Iba
a ser sin embargo el Hipódromo Independencia el lugar que congregaría, a partir
de su habilitación, a lo más notable de la clase pudiente rosarina, que
convertiría al circo de carreras en una pasarela social y de la moda. Pero el
primer hipódromo que sirvió de atracción innegable tanto a los
amantes del turf en la ciudad, como a los empedernidos "burreros"
(que ya los había), fue el Hipódromo Rosario, ubicado en el barrio Sorrento, actual
Barrio Sarmiento, que formaba parte inicialmente del pueblo de Alberdi, y que
era, desde comienzos de siglo y hasta cercana ya la década del 20, una zona de I astas quintas, cercana al arroyo Ludueña, en un paisaje
que tenía aún mucho de agreste y
pintoresco.
Fue sobre los finales de 1897, un 29 de
diciembre, cuando quedó constituida una sociedad integrada por caballeros
rosarinos de cierto relieve social, formada con el exclusivo propósito de construir
un hipódromo en la ciudad: la llamada Sociedad Anónima Hipódromo Rosario. Con este último nombre
quedaría habilitado un año más tarde, y sus instalaciones ocupaban el predio delimitado
por las calles Castagnino, Bulevar San Martín (después Rondeau), Colón (actual calle Maciel) y las vías ferroviarias. Al acto
inaugural asistiría un invitado de nota: el vicepresidente de la Nación, Carlos Pellegrini,
un "turfman" más que reconocido, impulsor del Jockey Club porteño y
cuyo nombre lleva uno de los premios clásicos del turf nacional.
La hoy lejana
concurrencia a aquella reunión inaugural tuvo características realmente
multitudinarias, según testimonios de la época, ya que, se dice, rondó las 5
mil personas, arribadas de modo diverso a una zona alejada del centro de la
ciudad. Esa concurrencia dejó en boleterías más de 28 mil pesos por sus
apuestas en las seis carreras de que constara aquella inicial jornada hípica en
el Rosario de entonces.
Se lo conoció
popularmente, sin embargo, como Hipódromo Sorrento, y con su construcción
"a la inglesa", de madera, y su torre-mirador, funcionó hasta 1901,
cuando el emplazamiento del Hipódromo Independencia, construido por el Jockey
Club rosarino, lo encaminaría hacia el olvido. Viejas fotografías muestran su
estructura, bastante elegante, erguida en medio del descampado que era todavía
la zona, en tanto que algunos memoriosos aseguran incluso que uno de los
"largadores" de las carreras iniciales de aquel antiguo circo de
carreras fue un por entonces no tan notorio rosarino llamado Lisandro de la Torre.
Su sucesor, el
Independencia, se habilitaría el 8 de diciembre de 1901, perdurando el nombre
del ganador de la primera carrera que se corriera en su pista, el caballo
Iguazú. El Hipódromo de Sorrento, cuyo mayor inconveniente residía en su
lejanía con la zona céntrica del Rosario, contó sin embargo, durante su corta actividad,
con permanentes espectadores y se destacaron en él algunos ejemplares recordados,
como Gay Hermit.
Cercana
al hipódromo, el pueblo contaba con su estación ferroviaria, la Estación Sorrento
del Ferrocarril de Santa Fe, cuyo edificio subsiste aún en Darragueira y
República de Siria, habilitada en 1892, sobre todo como estación de carga, a la
que arribaban mercaderías y materiales destinados tanto a la Refinería Argentina
como a la ulterior usina eléctrica de Sorrento, entre la última
década del siglo XIX y los primeros años del siguiente.
Este
servicio ferroviario se había originado al hacerse cargo la compañía francesa
Fives Lille del ex Ferrocarril Provincial y de la instrucción de una línea
entre la Capital
Federal y Rosario, que ingresaba a la ciudad proveniente del
pueblo Alberdi, por el actual Bulevar Rondeau, cruzando lo que luego sería la Avenida Sorrento,
para emplazar su terminal de pasajeros y carga en Barrio Echesortu, en Vera Mújica
y Córdoba.
Un antecedente de las
carreras de caballos en pistas especialmente destinadas a ese efecto lo
constituyen las reuniones que en noviembre de 1873 se iniciaron, a instancias
al parecer de un grupo de ingleses y criollos amantes del turf. Eran carreras
"a la inglesa", que se llevaban a cabo en terrenos aledaños a la Plaza López.
Mikielievich apunta: El 1o
de noviembre de ese año se corrieron las seis primeras carreras, la primera de
las cuales se largó cerca de las 2 de la tarde, con un recorrido de 15 cuadras
alrededor de la pista elíptica, marcada con postes de madera y pasando por
delante del palco construido especialmente. Las informaciones de la
época estiman una concurrencia cercana a las 5 mil personas para esa
experiencia pionera de un "deporte" que, hasta la década del 70 del
siglo pasado, gozaría de gran popularidad en Rosario.
