Por Rafael Ielpi
Como ocurriera antes con los presidentes José
Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña, la llegada de Marcelo T. de Alvear en 1923
convirtió a Rosario, siquiera por unos días, en noticia para la prensa local y
nacional. Caras y Caretas se ocuparía de la visita presidencial con visible despliegue, pero
ocupándose sobre todo del aspecto social y, en especial, de lo que denomina las bellas e inolvidables fiestas, que incluyeron el agasajo de ritual en la sede del Jockey Club de
Córdoba y Maipú, esta vez como "souper danzant", según lo define la
revista, donde hombres y mujeres de la sociedad rosarina pudieron codearse con
el poder, cosa que hicieron los Colombres, Escudero, Uranga, Antille, Larguía,
Alvarado, Quiroga y otros, que asistieron a la velada.
Pese a haber llegado a la presidencia con el aval y por determinación
de Hipólito Yrigoyen, Alvear fue visto por los sectores conservadores, a
quienes molestaba el carácter popular del radicalismo yrigoyenista, como la
posibilidad de recuperar espacios de poder o de decisión. Lo sentían como
pasible de ser seducido aunque les erizara la piel la fidelidad del nuevo
presidente a algunas conquistas como las de la Reforma Universitaria.
Al ocupar la presidencia de la República en octubre de 1922 con Marcelo T. de Alvear, hubo un viraje hacia el
restablecimiento del orden, escribió Alvarez en su Historia de Rosario, señalando empero que no se decidió a suprimir la intervención de los estudiantes en el
manejo de las universidades, por lo que, agrega, aunque en menor medida, continuarían perturbándola tumultos y asaltos
de aulas... Un pensamiento que más de medio siglo después
sigue alentando en ciertos sectores de la sociedad argentina, para quienes
liquidar la autonomía universitaria y la educación pública sigue siendo una
prioridad...
Alvear, mundano y culto, había viajado con su esposa, la ex cantante
lírica Regina Pacini (casamiento que en su momento provocara un escandalete
social y más de un soponcio a los moralistas de la "high life" porteña,
de la que Alvear era miembro reconocido) y una comitiva que incluía a sus
ministros de Marina y de Guerra, almirante Domecq y coronel Agustín P.Justo, a
Tomás Le Bretón y al intendente porteño. Sus anfitriones serían
correligionarios: la dupla radical gobernante en la provincia, el binomio
Mosca-Mendieta, a los que se sumaron el intendente rosarino Alfredo J.
Rouillón, otro de los apellidos que no podía quedar afuera, y el presidente del
Jockey Club, Modesto Carrera.
La de Marcelo T. de Alvear
—el de los bigotazos manubrio en su juventud— y la mujer nacida en Lisboa el 6
de enero de 1871 fue efectivamente una historia de escándalo para consumo
voraz de las clases altas. Ella, Regina Pacini, pertenecía a una dinastía de
músicos anclada en la Scala
de Milán y entonces en el tobogán del descenso económico. El era un
aristócrata, nieto de un héroe de la Independencia, que sólo podía codearse con el
príncipe de Gales, tal como lo hizo en 1925... Tuvo la suerte de conocer a
Regina Pacini en 1898, cuando ella se presentó en el Politeama con su
espléndida voz. Los rechazos de sus obsequios monumentales no lo bloquearon
para seguir intentándolo y durante largo tiempo le siguió llenando los
camarines con flores hasta que la madre de Regina dio el visto bueno para el
casamiento, que se ofició en Lisboa el 26 de abril de 1906. Quinientas personas
pusieron su firma en un telegrama de repudio enviado desde Buenos Aires y
muchos de los más elegantísimos prohombres argentinos evitaron visitar la casa
de Alvear en sus viajazos a Europa. Pero Alvear tenia con qué resistir y se
recluyó en una poderosa mansión normanda que regaló a su flamante esposa, Manoir
de Coeur Volant, ubicada cerca de
Versalles...
