La
zona ofrecía, aparte de todo lo mencionado, algunos ámbitos dedicados
enteramente a otros menesteres, como la herboristería ubicada en Avenida
Francia y Jujuy, donde una numerosa clientela acudía regularmente en busca de
"yuyos" para todo tipo de dolencias, ente las que se contaban las
enfermedades venéreas, o alguna farmacia donde adquirir los preservativos
"Cabeza de Negro", muy recomendados entonces como salvaguarda de las terribles
secuelas de muchos intercambios prostibularios.
Dos soluciones un tanto
más científicas las aportaban, entre 1920 y 1930, la "Clínica X", en
Jujuy entre Pichincha y Suipacha, y el Instituto Antivenéreo, en Suipacha entre
Salta y Jujuy, cuyos servicios eran por cierto requeridos en forma frecuente
por los que habían sufrido alguno de esos habituales "percances".
Es que las denominadas "enfermedades
secretas", como se mencionaba con pudor en la época a todas las
afecciones venéreas provenientes de un comercio sexual promiscuo, realizado
por lo general en condiciones de higiene poco o nada recomendable, eran moneda
corriente en los años del esplendor de los prostíbulos. Por eso no debe
extrañar que ya desde 1900 y hasta 1930, los diarios y revistas incluyeran en
sus páginas una infinidad de avisos y publicidades referidas a remedios para la
curación de blenorragias, sífilis, chancros y toda una variedad de males de
transmisión sexual, la mayor parte de los cuales se convirtieron en pasado con
el descubrimiento de la penicilina. "Pescarse una purgación", como se
decía en lenguaje popular, era el prólogo de tratamientos a veces dolorosos y
de aventurada eficiencia.
En 1900, por ejemplo, se promocionaban unas
"Cápsulas blancas de opiato curativo", que contenían arsénico y eran
fabricadas por Bourgueaud en París y distribuidas en Rosario por la firma Gietz
y Navarro, y garantizaban curación segura de la blenorragia; en 1901, las
"Cápsulas de Kava Santal", provenientes de la clínica de un doctor
Fournier, en el 22 de la
Place Madelaine parisina, y similares a las anteriores,
aseguraban remedio total de los males secretos sin régimen ni tisana y sin cansar o perturbar los órganos digestivos.
También
de 1901 eran las publicidades de la "Inyección de Grimault al
mático", un preparado a partir de hojas de mático (una hierba pipireácea
de los Andes peruanos) y sales de mercurio, popular para la cura de la
blenorragia, y las del Instituto Masson, de Avenida de Mayo al 1100 de Buenos
Aires, que prometían el envío de un libro que indicaba cómo sanar las
"enfermedades particulares" de los hombres. A comienzos de siglo, el
remedio más recomendado era las fricciones o inyecciones a partir de mercurio.
El procedimiento, sin embargo, más que una cura de la enfermedad venérea
provocaba por lo general una serie de graves inconvenientes para quienes
recurrían de buena a fe a semejante receta.
En ese momento, lo que se utilizaba eran
las sales de mercurio intramusculares y el arsénico endovenoso. El
tratamiento, si se hada bien, duraba cuatro meses y en ese lapso de tiempo la
enfermedad se curaba, pero había
muchos abandonos del tratamiento, porque
las inyecciones endovenosas de arsénico había que colocárselas todos los días y
los muchachos que trabajaban, por ejemplo no podían ir. En ese momento, en realidad,
no había grandes mediciones: entonces, para curar la blenorragia se hacían
lavajes: se ponía un ¡rallador con una canulita, se ponía una sonda y se hacían
lavajes en k uretra y a veces hasta la vejiga, con permanganato de potasio. No
cu para prevenir sino para curar. Los lavajes se hacían en el dispensario. La
expresión estar
podrido
viene de entonces: la
blenorragia provoca una infección en la uretra del hombre y a veces afecta la
vejiga, provoca cistitis y llega por los conductos al testículo y provoca
orquitis, que es muy dolorosa. Entonces los muchachos decían que estar con eso
era estar podrido, estar muy dolorido, muy hinchado. Por eso también el déjame de hinchar o ando podrido y me tenes podrido, todas
esas frases surgen de las complicaciones que traía aparejadas la blenorragia...
