Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

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viernes, 25 de febrero de 2022

Dos nombres relevantes





Por Rafael Ielpi



Dos nombres pueden ejemplificar de manera, définitiva lo que bien podrían ser los exponentes más relevantes de la llamada Generación del 50", ambos hoy con un reconocimiento que excede holgadamente los límites de nuestra ciudad: Aldo Francisco Oliva (1927), y Hugo Padeletti (1928), creadores de dos poéticas de rigurosidad formal, despojadas, pero de compleja indagación en temáticas diferentes, pero ambas de notable calidad.

Graduado en Filosofía, disciplina que estudiaría en Rosario, en la recién organizada Facultad de Filosofía y Letras (donde trabajara como bibliotecario), y después en la Universidad de Córdoba, estuvo ligado ya en sus años juveniles a algunos de los exponentes de la Generación del 40, como Arturo Fruttero, cuya obra sería uno de los primeros en analizar y valorar.

La obra de Padeletti que incluye "Poemas" (1959), "Doce poemas" (1979), "Poemas" 1960-1980, "Parlamentos del viento" (1990) y "Apuntamientos en el Ashram y otros poemas" (1991), impregnada de un misticismo que en sus libros iniciales abrevaba en fuentes diversas como San Juan de la Cruz, Rilke o Rabindranat Tagore, iría acercándose cada vez más, en su producción contemporánea, a una experiencia no intelectual, con mucho mayor vinculación con la inmediatez de lo cotidiano: La poesía/ se realiza queriendol y sin quereri Golpeas! en esta costa/y se forman arenas/ en la otra.

De ese modo su poesía, refinada y contenida en lo formal, se hizo mucho más abarcativa, sin localismos, hasta ubicarlo en la actualidad, para buena parte de la crítica, entre los mayores poetas argentinos. Juan José Saer resumiría en 1989: Reflexiva y coloquial, la poesía de Padeletti se obstina desde hace más de treinta años en la pa-Sión delicada aunque firme de lo real, el enigma sereno de las cosas, la irrupción clara del presente que al mismo tiempo aterra, deslumbra y apacigua. Radicado en Buenos Aires desde hace casi dos décadas, continúa gestando, paralelamente, una obra plástica de señalados valores.

Aldo F. Oliva, en cambio, publicaría recién su primer poemario "César en Dyrrachium", en 1986, casi a los 50 años, al ganar el Premio Manuel Musto instituido por la Municipalidad de Rosario. De ese modo reuniría en un libro algunos poemas conocidos en revistas como "Pausa" o "El arremangado brazo", en los inicios de la década del 60, con otros posteriores y la extensa traducción "fragmentaria y relativamente libre", afirmaba el propio poeta, de "De belle civile", del Libro VI de la Pharsalia de Lucano, seguida de una segunda parte ("Ah-ter") que; señala J.B. Ritvo, "es la otra manera, el otro modo en que el poeta puede leer hoy la trama del poema antiguo, cuya narración, trunca por la muerte de Lucano, refiere las luchas civiles entre César y Pompeyo".

Ese primer y demorado libro daría a Oliva un inicial, reconocimiento de la crítica, (postergado por la escasa difusión de su obra y su carácter de prácticamente inédita), que se consolidaría con la aparición de "De fascinatione", publicado en México, en el que se reunieron los poemas de su hasta entonces único libro con una también breve producción ulterior. Pero sería en el año 2000 con la publicación de "Ese general Belgrano" que su poesía, sin desprenderse de su compleja indagación, de la erudición que poblara siempre de alusiones, referencias y citas sus textos (exteriorización de su amplia y totalizadora formación cultural comenzada ya mucho antes de la finalización de sus estudios de Letras en Rosario, de cuya universidad fuera profesor) y de su conexión permanente con la realidad y su tiempo, alcanzaría su culminación, en especial con el extenso poema que da título al libro.

El texto aludido, una indagación acerca de una de las figuras más singulares de la historia argentina, revela asimismo las interrogaciones de un poeta que es además, en su caso, un intelectual preocupado de manera consecuente, desde su ideología marcada por un marxismo heterodoxo, por el devenir histórico, tanto como por el país y sus avatares: Tal vez algunos, que se decían/ solidarios de la Revoluciónj marcaron mi ruta comol un plural designio de este día gramal de corpúsculos que mi ser asumió, reflexiona Belgrano a través de Oliva, para sugerir que la Revolución, que algunos pensamos fundaría una Patria, fue iluminándose/de la furia (a veces tácita) del tenebrosas contraposiciones-.

