Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

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lunes, 31 de marzo de 2014

Los doctores Cayetano Zampettini (1858-1935) y su hijo Carlos Zampettini Walker (1901-2000)



Por Sebastián Alonso
El Doctor Cayetano Domingo Santiago Zampettini nació en Senigallia, puerto de la provincia de Ancona en Las Marcas, Italia, el 6 de noviembre de 1858 y falleció en Rosario el 18 de septiembre de 1935. Era hijo dei Capitán Carlos Zampettini y Berenice Bedini1. Se graduó como médico cirujano en la Uni­versidad de Bologna el 30 de junio de 1884. Realizó cursos de perfeccionamiento en Viena, en Berlín con los profeso­res Landau, Martín y Koenig y en París, donde fue asistente de los doctores Félix Guyon y Joaquín Albarrán, impulsores mundiales de la Urología. Realizó viajes científicos al Lejano Oriente donde visitó centros asistenciales de Bombay, Calcu­ta y Singapur. Viajó posteriormente al Uruguay donde residió por poco tiempo y de allí a la Argentina donde, después de haber revalidado su título en 1887, obtuvo por concurso el cargo de Cirujano Primario del Hospital Italiano de Buenos Aires que desempeñó hasta enero de 1906. En 1897 se casó en Buenos Aires con Ana Walker Cummings, hija del Coman­dante Juan José Walker (ex combatiente de la Guerra de Sece­sión norteamericana convocado por Sarmiento para capacitar a la Armada Argentina en las nuevas técnicas militares) y Marcela Cummings. Tuvo cinco hijos: Berenice, Clelia (que vivió 100 años), Carlos Juan José, Marcela y Edgardo (que murió a poco de nacer junto con su madre de sólo 26 años de edad debido a una sepsis puerperal). A partir de 1901 había comenzado a vivir casi permanentemente en Rosario, ciudad en la que trabajaba desde 1890. Residía en la calle San Luis 1272. en una de las primeras casas de tres plantas de la ciu­dad. Fue cirujano del Hospital Italiano Garibaldi y del "Unio-ne e Benevolenza". Pionero en el uso de la radioscopia sufrió, como muchos de sus colegas que adoptaron este método de diagnóstico a comienzos del siglo XX, por las falencias de una tecnología incipiente, las consecuencias de la exposición a las radiaciones debido al entonces aún poco conocido efecto acumulativo de las mismas. Numerosas anécdotas lo relacio­nan con la historia de la ciudad. Por ejemplo, ta curación del pintor Germiniano Tevoni quien el 21 de diciembre de 1901 sufrió un grave accidente mientras se encontraba decorando el cielo raso del vestíbulo del Palacio de Justicia de los viejos Tribunales, que aún estaba sin concluir. Por tal motivo, le fue­ron entregados un pergamino y una medalla de oro diseñada por el grabador Marcos Vanzo, que sus descendientes aún conservan. Aunque especializado en cirugía génito-urinaria su espíritu inquieto lo llevó a interesarse por todas las ramas de la Medicina. En 1918 fundó el "Sanatorio Italiano" ubica­do en la calle Santa Fe 1329 (entre Corrientes y Entre Ríos) donde trabajó junto a su hijo hasta su muerte en 1935.
El doctor Carlos Juan José Zampettini Walker, su hijo, nació en Rosario el 31 de mayo de 1901 y falleció a la edad de 99 años el 15 de julio del 2000. Al morir su madre, cuando sólo tenía 5 años, creció junto a su padre rodeado del pequeño mundo de médicos de Rosario de aquel entonces. Solía asistir a los cumpleaños de su padrino el doctor Bartolomé Vasa­llo desde cuyo balcón (Palacio Vasallo) escuchaban la banda de Policía que lo homenajeaba en esas ocasiones. Zampettini Walter comenzó su carrera en la ciudad de Córdoba ya que aún no se había creado la Facultad de Medicina de Rosario y continuó sus estudios en esta ciudad donde se graduó el 26 de marzo de 1928 (una placa que se encontraba en la entra­da de la Facultad -actualmente en el Rectorado- lo recuerda junto a los primeros graduados). Médico urólogo, fue jefe del Servicio de Urología del Hospital "Unione e Benevolenza" entre 1928 y 1929 y entre 1935 y 1942 y del Servicio de Urología del Hospital Ferroviario. Continuando la iniciativa su padre, fundó y dirigió el "Sanatorio Zampettini" ubicad en la calle Corrientes entre San Luis y San Juan (frente a Plaza Sarmiento), institución que trasladó en 1941 a -Paraguay 975 a un edificio destinado al efecto que h. cargado a los arquitectos Guido Lo Voi y Atilio Todeschini Con la incorporación del doctor Rafael Babini, la -cambió su nombre por la de "Sanatorio Babini-Zampettini y, pocos años después, luego de algunas reformas edil . llamó "Sanatorio Centro"2.
Casado con Cesarina Lorenza Calvo, hija de Arnolfo Cal; y Magdalena Giraudo, fue padre de Carlos María Cayetano Zampettini, también médico, que actualizó y expandió propiedad heredada de su padre'.

