Por
Rafael Ielpi
La nutrida farmacopea de las
primeras décadas del siglo se ocu paba
asimismo de buscar remedio a las afecciones respiratorias y pulmonares de
distinta magnitud, desde los catarros, resfríos, la gripe, la tos hasta la
temida tuberculosis, hoy mucho menos difundida y entonces un flagelo de difícil
curación en ciertas etapas. Los afectados por la "tisis",
cuando podían pagarlo, encontraban alivio en las sierras cordobesas o las
clínicas suizas. El resto, como Florencio Sánchez, poi ejemplo, terminaban en
un hospital público, comidos por la enferme dad y, en muchos casos, la miseria.
Hacia
1901, el "Elixir Eadson" anunciaba la erradicación en tres días de
tos y resfríos, mientras que un dramático aviso del mismo producto, en
1911, invitaba: ¡ Viva, viva todo el tiempo que usted
pueda por que muerto estará por mucho tiempo, y con un resfrío puede sobrevenir
una pulmonía! Para sugerir enseguida: Cúrese con este famoso remedio
inglés. En este rubro, el uso de los jarabes era proverbial como lo es aún
hoy, casi un siglo después, aunque los mismos provenían, lo que no ocurre
ahora, en su mayor parte de Europa y Estados Unidos, hasta la aparición de los
laboratorios nacionales.
Una nómina apretada, entre el 900 y 1930, incluiría los jarabes
"Montegniet", Medalla de Oro de París 1897, elaborado por Fouris en
la Rué Lebo parisina, también indicado contra males como la coqueluche y tos
ferina; el "Lagasse", de savia de pino marítima; el "Pagliano";
el "Roche", fabricado en París por Hoffman, Laroche y Cía.; el
"Tossana", cuyos avisos afirmaban: de gusto tan
agradable que los chicos piden más; el jarabe de alquitrán
"Parodi"; el "Negri", uno de los más antiguos por entonces;
el "Uriz"; el "Guayacose", muy consumido entre 1910 y 1920,
producido por Friedrich Bayer, en Elberfeld y el "Jarabe Esculapio",
que las madres avisadas daban a sus hijos.
La
tos rebelde se combatía también con pastillas de todo tipo, color y origen: las
"Pastillas de Brown" (es cómodo y sensato llevar una
cajita en el bolsillo, decían sus avisos en el
Centenario); las del Dr. Puy, de las que se afirmaba: De los
remedios que se hallan a la venta, es el único que publica su contenido y no
incluye opio; las del Dr. Dentone; las "Pynehptus", las "Rin-Rin"
(entre 1925/1930) y las "Catramina Bertelli", provenientes de los
laboratorios Bertelli, de Milán. Y dos muy famosas: las "Pastillas
Váida", elaboradas por H. Cannone en París (de célebre slogan publicitario
que recomendaba: Entre pecho y espalda/ Pastillas Váida), o las
"Pastillas del Dr. Andreu", también con su slogan a cuestas: Cada noche,
tome una al acostarse.
A
ese vasto catálogo, se agregaban por último remedios de diverso tipo: la
"Solución Pautauburge" y el "Pectoral Legrain", de origen
francés como las "Gouttes Livoniennes", de Trovette-Perret, de París,
las "Cápsulas Cognet" o el "Papel Fayard", de la parisina
Casa Fayard, que como el "Papel Wlinsi" del mismo origen tenían
asimismo aplicación para otras dolencias. La "Preparación de
Walpole", procedente de Filadelfia, era un extracto
que se obtiene de hígados puros de bacalao combinados con hiposulfitos y
extracto fluido de cerezo silvestre y combatía la
tos con dichos ingredientes. Que eran tan insólitos como los componentes del
"Sic", un suero animal, elaborado con extracto de las glándulas
suprarrenales del buey...
Más usual
era el publicitado, hacia 1928, como "Método Bayer": ¿Principio
de catarro? Córtelo inmediatamente: al acostarse, dos tabletas de "Fenaspirina"
y
una limonada caliente... La aspirina iba a ser, desde los
años del Centenario, remedio indispensable para dolores de cabeza tanto como
para fiebres, resfríos, etcétera. En marzo de 1914, aparecen ya avisos de
"Aspirinas Bayer", que las publicitan indicando que hay que introducirlas
en un vaso con agua donde al disolverse prueban su legitimidad.
.. Otra de las marcas de la misma firma sería, hacia los años 20, la
también casi legendaria "Cafiaspirina".
Un aviso de
este analgésico, en un ejemplar de Caras y Caretas, de 1925, contiene
esta larga y fantástica parrafada publicitaria, que invita a gozar de la vida
bajo el amparo de un remedio infalible: La alegría
es fugaz. De pronto, cuando más queremos acercarnos a ella, huye y desaparece.