A la misma generación, aunque un poco mayor y con una obra asimismo ceñida en lo formal pertenece Beatriz Vallejos (1922), quien luego de sus libros iniciales "Alborada del canto" (1945) y "Cerca pasa el río" (1952), iba a sostener, desde 1960 al fin del siglo XX, una obra que iría del vitalismo y un compromiso de raíz humanista á un lirismo en el que lo cotidiano ingresaría de modo natural, mientras su poesía alcanzaba en lo formal una síntesis que la emparentaba con algunas estructuras orientales como el ha¡-kau. Su obra: "La rama del ceibo" (1962), "El collar de arena" (1980), "Espiritual del límite" (1980), "Horario corrido" (1985), "Anfora de kiwi" (1985), "Pequeñas azucenas en el patio de marzo"(l 985), "Lectura en el bambú" (1987), la ubican sin duda entre las voces más reconocidas del período. Santafesina de origen, Vallejos residió desde la década del 40 en Rosario, donde como Padeletti, desarrolló una simultánea experiencia plástica; actualmente reside en Rincón, donde cerca pasa el río.

Ciudad de poesía

La Generación del 60 estaría integrada por quienes, nacidos entre 1930 y 1940 y entre 1940 y 1950, coincidirían en la elaboración de obras de distintas características que señalaron, incluso fuera de Rosario, la capacidad de la ciudad para generar valiosas experiencias poéticas. En ese primer grupo se agrupan Lydia Alfonso (1928), con una temática de compromiso social en "Tiempo compartido" o "Itinerario del grito", ambos de 1967; Guillermo Harvey(1931-1982), de atormentada vida y con una obra de indagación permanente sobre el hombre y la creación poética, y Rubén Sevlever (1932), también exponente de un rigor formal y de un ordenamiento del lenguaje donde lo cotidiano cede lugar a una indagación casi filosófica.

Estrictos contemporáneos de los anteriores y asimismo reconocidos son Alberto C. Vila Ortiz (1935), también de valorada trayectoria en el periodismo, cuya poesía transitaría un itinerario que iría, señala D'Anna, desde las iniciales "alusiones surrealistas y cierta desorganización lingüística" a una sincera y muchas veces coloquial aproximación a lo cotidiano; ambas etapas visibles, por ejemplo, en "Poemas", (1961), "Poemas y maderas" (1992) o en "Los poemas de Philip Marlowe" (1993); Armando Raúl Santillán (1935), cuya obra rescata asimismo la cotidianeidad a través de la memoria del pasado como en "Diario de un adolescente" (1967)0 "Retrato con persona adentro" (1982); y Orlando Calgaro (1939-1986), en el que el firme compromiso de modificación de la realidad sostenido desde lo ideológico, visible en "Los métodos" (1970), "Además del río" (1972) y "La vida en general" (1974), darla lugar a una válida visión lírica de paisajes para él entrañables en "El país de los arroyos", (1979).

Al segundo grupo pertenecen, entre otros, Beatriz Pozzoli (1940), Rubén Plaza (1946), Hector Roberto Paruzzo (1944), Carlos Piccione (1945), con una poesía de despojamiento formal; Alejandro Pidello (1947), Guillermo Ibáñez (1949), también ejercitando una síntesis formal que caracteriza su poesía desde "Tiempos" (1969) e "Introspección" (1970) a "Los espejos del aire" (1990); y tres voces femeninas que deben ser destacadas: Celia Fontán (1946), de hondo lirismo en "Hijas del mar" (1981)0 "Los habitantes de Valdrada (Premio Municipal Manuel Musto en 1989); Concepción Bertone (1947), atenta a la presencia de lo cotidiano en "El vuelo inmóvil" (1983), y en especial Mirta Rosenberg (1951), en cuya poesía se aúnan, valiosamente, otra vez lo cotidiano con refinadas incorporaciones culturales, como en "Pasajes" (1984)y "Madam" (1988): rueda la edad, canta la alondra ye! leve maquillaje! en las mejillas ha cobrado una espesura/de mitad de la vida que adelantaiSerá el recelo de la mala figura o la blusa candQrosaj olanes y satines de la vejez pasada?