'Ver Zampettini, en Alonso, Sebastián y (hispí Terán, María W..-¿ la, "Historia genealógica de las antiguas familias italianas de R 1870-1900", op. Cit .pág. 366.
-Para la realización de este artículo se consultaron las siguiente  Revista Médica de Rosario. 1935, pág. 1087; "Antecedentes Trabajos del Dr. Carlos J. I Zampettini Walker para optar a Titular de la Cátedra de Clínica Génito-Urinaria". 1947; ríos pertenecientes a los descendientes del Dr. Cayetano 7—y 'El autor agradece tas fotos y los datos aportados al Dr. Carlos Za pettini (nieto).

Fuente: Extraído de la Revista “Rosario, su historia y región”. Fascículo N• 110 de Agosto de 2012

viernes, 28 de marzo de 2014

AMADEO SABATTINI ROSARINO POR ADOPCIÓN



Por Julio E. Chiappini y Julio Chiappini

 1-Personajes a rememorar
A la inversa de médicos cordobeses que fueron gobernadores de Santa Fe (Carlos Sylvestre Begnis y Víctor Félix Reviglio), Amadeo Tomás Sabattini fue un médico rosarino por adopción que resultó gobernador de Córdoba. Córdoba que se fundó con ese nombre, en 1573, pese a que Jerónimo Luis de Cabrera era sevillano. Pasó que su es­posa era cordobesa (de España, claro), y entonces Cabrera quiso honrarla. Se ve que en esos tiempos los hombres eran más galantes. Ahora, en cambio, nos dicen, las damas echan sapos y culebras. En general tienen razón... y razones. El error a lo mejor consiste en que aguardan "príncipes azules". Que los hay, y muchos. En las películas.
Lo cierto es que Sabattini nació en Barracas, provincia de Buenos Aires, el 29 de mayo de 1892. Fue hijo del bolones Luigi Sabattini Taglioni y de la uruguaya Clotilde Aspesi. A sus dos años la familia se radicó en Rosario de Santa Fé. El matrimonio, la hermana mayor. Rosa, y tres hermanos menores nacidos en Rosario: Alberto, Pablo y Luis Enrique. Cursó aquí estudios pri­marios y secundarios y, ya instalado en Córdoba en 1910. se graduó de far­macéutico (boticario era algo menos) y a poco de médico. Regresó entonces a Rosario y se casó con la rosarina Rosa B. Saibene, con quien tuvo cuatro hi­jos: Clotilde Rosa. Alberto Amadeo. Marta Susana e Ileana. Sabattini, vuelto a Córdoba, prosiguió ejerciendo como médico ginecólogo en La Laguna y luego en Villa María, ciudad que sería de residencia definiti­va desde 1919. La vocación por ser far­macéutico probablemente porque su padre lo era en Rosario. Con local en Salta y Ovidio Lagos, esquina que en ese tiempo era a poco de extramuros. Estamos en los años veinte y esta es una de las ven­tajas de la historia: podemos viajar hacia el pasado sin necesidad de la "máquina del tiem­po" o de que, como en las ciencias físico-naturales, debamos repetir los experimentos. Nuestro personaje, entretanto, afilia­do a la benemérita Unión Cívica Ra­dical y ministro de gobierno, justicia y educación pública cuando la gobernación (1928-1930) de José Antonio Ceballos. Durante 1936-1940 Sabattini se desempeñó como gobernador de la provincia. Fue una elección muy reñida contra el ju­risconsulto conservador José Aguirre Cámara: 1900-1969. lllia también un ideario político. Cierto que respec­to a la "tolerancia" hay que ver en cada caso, no es cuestión de soportar todo. Mientras, prorro­gaba su adhesión a Yrigoyen antes que al alvearismo. La gobernación de Sabattini fue ex­traordinaria: obra pública. fábricas militares, pionero en el establecimien­to del juicio oral en el país, completa decencia. Una anéc­dota lo pinta de cuerpo entero aunque también a su hermano, que trabajaba en la Administración pública en Cór­doba capital. Cuando Sabattini fue electo, le dijo a ese hermano "Vas a tener que renunciar". Eran los modales de entonces: bien que barrabasadas y tropelías también se cometían. Su her­mano le contestó con gran altura: "¡Por supuesto!".
Cuando la revolución de 1943, se exi­lió en el Uruguay. Al volver, contendió en 1945. en la interna radical, con José Pedro Tamborini. Perdió y principió su retiro de la política. La fórmula Tamborini-Mosca, producto de una alianza un tanto promiscua, la Unión Demo­crática, fue derrotada en las elecciones de 1946 por la que encabezó Perón; apellido que en realidad debe escri­birse sin acento ortográfico pues es de origen italiano. Enrique M. Mosca era santafesino y había desempeñado mu­cha vida pública. En 1938 la fórmula presidencial fue Alvear-Mosca y resul­tó vencida por Ortiz-Castillo, conser­vadores.
En 1945, y durante un mitin en Tucumán, Sabattini, que sobrellevaba el apodo "Peludo Chico", sufrió un aten­tado. Es tradición, en tanto, que ese año Perón le ofreció integrar su bino­mio y que Sabattini se negó. En 1951 su partido le ofreció ser candidato a Presidente pero finalmente quedó la fórmula Balbín-Frondizi. La facción dominante era el Movimiento de In­transigencia y Renovación, comple­tamente antiperonista. El fundó otro grupo, Movimiento de Intransigencia Nacional, que quiso unificar el parti­do. Pero no pudo. Luego la U. C. R. se dividió entre la Unión Cívica Radical Intransigente y la Unión Cívica Radi­cal Popular, que apoyó al sabattinismo. Pese a la promesa de Leandro Nicéfo-ro Alem (apellido turco: "estandarte"), se quebró, se dobló y cosas parecidas. Lo mismo a poco con la Unión Cívica Radical del Pueblo y la Intransigente: Balbín y Frondizi.
Alejado de la política, que según Na­poleón a Goethe en Weimar es "la fatalidad", Sabattini falleció en Villa María el 29 de febrero de 1960. Había vuelto al ejercicio de su profesión, que desempeñaba con filantropía. Ninguna calle de Rosario lo recuerda. En cam­bio, sí a demasiados granujas o me­diocres. Probablemente la Argentina sea un país sin meritocracia: no hay correspondencia entre el mérito y el destino de las personas. Pero tampoco, naturalmente, sabemos eso a ciencia cierta.