[Eduardo
Blaustein: "La diva y el presidente", en revista XXI, Buenos Aires,
11 de febrero de 1999)
El presidente, siempre con el riguroso sombrero que ocultaba una
"pelada" famosa y divulgada por los caricaturistas de la época, lució
su robusta elegancia y su mundanidad en otras dos inevitables instancias: una
cena y baile en el Club Social y la función de gala en el Teatro Colón de
Corrientes y Urquiza. La Bolsa
de Comercio, por su parte, lo contaría como invitado central de otro encuentro
gastronómico el 12 de agosto de 1923, esta vez con la animación musical de una
orquesta dirigida por el italiano Pascual Romano, cuyo programa incluía desde
las marchas militares Ituzaingó y San Lorenzo, del moreno Cayetano Silva a "La danza de las libélulas" y " Amor gitano"', de Franz Lehar.
El hoy amarillento menú del banquete, servido por Ramón Cifré, incluía
(en francés, como correspondía a esos tiempos) Créme Presidente, Pejerrey
Regence, Chaud-froid de becassine, Suprémes de dinde truffés salade, Parfait
aux pistaches, Gateau démocrate, Corbeilles de friandises y café, todo ello
regado generosamente con champagne: Moet Chandon 1904, Cliquot, Louis Roederer
y Cordón Rouge.
Otra visita, pero esta vez vinculada estrechamente a la realeza, la del joven heredero del trono de
Italia, el larguirucho Humberto de Saboya, iba a concitar un año después, en
agosto de 1924, entusiasmos y festejos en la colectividad compatriota de
Rosario y en buena parte del resto de la población, para la que el arribo de un
miembro de la realeza europea no dejaba de ser todo un acontecimiento. El
Príncipe de Piamonte, hijo de Víctor Manuel III y de la reina Elena, había arribado
a la Argentina el día 6, a
bordo del "San Giorgio" y fue recibido por el presidente Alvear, con
quien viajaría en un carruaje de capota baja desde el desembarcadero a la Casa de Gobierno. Su
residencia sería el llamado Palacio Bosch, una mansión con vista a los jardines de Palermo, cedida por Ernesto Bosch
y su esposa Elisa Alvear para alojamiento del visitante.
La llegada a Rosario, donde luciría en forma
permanente el uniforme militar, un largo capote, sus condecoraciones y el
sable, originaría la sucesión de agasajos previsible, enmarcados en este caso
en el alboroto callejero que despertaba su presencia, sobre todo en sus extrovertidos
paisanos, para los que la llegada del príncipe era de algún modo la
recuperación de la patria lejana. En la ciudad, Humberto se hospedaría en la
mansión de Santiago Pinasco, en Córdoba casi esquina Bvard. Oroño, aun cuando
el tren especial fletado por el gobierno para su traslado desde Buenos Aires,
contaba con las comodidades adecuadas para alguien de su alcurnia.
El paso del coche tirado por caballos en el que viajaba el heredero
del trono junto al gobernador santafesino Aldao provocó aglomeraciones y
vítores desde que partiera de la estación ferroviaria hasta su primer descanso.
Después, la consabida maratón de agasajos y compromisos: banquete en el
Círcolo Italiano de Córdoba y Mitre, recepción en los salones del Jockey Club,
visita al Colegio San José, baile en su honor en la Municipalidad, ofrecido
por otro hijo de italianos, el intendente Emilio Cardarelli; un banquete más,
esta vez el oficial, en la
Jefatura de Policía, donde ocuparía la cabecera junto al
gobernador Aldao, el vicegobernador Juan Cepeda y el embajador italiano, Conde
Viano.
¡Ah, la decepción cuando vi pasar por calle
Córdoba a Umberto de Saboya, el joven heredero del trono de Italia, cuya figura
distaba mucho de la imaginada por el chico para un principito (no era le petit prince del que escribiría Saint-Exupéry). Los años confirmarían la decepción
del niño, con el rey entregado al poder fascista. Más tarde, sería el sentimiento
de lástima por el monarca exiliado al que negósele el consuelo de morir en su
patria...
(Gardelli: Op.
cz'r.)
La venida del príncipe motorizó asimismo una
serie de iniciativas como la encarada por la "Asociación Cultural Dante
Alighieri" de construcción de un nuevo edificio para su escuela primaria.
La entidad había sido fundada el 3 de junio de 1910, en el entusiasmo del
Centenario de Mayo, por cerca de un centenar de residentes italianos, que
reiteraban en el Rosario la experiencia romana de una entidad similar. Su sede
inicial se había emplazado en Paraguay 678, donde funcionaría el primer jardín
de infantes y la inicial escuela elemental.