Por eso, cuando pase por nuestra vida y se detenga en nosotros, hay que gozarla
franca e intensamente. Si el vino o el baile o la tensión nerviosa o la vigilia
nos causan al día siguiente ligeras consecuencias desagradables, ¡qué importa!
La alegría viene pocas veces y la tristeza es compañera permanente. Además, con
una dosis de Cafiaspirina no sólo desaparece, como por arte
de encanto el dolor de cabeza, o el malestar o la depresión sino que el
organismo recobra en pocos momentos su perfecto equilibrio...
De
la misma época (1924/30) es el "Veramon", de Schering, para el dolor
de cabeza y los dolores del período de la mujer; las tabletas
"Krebbs", de cafeína y aspirina, de 1927 y el
"Gardan", sucesores lejanos de aquella "Neuralgine Merici"
que, en 1900, anunciaba: hace desaparecer la jaqueca en Í0 minutos.
El
muestrario incluye necesariamente a productos tan estrambóticos como los
"Glóbulos Secretan", que garantizaban la curación cierta en dos horas
de la lombriz solitaria, como único remedio adoptado en todos
los hospitales de París, o la "Zarzaparrilla de
Bristol", contra los vicios de la sangre y humores, quita inflamaciones y sana
toda herida, a los que se pueden adjuntar los "Collares Royer", tesoro de la
madre, providencia de los niños, electromagnéticos, contra las convulsiones y
para facilitar la dentición, que se importaban desde la Rué
Saint Martin de París.
Algunos
productos recurrían al apoyo de nombres célebres que si no garantizaban su
infalibilidad por lo menos les aportaban el lustre adicional de su prestigio.
Un ejemplo de ello es un aviso que anunciaba en La Prensa en abril de
1900: La célebre trágica francesa Sarah Bernhardt declara que el remedio más
eficaz que ha conocido para calmar y curar las afecciones nerviosas es el "Compuesto
de Apio de Paine" contra la neurastenia y la
neuralgia.
Otros
envolvían sus supuestas bondades en el ropaje de una perorata que prometía cura
para todo pero sermoneando, como las "Pildoras Doradas del Dr.
Williams": Los que por exceso de trabajo, indiscreciones juveniles u otras
causas hayan perdido la facultad de reproducirse como Dios manda; los que sean
víctimas de embrutecimiento, pérdida de la memoria, nerviosidad, falta de
ambición, melancolía, miedo y demás síntomas que indican afecciones del sistema
nervioso, debidas al desorden y desenfreno de la juventud; todos aquellos
hombres que recogen ahora los frutos desgraciados de tiempos dedicados al
libertinaje y malas prácticas, tienen el mejor remedio en nuestra preparación.
De los años
entre 1915 y 1920 son anuncios que apelan a otros remedios, como la ducha a
vapor "La Electa": ¿Sufre usted de enfermedades? Y
gasta su dinero inútilmente en remedios, sin conocer nuestro sistema sencillo,
natural, por medio de la ducha. Sana cualquier clase de inflamaciones,
resfríos, tos convulsa, neuralgia, etc. o los
vibradores eléctricos, que ofrecían la vibración como agente curativo y
tónico estimulante, a $ 10 cada aparatejo.
También
los sordos o aquellos en vías de serlo contaban con sus aparatos, fáciles de
obtener en las muchas farmacias rosarinas entre 1900 y 1930, desde los
"Tímpanos artificiales del Dr. Plobner", cerca de 1910, al
"Aparato eléctrico Phonette", superados luego por el
"Phonol-Plastic", descubrimiento francés para la
sordera, el zumbido de oídos, el vértigo, etc., o el llamado
"Acusticón", de los años 20 al 30, con el que los sordos
oyen enseguida, con toda claridad, cualquiera sea el grado de sordera...
Dos
marcas usuales en la segunda mitad de los años 20 iban asimismo a sostener una
vigencia que las ha mantenido como tales hasta nuestros días: el
"Untisal", recomendado inicialmente para el
dolorcito de barriga, cuando llora el nene o el no
menos legendario "Linimento de Sloan", indicado, como el primero para
torceduras, calambres o contusiones. Del mismo modo, llegarían a ser conocidas
hasta no hace muchos años la "Sal de Frutas Eno", y la "Magnesia
Erba", producida en Italia por Cario Erba.
Los avances
de la medicina hicieron (como se mencionara) que la tuberculosis dejara de ser
un mal bastante habitual para convertirse en una enfermedad para la que existen
tratamientos y medicaciones eficaces. Era, sin embargo, un mal casi incurable
hace ochenta, noventa años, aunque aparecieran remedios que intentaban reducir
su peligrosidad o, tal vez, lograr su curación.
