Por Rafael Ielpi
Todo este arsenal medicinal, o seudo-medicinal en algunos casos, tenía
a las boticas primero y a las farmacias después como su natural ámbito de
expendio y, a veces, su laboratorio o lugar de preparación. Los boticarios, en
el siglo XIX e inicios del siguiente, como los farmacéuticos en los años
inmediatos, iban a ser personajes importantes para la vida cotidiana de los
rosarinos; preparaban los sellos antigripales y muchos de los remedios
pasibles de ser preparados en sus locales; aconsejaban y recetaban según su
leal saber (que a veces era mucho) y entender, y contribuían a la salud
general, todo envuelto en el clima peculiar propio de las primitivas boticas o
en la rebotica de las farmacias.
Con sus tubos, pipetas y probetas, con su mechero de Bunsen siempre
encendido y su delicadísima balanza y sus papelito; con sus frascos de vidrio y
porcelana y sus impresionantes latines grabados donde se guardaban las drogas
puras para las legendarias recetas magistrales; con los enormes libracos donde
se las copiaba, creaban en conjunto el singular clima, con algo de esotérico
que a la rebotica envolvía. Siempre despertó en el vulgo esa misteriosa
trastienda respetuosa curiosidad, admiración y su pizca de temor. Era el sanctasantorum
donde
por mágica conjura de fuerzas superiores, como en un hechizo (así lo creían) se
elaboraban los preparados que calmarían las toses desgarrantes, aliviarían los
dolores, devolverían la salud maltrecha o la perdida.
(Tenenbaum: Op. cit.)
Un recuento de las primeras farmacias rosarinas, por lo menos de las
más conocidas e instaladas en la zona céntrica, con omisiones y olvidos, podría
incluir, además de la "Farmacia del Águila", que venía como botica
del siglo anterior y la "Farmacia del Cóndor", a muchas otras. En
1900 eran concurridas las farmacias "Del Pueblo", de Gutiérrez y
Zamboni, en Santa Fe 1078; "Británica", de Tier y Cía., en Tucumán y
Entre Ríos; "Del Mercado", de Julio Zacchi, en San Martín 1027;
"Industrial", de Manuel Puccio, en San Martín 1073;"Clérici",
en Bulevar Santafesino 130; "De los Graneros", de Roberto Day, en el
mismo bulevar esquina Güemes; "Popular", de José Bianchi, en San Luis
1026; "De la Sociedad Italiana", de Andrés Guastavino, en San Juan
940; "Bruna", de Ludovico Bruna, en San Martín esquina General López;
"Cantan", de Luis Sabatini, en Salta y Buen Orden
(España);"Modelo", de Spilimbergo Hermanos,
en Rioja e Independencia, y "Del Fénix", de los mismos propietai
¡os, en Rioja y Corrientes.
También del
año inicial del siglo eran las farmacias Pagliano
de Juan Maza, en San Martín y 9 de Julio;"La Sirena",
de
Enrique Botta, en Mendoza esquina Progreso;"Inglesa", de H.J.
Hamilton, en Libertad 632 (que aún existe en el mismo lugar);"De la
Sociedad Garibaldi", de Paulino González, en Corrientes y Mendoza;
"El Angel", de Ricardo Sívori, en Rioja y
Mitre;"Argentina", de Enrique Orecchio, en Rioja y Comercio; otra
"Farmacia Del Pueblo", de Pedro González, en Buenos Aires y Mendoza;
"Del Rosario", de Figueiras Hermanos, en Buenos Aires y Rioja;
"Milesi", de Juan Milesi, en Libertad 1083; "Del León", de
Oscar Bárbaro, en Rioja 1381;"Europea", de Guillermo Muller, en
Avenida Buenos Aires 265; "Americana", de Antonio Basueto, en San
Juan 1290, y "Nacional", de Carlos Muller, en Comercio y 9 de Julio.
Ya en el primer Centenario, se podían agregar a la lista, entre otras,
las farmacias "Alemana", en San Lorenzo 1215; "Buenos
Aires", en la calle del mismo nombre y Avenida Pellegrini;
"Central" en San Luis y Laprida;"Del Obrero", en pleno
barrio Refinería, en Gorriti y Cafferata; "Estrella", en 3 de Febrero
y Belgrano; "Libertad", en Mitre y Montevideo, y
"Oriente", en Corrientes y Urquiza. En 1913, avisos de los diarios
consignan otras más: "Belgrano", de Santa Fe 1080;
"Bristol", de Entre Ríos y General López; "Colón", de
Urquiza y Balcarce; "Del Plata", de Salta 1993;
"Franco-Alemana", en 3 de Febrero 2129; "Modelo", en
Córdoba e Independencia; "Pirovano", en Corrientes esquina Salta;
"Progreso", en 9 de Julio y 25 de Diciembre;"San Martín",
en Cochabamba y San Martín; "Palermo", en Rioja y Rodríguez, y
"Española", en Avenida Alberdi 461, Arroyito.
