En
diciembre de 1919, una medida oficial arremete contra uno de los rubros que
tenía piedra libre en la zona prostibularia: el juego. En dicho mes el
gobernador interino, el caudillo radical Juan Cepeda, varios de cuyos
"punteros" y hombres de acción provenían de la 4.a, y
también de Pichincha, ordena la clausura de las casas de juego en Rosario,
muchas de las cuales estaban en esos barrios "pecaminosos". El golpe
de efecto de la decisión se atenuó, sin embargo, casi de inmediato si nos
atenemos a que la prensa se indigna, al poco tiempo, porque algunos siguen
aprovechando la personería jurídica...
En
realidad, el juego formaba parte de la vida cotidiana de esa zona de la ciudad,
y no eran pocos los cafés y boliches donde se jugaba a todo lo que diera
oportunidad de apostar unos pesos, desde las cartas a la esquiva suerte de la
taba, desde las bochas a las riñas de gallo e incluso desde la azarosa
habilidad que se requiere para introducir la ficha en la estrecha boca del
sapo, un juego que no faltaba en ninguno de aquellos comercios. Una
concurrencia que era mayoritariamente trabajadora, entre la que se mezclaban
los guapos tanto como los desocupados, encontraba en el juego una posibilidad
de entretenimiento, de sociabilidad y de encuentro diario, aunque muchas veces
más de una partida de truco o
una tabeada terminaban en forma sangrienta.
En
agosto de 1915, ante
¡as frecuentes infracciones relativas al horario de las casas de tolerancia, el intendente firma un
decreto fijando las
horas de las 4 de la tarde y 3 am. para la apertura y cierre de las mismas, a la vez que encarece
el cumplimiento de las ordenanzas reglamentarias de esas casas y en particular la que prohibe a las
pupilas exhibirse en las puertas y balcones que
dan a la calle. Un
mes después, el intendente solí cita el auxilio de la fuerza pública para
proceder a la clausura por el término de tres meses
de las casas de tolerancia situadas en Avda. Wheelwright
2115,2121,2129,2139,2143,2179 y 2181 y de las de Güemes 2853, 2871,2875 y 2878, por haberse
comprobado el ejercicio di la prostitución clandestina.
Los prostíbulos de la
sección 4.a ejemplificaban la preeminei eventual que los franceses
tenían por entonces en esa zona, donde dominaban el comercio del sexo, algo que
seguirían haciendo sin problemas hasta su desplazamiento por la corporación de
los polacos y judíos, como ocurriría en el resto del país y sobre todo en
Bueno'. Aires, donde aquella "guerra de los rufianes" alcanzaría
proporcione-, notorias, con golpes de acción de tremenda eficacia para disuadir
a loi encaprichados en no resignar territorios.
Los franceses, los
primeros en ser calificados por la jerga rosarina como "panzones"
(una denominación genérica que englobaría luego a todo rufián, proxeneta,
caften, cafishio, caliólo, macró o como se li i| llame) tenían inclusive su propio lugar de
reunión: un café de perdí, li 1 nombre en la esquina de
Brown y Moreno, en el que se encontraban para tratar asuntos de pupilas y
arreglar cuentas del negocio. Esta preeminencia de los "franchutes"
duraría en Rosario desde 190'> 1 1925 aproximadamente,
para apagarse luego, aunque la fama de las francesas" los
sobreviviría con largueza en la memoria y la fantasía di muchos hombres de ese
tiempo.
El
tema de la prostitución en Rosario, y en el país, concitó la atención de
estudiosos del tema pero también de algunos grandes nombres de la literatura
argentina como Leopoldo Marechal o Roberto Arlt. En un texto publicado en 1982
por la revista El
Porteño, sería
Jorge Luis Borges quien recordaría aquella saga rufianesca de principios de
siglo, que integró también la investigación de Prostitución y
rufianismo, libro
al que el autor de El Aleph alude en su relato.
Había muchas categorías
de prostitución. Las criollas cobraban un peso y se entendía que era la más
barata y la peor. Después venían las polacas, que cobraban tres pesos. Claro,
era cuestión de edad también... y luego las francesas: cinco pesos. Pero cuando
la francesa envejeda degeneraba en polaca, y cuando la polaca degeneraba
derivaba en porteña, en criolla... La madama era una categoría especial, era la
más importante, era la dueña; una categoría distinta. Posiblemente no era una
prostituta tampoco. Ese mundo se vio un poco en Buenos Aires; se vio sobre todo
en Rosario, y hay un libro que yo tengo ahí, sobre la rufianería en Rosario,
que está dividido en tres épocas. La primera era la de los rufianes criollos,
entre ellos uno que debía muchas muertes, que se llamaba El
Paisano Díaz, que había nacido en San Nicolás y era famoso.