2. Raúl Barón Biza
Raúl Barón Biza nació en Villa Ma­ría en 1899. Ese mismo año nacieron Borges, Miguel Ángel Asturias, José Pedroni, Sebastián Soler y Alphonso Capone. Y seguramente muchas otras personas.
Raúl fue hijo de Vilfred Barón y de Ca­talina Biza, ambos riquísimos a rabiar (generalmente los que rabian son los demás por la envidia y esas cosas). Raúl fue un bon vivant, un play boy y demás trajines que solemos deplorar pero que gustosos emularíamos si pu­diéramos. Y hablamos así con las pro­tocolares excepciones del caso. Raúl incluso cometió "locuras", que ahora no vienen mayormente al caso. Bien que los millonarios no son locos sino excéntricos.
Lo cierto es que tras la Gran Guerra (luego habría otra bastante más gran­de), con la que de alguna manera co­menzó el siglo y terminó la belle apo­que, Barón vivió como un príncipe en Europa y recorriendo el mundo. Fue partidario del peculiar lema "muchas mujeres son pocas y una mujer es mu­cho"; hasta que en Viena conoció a una modesta actriz, Myriam Stefford. Que después describió en "El derecho a ma­tar": "Boca pequeña de labios pintados, tibios, húmedos. Boca de carmín, tenía ese rictus embustero, delicioso y un poco canalla de todas las divinas bocas nacidas para mentir y besar". Vaya, qué bien plumeada descripción... de sensa­ciones. Palabra de moda. Myriam, nacida en Berna en 1905, en realidad se llamaba Rosa Margarita Rossi Hoffman. En 1925 comenzó su convivencia con Barón Biza, que gas­taba a manos llenas. Si ella lo ignora­ba cuando lo conoció, fue un "amor a segunda vista". En tanto, en 1928 vinieron a Buenos Aires en el Cap dAncona. Aquí a ella le decían "baro­nesa". Tal vez por su porte aristocrá­tico, tal vez por confusión respecto al apellido de "su pareja". Con quien se casó en 1930 en Venecia, en la basílica de San Marcos. Y con concurrencia de cierta porción de la nobleza europea De todas maneras bastante menos que "la créme de la créme". O afines fra­ses pomposas como el "tout Bue Aires". En "Secretos de familia". Magdalena Ruiz Guiñazú comenta que la frase "tirar manteca al techo" proviene de esa costumbre de Raúl: casualmen­te lo hacía en sus comidas. Tras el casamiento, quedaban atrás tres años en París, que era y persiste como capital de Europa (hoy ame­nazada con ser un ilustre cadáver, lo cual imaginamos no sobrecogerá asi1 En 1931 el despampanante ma­trimonio volvió a la Argentina. Vi­vían en una mansión frente a Plaza Francia o en la estancia "Los Cerri­llos" de Alta Gracia. Pero ese año Myriam, piloteando un avión que recorría el país, murió al estallar el aparato en el aire. Barón Biza, que según algunos la adoraba y según otros instigó a un mecánico para que descompusiera el aeroplano, la sepultó en su estancia en un mauso­leo con el antiguo epitafio "Un bel morir tutta la vita onora". El mausoleo, de 82 metros, era más alto que el obelisco porteño, y el sarcófago se emplazó a 14 metros bajo tierra. Más abajo aun, un cofre con las joyas de Myriam. Entre las cuales el diamante "Cruz del Sur", uno de los más célebres del mundo. El monumento, construido por el ingeniero Fausto Newton y por un centenar de obreros polacos, fue fi­nalmente inaugurado por el gober­nador Sabattini. Jorge Camarasa, en "Amores argentinos", evoca el que reseñamos. Era arduo, sino ímpro­bo, evitar la truculencia.
3. Sabattini suegro de Barón Biza
Clotilde Sabattini nació en Rosario en 1918. Fue profesora de historia graduada en la U. B. A. y luego becada a Suiza. Se enamoró ("el amor es el ocio de los ocupados y la ocupación de los ociosos": Bu-llwer-Lytton) de Barón Biza; a tal punto que muy jovencita escapó de la casa paterna para convivir con Raúl. Quien había cambiado su tren de vida: ahora formal, no­velista, interesado por la política y por el país -esa militancia le costó cárcel y destierro-, tuvo una buena relación con Clotilde hasta que en 1950 gran trifulca familiar: balazos con Alberto Sabattini, hermano de Clotilde, y separación. Es que, recita­ba Vinicius de Moraes, "El amor es eterno mientras dura". Notable fra­se que en rigor pertenece a Henri de
Regnier. Y entonces el gracejo de Cé­sar Bruto (Carlos A. Warnes): "Quien copia a uno comete plagio. Pero quien copia a muchos es un erudito". En 1953 Clotilde se exilió en Monte­video y en 1958 Frondizi, con gran alemán Graf Spee, hundido en el Rio de la Plata en 1939. El monumento fúnebre, algo así como nuestro Taj Mahlal. fue vandalizado por tropas revolu­cionarias en 1955. Raúl y Clotilde tuvieron tres hijos: Carlos, Jorge y Marisa Cristina; estos dos últimos se suicidaron. Raúl seguía rico; por ejemplo pro-| pietario de los locales en la galería subterránea bajo el obelisco. For­malmente separado desde 1958. en 1964 quería el divorcio en el Uruguay pues ya se había deroga­do nuestra ley de divorcio peronis­ta de 1954. De modo que invitó a su departamento en Esmeralda al 1200 a Clotilde y a sus abogados. Los invitó a beber, lo cual es civi­lizado (y además acaso disminuya el ingenio de los que ingieren: hay gente muy astuta), y le acercó un vaso a ence­rró en la propiedad y se suicidó de un disparo en la cabeza. Fue tan escrupuloso que minutos antes en­cargó a una cochería se encargara del sepelio. Está enterrado bajo un olivo a metros de lo que quedaba del mausoleo de Myriam Stteford. Tenemos a mano una biografía novelada de Clotilde: "Se perdo­na tanto como se ama", de José Luis Thomas (Pirca, Alta Gracia, 2009). Un título atractivo; aunque en la vida no siempre se verifique tamaña igualdad.
Clotilde fue a vivir a ese departa­mento de calle Esmeralda. Hasta que el 25 de octubre de 1978 allí mismo se suicidó arrojándose al Na­ció. Tal vez ambos conocían el dic­tamen de Novalis: "El suicidio es el acto filosófico por excelencia". En fin: hemos ensayado, y ojalá que sin ninguna dosis del abominable cinismo, crónicas variadas y entrete­jidas. La política, el amor, las muertes trágicas. Si el lector se entretuvo, nos sentimos gratamente sorprendidos. Y, desde luego también, complacidos y agradecidos.
Fuente: Extraído de la Revista “Rosario, su historia y región”. Fascículo N• 117 de abril 2013.-