(Mercau: Testimonio
citado)
Entre 1912 y 1918 era habitual toparse con avisos
de toda clase de remedios, algunos tan de temer como el "Sondul",
cuya publicidad lo definía como aparato
moderno para curar uno mismo las enfermedades particulares de los hombres. El curativo, inventado
por el profesor Levi, de Génova, consistía en una sonda con toda la apariencia
de un cortante espadín, que debía introducirse en la uretra a través de su
orificio exterior. Eso solo y los quince pesos que demandaba el aparatejo,
deben haber hecho temblar a más de un rosarino, compelido, entre la sífilis y
el espadín, a optar por ese suplicio...
Monos y Monadas publicaba en octubre de 1910 una noticia que
tendría suma importancia para el tema: El doctor Ehrlich es autor de una fórmula que ha denominado 606para la
curación de una de las más terribles enfermedades que afligen a la humanidad:
la sífilis o avariosis. Lo mismo que en Alemania, España y recientemente en
Buenos Aires, se ha comprobado que la curación es un hecho innegable.. El parásito productor del mal se encontraba a
las pocas horas, por la investigación microscópica, deformado y muerto y en
menos de un día había desaparecido del organismo.
Poco
tiempo después, también Rosario empezaba a contar con aquel remedio, si nos
atenemos a la noticia que anunciaba: En la
tarde del último jueves los doctores Kunz y Brickman aplicaron en la Enfermería Angio-Alemana
la primera inyección del 606, fórmula descubierta por el sabio doctor Ehrlich.
El enfermo infectado es un argentino de 20 años, que se inficionóó hace dos
meses. Los doctores aseguran que en breve el 606 se habrá expandido por todo el mundo para alivio de la humanidad doliente…
Se trataba, en esencia,
del descubrimiento del salvarsán, conocido también con el nombre de
arsenobenzol o 606. Fue preparado en 1909 por el médico y bacteriólogo alemán
Paul Ehrlich (1854-1911), director del Instituto de Terapéutica Experimental
de Frankfurt del Main, quien obtuviera el Premio Nobel de Medicina un año
antes, compartido con el ruso I. Mechrikov. El salvarsán se mostró al
principio muy eficaz para detener e incluso para curar la sífilis, que había
sido hasta entonces y desde cuatro siglos atrás, uno de los flagelos más
resistentes a los adelantos médicos de cada época. Sin embargo, sería sólo con
el descubrimiento y la aplicación de la penicilina que la enfermedad sería
finalmente combatida con éxito garantizado.
Otros productos famosos
eran las "Pildoras Lambert" y el "Elixir Antisifilítico" de
la misma marca, que allá por 1912 garantizaban curas radicales no sólo a la
blenorragia sino también a la estrechez de uretra, el catarro de vejiga, la
castrense "gota militar", etc. Hacia 1914, la "Farmacia del
Cóndor", de Córdoba 884, ofrecía terminar por 6 pesos con la temible
gonorrea, que era popularmente conocida como "purgación", en un
lapso de tres a diez días,
por antiguas que sean.
Antiblenorrágico
conocido era el "Activon" para ambos sexos, que se vendía en Rosario
entre 1925 y 1930, y el "Hermesyl", que era un poco anterior, de 1913
aproximadamente, cuyo slogan sabio de "más vale prevenir que curar"
venía acompañado de una información bastante más puntual: Si usa el Hermesyl después de un contacto sospechoso o algunas horas
después, impide toda afección sifilítica. El remedio, como casi
todos, era de origen francés, ya que se fabricaba en la Farmacia Delpech,
en el 6 de la Rué
Deux-Baules de París, al igual que la "Injection
Cadet", de la
Farmacia Durel, del 7 Boulevard Denain.
