"De acuerdo con las disposiciones
municipales, las llamadas casas públicas o de tolerancia, debían ser
regenteadas por mujeres. Eran estas las conocidas madamas o alcahuetas, cuya
misión no sólo era la de informar al detalle sobre el funcionamiento de este
negocio a su propietario, sino, además, llevar el registro en los libros con
los nombres de todo el personal femenino que en él trabajaba y los controles
realizados periódicamente por la asistencia sanitaria respectiva. Cada
prostituta tenía su libreta sanitaria donde quedaba constancia del cumplimiento
de este trámite y de su estado de salud. Las estadísticas sobre enfermedades venéreas fueron
más que abundantes y las hemos omitido en virtud de la brevedad de este
estudio.
La
norma legal establecía que debía disponerse de una cantidad de habitaciones
igual al número de mujeres que ejercían la prostitución en esa casa. Estos edificios, por
su fachada, debían parecerse a cualquier
otra vivienda particular, sin letreros ni signos
indicativos que los distinguieran. En una época se prohibía
en los lenocinios tener música de orquesta, bandas o instrumentos a fin de evitar
molestias a la vecindad. Posteriormente, en Pichincha, esto era permitido
y era frecuente encontrar estos conjuntos o bien el uso de pianolas, que eran
pianos con un sistema que permitía automáticamente su funcionamiento
con la introducción de una moneda de diez centavos. Ello sólo en las casas más
importantes. Lo que sí estaba terminantemente prohibido por la reglamentación,
era el baile y el expendio de bebidas alcohólicas.
Estos
edificios por regla general mostraban una arquitectura simple, de líneas
afrancesadas muchos de ellos con zaguanes revestidos por mayólicas traídas de
Checoslovaquia y otros lugares de Europa. Mayólicas que aún pueden verse en lo que queda de aquellos
antros. Los de más categoría decoraban sus muros interiores con pinturas de
aceptable factura, cuyos motivos eran desnudos femeninos eróticos. Habían
también quienes disponían de habitaciones especiales, de mayor precio, las que
estaban decoradas finamente luciendo grandes espejos en sus paredes y hasta
inclusive en el cielorraso. Eran destinadas a clientes más exigentes y
pudientes. En estos
prostíbulos - caso Madame Safo - era regla la concurrencia de los clientes vistiendo traje, corbata y
cuello duro.
Las
tarifas dependían de la categoría de los lenocinios, los había de un peso
hasta de cinco pesos. Los de mas precio disponían de mujeres más jóvenes y
bonitas, locales mejor amueblados y otros detalles muy apreciados por la
clientela como lo eran el trato y los modales delicados Las mujeres vestían de
corto, con una simple camisa que les llegaba hasta las rodillas en los de menos
precio; y en los de más de dos pesos, la indumentaria era de largo. También
estaban los prostíbulos clandestinos, de poca categoría. En ellos la tarifa era
solamente de 50 centavos,
pero allí no había control sanitario y la clientela pertenecía a clases
sociales menos pudientes.
En el
barrio Pichincha, las casas de tolerancia trabajaban, como se decía
vulgarmente, a lata, es decir, mediante fichas en lugar del dinero. Las prostitutas recibían del cliente la ficha, que a su VGZ éste había adquirido
a la madama o regenta al valor fijado en la tarifa. De tal manera se establecía
un control efectivo por las tres partes: cliente, ramera y establecimiento,
evitándose el uso directo del dinero entre cliente y prostituta y permitiendo
que las pupilas recibieran el 50% de lo que cada una había producido. Cada fin de semana se realizaba el canje de las "latas entre pupila
y regenta por su valor estipulado.
Fuente: Fragmento
extraído de Libro Rosario era un espectáculo “¡ Arriba el Telón”! de Héctor
Nicolás Zinni . Ediciones Del Viejo Almacén . Año 1997