POR. Fernando Farina
Es el artista argentino de mayor reconocimiento internacional.
Reconoció un camino vanguardista que dejó huellas profundas en el arte del
siglo veinte. En la ciudad quedan testimonios de su genio como el bajorrelieve “
El sembrador”, en la avenida Belgrano bajo el parque Urquiza.
Lucio Fontana es el artista
argentino de mayor reconocimiento internacional, aunque los italianos se
empecinan en decir que es un artista italiano nacido en Rosario. Mas allá de
esta polémica, ha quedado como una figura decisiva en la historia del arte
mundial por un gesto que para muchos puede ser insignificante pero que implicó
una ruptura fundamental para el arte: tajear una tela para abrir el espacio.
Fontana comenzó su formación con su padre, un escultor italiano que
realizó numerosos monumentos funerarios y diversas tareas de ornamentación en
importantes edificios de la ciudad.
En 1905 se trasladó a Italia con su familia, donde inició sus
primeros estudios, y de regreso en 1920 abrió un taller y participó en algunos
salones. Además, ganó por concurso la realización del monumento a Juana
Blanco, en el cementerio El Salvador.
Un nuevo viaje en 1925 le permitió tomar lecciones en Milán con
Adolfo Wildt, de tradición clasicista, y luego viajó a París, donde comenzó a
alejarse del academicismo y realizó sus primeras experiencias abstractas donde
combinó metales, piedras y cerámica.
Con sólida formación, en 1930, Fontana se diplomó en la Academia de Brera, realizó
su primera exposición individual en la Galería del Milione de Milán y participó en la Bienal de Venecia. Pero en
1939, ante la Segunda
Guerra Mundial, decidió retornar a Argentina. Su actividad
artística en el país fue muy variada pero se inclinó especialmente hacia la
escultura figurativa, con diferentes influencias pero una impronta personal
muy reconocible.
Apasionado, en esos años compartió el taller con Julio Vanzo, su gran
amigo de la juventud, con quien sin embargo tuvo una grave pelea por
diferencias en un jurado, incluyendo el envío de padrinos para batirse a un
duelo que finalmente no se concretó.
En 1946, Fontana se fue a vivir a Buenos Aires donde dictó clases en la Academia Altamira fundada
por Jorge Romero Brest y Jorge Larco. Allí, junto con sus alumnos, publicó el
célebre Manifiesto Blanco, mediante el cual se hizo expresa la necesidad de un
arte espacial capaz de superar tanto las limitaciones como el volumen de la escultura.
Un año más tarde v donde no
volvería. En Manifiesto Especialista y desde entonces se sucedieron otros de 1951, y el referido a la
televisión de 1952, que fueron parad desarrollo del arte de la del siglo XX.
En esos tiempos, las elaboraciones conceptuales de Fontana se vieron
reflejadas en las transformaciones
de lenguaje llevadas a cabo en sus pro proceso surgieron los óleos
espacialistas. Por un lado, nacieron lo
donde rasga la tela del derecho y del revés y los "bucchi", con el lienzo
perforado por pequeños orificios. Esas que constituyen el gesto del artista,
manifiestan la búsqueda permanente de
espacio, permitiendo ambas al espectador al concepto. Una ilusión que el gran
hasta su muerte.