La piedra fundamental de lo que sería su edificio definitivo, en
Bvard. Oroño 1160, se colocaría justamente durante la visita real, aun cuando
el príncipe no empuñara para ello la cuchara que muchos albañiles compatriotas
suyos utilizaran para levantar buena parte de las viviendas de la ciudad. En
otras actividades sociales, Humberto de Saboya soportaría el asedio y hasta la adulación
de rosarinos y rosarinas de lustre que no todos los días, a su pesar, podían
codearse con personajes de esa alcurnia...
No faltarían incluso testimonios de más que dudosa legitimidad, que
rozan ya la leyenda e insisten en una visita del "principito" a la
famosa zona prostibularia del barrio de Pichincha, especie que nadie ha podido
confirmar fehacientemente, aun cuando no faltaran otros notorios visitantes de
Rosario que sí fueron invitados a darse su vuel-tita por el "Madame
Safo", el prostíbulo más renombrado de aquel sector aledaño a la estación
Súnchales.
El intendente Emilio
Cardarelli, uno de los anfitriones de Humberto de Saboya, iba a contribuir
asimismo a que el perfil urbano de la ciudad siguiera modificándose con nuevas
obras y realizaciones. Al año siguiente, en un reportaje de Caras y Caretas, él mismo se encargaría
de sintetizar su aporte: En Rosario existen hoy
350 cuadras pavimentadas, para abril o mayo habrá 150 cuadras más y tengo los
contratos firmados para otras 150. He inaugurado la Plaza Buratovich;
la plaza pública en Belgrano; he transformado la Plaza 25 de Mayo; he
terminado el Hospital Alberdi; he publicado las licitaciones para unos
mataderos modelo cuyos planos están terminados y costarán 4 millones de pesos.
Estoy ocupándome de la creación de hornos crematorios de basura; pienso
trasladar la maestranza municipal, que está en el corazón de la ciudad; me
ocupo de la instalación de balnearios municipales flotantes y ampliaré al
Palacio Municipal, que es insuficiente.
El presidente, siempre con el riguroso sombrero que ocultaba una
"pelada" famosa y divulgada por los caricaturistas de la época, lució
su robusta elegancia y su mundanidad en otras dos inevitables instancias: una
cena y baile en el Club Social y la función de gala en el Teatro Colón de
Corrientes y Urquiza. La Bolsa
de Comercio, por su parte, lo contaría como invitado central de otro encuentro
gastronómico el 12 de agosto de 1923, esta vez con la animación musical de una
orquesta dirigida por el italiano Pascual Romano, cuyo programa incluía desde
las marchas militares Ituzaingó y San Lorenzo, del moreno Cayetano Silva a "La danza de las libélulas" y " Amor gitano"', de Franz Lehar.
El hoy amarillento menú del banquete, servido por Ramón Cifré, incluía
(en francés, como correspondía a esos tiempos) Créme Presidente, Pejerrey
Regence, Chaud-froid de becassine, Suprémes de dinde truffés salade, Parfait
aux pistaches, Gateau démocrate, Corbeilles de friandises y café, todo ello
regado generosamente con champagne: Moet Chandon 1904, Cliquot, Louis Roederer
y Cordón Rouge.
Otra visita, pero esta vez vinculada estrechamente a la realeza, la del joven heredero del trono de
Italia, el larguirucho Humberto de Saboya, iba a concitar un año después, en
agosto de 1924, entusiasmos y festejos en la colectividad compatriota de
Rosario y en buena parte del resto de la población, para la que el arribo de un
miembro de la realeza europea no dejaba de ser todo un acontecimiento. El
Príncipe de Piamonte, hijo de Víctor Manuel III y de la reina Elena, había arribado
a la Argentina el día 6, a
bordo del "San Giorgio" y fue recibido por el presidente Alvear, con
quien viajaría en un carruaje de capota baja desde el desembarcadero a la Casa de Gobierno. Su
residencia sería el llamado Palacio Bosch, una mansión con vista a los jardines de Palermo, cedida por Ernesto Bosch
y su esposa Elisa Alvear para alojamiento del visitante.