martes, 18 de marzo de 2014

Recreos, biógrafos y pabellones



 A todos ellos se agregarían los recreos, otros ámbitos de emetenimiento para los rosarinos de comienzos de siglo y años postenores. en los que "dar cine" se convertía en una buena inversión para la temporada veraniega. Se iba a ver cine entonces al Recreo de los Baños del Saladillo, donde también se combatía la canícula con un chapuzón: el Recreo Echesortu, cuyo emplazamiento coincidiría, en el tiempo, con el del Cine Echesortu, una gran sala destinada hoy a otros usos; el Recreo Arroyito, lindante con el puente que salvaba el arroyo Ludueña, en lo que muchos calificaban como los extramuros del Rosario; el Recreo La Floresta, en Maipú al 1800, cuyo nom­bre hacía poética alusión a su enclave, en medio de una nutrida arbo­leda; el Recreo Edén Ar­gentino, en San Martín entre Montevideo y Avda. Pellegrini, o el Pa­bellón Argentino de Córdoba y Paraguay.
Podría añadirse a la lista el Recreo de la Montañita del Parque Independencia, al que en 1910 se conocía también como Confitería del Parque . Su existencia fue larga y en 1921 La Capital lo publicitaba aún como "biógrafo al aire libre, el mejor y más antiguo de la ciu­dad..." Es en esa primera década del siglo y mu­cho más a partir de 1910 cuando comienzan a ser instaladas las llamadas ya salas cinematográficas a secas, algunas de las cuales perdurarían hasta no hace muchos años mientras otras pasaban a convertirse en gim­nasios, supermercados, confiterías bailables o templos evangelistas, todo por el mismo precio...
Contemporáneos de ellas eran aquellos locales que proyectaban también cine como un agregado a su quehacer cotidiano.
Era el caso del Cinema Colón, en San Martín Cuello. Al Belgrano se agrega­ban el Biógrafo El Águila, en Avda. Pellegrini 1480; el 1845, y el Café Belgrano. en San Martín 1095. al que sucederá el cine del mismo nombre.
San Martín era por entonces, además de la calle del Mercado -primero Sud y después Central- y de los bancos y casas de cambio, una especie de calle Lavalle porteña, donde abundaban los cines y en el Café Belgrano. poco antes de su cierre, se estrenaría en 1912 una de las primeras pelícu­las argentinas: la epopeya del gaucho Juan Cinematógrafo La Plata, cuyo nombre respondía a la calle donde estaba ubicado -luego no­minada Ovidio Lagos- y que se llamaría Edison primero y Cine Gardel después...
Se mezclaban todavía entre 1910 y 1920, como lugares donde se pro­yectaban filmes, el Edén Park, de Avda. Pellegrini al 1200; el Cine Mitre en Jujuy y Pichincha donde se percibían aromas prostibularios, o el Pabe­llón de las Rosas, en las proximidades del Parque Independencia. A e se sumarían año a año, cuando no mes a mes, algunos con nombres que aún despiertan cierta resonancia memoriosa. Son los casos del Edén, en Salta 1740; La Estrella, en Jujuy y Bvard. Oroñó, también llamado después Modelo; el Ideal, de San Martín entre Zeballos y Montevideo; el Pampero, en Güemes 2344, que también sufriría mudanzas en su nomen­clatura, ya que se llamó sucesivamente El Favorito, hacia 1918, y luego Libertad, en homenaje a Libertad Lamarque. en los años de sus primeros triunfos, an­teriores a 1930.
Hacia 1920 los rosarinos ya podían decirse unos a otros Voy al cine o ¿Vamos al cine?, sabiendo que esta­ban hablando de ir a un lugar específicamente preparado pa­ra recibir espectadores en con­diciones de comodidad e higiene más o menos gratifican­tes según los locales. Esos cines de finales de la primera década y sobre todo de finales de la segunda, albergaban asimismo a las primeras generaciones de cinéfilos rosarinos, quienes generarían después instituciones como los cine-clubes o cine-arte.

El Palace Theatre. uno de esos recintos, en Córdoba al 1300, publicitaba en los años de la II Guerra Mundial, junto a las películas sobre el con­flicto bélico, atractivos como "Los misterios del Circo Real", en 10 episodios, o "La mujer joya", en 25 entregas, interminables sagas fílmicas que mantenían en vilo a la audiencia durante días y días. Otro tanto hacía el Smart. en Rioja 960. conocido luego como Social Theatre. en el mismo predio que ocuparía años después el Cine Astral.
En esos años, la ciudad tenía sus estre­llas predilectas, desde las norteamericanas Pearl White, perseguida por la famosa "mano que aprieta", a Mary Pickford, Theda Bara, Clara Bow, Lilian Harvey, Constance Talmadge. Dororthy Green Gloria Swanson; la dane­sa Asta Nielsen y muchas otras.
Los fervores de la platea femenina, en cambio, se dirigían a dos galanes paradigmáticos de los primeros treinta años del cine: Douglas Fairbanks, por un lado, y el italiano Rodolfo Valentino. No menos célebres serían otros "amantes latinos" como Ramón Novarro o Ricardo Cortez, aunque na­die destronaría del corazón de chicos y adoles­centes a los héroes del entonces incipiente "werstern": William Farnun, William Hart, Tom Mix.