Cuatro poetas de estricta contemporaneidad y características diferentes deben ser señalados en especial por el reconocimiento a su obra: Hugo Diz (1942), Jorge Isaías (1946), Eduardo D'Anna (1948) y Héctor Píccoli (1950).

Hugo Diz edita su primer libro al filo de Io. años 70, con textos de un visible compromiso, rastreable en "El amor dejado en las esquinas", de 1969 y "Poemas insurrectos" de 1971 y en "Algunas críticas y otros homenajes" (1972) y "Contradicciones" (1973). Una impronta irónica que se sostendría como un signo (y que es asimismo advertible en la poesía de D'Anna) y algunas experimentaciones con el lenguaje son asimismo características de su producción posterior: "Historias veras historias" (1974), "Manual de utilidades (1976), "Canciones del jardín de Robinson (1983), "Las alas y las ráfagas" (1986) y los últimos poemarios "Balada para Marie" (1988) y "Ventanal" (1990), sin renunciar por ello, muchas veces, a un hondo lirismo: Caías entonces, exhausta entre las fibras,l sobre los ecos, cerca, cada vez más cerca/ de las incertidumbres y los alumbramientos.

Jorge Isaías, en cambio, ha concretado una obra en la que prima casi con exclusividad la poetización de elementos entrañables de su propia historia personal, desde la recuperación del terruño (es nacido en Los Quirquinchos, en el sur santafesino) a sus personajes y desde la gesta inmigratoria a los afectos y la melancólica recuperación del "tiempo perdido". Esos elementos están presentes en "La búsqueda incesante" (1970) tanto como en libros como "Oficios de Abdul" (1975), su "Crónica gringa" (1976), obra reeditada y aumentada con nuevos poemas, "La memoria más antigua", "Pintando la aldea" (1989) o "El fabulador y otras sepias" (1990).

Eduardo D'Anna, con puntos de contacto con Diz en lo que hace a un uso módico pero efectivo de la ironía e incluso del humor en su poesía, trabaja sobre lo cotidiano pero decantado éste a través de una sensible búsqueda en el territorio del compromiso, en algunós casos, y en la reflexión acerca de la propia creación poética y de la condición humana, en otros. D'Anna, el primero en emprender la tarea de investigación y crítica del quehacer literario en la ciudad en su valioso estudio "La literatura de Rosario", tres tomos publicados entre 1991 y 1992, inicia una valiosa trayecto-ría çreadora con "Muy muy que digamos" (1967), al que seguirían "Aventuras con usted" (1975), "Carne de la flaca" (1978), "A la intemperie" (1982), "Calendas argentinas" (1986), "Los ro-los del mar vivo" (1986) y "Obra siguiente" (1999), que reunió cuatro poemarios inéditos. Singular es, mientras tanto, la poesía de Héctor Píccoli, una experiencia creativa sostenida en una cultura refinada, en la que se unen la indagación sobre lo artístico y las búsquedas formales: "Y reiteras a tu vez: "aquel en/ que la víspera no amainel será el único, el madurado día"." Agraz de vosj lo inmóvili Junto al nadie de tu sien un rubro arde. Su obra, breve, no ha impedido su reconocimiento, sobre todo a partir de la publicación de "Si no a enhestar el oro oído", en 1983.

Un nombre que no debe ser omitido es el de Francisco Gandolfo (1921), quien es cronológicamente anterior a todos los mencionados pero que publica su primer libro "Mitos" en 1968. Uno de los fundadores de la recordada "El lagrimal trifurca", en su poesía, de indudable originalidad, está también, en parte, presente una visión irónica del mundo, en obras como "El sueño de los pronombres" (1980), "Plenitud del mito' (1982), "Poemas joviales" (1977), Presencia del secreto" (1987)y "Pesadillas" (1990) "Las cartas yel espía" (1992)" y "Versos de un jubilado" (1999). Sus hijos Elvio Gandolfo, con una obra poética que se conociera en revistas de la ciudad y Sergio Kern (1954), autor de "Escuchen" (1982), deben ser incluidos entre los poetas del período.

