Trazado y diseñado a finales
del siglo pasado el bulevar -como la ciudad -"cambióla voz". . .
aunque quizás sea más apropiado afirmar que fueron sus arquitecturas las que la
fueron mudando. Su afirmación de paseo elegante -el testimonio de modernidad
de quienes lo concibieron como el inicio de una transformación urbana inapelable-
comienza con la construcción de la residencia Palacios (Oroño). La crisis del
90 (la anterior) va a dar por tierra con las ilusiones del propietario: perdida
su fortuna nunca llegará a habitarla. La mansión, entonces, verá, a través de
los años, trepar por su escalinata de honor y por su escalera regia a escolares
cuya educación se ha confiado a los padres bayoneses, a ciudadanos que llevan a
despachar o retiran su correspondencia y, finalmente, la justicia federal
instalará en ella sus reales. Estas diferentes funciones dejarán su impronta
en sus interiores no así en las fachadas. Resuelta en un neo-clásico
afrancesado, la casa conserva, en su exterior, la severa elegancia del diseño
original. Y si la intención de Palacios fue tener una residencia que expresara
-en su arquitectura- solidez económica, el gusto "á la page" de las
grandes familias y una armónica composición de volumetrías y de detalles, su
diseñador logró, en verdad, integrar todas estas expectativas en un edificio
digno y curiosamente alejado del eclecticismo que desbordaría en los palacios,
palacetes y casas importantes que se multiplicarían a lo largo del tiempo
balconeando sobre el doble frente del cantero central de la calle-paseo.
El bulevar comienza a
poblarse con grandes residencias.
Desde finales del 800
hasta 1930, las pocas familias vinculadas al patriciado argentino que se
habían establecido en la ciudad y las que representaban a la pujante burguesía
mercantil (que con tesón y trabajo, una buena cuota de especulación y -para
decirlo piadosamente- de transgresiones aduaneras, habían hecho fortuna)
entraron en un verdadero torneo de competencias para deslumbrar a locales y
foráneos con el esplendor –en ocasiones un tanto provinciano- de su habitar.
Los "neo",
los "reviváis" -que se entendía como lo clásico para el gusto de la
época- y expresiones del pintoresquismo dominaban desde sus jardines, cuyos
verdegales se fundían visualmente con las matas de boj y las elegantes
palmeras del cantero central, ambos bordes de la vía. Muchas de ellas fueron
arquitecturas de singular calidad formal y constructiva, a lo que añadieron el
mérito de establecer un adecuado diálogo con el espacio urbano.
El
"petit-hotel", las más de las veces construido respondiendo al gusto
por el 'francés estilizado" y en ocasiones al todavía vigente
eclecticismo, fue el tipo dominante -aún conviviendo con otras expresiones-
desde finales de los veinte hasta los últimos años de la década del treinta, en
la que un modernismo todavía nostálgico de clasicismo se hará presente en su
extremo sur con el particularmente bien implantado edificio del museo Castagnino.
La arquitectura moderna irrumpe luego en el paseo. Manifestaciones de
singular calidad tales como el Automóvil Club, la Comercial de Rosario y el edificio
de renta de Oroño y Rioja cierran el ciclo de esplendor que iniciara la
residencia Palacios.
Llegará después la injuria de manos de la vulgaridad de los edificios
de propiedad horizontal, tan híbridos como mezquinos, que reemplazarán en muchos
casos -en las décadas siguientes - la dignidad, la gracia y el ingenio de
antiguos edificios y jardines.
Las meras construcciones desplazarán las viejas arquitectura
TVAN HERNANDEZ LARGUIA
Fuente Extraído de la Revista Historia de aquí a la
vuelta. Autor Raquel García Ortúzar de Marzo 1991.