Fuente: Extraído  de la Colección “Vida Cotidiana de 1900-1930 del Autor Rafael Ielpi del fascículo N• 11



jueves, 13 de marzo de 2014

Ómnibus y Colectivos de Rosario



Por Adrián Yodice
En nuestra ciudad
En Rosario, el primer servicio de ómnibus automotor se remonta a 1911 realizando ocho viajes diarios entre el centro de la ciudad y el recientemente creado Barrio Godoy, servicio cuya existencia fue efímera. Partía de la plaza 25 de Mayo continuando por calle Córdoba, bulevar Oroño, 9 de Julio, calle Plata (hoy Ovidio Lagos) y las avenidas Godoy (hoy Presidente Perón), Provincias Unidas y Central (actual Rivarola), pasando por el Cementerio La Piedad. (2) Con el avance de la mecánica, los automotores se vuelven más confiables y el ómnibus retorna a nuestras calles. Rosario por aquellos años tenía una de las mayores tasas de crecimiento poblacional, superando todas las proyecciones, se creaban nuevos barrios y la ciudad se iba extendien­do más allá de los límites previstos. El transporte público de pasajeros constituyó un gran problema ya que el sistema tranviario no alcanzaba a cubrir las necesidades de la ciudadanía y existían muchos cuestionamientos desde el gobierno de la ciudad hacia la concesionaria del servicio -perteneciente al Grupo Belga SOFINA- por los constantes incumplimientos.
Es así como surgió la Ordenanza N° 23, de noviembre de 1923, que habilitaba a particulares que poseyeran vehículos automotores a fijar recorridos, horarios y tarifas para establecer servicios de ómnibus que mejoraran la situa­ción. Esto dio lugar a la utilización de automóviles que se llamaron Auto-Omnibus y fueron motivo de caos y dolores de cabeza para gobernantes y empresarios de aquel entonces por la falta de controles y competencia desleal con los tranvías.
Afines de 1925 existían patentados 35 ómnibus y en la Memoria de la Intendencia Municipal correspon­diente a 1926 (página 27) se califica de "explosivo" el aumento de este servicio, favorecido por la intro­ducción de chasis de conocidas marcas norteamericanas y su venta a largo plazo, los que eran carroza-dos en importantes talleres locales. Según información del Archivo Mikielievich, en julio de 1932 circulaban 209 ómnibus distribui­dos en 17 líneas. (2).
Bibliografía
(1)"100 años viajando en Ómnibus". Autor: Anibal F Trasmonte, publicado en www.busarg.com.ar
(2)"La aparición del ómnibus en Rosario" de Alberto Montes. Revistado Histonade Rosario Año XVII N°3!.

Fuente: Extraído de la Revista Rosario y su Historia. Fascículo N• 35 de Octubre de 2005