La llegada a Rosario, donde luciría en forma
permanente el uniforme militar, un largo capote, sus condecoraciones y el
sable, originaría la sucesión de agasajos previsible, enmarcados en este caso
en el alboroto callejero que despertaba su presencia, sobre todo en sus extrovertidos
paisanos, para los que la llegada del príncipe era de algún modo la
recuperación de la patria lejana. En la ciudad, Humberto se hospedaría en la
mansión de Santiago Pinasco, en Córdoba casi esquina Bvard. Oroño, aun cuando
el tren especial fletado por el gobierno para su traslado desde Buenos Aires,
contaba con las comodidades adecuadas para alguien de su alcurnia.
El paso del coche tirado por caballos en el que viajaba el heredero
del trono junto al gobernador santafesino Aldao provocó aglomeraciones y
vítores desde que partiera de la estación ferroviaria hasta su primer descanso.
Después, la consabida maratón de agasajos y compromisos: banquete en el
Círcolo Italiano de Córdoba y Mitre, recepción en los salones del Jockey Club,
visita al Colegio San José, baile en su honor en la Municipalidad, ofrecido
por otro hijo de italianos, el intendente Emilio Cardarelli; un banquete más,
esta vez el oficial, en la
Jefatura de Policía, donde ocuparía la cabecera junto al
gobernador Aldao, el vicegobernador Juan Cepeda y el embajador italiano, Conde
Viano.
¡Ah, la decepción cuando vi pasar por calle
Córdoba a Umberto de Saboya, el joven heredero del trono de Italia, cuya figura
distaba mucho de la imaginada por el chico para un principito (no era le petit prince del que escribiría Saint-Exupéry). Los años confirmarían la decepción
del niño, con el rey entregado al poder fascista. Más tarde, sería el sentimiento
de lástima por el monarca exiliado al que negósele el consuelo de morir en su
patria...
(Gardelli: Op.
cz'r.)
La venida del príncipe motorizó asimismo una
serie de iniciativas como la encarada por la "Asociación Cultural Dante
Alighieri" de construcción de un nuevo edificio para su escuela primaria.
La entidad había sido fundada el 3 de junio de 1910, en el entusiasmo del
Centenario de Mayo, por cerca de un centenar de residentes italianos, que
reiteraban en el Rosario la experiencia romana de una entidad similar. Su sede
inicial se había emplazado en Paraguay 678, donde funcionaría el primer jardín
de infantes y la inicial escuela elemental.
La piedra fundamental de lo que sería su edificio definitivo, en
Bvard. Oroño 1160, se colocaría justamente durante la visita real, aun cuando
el príncipe no empuñara para ello la cuchara que muchos albañiles compatriotas
suyos utilizaran para levantar buena parte de las viviendas de la ciudad. En
otras actividades sociales, Humberto de Saboya soportaría el asedio y hasta la adulación
de rosarinos y rosarinas de lustre que no todos los días, a su pesar, podían
codearse con personajes de esa alcurnia...
No faltarían incluso testimonios de más que dudosa legitimidad, que
rozan ya la leyenda e insisten en una visita del "principito" a la
famosa zona prostibularia del barrio de Pichincha, especie que nadie ha podido
confirmar fehacientemente, aun cuando no faltaran otros notorios visitantes de
Rosario que sí fueron invitados a darse su vuel-tita por el "Madame
Safo", el prostíbulo más renombrado de aquel sector aledaño a la estación
Súnchales.
El intendente Emilio
Cardarelli, uno de los anfitriones de Humberto de Saboya, iba a contribuir
asimismo a que el perfil urbano de la ciudad siguiera modificándose con nuevas
obras y realizaciones. Al año siguiente, en un reportaje de Caras y Caretas, él mismo se encargaría
de sintetizar su aporte: En Rosario existen hoy
350 cuadras pavimentadas, para abril o mayo habrá 150 cuadras más y tengo los
contratos firmados para otras 150. He inaugurado la Plaza Buratovich;
la plaza pública en Belgrano; he transformado la Plaza 25 de Mayo; he
terminado el Hospital Alberdi; he publicado las licitaciones para unos
mataderos modelo cuyos planos están terminados y costarán 4 millones de pesos.
Estoy ocupándome de la creación de hornos crematorios de basura; pienso
trasladar la maestranza municipal, que está en el corazón de la ciudad; me
ocupo de la instalación de balnearios municipales flotantes y ampliaré al
Palacio Municipal, que es insuficiente.