Una nómina que admite necesariamente omisiones por la brevedad de un fascículo, debe contener otros nombres como los de Lina Macho Vida¡ (1930), Susana Valenti (1943), Felipe De Mauro (1947), Malena Cirasa (1948), Humberto Lobbosco (1948), Enrique Diego Gallego (1951), Reynaldo Uribe (1952), Rafael Bielsa (1953), con "Palabra contra palabra", o "Cerro Wenceslao"; Guillermo Thomas (1953), Ana Victoria LovelI (1953), Eduardo Valverde (1955) y la última generación de poetas como Daniel García Helder (1961), con el "Faro de Guereño" o Martín Prieto (1961), con "Verde y blanco"; Eugenio Previgliano (1958), con "Poesía de cuarta" (1981), "Algunos poemas, ciertos autores" (1982), "Los territorios de Bibiana y otros lugares" (1994), quien dirigiera con Prieto, durante cinco años, en pleno Proceso Militar, la "Hoja mensual de poesía"; Reynaldo Sietecase (1961), con "Cierta curiosidad por las tetas"; Sebastián Riestra (1963), con "El ácido en las manos"; Gabriela De Cicco (1965), con "Jazz me blues"; Verónica Montenegro (1969), con "Cuerpos enmarañados" y algunos más jóvenes aún como Lisandro González (1973), entre otros, con "Esta música abanica cualquier corazón" y "Leña del árbol erguido".


Los laberintos de la prosa



Los cuarenta años transcurridos entre 1960 y el fin del siglo XX, los mismos que fueron de la vieja máquina de escribir a la computarizada procesadora de textos, afirmarían como en el caso de la poesía, la presencia de una narrativa rosarina sostenida en algunos escritores y escritoras que alcanzarían con justicia una dimensión nacional y un indudable reconocimiento de la crítica.

En el caso de los prosistas, la mención de Jorge Riestra, Héctor Sebastianelli, Alberto Lagunas y Juan Martini es sin duda justiciera del mismo modo que lo es entre las narradoras consignar a Angélica Gorodischer, Ada Donato, Noemí Ulla y María Elvira Sagarsazu, como nombres, todos ellos, relevantes en el período, a través de una obra tan heterogénea como valiosa.

Autor de una reducida producción Jorge Riestra (1928) bien merece ser destacado como el narrador rosarino más importante del período 1960-2000, con una producción que, iniciada en los finales de la década del 50 con "El espantapájaros" (un ejercicio de clara influencia faulkneriana), iba a inclinarse en sus novelas y volúmenes de cuentos posteriores hacia un realismo basado en una personal utilización del lenguaje narrativo, en el acercamiento a los tonos de un estilo coloquial y en el protagonismo de los paisajes, sitios y personajes de una geografía reconocible: la de la ciudad. Y dentro de ella, el ámbito distintivo de los cafés y salones de billares, con sus códigos austeros, sus fidelidades y el entrecruzamiento de menudas historias, con sus esplendores y oquedades.

Esa temática constituiría el núcleo de su novela "Salón de billares", ganadora del concurso nacional organizado por Fabril Editora (1960), de "El taco de ébano" (1962) de algunos textos de "Principio y fin" (1966) y de "A vuelo de pájaro" (1976). Del mismo modo que se integrarían a ese mundo narrativo, la infancia, las relaciones afectivas y el entrañable paisaje de los barrios.

"El opus", publicada en 1986, que mereciera el importante Premio Nacional de Novela, iba a significar además de ese importante galardón literario, un hito en la obra de Riestra. Una a veces apabullante cantidad de alusiones culturales y literarias de todo tipo recorre el texto, que finge ser el diario del apócrifo escritor dinamarqués Isak Denisen. Luis Gregorich la definía: Novela a la vez experimental y realista, paródica y coloquial, popular y culta, El Opus es ante todo una Suma no teológica sino narrativa de un espacio y de una práctica. El espacio, concreto e imaginario, es el de la Argentina planteada como improvisación, margen del mundo, imposibilidad; la práctica es la del escritor instalado, dramáticamente, en ese espacio.

El crítico señala a "Adán Buenosayres" y "Rayuela" como parámetros necesarios para aludir a "la monumentalidad expresiva y a la audacia creadora" de la novela. En los pastiches y retazos de lenguajes callejeros, en la amorosa e irónica reconstrucción de los ámbitos urbanos (Rosario, Buenos Aires), en las pasiones de la lectura y la escritura que siempre ocupan el lugar de la Pasión, El Opus despliega el drama y la comedia del escritor argentino y del escritor en general poniendo en cada palabra la carga de riesgo y rigor que este hermoso oficio reclama, afirma Gregorich.