martes, 11 de marzo de 2014

EL GRAN ENRICO



Por Rafael Ielpi

Este no era ciertamente un desconocido en la Argentina, ya que había cantado en Buenos Aires en 1889, 1900, 1901 y 1903, en la Ópera porteña. En 1901, por ejemplo, dirigido por Arturo Toscarini, cantó Rigoletto coincidentemente con la celebración de los 80 años del general Mitre, en un función que tuvo a “don Bartolo”, ya convertido en u prócer en vida, más allá de los muchos enconos que se ganara, sobre todo por sus manejos políticos, entre los espectadores que aplaudieron con entusiasmo al tenor napolitano.
Cuando llegó a Rosario estaba en su plenitud y era conocido y admirado por sus grabaciones que se sucedían a un ritmo inusual. Caruso fue consecuente con el disco y el primer gran artista en aceptarlo y poner su arte al servicio de esa nueva y maravillosa técnica, de llegaría demasiado tarde, como en el caso de Julián Gayarre.
El debut se produjo el 9 de julio de 1915 con la obra Manón Lescaut, en la Gilda Dalla Rizza era coprotagonista. Con ella Hipólito Lázaro y  Mario Sanmarco, a los que sumaron en una escala Fleta y la Galli-Curci, hacia viajado Caruso hacia la Argentina en el “ Príncipe de Udine”, con una compañía que traía consigo hasta un experto en “claque”, que seguramente no necesitó aquí incentivar el aplauso.
Después de una rápida gira a Córdoba y Tucumán, con triunfos similares, Caruso volvió a La Ópera a cantar uno de sus grandes papeles: el de Ipagliacci. El suceso fue esta vez impresionante y es difundida anécdota del grupo de una cincuentena de mandolinas pulsadas en entusiastas músicos italianos que lo siguieron hasta el hotel, como homenaje a su arte, al son de canzonetas y temas de la patria común y lejana.
El comentario crítico no mezquinaba ditirambos, aunque bien ganados: Su voz es sonora, vigorosa, a la vez que delicada, de una asombrosa homogeneidad. Su canto es siempre de un sentimiento profundo y viril y lo que justamente ha colocado a Casuro en el más alto pedestal del arte lírico es el exquisito buen gusto con que canta, muy personal y característico, esa dicción perfecta y la verdad con que encarna al personaje, escribió La Capital.
El auditorio tampoco se anduvo con medias tintas y el tenor debió responder once llamadas a escena para el saludo de rigor. El calor de imborrable impresión sobre el lugar. Antes de abandonar esta ciudad, le escribiría antes de partir a José Mecca, administrador de La Ópera, me es grato manifestar que las condiciones acústicas de este gran teatro son tan completas que nada tienen que envidiarle a los más importantes coliseos del mundo que he visitado durante mi carrera artística, y  en tal sentido es parecido al Metropolitan de Nueva York. Lo saluda muy afectuosamente, su atento, Enrico Caruso. Un agregado, entre paréntesis, revela su gentuza: Ya que ello ha de enorgullecer al propietario de La Ópera, don Emilio Schiffner. Éste debe haber recibido el elogio con mejor talante que el que tuviera al enterarse del estreno de La gente honesta, que le “dedicara” Florencio Sánchez trece años antes…
Lo cierto es que Caruso, que había dejado un recuerdo imborrable en todos los que lo escuchaban, desde los inmigrantes ( los “paesanos” arracimados en el gallinero de La Ópera) a la próspera burguesía, en gran parte del mismo origen itálico, que ocupaba los costosos palcos y las plateas, no volvería a Rosario. Aquel a quien su amigo Walter Mocchi definiera como el más caro de los artistas, cantaría de nuevo en Buenos Aires dos años después, en 1917, y a pesar de ser anunciado tanto en Rosario como en el Teatro Argentino de la Plata, sólo se trató, en ambos casos de buenas pero frustradas intenciones.