El
presupuesto municipal de 1924 había sido de 7.556.000 pesos, habiendo obtenido
el intendente, al cierre del ejercicio, un superávit de 600.000. Para el año
próximo, sin aumento de impuestos ni contribuciones, pienso obtener un
superávit de I. 000.000 de pesos y esos superávits, complementando el
presupuesto normal, me dan un margen para realizar los gastos que requieren
las obras que he enumerado, afirmaba Cardarelli a la revista fundada por
José Sixto Alvarez, el célebre Fray Mocho. El final del reportaje tendría en el
inicio del siglo XXI y sin que aquel olvidado funcionario lo imaginara, una
tremenda actualidad: ¿Y cómo consigue
usted esos superávits?, le pregunta el
cronista. Con una administración honrada a pesar de mis 50
pesos mensuales, contestó el intendente.
Ese año de 1925 se iniciaría con un repique de campanas desconocido
en la ciudad, el del reloj del Palacio de Justicia, emplazado frente a la Plaza San Martín. El
artefacto había sido adquirido en 30 mil pesos por el financista de la obra,
Juan Canals, en 1890 pero su instalación e inauguración demorarían 34 años, el
tiempo que la obra de relojería fabricada en París, similar a otras tres que se
instalarían en edificios oficiales de París, Berlín y Moscú, permaneciera
embalada en Rosario.
Poco antes de que las campanas del carillón comenzaran a ser un sonido
cotidiano, podía leerse en La Capital, como epígrafe de una fotografía de la magnífica
construcción proyectada por el inglés Boyd Walker: El Palacio de Justicia, donde será instalado un reloj monumental, es
un edificio que tiene el gran mérito de haber servido de reclusión a Alem. Es
un viejo edificio que está en reparaciones y que contrasta con la magnificencia
de la Jefatura
de Policía. Todavía en el final del siglo XX, el antiguo edificio
esperaba una restauración imprescindible que salvara la hermosa estructura,
carcomida por igual por el paso del tiempo, la presencia de generaciones de
murciélagos anidados en sus techos, la desidia de los gobernantes y la
indiferencia de la ciudad. Un incendio, ya mencionado, vendría a completar ese
panorama lamentable, aunque movilizaría por fin subsidios, donaciones y fondos
tendientes a su restauración definitiva, que sigue siendo una esperanza ya en
el siglo XXI.
Mientras tanto, los avisos en los diarios rosarinos permitían ese año
el rastreo de ofertas tan disímiles como las del revólver Colt, el arma de la ley y el orden o las lecciones de lo que hoy se llama fisico-culturismo de un
antecesor del después mundialmente famoso Charles Atlas, Lionel Strongfort, de
Newark, Nueva Jersey, especialista en
perfección física y salud, a quien se denominaba
con impactante slogan publicitario el hombre perfecto.
El Hogar, la revista preferida de
la clase media y alta, promocionaba ese año la colección de 300 libritos
diferentes de los famosos Cuentos de Calleja editados en España por Saturnino
Calleja Fernández y que serían más que populares en todo el mundo de habla
hispana. Los pequeños libritos, que incluían títulos como El hombre gris, Los polvos de Don Perlimplin, Perfidia y perdón y El
violín mágico, entre casi un centenar más, contenían lo que el
mismo editor definía como cuentos morales y que no eran otra cosa que breves fábulas con una moraleja
edificante, al uso de la época. De paso, el envío de un cupón contenido en las
latas de "Té Sol", posibilitaba recibir de regalo hasta 96 títulos.
En 1925 llegan desde Chile los ecos de otra gesta obrera sofocada tan
sangrientamente como la de la
Patagonia rebelde, en el sur argentino: la de la planta
salinera de La Corona,
en las proximidades de Iquique, que culmina con la intervención del ejército y
el asesinato de cerca de 2000 trabajadores, con una cifra similar de deportados
al sur del país. El general Rene Silva Renard sería, en este caso, el Benigno
Várela de la Patagonia,
comandando los pelotones de fusilamiento y exterminio, en uno de los episodios
más oscuros de la historia chilena, durante el gobierno de Arturo Alessandri
Palma. Los sucesos darían lugar, mucho después, a una de las obras fundamentales
de la música testimonial latinoamericana: la Cantata
Popular de
Santa María de Iquique, de Luis Advis.