Sin la carga cultural que forma parte intrínseca de "El Opus" y con menor rigor en el trabajo con el lenguaje, Héctor A. Sebastianelli (1926-1998) debe ser recordado sin embargo por su aporte a una narrativa de carácter realista, estrechamente vinculada a la temática de los sectores más humildes y con una fuerte connotación política.

Esa tendencia al realismo, que se había explicitado en "La venta de la casona" (Premio Municipal Manuel Musto en 1986) se patentizaría aún más en "La rebelión de la basura" (1988), argumentalmente estructurad (al igual que en dos antecedentes valiosos como "Las colinas del hambre", de Rosa Wernicke y "Villa Miseria también es América", de Bernardo Verbitsky) sobre una lacerante realidad: la dejas villas miserias rosarinas y, en este caso, la de uno de los asentamientos más conocidos, el de "Villa Banana". En esos textos, muchas de las historias cotidianas de los hombres y mujeres de la villa son reflejadas en algunos casos priorizando la crítica de tipo político sobre la propia literatura. Sebastianelli, que también ejerciera el periodismo, reuniría asimismo en "Relatos imposibles" una serie de cuentos vinculados estrechamente a la ciudad y a su pasado cotidiano.

En el mismo período, publica también su obra Alberto Lagunas (1940), nacido en San Nicolás, pero radicado en Rosario desde su ingreso a la Universidad. Su obra es sin duda, la antítesis del realismo casi periodístico de Sebastianelli, ya que la misma se adscribe mayoritariamente en lo fantástico, con una cuidada escritura que estaba presente ya en su libro inicial "Los años de un día", publicado en 1967 por la recordada Biblioteca Constancio C. Vigil.

Similares cuidados estilísticos e igual dosis de imaginación serían notorios en "El refugio de los ángeles" (1973) tanto como en "La travesía" (1974), "Diario de un vidente" (1980)y "Fogatas de otoño" (1984), en los que su narrativa atraviesa más de una vez la línea que separa la literatura psicológica de la fantástica. Lagunas ha incursionad.asimismo en la poesía con "Cantos olvidados" (1999).

Narradores de temáticas disímiles, con diferencias generacionales que van desde Juan Carlos Lier, nacido en 1907 a Roberto Barcellona, de 1948, pueden asimismo consignarse por su obra entre 1960 y 2000; son los casos, entre otros, de Alberto Campazas (1922), con "Un hombre como tantos", de 1988; Osvaldo Seigermann (1930), con "La muerte de una dama", de 1961 y "Todo puede ser peor", de 1971; Ariel Bignami (1934), con-"El momento de la verdad, de 1964; y Rubens Bonifacio (1937), autor de "Chau Rodolfo" (1972) y "Paren el mundo" (1990).

Un párrafo especial merece Juan Carlos Martini (1944), que publicaría sus primeros libros, los iniciales "El último de los onas" (1969) y "Pequeños cazadores" (1972) y los posteriores "El agua en los pulmones" (1973) y "Losase-sinos las prefieren rubias" (1974), estos dos fuertemente vinculados a la novela policial, la llamada "novela negra", y "El cerco" (1977), en Rosario.

Su posterior radicación en España, entre 1975 y 1984 y su regreso al país ese ultimo año, en el que fija residencia en Buenos Aires, coincidirían con la aparición de su obra de madurez, que lo ha colocado en la actualidad entre los grandes narradores argentinos: "La vida entera" (1981), "El fantasma imperfecto" (1986), "La construcción del héroe" (1989), "El enigma de la realidad" (1991). "La máquina de escribir" (1996). Su última producción, firmada como Juan Martini, ha merecido reconocimientos elogiosos como los de Osvaldo Soriano: Una novela veleidosa y dura como el diamante y Héctor Bianciotti: Martini tiene el don de captar las sensaciones adormecidas que yacen en el fondo del cuerpo y del alma entremezclados; y de hacer remontar a la superficie los fantasmas y los deseos de perderse en un goce físico sin término, deseos próximos de aquellos que conducen al crimen o al suicidio, ambos juicios referidos a "La máquina de escribir".