Aquellos de dos viajes finales a la Argentina, en de 1915 y el de 1917, lo vincularon ( de modo directo en un caso y de manera poco demostrable pero creíble, en el otro) con dos nombres importantes de la música popular argentina. En 1915, uno de los integrantes de la nutrida comparsa de demanda toda ópera que se precie de tal, era un joven aspirante a tenor, que abandonaría luego la lírica para  triunfar en otro género en el que también había dramas, perfidia, traiciones y muertes violentas como en la ópera. Se llamaba Agustín Magaldi.
En 1917, terminada su temporada en Buenos Aires, Caruso viajó a Montevideo. Allí según diversos testimonios que quizá no sean otra cosa que leyenda, o no, lo visitó un joven admirador que ya andaba por escenarios de poca monta cantando estilos y milongas. El tenor había encontrado grata la voz de aquel desconocido y condescendió a dejarle algunas recomendaciones, fruto de su propia y consagrada experiencia, como no forzar la extensión y volumen de la voz. El Joven cantor debió tenerlas en cuenta seguramente porque incluso tomó lecciones luego de un tiempo con un maestro de canto lírico, aunque triunfaría, y mucho, como Magaldi, en el tango. Este otro de historia montevideana se llamaba Carlos Gardel.
Los días rosarinos de Caruso le sirvieron para acumular aún más fama que adicionar a la que había logrado en Europa y, especialmente, en los Estados Unidos, sobre todo en el “Mer”, y a la vez para permitir, como ocurría siempre, que los empresarios salvaran con él cualquier temporada adversa.

Actuó en Julio 1915 en una función extraordinaria de 35 pesos
la platea, que marcó el record de recaudación por la entradas teatrales: 33
mil pesos. Como paraba en el Hotel Savoy y ocupaba todo el segundo
piso. Hubo que desconectar toda la instalación eléctrica de las campani-
llas para que no lo molestara el ruido mientras dormía. Durante su breve
estadía en Rosario, una tarde salimos a dar un paseo. Como era un gran
coleccionista de monedas y medallas ( su colección valía una fortuna) quiso
recorrer las agencias de cambio de la calle San Martín, donde compró
varias monedas antiguas… Caruso ganaba en esa gira 5 mil pesos oro
por función que cantaba, que al cambio de $2.20 cada peso oro que regía
entonces, eran 11 mil pesos papel. Y como por contrato debía cantar en
Buenos Aires, Rosario, Montevideo, Río Janeiro y San Pablo un
Mínimo de 45 funciones, cobraba casi medio millón de pesos por los cua
Tros meses y medio de temporada, aparte de los pasajes de ida y vuelta
Desde Italia en clase de lujo para él, en primera para el maestro de canto
y los dos secretarios que lo acompañaban y de segunda clase para sus dos
personas de servicios. Pero aunque era el cantante más cotizado de la época,
para las empresas resultaba el más conveniente por el margen de utilidad
que dejaban las temporadas líricas encabezadas por su nombre, ya que en
las funciones en que cantaba Caruso – a pesar de los precios altos que se
cobraran- era infaltable en la boletería el clásico cartelito No ya más
localidades.
                                                                                    ( Carpentiero: op.cit)