Todas esas iniquidades persistían incólumes pese
a las huelgas y a los ríos de sangre derramada en las grandes matanzas
salitreras. En sus diarias conversaciones en el taller había oído por boca de
los propios sobrevivientes —veteranos que manchaban de gruesos lagrimones la
sábana peluquera mientras hablaban— las estremecedoras narraciones
de masacres llevadas a cabo en toda ¡a extensión
de ¡a comarca pampina. La matanza de Ramírez, la matanza de Buena Ventura, la
matanza de Pontevedra, la matanza de la Escuela de Santa María de Iquique, la matanza de
Barrenechea, la matanza de San Gregorio. Palomeo de
rotos, llamaban con sorna los
militares a esas verdaderas carnicerías que los industriales y los gobiernos de
turno, coaligados en un repugnante complot de silencio, querían ocultar a toda
costa al conocimiento público y a la historia patria.
(Hernán Rivera Letelier: Fatamorgana de amor con banda de música, Planeta de
Chile, 1998)
Mientras la
Banca Morgan se establece en la Argentina, Ernesto de
Larrechea funda ese año en Rosario el Teatro Infantil Municipal, una
institución que se dedicaría a alentar las vocaciones artísticas en los niños,
hasta languidecer y desaparecer tres décadas después, pese al tesonero empeño
de su creador, un real hombre de la cultura de su tiempo. Similar vocación por
la infancia había tenido Juana Elena Blanco, que moriría el 30 de enero de
1925, y que fuera una de las primeras egresadas de la Escuela Normal, en
1881. La Sociedad
Protectora de la Infancia Desvalida,
fundada por la docente el 25 de septiembre de 1905, se convertiría en poco
tiempo en el amparo necesario para cientos de niños abandonados, en edad
escolar. Nuestras pretensiones eran muy modestas:propender
a que ningún niño quedara sin instrucción dentro del municipio, proveyéndole
de vestidos, útiles escolares y cuanto fuera necesario, afirmaría la educadora.
En 1909 se coloca la piedra fundamental de la
primera escuela promovida por Juana Elena, en un terreno propio en calle Pasco
entre Alem y 1o de Mayo y su inauguración se produce el 29 de agosto
de 1912, contando con talleres de zapatería, bordado a máquina, fabricación de
flores artificiales, carpintería y corte y confección. En 1914, la Sociedad emprende la
construcción del segundo establecimiento, en terrenos donados por Rafael
Calzada, en Ayolas y Entre Ríos, oficialmente habilitado el 25 de mayo de 1917
y ampliado en 1921, merced a una donación de la familia Rouillón.
A ambas se sumaría, a comienzos de 1920, una colonia de vacaciones en
el cercano pueblo de Carcarañá, destinada a albergar a niños débiles, la que se
instalaría en la residencia de Olive Thomas, una de las tantas viviendas
importantes de lo que había sido hasta entonces un sitio de veraneo de muchas
familias rosarinas. Toda esa valiosa obra Juana Blanco la llevaría adelante sin otros recursos que talento y voluntad, secundada por personas
animadas de sentimientos altruistas, señala Juan Alvarez.
Aquella vocación solidaria y educadora tendría, en esos mismos años,
ejemplos hoy olvidados como el de la maestra Amalia Giampietro, que en la Escuela 78 "Juan
Francisco Seguí" trabajaba con alumnos de un grado
infantil a los que aplica un novedoso e interesante método de enseñanza, señalaba una revista de 1925, que no era otro que permitir a los niños
la libertad creadora en tareas artísticas.
Una concepción avanzada que diez años más tarde tendría superación y
permanencia en Rosario con la llegada de una educadora ejemplar, Olga
Cossettini, que junto con su hermana Leticia imple-mentarían en la que es
actual Escuela 69 "Dr. Gabriel Carrasco", en el barrio de Alberdi,
una experiencia ejemplar en el país e incluso en el ámbito latinoamericano: la
de la llamada "Escuela Serena", cuya influencia e importancia siguen
siendo valoradas todavía hoy, en el tercer milenio, cuando muchos de los
criterios sustentados por las dos educadoras continúan siendo tan modernos como
en los finales de la década del 20 del siglo pasado.
Fuente: extraído de libro rosario del
900 a la
“década infame” tomo III editado 2005 por la Editorial homo Sapiens
Ediciones