Acerca de "La vida entera", que tiene a Rosario como su innominada protagonista, coincidirían en el elogio Juan Carlos Onetti: Es excelente ye! autor pertenece a esa raza, que considero no alejada de la extinción, de los que nacieron para novelar, y Julio Cortázar: ¿ Tienen razón quiénes siguen pretendiendo que la realidad sólo puede reflejarse en la literatura a través del realismo? Si nunca lo creí, hoy lo creo menos todavía, porque este libro es una de las traches de vie más intensas que un escritor argentino haya extraído de un sector mayoritario de nuestra realidad.

Manuel López de Tejada, por su parte, bien puede ser incluido entre los narradores de los 90 de mayores méritos, ya desde su libro inicial "Simulacro", que obtuviera el Premio Manuel Musto 1987. Con la publicación de"La mamama" y "La culpa del corrector" (1999), se afianzaría el positivo juicio de la crítica sobre su obra. Asimismo interesante es la aún escasa pero promisoria producción de Patricio Pron (1975), con sus libros iniciales "Hombres infames" (1997) y "Formas de morir" (1998), ambos premiados, que lo señalan como uno de los jóvenes escritores más personales de la última generación.

Ciudad de narradoras

La obra de Angélica Gorodischer (1928- 2022), más extensa que la de Riestra, ha merecido como la de éste un destacado reconocimiento crítico fuera de Rosario, aun con temáticas muy diferentes, ya perceptibles desde sus iniciales "Cuentos con soldados", de 1965 y "Las pelucas", tras los que comenzaría a ingresar en el territorio de lo fantástico a través de los marcos de la ciencia-ficción, ámbito de buena parte de su producción posterior: "Opus dos" (1967), "Bajo las jubeas en flor" (1975), "Casta luna electrónica" (1977), "Mala noche y parir hembra" (1983) y "Kampa Imperial" (1983). La realidad cotidiana ingresa a ese marco a través de la incorporación de la ciudad como protagonista de "Trafalgar" (1979) o de la ulterior "Las Repúblicas" (1991).

Gorodischer, cuya obra es conocida en Estados Unidos, adonde viaja regularmente para el dictado de conferencias, ha utilizado asimismo en sus textos, como un ingrediente adicional pero no por ello menos interesante, el humor y la ironía, siempre al servicio de la trama narrativa: Los periodistas se abalanzaron, los diplomáticos hicieron señas, disimuladas creían ellos, a los portadores de sillas de manos para que estuvieran listos para llevarlos a sus residencias en cuanto hubieran oído lo que ella tuviera que decir, los espías sacaron fotos con sus máquinas ocultas en los botones de la camisa o en las muelas del juicio, los viejos juntaron las manos, los hombres se llevaron los puños al corazón, los chicos saltaron, las jovencitas sonrieron.

También ha ingresado a su narrativa elementos y esquemas paradigmáticos de dos géneros durante mucho tiempo injustamente menospreciados por buena parte de la crítica como ocurriera con la ciencia-ficción: la novela policial y la novela de espionaje. A esas temáticas y a la etapa más reciente corresponden sus novelas "Jarrones de alabastro, alfombras de Bokhara" (1985) y "Jugo de mango" (1988). Esta ultima, apunta D'Anna, es "prácticamente una parábola política, formulada, sin embargo, de una manera muy diferente a lo que hubiere hecho un autor del compromiso".

También con un merecido reconocimiento nacional, Noemí Ulla (1933) se cuenta entre las narradoras rosarinas más valiosas aunque buena parte de.su obra se publicaría luego de su alejamiento de la ciudad y de su radicación en Buenos Aires. Sin embargo, su novela "Los que esperan el alba", premio de la Dirección Provincial de Cultura (1961) debe ser señalada como el primer intento de reflejar las expectativas y frustraciones de una generación, la suya, en una ciudad donde, en los 60, aún era posible la bohemia tanto como el compromiso ideológico, el estudio universitario y el ejercicio de la literatura.

"Tango, rebelión y nostalgia" (1968), un ensayo exhaustivo sobre la letrística del género, le permitiría la concreción de un ensayo valioso sobre la temática de aquél, desde los roles de la mujer a la guapeza machista y desde la sacralización del barrio a la mitología del arrabal. Con mucha similitud con su novela inicial, en la permanente indagación acerca de individuo y su entorno y la necesidad de participar comprometidamente en la modificación de la realidad, serían sus libros posteriores; "Urdimbre" (1981) y "Ciudades" (1983). "El ramito", de 1990, una novela breve, de límpida escritura y donde otra vez

Rosario es la escenografía del relato, iba a ratificar a Noemí Ulla como una narradora de altos valores. Paralelamente, desarrollaría una también reconocida tarea como crítica (es egresada de la Carrera de Letras de la entonces Universidad Nacional del Litoral, de Rosario), con trabajos sobre Silvina Ocampo, la revista "Nosotros" y otros.

Contemporánea estricta de la anterior, Ada Donato (1933) obtendría con su primer libro, "Eleonora que no llegaba" el inmediato interés de críticos y lectores, luego de que el mismo obtuviera el tradicional Premio Emecé de novela en 1964. La misma temática (personajes femeninos conflictuados por la relación familiar, los vínculos sentimentales, el compromiso, las diferencias sociales y culturales en la pareja, la sexualidad) estaría presente en "El olor de la gente" (1965) y "Cristina y la luna de agua" (1967), finalista del concurso de la Editorial Monte Avila, de Caracas (Venezuela), en tanto "El destiempo", de 1985, participa de buena parte de esos elementos, con apelaciones al devenir de los hechos políticos e históricos de esos años. La última de sus novelas (una cruel enfermedad interrumpiría su carrera literaria) sería "De cómo se amaron Salvador y la Celeste" (1989), que obtuvo otra valiosa distinción: el Premio Clarín-Aguilar, otorgado por Mario Benedetti, Enrique Molina, Augusto Roa Bastos y Héctor Tizón.

D'Anna escribe a propósito de la obra: Hay varios protagonistas en vez de uno solo, pero realismo y compromiso ya no son antagónicos: estos muchachos de barrio, que tendrán destinos tan opuestos como abogado, hombre de negocios, prostituta, músico ambulante, etc., hablan como estudiantes universitarios; corresponden más bien a la generación de la autora que a sus edades reales. Los jurados, por su parte, fundaron su elección de la obra por su nivel literario, su permanente interés narrativo y el retrato entrañable de sus personajes.

María Elvira Sagarsazu puede ser destacada, justicieramente, entre las narradoras más originales e interesantes de la década del 80, con un importante aval crítico fuera de Rosario, tal como ocurre también con algunos de los anteriores.

Sus tres novelas: "Lucía Soledad, la comandante" (1985), "El imposible reclamo de la eternidad" (1987) y "La conquista furtiva" (1991) no tienen, como en el caso de la mayoría de los nombrados antes, a la ciudad como escenario. D'Anna resalta en forma expresa esa circunstancia al señalar que resulta significativo comprobar que la narrativa influida por el realismo mágico que florecerá poco después, no busque lo urbano (local o general) como ámbito.

A Patricia Suárez, sus libros "La historia de Mr. Gallagher", "Mi gato y Mariel y yo" y "Namús", los tres de 1997, "Aparte del principio de la realidad" (1998), "Rata paseandera" (1998), y "La italiana y otros cuentos" (2000) la ubican sin duda entre las escritoras más personales de los 90. Sobre ella Diego Gándara afirmaría, en una de las tantas críticas positivas acerca de su obra, que ha obtenido además varios premios literarios: "Lejos de reconocerse como heredera de ese fenómeno editorial llamado literatura femenina, Patricia Suárez se ubica dentro de una tradición más literaria donde brillan escritroras como Djuna Barnes, Eudora Welty o Carson McCullers".

También del período son escritoras como Luján Carránza, con libros como "Pájaros de ceniza" (1966)0 "La bolsa de sal" (1968) entre otros; Carmelina de Castellanos; Alma Maritano; Susana Valenti, Gabriela Maiorano y Gloria Lenardón (1945), con su excelente y premiada novela "La reina mora".

