El
crac
de
1929 fue como un anticipo del derrumbe posterior de la vida
prostibularia organizada en la Argentina y, sobre todo, en Rosario
y Buenos Aires, donde había alcanzado características de gran
comercio legalizado, . El fin tiene inicio con la denuncia
de una prostituta, Raquel Liberman, polaca llegada al país
en 1924 y traída mediante el conocido sistema del engaño por
los tratantes, que decide abandonar la mala vida e instalarse
por su cuenta en una actividad comercial absolutamente ajena a
su pasado. La Zwi Migdal inicia de inmediato una
movilización que pone en juego su prestigio y su poder económico,
que ha conseguido hasta entonces adormilar las conciencias y el
brazo armado de policías y funcionarios del gobierno, sobre
todo en la Capital Federal, donde dominan al propio Jefe de
Policía y a muchos magistrados.
Uno
de ellos, sin embargo, no formaba parte de esa corruptela: el
juez Rodríguez Ocampo, que es el primero en iniciar acciones
judiciales contra la Zwi Migdal, a raíz del "caso
Liberman".Su empeño, en el que lo secundará el comisario Julio
Alsogaray, tío de los conocidos Alsogaray que vendrían después, se
vería coronado con el éxito el 19 de mayo de 1930, cuando allana
una sinagoga en Córdoba 3280 de Buenos Aires, donde funciona la
sede central de la asociación de tenebrosos e incauta
documentación frondosa que demuestra las ramificaciones
casi increíbles de la Zwi y su relación estrecha -a través de la
coima- con los niveles oficiales, policiales y judiciales.
Pero el fracaso, de la mano del poder de los rufianes y su
corporación, tendría la última palabra en la empresa del juez
Rodríguez Ocampo cuando el 27 de enero del año siguiente -ya
derrocado el presidente Hipólito Yrigoyen-la Cámara de
Apelaciones de la Capital Federal dejó sin efecto el fallo del
juez, decretando la libertad de los rufianes detenidos (que eran unos
cuantos, ya que superaban el centenar). El fallo, inverosímil ya que
la Cámara reconocía la existencia de tenebrosos en la Midgal y
su culpabilidad, se ajustaba en realidad al Código Penal y de
Procedimientos en lo Criminal. Rechazado el cargo de asociación
ilícita, los
inculpados recuperaron sus derechos de ciudadanos libres, aun
cuando aquel escándalo marcara ya el comienzo del verdadero fin
del paraíso prostibulario en la Argentina.
Aquel
furor legalista porteño llegó a Rosario en el mismo año (1930), y
produjo una real zozobra entre la cofradía rufianesca, temerosa de
las mismas penurias carcelarias de sus colegas de Buenos Aires. Una
serie de procedimientos policiales con aval judicial (algunos de
ellos solicitados por la propia policía por-teña, a través de su
jefe, Eduardo Santiago, a quien se señalaba como propenso a hacer la
"vista gorda" con los rufianes) permitieron la detención
de muchos de los integrantes de la Zwi y del mundo
prostibulario. En una segunda arremetida de la justicia, al poco
tiempo, les tocará el turno a los implicados en otro tráfico
igualmente sórdido: el del narcotráfico.
La
revolución del 6 de septiembre, que terminaría abruptamente
con la presidencia de don
Hipólito (cuya
casa fue saqueada por opositores al radicalismo) no conmovió,
al parecer a la ciudad, si nos atenemos al testimonio de Juan
Alvarez: "Rosario, ajena al movimiento, re-
la
noticia sin agitarse, admitiendo enseguida y con sensación de alivio
al nuevo orden de cosas, que daba asimismo en tierra con el gobierno
local. . ." El nuevo presidente de
facto vendría
a visitarla un año después, en julio de 1931, para la inauguración
de un gran elevador de granos, con buques de guerra y 500 invitados
especiales, motivando el consiguiente revuelo antes de la cual
algunos miembros notorios de la cofradía, como el francés Enrique
Chatel, fueron enviados a Buenos Aires y deportados. Pero
fueron los menos. . .
Los
vaivenes del "caso Migdal" en Buenos Aires fueron
atenuándose hacia mediados de 1931 y ello permitió que los
prostíbulos de Pichincha volvieron a lucir animados y
concurridos como en sus mejores épocas. Se reiniciaba, después del
gran susto de las razzias y allanamientos policiales de poco
antes, el trajín de los quilombos
y de
su pintoresca fauna habitual. Pero todo sería sólo un
paréntesis de calma que terminaría en un golpe mortal: enancada a
una campaña virulenta de los periódicos y diarios de siempre
(Democracia,
Rosario Gráfico, Tribuna], que
no cejan en su propósito de denunciar la notoria inmoralidad de las
autoridades en complicidad con los rufianes y
punzones locales,
aparece sin previo aviso una Ordenanza, la N9
7, del 30 de abril de 1932, que no deja lugar a duda alguna
acerca de su contenido ni de sus intenciones definitivamente
morallzadoras.
La
norma estipulaba que el 19
de enero del año siguiente "quedarán ipso facto derogadas
todas las ordenanzas, permisos o concesiones y demás
resoluciones que reglamenten el ejercicio de la prostitución".