Cerca de
1920, y camino a los años 30, Rosario contabilizaba nuevas farmacias en el
registro de este tipo de comercios: "Dinamarquesa", en San Lorenzo
1215;"Lister", en Salta y Pichincha, en pleno barrio de la mala
vida;"Pasteur", en Pte. Roca y Avenida Pellegrini;
"Platense", en Santa Fe y Pte. Roca, y "Tiscornia", en
Maipú y San Juan.
De
algunas de ellas, quedan sólo memorias; de otras, algún cartel olvidado en un
edificio destinado a otros fines o en vías de demolición; de algunas más,
frascos que descansan en un Mercado de Pulgas o en algún local de anticuario;
de otras, la milagrosa continuidad en el rubro. Ellas, y los miles de remedios
para todas las enfermedades, formaban parte también de la vida cotidiana de la
ciudad en las primeras tres décadas de un siglo, que para algunos recién
comenzaría realmente en 1920.
Sin embargo,
al margen de esa numerosa legión de remedios, pócimas, bálsamos, jarabes y
grageas que, en muchos casos, tenían el respaldo científico que podía ofrecer
la época, existía una medicina casera, empírica y cercana a lo mágico o
supersticioso, una medicina popular proveniente tanto de la tradición de
muchos de los pueblos cuyas costumbres llegaran a Rosario con la inmigración,
como de los usos y prácticas de origen rural traídos por los provincianos
afincados en la ciudad.
Muchas de
las enfermedades, contratiempos o males de la salud demandaban inicialmente,
sobre todo entre 1900 y 1930 (y aún superando algunas décadas subsiguientes) y
en especial en los estratos populares, la intervención no de un profesional de
la salud sino de algunos de los "idóneos" o "dotados" para
esas curas que parecían mágicas o milagrosas, gente capaz de remediar desde el
mal de ojos a la culebrilla o desde la insolación al empacho. Curanderos y
curanderas diseminados en todos los barrios rosarinos, a los que se recurría con la misma
fe y la misma esperanza con que se ingerían algunos de los remedios de dudosa
eficacia que se promocionaban en los diarios y las revistas.
En los patios de malvones y glicinas de Buenos Aires o Rosario, la
medicina popular reinaba tranquila. Sólo ante alguna falencia en el recetario
familiar se permitía recurrir a ese profesional supletorio y temido llamado médico.
"Que yo recuerde", nos confesaba un amigo rosarino, "en casa
nunca entró ninguno. Mamá se daba maña". La mamá venía de Sicilia, pero
había vivido en las chacras de la pampa gringa, donde su sabiduría adquirió el
necesario color local.
(Hugo
Ratier: La medicina popular. Centro Editor de América Latina, 1970)
De ese modo
empírico se curaban entonces (y es posible que aún hoy, en algunos
lugares de la vasta geografía argentina sin excluir a Rosario) afecciones como
el popular "mal de ojo", a través de La división o no de una
gota de aceite vertida en un plato de agua, o la insolación, muy habitual
en los chicos que jugaban largas horas al rayo del sol veraniego,
para la que se empleaba un paño colocado sobre la cabeza del
"paciente" sobre el que se invertía, en rápida maniobra que evitara
el derramamiento del liquido, un vaso colmado de agua. Si ésta burbujeaba,
como al hervirse, era señal de que la temida insolación se convertía en un mal
recuerdo.
El parche poroso se vendía en las farmacias y se ponía para los dolores;
se suponía que curaba. Se pegaba en la zona dolorida y se lo dejaba unos días.
Otra costumbre era la purga. Por ahí, pasaba uno y el padre le decía: "A
ver, vos: hace mucho que no te purgas, ¡vení para acá!" A veces a la
mañana te despertabas con unos dolores de panza que te querías morir.Y te
daban unos yuyitos purgantes que se llamaban "Té Josclín". Otro
remedio casero común era la ventosa. A veces veías tipos en la pileta o en el
río con las marcas de las ventosas en la espalda...
(Smaldone,
testimonio citado)
Elementos
tan heterogéneos como la recurrida barrita de azufre para la tortícolis o
dolores en el cuello o la espalda; el ajo para repeler molestos insectos, la
untura blanca o el alcohol con alcanfor para el "pecho tomado", las
telarañas como cicatrizante, la mostaza que remediaba la excesiva presión
sanguínea, y los yuyos o hierbas de distintas cualidades como la ruda o el
palán (tan eficaces como parece serlo el aloe contemporáneo) constituían parte
del arsenal de esa medicina casera y en muchos casos eran tan eficaces como la
legendaria "tirada del cuerito", que sanaba los molestos empachos
infantiles.
Fuente: extraído de libro rosario del
900 a la “década infame” tomo III editado 2005 por la Editorial
homo Sapiens Ediciones