La crítica y el ensayo

El comienzo de los 60 estaría signado, en lo que refiere a la crítica, el análisis literario, la investigación histórica y el ensayo, por la relevancia de la en- tonces Facultad de Filosofía y Letras, en la que dictarían cátedras (e incluso serían decanos de la misma, entre 1958 y 1966) dos intelectuales prestigiosos: el hoy respetado historiador Tulio Halperín Donghi y el crítico Adolfo Prieto (1928), a los que se sumaría, hasta el golpe de Onganía en 1966, una larga serie de relevantes profesores, algunos de ellos europeos, arribadós como consecuencia de la II Guerra Mundial.

Sería en la mencionada Facultad donde Prieto (integrante en los 50 del grupo que diera origen a la revista "Contorno", un hito en la cultura argentina) impulsaría la tarea del Instituto de Letras y la inmediata aparición del "Boletín de Literaturas Hispánicas" y de una serie de publicaciones. Tanto en uno como en las otras, publicarían sus primeros trabajos de investigación Aldo Oliva, Rosa Boldori y Marta Scrimaglio a la vez que pertenecerían a la misma generación críticas prestigiosas como Josefina Ludmer y María Teresa Gramuglio. En ese ámbito se gestarían además valiosos trabajos como "El tema de la inmigración en la literatura argentina", de Gladys Onega y se concretarían importantes y pioneras investigaciones como "Proyección del rosismo en la literatura argentina", dirigida por Prieto y publicada en 1960.

Desde su cátedra de Literatura Argentina, Prieto impulsaría además un importante interés por el estudio y análisis de la misma y de la literatura latinoamericana, a través de la presencia de profesores invitados como David Viñas, Angel Rama, Noé Jitrik e intelectuales como Eliseo Verán, León Rozitchner.

En Rosario publicaría Adolfo Prieto "Literatura argentina y subdesarrollo" (1968), al que antecederían "La literatura autobiográfica argentina" (1962), y "Antología de Boedoy Florida" (1964). En 1974, para la Editorial Biblioteca, dirigiría la recordada colección "Conocimiento de la Argentina", prologando "Prosas y oratoria parlamentaria", de José Hernández, "Las multitudes argentinas", de Ramos Mejía y dos recopilaciones: "Los años de la emancipación política" y "Las guerras civiles. El rosismo", con una antología de textos de protagonistas de la historia argentina como Vieytes, Castelli, Lamadríd, Paz, Ferré, Iriarte y otros.

Prieto se radicó en Estados Unidos en la década del 70, para dictar cátedras en universidades de dicho país, regresando a Rosario en los 90 cuando a sus iniciales trabajos "Borges y la nueva generación" (1954), "Sociología del público argentino" (1956), y a los mencionados precedentemente había sumado otros, exponiendo siempre la clara comprensión de textos, autores y momentos históricos, la honestidad intelectual y el rigor crítico que lo califican como uno de los nombres insoslayables de la cultura argentina, a despecho de su proverbial humildad.

En el mismo ámbito iniciaría su reconocida trayectoria crítica Nicolás Rosa (1939), desde "Crítica y significación" (1970) y algunos trabajos sobre poetas rosarinos como Héctor Píccoli, a libros como "Los fulgores del simulacro" (1987), "El arte del olvido" (1990), "Artefacto" (1992), "La lengua del ausente" (1997) o "Políticas de la crítica" (1999). Rosa ha sido y es docente de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR y un permanente generador de nuevas investigaciones desde la misma.

También estarían estrechamente vinculados a esa casa de estudios varios de los críticos del período: entre otros, Eugenio Castelli (1931), desde el inicial "Tres planos de la expresión literaria latinoamericana" (1967); Edelweiss Serra (1923); y los vigentes Inés Santa Cruz y Roberto Retamoso.

De ese modo, entre 1960 y el final del siglo XX, Rosario consolidó, en el ámbito de las letras, un protagonismo que ha excedido sus propios límites, más allá de los períodos autoritarios, las estrecheces económicas y la falta de apoyos permanentes a la tarea intelectual o a lainvestigación. En esos 40 años, muchos de los nombres citados ganarían prestigio y reconocimiento nacional, obtendrían valiosas distinciones y ejercerían influencia positiva sobre las nuevas generaciones; la poesía rosarina sería valorada y estudiada y la ciudad concretaría un festival anual de poesía que convoca a auditorios insospechadamente nutridos y a figuras relevantes del país y de otros países. No es un balance menor.

Fuente: Extraído de la Revista del diario La Capital “ La Vida Continua “ ( 1960-2000)