Por los años del Centenario, para no ser menos,
la "Droguería del Águila" (ya abandonada su denominación de
"botica", que la identificara en el siglo XIX) prometía cura
definitiva a los casos más crónicos con el" Antineon de Locher", un
extracto japonés de éxito garantizado después de 6 a 8 frascos, a $ 3.50 cada
uno. También en 1919, el doctor José Agneta, ex catedrático universitario y ex
médico del Hospital Italiano, anunciaba: Hace personalmente las
curaciones necesarias, masajes vibratorios de la glándula prostática y curación
de la impotencia, en su consultorio de
Corrientes al 1000, frente a la
Plaza Santa Rosa.
Para los que observaban
cierta decadencia sexual (lo que podía ser un drama tremendo en una visita al
quilombo) las ofertas variaban también entre productos como el "Vigorón",
unas pastillas tónicas que, según afirmaba su publicidad, mantienen las energías de todas las razas, o el
"Herculex", un aparato pergeñado por el doctor C. A. Sanden, cuyos
avisos aparecieron entre 1901 y 1915 aproximadamente, promocionando su libro El vigor: su uso y abuso por el hombre y asegurando: Hace treinta años que estoy curando hombres con mi
aparato eléctrico, sin ayuda de droga alguna. Es un tratamiento del hogar,
seguro, infalible. El
buen doctor agregaba una coda o remate publicitario digno de Parravicini: O mejor aún, venga y examine el aparato en persona y
permita que yo examine el suyo...
Más allá de ese
verdadero arsenal de medicamentos de todo tipo, no escapaba a nadie la
peligrosidad extrema de las enfermedades venéreas. Karin Grammática rescata un
pasaje de una novela de Lorenzo Stanchina, publicada en la década del 30, en el
que un hombre al que se le comunica que ha contraído sífilis en un contacto con
una prostituta reflexiona: Sabía
que los sifilíticos se convierten con los años en porquerías humanas. ¿Se
volvería loco? ¿O terminaría la vida paralítico de ambas piernas? Nadie le
impedía casarse porque nadie conocía su enfermedad. Pero después ¿qué sería de
su mujer? ¿Era tan ignorante para desconocer las consecuencias que podrían
sobrevenirle a la mujer y los hijos?
Grammática
consigna: La invisibilidad de las
enfermedades venéreas (que les permitía correr silenciosas por la sangre de los
contagiados sin manifestarse sino tardíamente, con la posibilidad cierta de
haber propiciado nuevos contagios) y sus alcances hereditarios explicarían el
pánico que estas enfermedades sexuales provocaban en la sociedad y la decisión
del Estado de legislar sobre ellas. Esa decisión se concretaría en la promulgación de
la Ley de
Profilaxis sobre finales de 1936, elaborada por la Comisión de Higiene y
Asistencia Social de la Cámara
de Diputados de la Nación,
que tomaba en cuenta las
ideas y proyectos de algunos pioneros como Tiburcio Padilla y sobre todo Angel
Giménez. La norma, sin embargo, por deficiencias y ambigüedades en su
reglamentación, no sería la solución que esperaban
sus bienintencionados inspiradores.
En Rosario sin
embargo, la lucha científica contra el flagelo
de las enfermedades “secretas” había comenzado unos años antes, en 1929 cuando
la Municipalidad designa al joven médico José María Fernández
como responsable del dispensario antivenéreo. Este comprueba allí de, modo descarnado, la dimensión alcanzada por el
contagio de las en enfermedades producto del contacto sexual con prostitutas a
la vez que las manipulaciones
mafiosas que se ponían en movimiento para evitar que los controles perjudicasen
los negocios del mundo de la "mala vida”.