Eso perseguían productos como el "Elixir
Lágrimas de Pino",
que
justificaba sus virtudes de este modo: En todo el
mundo los enfei mos de pulmones encuentran la salvación en las balsámicas
florestas de pinos, pues la resina de los Pinos de los Andes combate y vence la
tuberculosis; el jarabe "Tuberculicida Moura", llamado por su publicidad la salvación
de los pulmones o el "Anistamian" de los años 20, producido por el Dr. Cario
Marchesini, de la Universidad de Roma. Similares resultados buscaban para el
asma el "Licor de la Estrella", de origen francés y el "Remedio
de Himrod", así como el "Remedio de French" que garantizaba en
un aviso de 1926, 30 años de éxito en su lucha
por mitigar los efectos de la epilepsia.
Mucho menos graves, pero no por eso menos frecuentes, sobretodo en la
época invernal, en la que se constituían en un doloroso acompañante de los
chicos y en especial de las mujeres, eran los sabañones, hoy otra curiosidad o
casi. Contra los mismos, en los años del segundo centenario de 1916, se
recomendaba la "Bujía de Ambrine", un aparato que se calentaba para
luego ser pasado por el dedo o la parte afectada, ya que el calor (se decía)
los hacía desaparecer. Mucho más rumbosa era la publicidad del "Ungüento
Naftalán", el gran remedio de la Fuente Sagrada de Tiflis, que también
aseguraba la cura de las dolorosas hinchazones.
Un capítulo aparte lo constituían, en el recuento de la farmacopea
que conocían y consumían los rosarinos entre 1900 y 1930, los distintos tipos
de aceites de hígado de bacalao, el "aceite castor", etcétera, cuya
ingestión se tornara un suplicio para varias generaciones de impúberes a los
que se obligaba a ese trance en la confianza de que el apestoso sabor no
significara sino una anécdota ante su eficacia.
Desde 1900,
eran usuales "La Holandesa", el champagne
de los aceites de castor, aromatizado, efervescente, de acuerdo a
su publicidad; el "Aceite de Hogg", uno de los tantos de ese tipo; la
célebre "Emulsión de Scott", con la imagen del nórdico pescador (portando el
bacalao/ de la Emulsión de Scott, como dijera el tango discepoliano),
uno de cuyos avisos preguntaba: ¿A quién se le ocurre experimentar
con medicinas noveleras cuando sabe que la Emulsión de Scott ha probado su
eficacia por tres generaciones?; el extracto de hígado de bacalao
"Morubiline", un frasco del cual equivalía a 5 litros de aceite, o
las "Pastillas McCoy", con el mismo componente.
Sobre aquel
amargo brebaje una propaganda de La Franco Inglesa porteña,"la mayor
farmacia del mundo", según Caras y Caretas, decía: Desde temprano
hay que dar una robusta condición al nene para que cuando sea grande sea fuerte
como un roble. Si su niño es flaco y débil, fortijiquelo. Lo mejor que existe
es el aceite de hígado de bacalao. Opinión autorizada que, sin
embargo, hubieran desmentido a grito pelado los miles de chicos rosarinos (y de
todo el mundo) obligados a tragárselo sin chistar.
El aceite
de hígado de bacalao era una de las cosas más asquerosas que he tomado en mi
vida: no hay nada que pueda compararse con el gusto que tenía esa cosa. Era una
tortura tomarlo pero en esa época, estoy hablando de ¡905, 1910 y unos años
después también, a los pibes nos obligaban a tragar ese brebaje porque los
padres tenían miedo a que los chicos fueran después débiles, flacuchos...
Parecía aceite, de verdad, y yo trataba, cuando podía, de esquivarle a la
cucharada que mi mamá tenía preparada antes de comer. Era peor: porque después
la comida, por más rica que fuera, tenía un gusto a bacalao que mataba. Si era
bueno o no, no sé, pero yo flacucho no salí...
(Julián Chandro: Testimonio personal recogido en agosto de 1985)
Hacia 1918,
en muchas viviendas de la ciudad era de consulta periódica un libro que llegó a
constituirse en popular, aun cuando proliferaban varios otros, algunos de ellos
totalmente olvidados: El médico en casa, cuya
publicidad resumía: Un remedio a tiempo evita en un 90
por ciento de los casos una enfermedad larga y costosa. "El médico en
casa", del Dr. O'Gorman, es un libro que ustedes necesitan para prevenir
todas las enfermedades; por sólo $ 1 usted tendrá Í000 recetas, 500grabados y
350 páginas
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame” tomo III editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones