, la carbonada, la humita en chala y otros tesoros de la gastronomía popular argentina. Era el caso de Yasí Yateré, en la actual Galería Melipal, cuyo dueño, "Neneco" Villalba, un misionero, tendría la fortuna de que la pared principal de la peña, que por lo demás tendría una existencia breve, fuese pintada por quien sería, en poco tiempo, uno de los grandes artistas plásticos de la ciudad, que aunque nacido en Pergamino se consideraba él mismo un pintor rosarino: Juan Pablo Renzi.

La Cabaña, en Córdoba al 500, a mitad de cuadra frente al Monumento a la Bandera, de Luis Corniero -uno de los fundadores e integrantes del grupo "Contracanto"- y Guillermo Peralta, tenía como cliente habitual a Arnoldo Ross, uno de los grandes libreros de la ciudad, amigo de Dávalos y de Manuel J. Castilla, que visitaban Rosario con frecuencia..

Al mismo período corresponden El Tío Pancho, en Freyre entre Bvard. Rondeau y Agrelo; La Rueda, en Salta y Vera Mujica, con una obvia rueda de carro presidiendo la entrada al local y El Chaná, en Tucumán entre Ovidio Lagos y Callao, donde entre los cantores se mezclaría, hacia 1968, un joven bonaerense llamado Víctor Heredia.

Ya en 1970, las que sobrevivirían pocos años de esa década serían otras peñas igualmente memorables como La Yerra, en Corrientes entre Salta y Jujuy, La Blanqueada, de Alvear 771, de "Ti-ti" Coria y Gregorio Zeballos, uno de los grandes dibujantes rosarinos, que entonces ilustraría las paredes de su peña, y La casa de la abuela, entre 1966 y 1969 instalada en 10 de Mayo y Río-bamba, propiedad de Carlos Franolich, y a partir de ese año y hasta 1972 en Santa Fe al 500 casi esquina Buenos Aires, frente a la Municipalidad.

Contemporánea estricta de la anterior y de mayores méritos por su programación, sería A los caños, en Laprida 553, en el subsuelo de un edificio de propiedad horizontal, donde al levantar la vista el espectador podía observar las gruesas cañerías de descarga sanitaria pertenecientes al inmueble, y a veces escuchar -en mitad de un recital de tono intimista de Los Trovadores o el Cuarteto Zupay- alguna imprevista perturbación sonora debido a la inoportuna descarga de un desagote trasnochado.

Luis Comiera y Guillermo Peralta, propietarios de A los caños - junto con "Susi" Costa- desovillan casi treinta años después parte de la cronología de uno de los locales más importantes del ciclo de las peñas en la ciudad: Cuando pusimos el local modificamos algunas cosas. En ese tiempo, en las peñas la guitarra circulaba de mano en mano; nosotros le pusimos micrófonos a los cantores y les dimos un escenario, y eso los obligaba a tener un cierto nivel de calidad, a la vez que desalentaba a los maletas. Por otro lado, comenzamos a traer artistas de primer nivel todos los fines de semana, lo que nos dio la oportunidad de conocer infinidad de gente talentosa. La parte más jugosa, sin embargo, era cuando terminaba el espectáculo y se iba la mayoría de la gente: se cerraba la puerta a eso de las 4 y nos quedábamos guitarreando con los artistas y los amigos...

La peña ofrecería además propuestas distintas, como proyectar películas mudas con la música de fondo provista por dos músicos rosarinos de alta. jerarquía como el pianista Abel Pizzicatti y el violista Oscar Costa, o la organización, los domingos por la tarde, de reñidos campeonatos de truco, amenizados por un hirviente chocolate. Un incompleto repaso a la programación de la peña en esos años incluye nombres ilustres del folklore y la música popular como Los Chalchaleros, Los Trovadores, Mercedes Sosa o Jorge Cafrune, entre otros muchos, además de servir de escenario para grupos y solistas vinculados a Canto Popular Rosario.

En los umbrales del 60 y hasta los inicios de los años 70, la Peña Municipal ocuparía la antigua y hoy demolida Casa Tiscornia, aledaña al edificio del Correo Central. En el inmueble, la actividad principal se centraba en la época veraniega en un gran patio poblado de mesas y sillas de hierro, al que daban las tradicionales grandes habitaciones de ese tipo de viviendas finiseculares, en este caso con gradas para el público y los infaltables cantores y guitarreros.

Ya en la década del 70 y cuando los gustos musicales habían corrido el eje del gusto por el folklore a otras expresiones musicales, todavía las peñas sostenían su enfervorizada batalla en pro del folklore y sus expresiones. El rancho de Arsenio Aguirre, en Corrientes 1174, tuvo su momento de éxito como escenario de actuación de artistas profesionales, en un ámbito donde la guitarra no llegaba a manos de los concurrentes. La figura convocante era el anfitrión y su esposa Blanca Chazarreta y allí harían su iniciación profesional Perla Argentina y el que luego sería su esposo, un músico "chamamecero" llamado Antonio Tarragó Ros, hijo de uno de los artistas fundamentales del género: Tarragó Ros.

A la anterior se sumarían, El Brigadier, en 10 de Mayo y La Paz; Coquena, en 3 de Febrero 1155; El Cacique, en el mismo sótano que ocupara "La Tasca", propiedad del "Cacique" Nelson Moyano, que retomara la línea de las primigenias peñas de guitarreadas desplazadas entonces por las que imponían los espectáculos con profesionales, y La Taberna del Repecho, en Rioja casi esquina 10 de Mayo, donde memora José Luis Torres, había dos o tres guitarras y a veces sucedía que un cantor entonaba su voz y desde otra mesa un cantor intentaba taparlo o ignorarlo cantando otro tema; como cada uno tenía su barra de adherentes estas disputas se terminaban en ocasiones resolviendo el pleito a trompada limpia, en la subida o repecho de calle Rioja casi esquina 1° de Mayo.

Entre 1973 y ya entrados los 80, estos reductos folklóricos, siguieron teniendo vigencia aun sin el fervoroso auditorio de dos décadas atrás. De ese período merece ser mencionada A los yuyos, en Montevideo casi esquina Alem, cuyos guitarreros fijos eran Abel Arredondo y "Papi" Zarza y cuyo encargado de la barra era un peruano de nombre Víctor, recalado en Rosario por el fervor futbolístico que le generara la presentación de Rosario Central en su patria, participando en la Copa Libertadores de América. Fueron los propios jugadores los que lo incitaron a venir a la ciudad y ampararon su viaje. Víctor vivía, despachaba y cantaba en la peña y cuando el dueño, de nombre Arnoldo, se retiraba, quedaba a cargo del local.

Uno de los concurrentes habituales de "A los yuyos" recuerda: Estábamos cantando y llegaron unos tipos armados. Nos palparon de armas, se llevaron a las mujeres a otra pieza, las revisaron, y después nos dijeron que nos fuéramos porque iban a poner una bomba. Por supuesto que nos fuimos todos y a las pocas cuadras estalló la bomba. Otra vez, una madrugada en que los clientes amanecidos tardaban en irse, Víctor se quedó dormido sobre la barra, como era habitual. Los muchachos sacaron a la vereda las mesas y sillas, con botellas, vasos y ceniceros incluidos, cantaron un rato más y se mandaron a mudar, dejando todo afuera ante la sorpresa de algunas vecinas que barrían la vereda y no entendían nada. Victor seguía durmiendo, quizás soñando con un gol del Flaco Landucci. Tardamos un tiempo en volver a aparecer...

También sus anécdotas acumularía Casapueblo, que en 1974 funcionaría en Moreno 298 casi esquina Catamarca, de la que un peñero memorioso recuerda: Una vez estaban cantando Eduardo Lores y Roli Barraza, santiagueños y buenos cantores, que venían embalados en la introducción de una chacarera. En el momeno en que Rofi se acerca al micrófono para dar la voz de ¡Adentro!, se abre la puerta de Casapueblo y aparece furibunda la novia del cantor que lo andaba rastreando por las peñas. Sorprendido y espontáneo el cantor pegó el grito al micrófono con total franqueza, pero en vez de "Adentro", pronunció una palabrota frreproducible que podemos reemplazar piadosamente por algo así como iSonamos!, y los dos siguieron cantando lo más campantes ante el jolgorio de todos y la bronca de la prometida...

A los finales de los 70 y principios de los 80 pertenecen otra La Salamanca, de Montevideo al 1400, en el mismo local que ocuparía poco antes la Peña de Mapuche; esta última, de Miguel Bovalli y Cevasco, no debía su nombre a la etnia sureña sino a un perro de gran tamaño así apodado, que con su presencia contribuía a calmar los intentos belicosos de algún exaltado y cuidaba la casona cuando cerraba.

Del mismo período son La Viruta, en Buenos Aires y La Paz, inaugurada en junio del 77, de Dante Licaussi y Jorge Ossorio, el primero de ellos un excelente cantor, de nutrida barba, muerto muy joven en un accidente de tránsito. La Nochera, en San Luis al 500, de Victor De Biassi y una de las recordadas: La Peña de Pepe, en Salta al 1800, de "Pepe" Eguía, primero en la vereda de los números pares y luego en la de enfrente, con el "Gordo" Battilana como presencia insustituible; La Reja, de Hugo Jáuregui y Fernando Valentini, en Mendoza 748; La Carreta, en los altos de una casa de 25 de Diciembre 1870 y La Posta del Rosario, de Rubén D'Assoro, en Santiago 655, una de cuyas particularidades era un desnivel en medio del salón, peligroso para algún concurrente afecto al vino "damajuanero".

Entre 1980 y ya entrada la década final del siglo XX, las peñas subsistirían sin el entusiasmo ni la concurrencia masiva de tres décadas atrás, con locales como La Criollita, de Oscar del Sauce, un constante cultor del nativismo, al comienzo en 1° de Mayo 1249 y luego, hacia 1986, en San Juan 979, aunque su público no se engrosaba con peñeros y gente joven sino con un auditorio maduro, más afecto a lo gauchesco que al folklore en boga. Mayor concurrencia y éxito tendría la peña Tafí Viejo, de D'Assoro, en Mendoza y Rodríguez. Recuerda su dueño: Solíamos freír habitualmente 1000 empanadas la noche del viernes y600 los sábados, y se consumían 25 damajuanas de vino -20 de blanco, que era el que tomaban las mujeres, que solían ser mayoría y 5 de tinto-; en esa época fuimos una de las más concurridas y traíamos números artísticos importantes como el Dúo Salteño, que produjo un lleno completo la noche de su presentación.

Añoranza, una coqueta peña regenteada por tres mujeres, en Tucumán al 1000, entre 1980 y 1982 y La Taba, en 3 de Febrero 1665, de la que fuera concurrente Carlos Menem, antes de ser Presidente de la Nación, integrarían la lista de los 80, al igual que La Delfina, de Sira Miranda y Carlos Mariscal, en San Luis 1767, donde el "guitarrero" oficial era Mario "El Negro" Rivero. El local se llamaría luego Nuestro

Tiempo, aunque a pesar del cambio de nombre y de propuesta siguió siendo "La Delfina" para los incondicionales, ahora con Henry Altamira como guitarrista estable.

Sira Miranda recuerda el lugar y sus características: De otras peñas, como la de Ricardo Centurión, venían a la nuestra cuando cerraban; a veces caían visitas como Enrique Llopis o Raúl Carnota. En "La Delfina" se retomaron, después de 1983, las viejas canciones del 60 y 70 que habían sido barridas por el Proceso, como El cautivo de Ti¡-Ti¡, los temas de Los Olimareños, las canciones de la Guerra Civil Española. Fue la única peña de esas características en la que se bailaba los domingos a instancias de los más jóvenes...

Parte de la misma nómina son Atahualpa, de Oscar Ruiz, en Mendoza casi esquina San Martín; La bordona, en 3 de Febrero y Maipú; otra llamada ¡nuevamente! La Salamanca, de Ricardo Centurión, uno de los impenitentes peñeros del período, en Mendoza 748, que entre 1981 y 1987 fue tal vez la última peña importante, en la que se mezclaban los viejos habitués con las nuevas generaciones; La Grieta, de Daniel Díaz, integrante y fundador de Los Khorus, cuyo nombre provenía de la importante rajadura de una de sus paredes.

Ya de la contemporaneidad más estricta son las últimas peñas: Las Ruinas del Pehuén, en Mendoza 1173; La Viola, en Montevideo 2084; Balderrama, en Ricchieri 667, luego emplazada en Mitre al 500; La Casa del Limonero en Santa Fe casi esquina Callao, donde entre 1996 y 1997 funcionaría Sobre-muros-de Marcelo Nocetti-, cuyo nombre conllevaba una aspiración: ser el lugar donde los artistas locales pudieran expresarse; de ahí el juego de palabras de su denominación (Sobre Músicos Rosarinos); Corrales Viejos, en Rioja 2365; La Viña, en San Martín al 1500, que tuvo en 1999 una duración de pocos meses, para convertirse en el "Centro Cultural Leopoldo Lugones" fundado por residentes cordobeses radicados en Rosario. Siguen vigentes en cambio, peñas como Los de Ahora, en Viamonte 941, ya en los inicios del año 2000 y Los Bajos de Alvarado en Ricchieri al 900, cuyo desnivel central de casi un metro de profundidad, esta ocupado por largas mesas con sus respectivos bancos.

Aquel clima de camaradería nacida del amor al folklore posibilitaba momentos hoy tal vez irrepetibles como el ocurrido en una las tantas peñas efímeras, ésta en la esquina de Pueyrredón y Tucumán, que Carlos Castro rememora con justificable nostalgia: Una noche eramos unos pocos y apareció sorpresivamente Eduardo Falú. Nos preguntó: Tienen vino? y nosotros justo recién habíamos comprado una damajuana. Tocó la guitarra, nos contó cosas y entre todos nos la fuimos tomando. En un momento nos pregunta, con la misma sencillez: ¿Se terminó el vino? Entonces ya me voy. Y agarró su valijita en fi-16 para Rosario Norte, que estaba muy cerca y se fue: maravilloso...

El memorioso testigo deja una coda que cierra ese capítulo entrañablemente unido al auge del folklore de los 60 en adelante, con un toque de humor: La esposa de Falú era rosarina, Néfer Fidélibus y esto me lo contó ella misma. Acababan de grabar una de las tantas cosas que Falú compuso con Jaime Dávalos y que había tenido un éxito fantástico en un disco que se acababa de editar. Lo invitaron a cenar a Jaime para festejar el suceso y en un momento el poeta levantó una de las finísímas copas de cristal de Néfery después de decir: Brindo por nuestra zamba la revoleó contra una de las paredes. Las dueña de casa se enojó muchísimo: Usted no pisa nunca más esta casa. A partir de ese momento, Dávalos y Falú componían en el bar de la esquina.

Tanto Falú, como los también salteños Dávalos y el gran Manuel J. Castilla, serían presencias regulares en la ciudad, traídos a veces por sus compromisos artísticos y otras por la amistad y el amor al folklore de un amigo rosarino común: Arnoldo Ross, uno de los libreros legendarios, en cuyo local no era extraño encontrarlos, tanto como a Los Chaichaleros. Aún las paredes d la librería de calle Córdoba al 1300 ostentan enmarcados retratos, autógrafos y poemas de aquellos inolvidables poetas del fervor folklórico de los 60.

Ya en el año 2000, el folklore parece recuperar cierta adhesión en los jóvenes a partir de la aparición de propuestas de gente de su misma generación como la santafesina Soledad, el grupo Los Nocheros o el misionero "Chango" Spasiuk, aunque las peñas han pasado a ser parte del recuerdo.

No lo son, sin duda, para algunos de los sobrevivientes de ese furor de los 60, como el santiagueño José "Oveja" Montoya, integrante del valioso núcleo de músicos y cantores santiagueños residentes en Rosario desde los años 50, animador de cientos de esas peñas y notable compositor, que mantiene su vigencia como tal en la actualidad, cuando sus gatos y chacareras son grabados por destacados colegas. Ni para Ramón Puka" Ruiz (ex integrante de "Las Voces del Sacha") ni para otros que como José "El Turco" Schpeir o el desaparecido Sonkoy Pérez, fueron presencias valiosas en aquellos lejanos recintos.

En muchos de ellos, junto a cientos de "espontáneos" y alguno que otro profesional que con sus voces y guitarras poblaron de zambas, chacareras, chamamé y bailecitos las noches de la ciudad, Emilio "El Gordo" Battilana dejaría rotunda e inolvidable memoria de su amor al folklore.

Fuente: Extraído de la Revista del diario La Capital “ La Vida Continua “ ( 1960-2000)

lunes, 21 de febrero de 2022

ROSARIO DE FIESTA: , ¡CENTRAL CAMPEON!






Por Andrés Bossio


Por una rara ironía del des- tino, el hombre que mucho había hecho para Ver alguna ver alguna vez a su querido Central campeón, dejaba este mundo apenas unos días antes de iniciarse el campeonato que vería, finalmente, corona- do su sueño. Don Adolfo Pablo Boerio murió el 24 de setiembre de 1971, apenas quince días antes que Central iniciara su triunfal campaña con un contundente 5 a 1 ante San Martín de Tucumán, el más experimentado de los equipos del interior.

Los auriazules compartieron la zona “B' con Boca, Estudiantes, Vélez, Colón, San Lorenzo, Rácing, Chacarita y Atlanta entre los elencos afistas; y estos equipos del interior: San Martín de Tucumán; Gimnasia y Esgrima de Mendoza (sería finalmente el mejor), Guaraní Antonio Franco, de Posadas, Misiones; Huracán de Bahía Blanca y Central Córdoba de Santiago del Estero. Como el torneo era a una sola rueda, el sorteo tenía gravitación en cuanto decidía la calidad de local y visitante sin posibilidad de revancha. El equipo de Labruna no estuvo favorecido por el azar; de los equipos afistas debió visitar a San Lorenzo, Vélez, Atlanta y Chacarita, además de Newell's en el interzonal; de los del Interior, debió visitar a Gimnasia en Mendoza y a Central Córdoba en Santiago. En el arranque, como dijimos, un lapidario 5 a 1 a San Martín de Tucumán elevó la cotización de Central y afianzó la con- fianza de sus jugadores, Iniciaron aquella recordada campaña Menutti; González, Pascutini, Fanesi y Carrascosa; Aimar, Landucci (después Bustos) y Colman (luego Gómez); Bóveda, Poy y Gramajo. El puntero izquierdo hizo dos goles, anotando los restantes Poy, González y Colman, Tres días después del exitoso debut, el equipo auriazul debía jugar en Santiago del Estero y hasta allá se fueron numerosos simpatizantes que avizoraban el final feliz de la campaña. Costó enorme trabajo ganarle uno a cero a los santiagueños. Landucci fue el autor de la hazaña, que motivó a una numerosa concurrencia a llegarse hasta el estadio de Arroyito en la tercera fecha, cuando Central se preparaba para recibir al encumbrado Estudiantes de La Plata. Otra vez Landucci y el Chango Gramajo definieron un partido que se presentó difí- cil y que finalmente terminó 2 a 0. Otra vez una diferencia ce tan sólo tres días separaba este encuentro del siguiente que era nada menos que en Mendoza. Gimnasia era por entonces la “niña mimada” del torneo, basando sus actuaciones y los buenos resultados logrados en el talento de Víctor Legrotaglie —excelente jugador— y muy buenos acompañantes, El partido fue de gran nivel y el resultado un empate sin goles. Los auriazules si- guie manteniendo la ventaja de un punto sobre los mendocinos (también invictos pero con un empate anterior). Tres días después de la feliz incursión por Mendoza, ante el moclesto Huracán de Bahía Blanca, Central logró un inexpresivo triunfo en Arroyito por 2 a cero – los dos de Gramajo mientra Gimnasia, ratificando sus méritos, goleaba a San Lorenzo en Buenos Aires. Volvieron a ganar los mendocinos en la echa siguiente y Central — otra vez local ante Guaraní Antonio Franco— parecía adormecerse con tan flojo rival, ganando uno a cero con gol del flaco Landucci,

Llegado el torneo a la 7ma. fecha vino la ratificación de que los dos desvaídos anteriores exteriorizaban una caída en cl rendimiento auriazul, El viaje a Buenos Aires para enfrentar a San Lorenzo marcó el peor momento de la campaña: el equipo de Boedo, que con- taba en sus filas a jugadores del calibre de Rosi, Glaria, Tolch, Heredia, Fischei, Chazarreta y Héctor Scotta, paseó y goleó al futuro campeón: 5 a 1 fue el humillante resulta- do, que sacudió el amor propio de los jugadores centralistas. Esa misma fecha, los mendocinos empataron con Vélez pero Boca le ganó a Estudiantes, Faltaba la mitad del torneo y los boquenses pasaron a encabezar la zona con 12 puntos, seguidos por Central y el Lobo mendocino con 11; San Lorenzo venía luego con 10 y Atlanta con 9.

La fecha siguiente era clave: en Mendoza debían jugar tos focales con Boca en tanto a Rosario venía Rácing, que aspiraba a entreverarse con los primeros. Mendocinos y boquenses empataron y Central le ganó un partido inolvidable a la Academia racinguista, Pero algo había pasado en esos días, algo que sería determinante para la suerte del futuro campeón. Y eso que estaba pasando vincularía firmemente el nombre de Griguol, de Erausquin y del resto de los que trabajaban en las divisiones inferiores, con el lauro que dos meses después llevaría a Rosa- rio Central a la cúspide de su gloria.

Fuente: Extraído de la colección Andrés Bossio

viernes, 18 de febrero de 2022

COLEGIO SANTA UNIÓN DE LOS SAGRADOS CORAZONES HOY INSTITUTO VIRGEN DEL ROSARIO

 







Ubicación: Salta 2763


La escuela comenzó a funcionar con la llegada a Rosario de las religiosas de la congregación de la Santa Unión de los Sagrados Corazones, en 1892.

Desde que arribaron a la ciudad la misión de estas hermanas estuvo orientada a la educación. En principio sólo asistían a las mujeres en la escolaridad primaria, más tarde se incorpora el secundario, y recién en 1971 los varones hacen su entrada en la ya tradicional escuela de Rosario. En 1972 las hermanas se separan de la institución y el colegio pasa a depender del Arzobispado de Rosario. Fue justamente, el arzobispo Guillermo Bolatti, quien reemplaza en 1975 el nombre del Colegio Santa Unión de los Sagrados Corazones, por el de Instituto Virgen del Rosario.

En el mismo edificio escolar, otras instituciones pertenecientes al Arzobispado tienen su sede, como la Junta Arquidiocesana de Educación católica, la Escuela de Ministerios y el Equipo de Liturgia, entre otros. También la escuela abre sus puertas a las actividades de otros establecimientos educativos de gestión privada y oficial.

El edificio también fue sede, en el período de 1986 hasta 1999, de la Facultad Católica de Derecho y Ciencias Sociales.

La construcción de estilo europeo, rodeada de jardines y árboles añosos es escenario diario que reúne a niños, jóvenes y adultos que buscan un lugar para aprender.


Fuente: La Capital

Fotos: 2017/2018

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#escuela


martes, 15 de febrero de 2022

LA CORINA EMBARCACION




La corina embarcación a vapor adquirida por Manuel arijon en 1886 se hundió en 1970 por una importante crecida. Sus restos hoy visibles por la bajante frente a la vieja planta del swift

Fuente: Anónima 

lunes, 14 de febrero de 2022

METROPOLITANO: CONFLICTO GENERAL Y EXIGENCIAS LOCALES



Por Andrés Bossio



Esa temporada de 1971 se inició con un nuevo conflicto entre AFA y Futbolistas Argentinos Agremiados ante la gencia afista de no permitir inscribir más de 20 contratos profesionales. Inclusive el encuentro adelantado para la televisión —que jugaron San Lorenzo de Almagro y Gimnasia y Esgrima— fue protagonizado por jugadores amateurs. Después vino el arreglo y la jornada dominguera contó con la presencia de los titulares de sus respectivos equipos.

Central encaró ese Metropolitano con la doble exigencia de atender el campeonato (19 equipos, todos contra todos, a dos ruedas y con 4 descensos —reducidos luego a 2—) y la Copa Libertadores. Contrariamente a lo que era habitual por esos tiempos, el equipo centralista no contó con grandes O numerosas incorporaciones, Ni una cosa ni la otra, Un solo jugador —de discreto desemepeño— fue incor- porado a préstamo: Aldo Villagra, puntero izquierdo de Boca Juniors. Por el contrario, de las tres incorporaciones santafesinas efectuadas el año anterior Central se desprendió de Agustín Balbuena —que pasó a Independiente— y rescindió cl contrato de Julio Correa. Vale decir, que encaró ambas competencias con los mismos jugadores, siendo el equipo titular más habitual el que integraba a Quiroga. Biasutto o Menutti en el arco; González, Fanesi, Mesiano y Carrascosa; Colman, Landucci y Gómez; Bóveda, Poy y Gramajo. Alternaban con ellos Pascutini—que se recuperó de una lesión que lo tuvo largo tiempo inactivo—, Pierucci y Daniel Killer en la defensa: Bustos, Zavagno y Solari en la línea de volantes; y en la delantera, Villagra, Troilo y un puntero que luego haría carrera en México, poseedor de un apellido que es sinónimo de Central: Carlos Silvio Fogel. Y en ese Metropolitano, al jugarse la 30º fecha (fue el 26 de agosto ante Huracán en Parque Patricios) hacía su debut reemplazando a Landucci un volante que se constituyó en el simbolo de aquel Central de entrega, fervor, lucha, sacrificio y rendimiento: Carlos Daniel Aimar.

Con esos hombres —repetimos, mirando más la Cora que el Metropolitano— Central inició el torneo con muy poco éxito. Recién en la 9: fecha, después de algún pálido empate y tres derrotas, consiguió el primer triunfo, que tuvo sabor a revancha: el 11 de abril, un mes después de la vergonzosa actitud boquense que beneficó a los peruanos y perjudicé ostensiblemente a Central, el equipo que dirigía por entonces el ex jugador José María Silvero llegó hasta Arroyito. Ganó cómodo el elenco de Zof por tres a cero, con goles de Villagra, Bustos y Landucci. No fue, sin embargo, un síntoma de recuperación. La campaña siguió siendo muy pobre. Los jugadores estaban pagando tributo al esfuerzo de un año pleno de compromiso y, en vísperas de cumplir. se la 17º fecha hubo renovación completa del cuerpo téc- nico. Se fueron Zof y Arostegui y se hicieron cargo en forma interina del plantel Carlos Timoteo Griguol y Santiago Aldana. Esa fecha, la penúltima de la primera rueda, marcaba en el programa el clásico entrentamiento con Newell's. Los rojinegros estaban cumpliendo una campaña opuesta a la de los auriazules; todo era alegría, brillo, buenos auspicios; y Marcos, Silva, Obberti, Zanabria y Bezerra —integrantes de un quinteto muy promocionado— llegaron a Arroyito acompañados de Fenoy, Montes, Héctor Martínez, Solórzano. Central los esperaba con un técnico “de apuro” y un equipo cansado, saturado. Pero ese 23 de mayo, Quiroga, González, Pascutini, Mesiano, Fanesi, Bustos, Landucci, Alberto Gómez, Bóveda, Poy y Gramajo frenaron al cuco, Hubo empate en dos, con goles centralistas de Bóveda y Poy. Con todo, la actuación de la primera rueda fue decepcionante ya que el equipo sólo reunió 15 puntos, superando únicamente a Huracán, Atlanta, Estudiantes y Platense. Por entonces seguía firme la decisión de los 4 descensos. Los directivos auriazules – buscaban un técnico con alma de campeón, con vocación de campeón. Mientras tanto, siguieron confiando en Griguol, que na los defraudó.

Fuente: Extraído de la colección Andrés Bossio

viernes, 11 de febrero de 2022

El viaducto Avellaneda






 El Viaducto Avellaneda, que comenzó a construirse en diciembre de 1968 e inaugurado el 9 de Julio de 1972 y el Paseo Ribereño Norte cuya realización estuvo vinculada con el Mundial de Futbol 1978. Fue una solución para conectar la zona céntrica con barrios populosos como Arroyito, Alberdi y La Florida y también a localidades del cordón industrial de Rosario. (Archivo diario La Capital).-

jueves, 10 de febrero de 2022

VIADUCTO AVELLANEDA














15 de diciembre de 1967:  A través de un acuerdo celebrado entre la Municipalidad de Rosario, Ferrocarriles Argentinos y el Gobierno de Santa Fe, se aprobó el proyecto de construcción del Viaducto Avellaneda. Se inauguró el 9 de julio de 1972. El 20 de diciembre de 1991, a través de la Ordenanza 5224, se le dio el nombre de Viaducto Ingeniero Emigdio Pinasco, en recuerdo de quien fuera durante varios períodos presidente de la Asociación de Ingenieros de Rosario. Anteriormente esta denominación la tenía la actual plaza Montenegro.


LAS EFEMÉRIDES: Son un retrato, un recorrido histórico, un día a día, a través de los sucesos, acontecimientos y personajes que marcan los hechos esenciales de nuestro pasado y también, de nuestro presente. 

Esta publicación comprende textos y fotos de producción propia, enlaces externos e imágenes de otros autores. 

Prof. Eduardo D. Guida Bria.

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