Walter Mocchi, el empresario que lo trajera a la Argentina, seguiría por su parte ligado a Rosario, afortunadamente para los incontables amantes del “bel canto”. En 1919 dejó de traer espectáculos a la Ópera y se dedicó a programar el Colón con su amigo Carpentiero, y entre ese año y 1922 sacudió a la ciudad. Primero, con la trilogía pucciniana de Mefistófeles, Moisés y Tabarre, con la soprano Dalla Rizza. Después con la gran María Barrientos en Lucía…, y en 1922 con el duelo proverbial de Fleta-Lázaro, dirigidos por Mascagni e integrando una compañía que incluía a otro tercero de grandes : Giácomo Lauri-Volpi ( al que Lázaro también dedicó sus dardos cada vez que pudo), Gabriela Besanzoni y Elvira de Hidalgo.
Es por aquellos años arribo permanente de grandes nombres de la lírica cuando un rosarino hoy injustamente olvidado comienza a perfilarse como uno de ellos, por lo menos en su época: el barítono Felipe Romito, que en 1919 es contratado por el Teatro Coliseo porteño para actuar con una de las compañías europeas, iniciando de ese modo una carrera tan brillante como intensa, que lo llevaría a cantar en los grandes escenarios del mundo, sin excluir no el Colón argentino ni la Scala de Milán, verdadero templo del “bel canto”.
Todavía al año siguiente, el dinámico Mocchi juega carta ganadoras al desembarcar en el teatro de la calle Corrientes a un elenco en el que brillaban Richard Strauss y Gino Marinuzzi como directores de orquestas, nada menos; el barítono Mario Sanmarco, pero como “regisseur”, que lo era y muy bueno y cantantes que pertenecen a la historia de la lírica como Aureliano Pertile, Ninón Vallin, Toti dal Monte, Fleta nuevamente y otros.
En 1924, el ex político izquierdista devenido en empresario, que se casaría también con la gran soprano brasileña Bidú Sayao, muerta a avanzada edad en el año 2000, retorna a la Ópera y reincide con nombres conocidos pero no por eso menos importantes: Dalla- Rizza, Damiani, Claudia Muzzio, la Besanzoni, Fleta, Vitulli, todos al servicio de la Traviata, La forza del destino, y Loreley. Ya crea del fin de la década, la Ópera tendría sus cuasi postreros esplendores operísticos con Norma de Bellini, con la exquisita Muzzio y Pedro Mirassou.
Después, llegaría no sólo el final de las grandes temporadas, las grandes óperas y las grandes divas y divos. Llegaría también el golpe militar del 6 de septiembre de 1930 y el comienzo de la “década infame”y de los períodos autoritarios y de las dictaduras sangrientas en la Argentina…
Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame”  Tomo I Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones

martes, 4 de marzo de 2014

UNA UNIVERSIDAD PARA EL LITORAL



Los representantes  entrerrianos y correntinos manifestaron que acompañaría el proyecto de la Universidad Nacional del Santa Fe con la reserva de que lo hacían con el compromiso de que se aprobara  las creación de facultades  en sus provincias. El diputado por Corrientes , José Antonio González, solicitó el 11 de de Junio de 1919, que se cambiará  la denominación por Universidad Nacional de Santa Fe  por UNL.
El exgobernador  de Santa Fe  y ahora diputado Mosca votó favorablemente  no sin antes dejar de advertir que la creación de esa universidad formara parte de un pensamiento que concebía a las ciudades Santa Fe, Rosario, Paraná y Corrientes como parte de una misma casa de altos estudios.
Mosca coincidió con Agote en que Rosario ya “ tenía un ambiente universitario”…
Rosario, a la que veo, señores diputados, dibujarse sobre las orillas del Paraná, como un inmenso mercado al cual ha de sufrir y del cual ha recibir todas sus riquezas, cubierta casi como Londres su atmósfera por el humo de sus fábricas y palpitante hasta estremecerse su seno por la actividad de sus hijos, Rosario que ha sido calificada con razón la Chicago de la República Argentina, ha recibido la más alta calificación que un progreso material puede recibir una ciudad, debe tener una facultad…. Según decía Ayala.
Rosario disponía  de médicos de reconocida idoneidad  que podrían cubrir cargos docentes de la futura Facultad de Medicina y también dar clase en las ya existentes en Buenos Aires y La Plata.
Rosario tiene un  inmenso comercio, Rosario tiene una gran industria pero carece de los hombres técnicos y prácticos necesarios. Allí hay una escuela industrial de la nación en donde se preparan alumnos con conocimientos prácticos  pero no los suficientes para ser los directivos del comercio y en la industria de esa gran ciudad.
Desgatado Rodríguez por esta situación terminó por aceptar lo resuelto por el frente político conformado por los gobernadores y legisladores de Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos  de crear una Universidad con sede en la ciudad de Santa Fe.
Para los rosarinos el diputados Jorge Rodríguez pasó a la historia como “autor” y “ padre” de la Universidad local.
 Fuente: fragmentos extraído del  “Libro Ciudad Puerto De Marco, Miguel Angel Leopoldo Gabriel  – Universidad y Desarrollo Regional – Rosario 191-1968” de noviembre 2013
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