Tal
constatación lo llevaría a convertirse en uno de los adalides (desde el campo
de la medicina) de la abolición de la prostitución reglamentada en la ciudad,
además del prestigio científico y profesional que obtuviera aún en los círculos
médicos internacionales y del indudable magisterio ejercido sobre
más de una generación de discípulos
A poco de andar el doctor comenzó a comprobar que había una gran mafia;
él le sacaba sangre a las prostitutas y le cambiaban las muestras para que los resultados fueran negativos,
que aparecerá que no había enfermedad. Nosotros lo solíamos ver llegar a la
sala 4 del Hospital Centenario que en aquella época era el servicio de
Dermatología a cargo del doctor Enrique Fidanza, con los tubos llenos de sangre
para que no rehicieran el cambio, que no le adulteraran los resultados. Allí
empieza a ver aspectoss que la gente no veía: ese tráfico de cosas, el comercio
que había. Inicia entonces un movimiento para liquidar la prostitución
oficializada, porque cada mujer que estaba en el prostíbulo tenía la
patente de prostitución le
daba la
Municipalidad. Costó trabajo convencer a mucha gente, pero
Fernández consiguió el apoyo del intendente, del director de la Asistencia Pública,
un hombre muy correcto que lo acompañó en esa campaña¡ doctor Invaldi, concejal
socialista, también le dijo que lo apoyaría desde el Concejo Deliberante para
liquidar la prostitución reglamentada en la ciudad. Recuerdo que el doctor
Fernández comparaba a la prostituta del prostíbulo con una ametralladora y a
la callejera con un revólver. La de la calle podía tener a lo sumo dos o tres contactos por
día; en cambio la de los prostíbulos tenía 30 o 40, así que las posibilidades de
contagio eran en enormes
(Mercau: Testimonio
chitado)
Más
de un rosarino ilustre, algunos de ellos provenientes ¿e ja talentosa
bohemia artística de principios del siglo XX, como Augusto Schiavoni
o Manuel Musto, se contarían entre quienes, por su frecuentación de los
ambientes de la "mala vida", estuvieron más propensos, e inermes, al
contagio de estas enfermedades, y no debe omitirse que el paso a la locura del
gran Pablo Podestá, tuvo a la sífilis como su comprobado origen. Contra ese
mal (y el mal social que implicaba la degradación de la mujer en el ejercicio
de la prostitución) lucharía empeñosamente el hoy injustamente olvidado doctor
Fernández.
La verdad es que realmente ni Rosario ni
Santa Fe ni el país le han reconocido al doctor Fernández el mérito de haberle
dado dignidad a la ciudad. Porque no hay nada más ridículo, más antihumano y
artificial que el acto sexual con una prostituta, que sólo pone el cuerpo
mientras come una manzana, por ejemplo: no tiene sentido. Nunca se mencionó tampoco
lo que significó la tarea de Fernández en la lucha contra la lepra. Hizo mucho
junto con el doctor Schujman, cuando dirigían la sala de lepra del Hospital
Carrasco: hasta hace poco, Rosario fue la escuela de leprología argentina.
Venía gente de todas partes: de Japón, de China, de la India, de Europa, de Brasil.
Mucha gente venía a consultar a Fernández porque aportó una serie de adelantos
y vivíamos los mojones plantados por él en el conocimiento de la lepra. Estando
yo una vez en París, en 1956, me presentaron a un médico chino. Yo le dije mi
nombre, y que era de Argentina, de Rosario, y el chino me dice: "Hospital
Carrasco". Lo conocían por el doctor Fernández, que tenía un enorme
prestigio entonces, un hombre de gran responsabilidad sanitaria y prestigioso
científico internacional. Todos esos méritos no se los ha reconocido la ciudad
como se lo merecía. Esa es la verdad...
(Mercau:
Testimonio citado)
Fuente: extraído de libro rosario del
900 a la “década infame” tomo IV editado
2005 por la editorial homo sapiens ediciones