La
noticia corre como reguero de pólvora por la ciudad, pero cae co- j
mo
un rayo fulminante, sobre todo, en el corazón de Pichincha.
Azorados
en algunos casos, y desorientados en la mayoría, los rufianes,
madamas, propietarios de quilombos,
y todo
el mundillo marginal qué vivía de los mismos, trata de
asimilar el golpe del mejor modo posible, intentando una
resistencia desesperada a través de sus amigos en los niveles
oficiales, que poco pueden ofrecerles ante el cariz de los
acontecimientos en todo el país. Los diarios rosarinos,
por su parte, se enzarzan en una discusión que los enfrenta en
favor y en contra de la nueva reglamentación abolicionista,
descubriendo a su vez profundas discrepancias políticas y
resquemores personales. Los rufianes, mientras tanto, apelan a
lo que les queda:
pedir
una
prórroga para levantar
tiendas y marcharse. En tanto la maffia
-que
también
es parte
de la realidad rosarina de aquellos años- hace de lo suyo,
pasa
el año 1932 y llega el siguiente sin que la situación haya sufrido
modificaciones
de relevancia.
Con
el primer
día de 1933 entró en vigencia la Ordenanza que decidía
erradicar los prostíbulos de la ciudad. Las tratativas,
negociaciones e incluso presiones para lograr una prórroga se
habían Ido junto con el correr de los meses y no se observaba que
los rufianes tuvieran posiblldad alguna de torcer d curso de la
historia. Mientras tanto los cines de la época ofrecían las
novedades que Incluyen a grandes nombres como los de Frederic
March, Gloria Swanson o Bela Lugosi.
El
derrumbe del Imperio de Pichincha es un hecho. Dos años
después, la Ley 12.331, del 30 de diciembre de 1935, deja
como regalo de fin de año otra sorpresa a los integrantes del
mundo prostibulario: el cierre definitivo de las casas de tolerancia
en todo el país, incluyendo el ejercicio individual dé la
prostitución. La corporación, a los tropezones, trató de
mantenerse Incólume sin lograrlo; su poder económico
estaba quebrado, sus cabezas visibles deportadas o encarceladas y su
organización, tan aceitada hasta entonces, quebrada y
resquebrajada por los sucesivos mandobles de la legalidad. Los
quilombos rosarinos cerraron y sólo algunos pocos eligieron un
destierro cercano en Paganini
(entonces
San Fernando), a
pocos
kilómetros de distancia, donde languidecieron desde 1934 a 1936, sin
el esplendor ni la concurrencia de antes Toda aquella
fastuosidad churrigueresca de Pichincha había dado paso a
una humilde supervivencia que más tenía de grotesco que de
excitante, por lo menos por los testimonios de quienes vivieron
el apogeo y ocaso de los quilombos
en
Rosario.
Cerca
de 1937, algunos clandestinos
Intentan
mantenerse en la sección cuarta, retomando una tradición de
comienzos de siglo en esa zona, y la experiencia parece encontrar
algún eco oficial el mismo año cuando, en la Inminencia de las
elecciones nacionales, se permite la reapertura de los quilombos
en
Pichincha. Sólo lo hacen unos pocos, como el Moulin
Rougeoel Chabané, sin
la iluminación ni la ostentación de antes. La imagen de aquellos
locales a media luz, despojados de la rumbosidad que daban una
concurrencia nutrida y bulliciosa, y rodeados por el
trajinar de gente, vendedores ambulantes, cocheros, tranvías,
personajes pintorescos y vigilantes que poco vigilaban, no tenía
mucho que ver con el pasado inmediato. Pero aún así, aquella
esperanza de mantenerse en actividad, tampoco resultaría
posible. Apenas realizadas las elecciones que llevarían a
la
presidencia al Dr. Roberto M. Ortíz, candidato de la Concordancia,
aquella
autorización -que había sido en el fondo nada más que una
maniobra
electoralista
de
poco
vuelo-
quedó caduca
y
la
prohibición
terminante
vigente
se
convirtió en una orden que no podía discutirse siquiera.
En
Prostitución y rufiantsmo,
Héctor
Nicolás Zlnni
y Rafael Oscar lelpl
(que
fueron los primeros
en ordenar minuciosamente este largo historial de la mala vida en
Rosario), concluyen la cronología de su libro con una sintética
pero abarcadora pincelada: "La saga prostibularia alienta aún
en los mármoles gastados de algunos zaguanes de la sección 9a., en
los grandes patios de mosaicos, llenos de ropa tendida, en las
antiguas piezas de los ex quilombos, asiento ahora de modestos
pensionistas: matrimonios humildes, decepcionados jubilados, gente de
estrecho vivir. El estilo barroco e inconfundible del Rosario de
principios de siglo, apareciendo en las amplias casonas, advierte
todavía que Pichincha -mal que les pese a las buenas conciencias de
muchos rosarinos contemporáneos- existió, y que su historia no es
menos digna de ser escrita que cualquiera de las menudas historias
que hacen las Historia (N. del E).
Fuente:
Extraído de la Revista “Rosario Historia de aquí a la vuelta.
Autor : Rafael Ilepi. Fascículo Nº 8 de diciembre 1990.