por Osvaldo F. Albertelli
Frase breve, pero hondamente expresiva. Tal vez haya sido dicha mucho
antes y en diversas circunstancias. Sin embargo, quien la fijó
definitivamente en la historia deportiva de la ciudad fue Octavio J. Díaz,
aquel extraordinario guardavallas de Rosario Central.
Ese grito estentóreo fue lanzado al aire por el "Negro"
Díaz el 15 de octubre de 1929, cuando el combinado de la desaparecida Liga
Rosarina se consagraba campeón argentino al vencer por dos a uno a la Federación Tucumana
en el viejo estadio de River Plate, ubicado entonces en avenida Alvear y Tagle
de la Capital
Federal. El tremendo vozarrón del imponente arquero rosarino
vibró en aquellas viejas tribunas de madera y nos pareció a quienes estábamos
allí, que esa enorme exteriorización de júbilo recorría el cielo de esa
cálida tarde de octubre para depositarse en pleno corazón de Rosario. La
ciudad lo recibió alborozado y lo festejó largamente; era la primera vez que
una embajada futbolística local obtenía ese preciado galardón.
Crónicas amarillentas y descoloridas fotografías de los medios más
prestigiosos de Buenos Aires, llevaron al país la imagen imponente del gran
Octavio, acompañado esa tarde por Francisco De Cicco, Juan González, Silvestre
Conti, Victoria Faggiani, Julián Sosa, Agustín Peruch, Francisco Scaroni,
Adolfo Cristini, Luis Indaco y Francisco Barreiro. Detrás del alambrado,
transpirando más que si estuvieran adentro, quedaron como "mirones"
Gabino Sosa (que estaba lesionado), Hectorino Pacotti. Ginés Burset, Serapio
Mujica, Alfonso Etchepare. Osvaldo Coicoechea y Antonio Del Felice. Alfonso
Etchepare. Osvaldo Coicoechea y Antonio Del Felice.
Al comentar el triunfo del combinado rosarino. la revista "El
Gráfico, publicaba la legendaria fotografía del capitán alzando la copa en triunfo, y decía: “Es la imagen (Octavio Díaz) de una tradición gloriosa que se yergue en el reverdecer de los laureles marchitos: es todo un pasado que renace: es el ayer que vuelve; es. acaso, la anunciación
inefable de una nueva en de glorias: es el símbolo de Rosario en la apoteosis del campeonato ".
Invocando los duendes de un pasado esplendoroso (Zenón Díaz. Pinato Víale. Harry Hayes. Guillermo Dannaher. Julio Libonatti el petiso Miguel y el eterno
Gabino. genio de varias décadas Llarrnista preanunciaba
una resurrección del fútbol de la ciudad. A partir de aquel
grito ensordecedor de Octavio. "Rosario, cuna de campeones', sabíamos que
esa tarde, en la vieja cancha de River. se abría una nueva y provechosa etapa en la brillante historia futbolística rosarina.
Osvaldo Faustino Albertelli es una verdadera reliquia
viviente de la ciudad. Unos cuantos años muy perpetua juventud. No hay persona alguna en la
ciudad que habiendo pasado por algún
medio de difusión, no haya aprendido algo de don Osvaldo. Las redacciones de viejos diarios ya desaparecidos, así como la agencia local del matutino
porteño "La Prensa" . y una cantidad impresionante de corresponsalías nacionales y extranjeras conocen de su
gran capacidad periodística y su innata condición de maestro. (A.B.).
Fuente Extraído de la Revista Historia de aquí a la
vuelta. Autor Andrés Bossio de Abril
1991.