Pero ya en los inicios del siglo, el auge del
llamado "deporte de los reyes", empezaba a preocupar a más de uno. Rosario Industrial, por ejemplo, publica en
1909 una nota cuyo título es toda una toma de posición: Carreras y más
carreras: el colmo del vicio. La revista, con salvedades y todo, apunta a un
hecho indudable: las carreras se habían convertido en una plaga nacional. No incurriremos en la
ingenuidad de criticar las carreras, asegura la publicación, que tienen como
pretexto el lómenlo de la raza caballar en una de sus ramas inútiles y
perniciosas como es la del noble bruto de carrera, más héroe que un ejército
victorioso, más popular que un sabio y más mimado que un niño bonito. Tanto
hemos fomentado la raza de carrera que se ha conseguido hacer viciosa a casi
toda la población de la ciudad, con no ser ésta escasa.
No
somos tan tontos, insistía el cronista anónimo, como para intentar la defensa de la moral
pura porque (hombres de nuestra época) sabemos bien que el torrente arrastra a
los carnalotes. Por eso no pediremos la supresión de las carreras, donde
se invierten millones todas las semanas, pero sí diremos: que es necesario,
imprescindible, volver a lo antiguo: un solo día de carreras, el domingo, y sobra...
La queja de la revista era justificada si se
piensa que en el mes aparición de la nota se realizaron veinticuatro reuniones
hípicas en los hipódromos Argentino, Nacional y de Lomas de
Zamora, sin contar el de Rosario: Veinticuatro reuniones
sobre los treinta y un días del mes, es la
inversión de lo natural. Toleremos los siete días (domingos y ¡criados), pero
trabájese los veinticuatro restantes, pedía.
Que el
hipódromo era lugar de reunión predilecto de la "high" rosarina no es
difícil de comprobar, aunque sea sólo por los testimonios fotográficos de
época. Gestos
y Muecas, en
1913,deja una pincelada de una de aquellas jornadas turflsticas que corrobora
lo dicho: Todo
de cuanto más distinguido cuenta nuestra sociedad, se ha dado cita en el
recinto que, engalanado como la fiesta merecía, ofrecía un hermoso aspecto. Los
bonitos jardines de la pelouse, en los que se hallaban
diseminados artísticos jarrones y elegantes bancos de madera blanca, ofrecían
campo propicio para el paseo de las damas que en pequeños y animados grupos
daban con su presencia la nota de distinción y gracia a la fiesta. Después de
corrido el premio clásico, la concurrencia pasó al buffet de los socios, donde
fue galantemente obsequiada con una copa de champagne...
Un
año más tarde, en junio, la misma revista vuelve a la carga con el elogio del
lustre social que emana de las reuniones del hipódromo. Por fin se está
saliendo de la apatía social en que se viene viviendo desde hace tiempo, dice Gestos y Muecas, que señala que aquellas
veladas turflsticas servían también para otro tipo de recreación, la del
llamado "flirteo" entre iguales: Formáronse numerosos
grupos que departían amablemente siendo algunos de ellos presididos por el
pequeño Dios invisible que suele hacer sentir su presencia en las tardes
primaverales, máxime cuando las personas que se congregan lo hacen en honor de
San Antonio, este buen patrón de solteras y solteros. Es indudable que
reuniones como éstas son las que más atractivos ofrecen para señoritas y
caballeros y por eso deberían aprovecharse todas las ocasiones para
repetirlas, como ocurre en la sociedad del Viejo Mundo, que aprecia en
particular las fiestas hípicas para tener un rato de expansión y alegría. Mientras unos pocos
años atrás una publicación pedía cada vez menos carreras, ahora otra se
empeñaba en que hubiera cada vez más, para que los jóvenes de la sociedad
tuvieran en qué entretenerse...
Los
argumentos de Gestos y Muecas buscaban apoyo donde podían:
Por
otra parte, estas reuniones sociales tienen una indiscutible influencia sobre la salud, por manto es bien sabido que el ejercicio físico no constituye precisamente una afición
de las rosarinas, que se pasan largas temporadas en la más
absoluta inercia, dice por un lado, mientras que, bus más razones, completa: Otra de las ventajas que nos sugieren estas reuniones
es la de la facilidad con que se inician relaciones y se estrechan amistades que
luego suelen convertirse en sentimientos duraderos que constituyen la base de
la felicidad soñada: toda una apología. La nota menciona y fotografía
a señoritas y señoras de la sociedad que eran habitúes a
esas reuniones hípicas: Parera, Palenque, Baigorri, Paganini, Barraco,
Etcheverry, Carreras, Crespo, Mendieta,Tornsquist, Schulz, y a caballeros como
Jacinto Mattos y González Albornoz.
I
La presencia del Hipódromo sería decisiva para la
configuración, a partir de la década del 20 al 30 de un barrio peculiar
conocido como Barrio de los Studs, que abarcaba el perímetro comprendido entre
las calles Bulevar 27 de Febrero y Virasoro, de norte a sur, y entre Moreno y
Ovidio Lagos. La denominación respondía a la paulatina instalación en la zona
de ese tipo de construcciones y recintos dedicados a la preparación y cuidado
de los caballos de carrera.