Luego vinieron los judíos que resolvieron que ese negocio iba a ser judío.Y
entonces los rufianes judíos se agarraron a puñaladas con los criollos y
después vino la mafia y acabó con los judíos. En todo caso, yo tengo ese libro,
pero se refiere exclusivamente a Rosario...
(Jorge Luis
Borges, reportaje en revista El Porteño, 1989)
Fue en aquellos ambientes de la cuarta,
como luego en Pichincha, donde comenzaron a tener entidad los rufianes
criollos, muchas veces portando la doble patente de cafishio y de guapo, como
el ya mencionado Paisano Díaz. En su hermoso libro de memorias Recuerdos de infancia, el
gran narrador chileno Manuel Rojas dedica algunas páginas a Rosario, donde
residiera en los primeros años del siglo XX. En uno de sus breves capítulos, la
mención de ese submundo tenebroso y corajudo de la cuarta, a la que él recuerda
como "Güemes" (seguramente por el nombre de la calle de ese nombre
en la sección), tiene también una cabida melancólica y colorida.
Los prostíbulos de lo que en ese tiempo se llamaba Güemes, calle o
barrio que estaba en alguna parte k la ciudad, eran como todos los de ese
tiempo, especies de casas de inquilinato pobladas de mujeres de toda índole y
catadura. Más entretenidas me resultaron los cafés cantantes, locales grandes y
humosos, llenos ¿e hombres que conversaban, bebían fumaban, gritaban, silbaban
y, a veces, peleaban. Había un escenario y en ese escenario aparecían y
actuaban artistas de variadas categorías, desde unas que hacían lo posible para
mostrar algo más que los muslos hasta otras que querían impresionar al público
con recursos no menos plásticos, cantándole o representándole alguna pantomima.
El público estaba formado por seres de todas las fachas y actividades, desde
ladrones, rufianes, cuchilleros, encubridores y alcahuetes hasta comerciantes
y obreros. Entre toda esta gente se distinguían individuos cuya vestimenta se
caracterizaba por el uso del sombrero duro y la camiseta. Llevaban también
chaqueta o saco, algunas veces con los rebordes encintados. La vestimenta
llamaba la atención y era como un uniforme :galera y camiseta, casi siempre de
franela. Algunos se ponían un pañuelo al cuello. Esos hombres, rufianes y
guapos de profesión, eran conocidos con el remoquete de panzones
y se trataba de "nenes" realmente impresionantes por su
físico y su aspecto, gente salida de los muelles, de los mataderos, de los
talleres donde se acarrea madera para las máquinas o de cualquier parte donde
se críen músculos y ganas de trabajar en algo más aliviado. Todos llevaban
bigotes. Muchos eran jefes de cuadrillas de atracadores, matones políticos y
rufianes, algunos eran, durante el carnaval, directores o mentores de
candombes.
(Manuel Rojas: Imágenes de infancia, Centro Editor de América Latina, 1967)
Aquella creciente actividad
prostibularia, aquellos jolgorios en las calles de "la cuarta de
fierro", como la definían sus propios habitantes, y un poco también ya en
las calles del barrio de Pichincha; aquel revolotear de hombres solos que
buscaban un poco de placer por minutos; aquellas pianolas a rollo que tocaban
música, a veces de gangoso sonido, en los "quilombos", todo iba a ser
sacudido como por un viento sin medida por el estallido de la Primera Guerra
Mundial que sumiría .1 la humanidad en el horror de una confrontación tan larga como sangrienta,
entre 1914 y 1918.
Tras el comprensible sacudón inicial en una ciudad habitada
mayoritariamente por hijos de inmigrantes e inmigrantes para quienes lo que ocurría en Europa involucraba a parientes y afectos cercanos, la contienda comenzada en agosto de 1914 no modifucaría de marineros provenientes de los barcos que llegaran de ultramar, ahora en sensible merma por los previsibles peligros que implicaba la navegación oceánica.
Los gobiernos municipales, por su lado,
apenas si se ocupaban por esos años de la Gran Guerra de un
asunto menor como era el de prostitutas y rufianes. Que en cierto modo ya se
habían integrado casi de modo definitivo a un paisaje urbano en crecimiento,
mal que le pesara a una parte de la sociedad que los rechazaba. En El medio pelo en la
sociedad argentina señala
Arturo Jauretche: Las posibilidades de la mala vida también se
amplían con el crecimiento urbano y ofrecen en la nueva composición un
derivativo que se conforma al mantenimiento de ese individualismo estético en
que la habilidad en el cuchillo y la prestancia física constituyen condiciones
que se requieren en el juego, las mujeres, el matonaje...
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame” tomo IV editado 2005 por la editorial homo
sapiens ediciones