Por.
Rafael Ielpi
Una verdadera
"fiebre de verano" teatral gana a los rosarinos ese año. Semana Gráfica hace mención de una
serie de locales donde se llevan a cabo funciones teatrales con la misma
pasión y el mis entusiasmo que en las grandes salas comerciales
del centro de la ciudad. Uno de sus críticos escribe: De las muchas compañías que vegetan por los
escenarios del suburbio merece una especial atención la que dirigen
Aparicio-Presas en el teatro de verano que el Cine El Plata posee en las calles
Córdoba y La Plata.
Al referirse a aquellos
"teatros del suburbio" (un suburbio que en el caso del Cine El Plata
estaba a apenas 15 cuadras del centro actual de Rosario), la revista vaticina: Las salas del suburbio o las del aire libre, tendrán
mala época, especialmente los últimos. Es aquello de que mientras uno viven,
otros mueren, pero es una muerte transitoria, a la que
deben resignarse, impuesta por las circunstancias. En ¡os barrios, en los
saloncitos cerrados, habrá también compañías que cumplan su finalidad
dramática. Y como hay concurrencia para todo, ellos obtendrán una participación
en el reparto de utilidades que hay que esperar para las empresas.
La moda del teatro de verano proliferó entre 1921
y 1925, involucrando a cines y varietés donde aparecían de improviso elencos,
generalmente de origen español, que hacían su temporada y desaparecían, en
algunos casos con el propio local, tan efímero como ellas mismas. En 1921, por ejemplo, el "Gran Cine Varíete La Bolsa" (actual Teatro
Hroadway, en cuyo frente, bien arriba, se lee aún el viejo nombre) [ncursiona como escenario para el debut, en abril, de Sarah
Hilde, célebre bailarina clásica, además de desnudos
artísticos como gran novedad en la ciudad. El local
acumulaba todo tipo de variedades, como cuando se anunciaba: Por primera vez se podrá oír a una verdadera
estrella de la melodía napolitana, la mejor intérprete de la canzoneta de
Piedigrotta, cuyo nombre artístico, Lucy Darmond, se adecuaba
más bien a otros géneros musicales menos
itálicos...
Otro cine, el "Ideal", anunciaba por su
lado la llegada a Rosario de la compañía del primer actor Chico de la Peña, para una temporada ni el
salón que se denominaba Cine Ideal, el cual será refaccionado en parte y
llevará el nombre de "Teatro de Hoy". Se mencionan
asimismo, hacia 1923, los casos del
"Charmant Park" y del "Buckingham Palace",cine donde al
parecer se entronizaba de vez en cuando el teatro, como ocurría dicho año con el elenco de Valle-Hipólito Rivas, con obras arregladas su gusto: zarzuelas y operetas que
hábilmente podadas hacen las delicias del
público, opina Semana Gráfica.
En enero de 1924 aparece
un fantasmal (por lo borroso de su origen)
"Teatro de la Plaza", en la esquina de Córdoba y Dorrego, seguramente al aire libre y apto asimismo para las "vistas" cinematográficas a la moda, y en la misma ubicación de la lejana plaza de toros o Coliseo Taurino; allí actúa una compañía española, la de Joaquín Valle.
"Teatro de la Plaza", en la esquina de Córdoba y Dorrego, seguramente al aire libre y apto asimismo para las "vistas" cinematográficas a la moda, y en la misma ubicación de la lejana plaza de toros o Coliseo Taurino; allí actúa una compañía española, la de Joaquín Valle.
Otro de esos
"teatros golondrinas" era, el mismo año, el llamado "Social
Park", en Salta y Oroño, donde ese verano inicia su primera gira artística
la compañía de pochades, vodevils, bufonadas, operetas y grandes revistas
dirigida por Héctor Calcagno, un actor de larga y recordada carrera en el cine
nacional, a quien sus seguidores recuerdan por los papeles de "viejito
calavera". El elenco, proveniente del Royal de Buenos Aires, anunciaba un espectáculo no apto para damas, con 40 señoritas en
escena y títulos a mitad de camino entre la procacidad y el humor como Milonguita se conchaba o ¡A inyectarse, caballeros!
No todas eran sin
embargo flores para los grandes teatros. Comentando lo que puede ser la
temporada lírica rosarina de 1923 y teniendo en cuenta lo que se sabe de las
contrataciones del Colón porteño —la mayoría de las cuales recalaba luego en
Rosario— un crítico comenta, después de señalar como lo único destacable la
llegada de Gino Marinozzi y Richard Strauss como directores: Habrá óperas que se cantarán en italiano, otras
en francés y otras, muy contadas, afortunadamente, en alemán. Estas últimas
constituirán una novedad, pero una novedad soporífera, porque la idiosincrasia
latina no podrá habituarse a cantaren un idioma que no entiende y que, francamente, no tiene nada de musical. Para compensar a gente
semejante es que La Ópera se esfuerza ese año en promocionar una de sus contrataciones más
calificadas: los Cantores Solistas de la Capilla Sixtina
del Vaticano...
Una noticia luctuosa es la mayor novedad de 1925
en la ciudad en mayo de ese año, Rosario se entera de la muerte, en Buenos Aires, de Roberto Casaux, uno
de los grandes del teatro nacional de todos los tiempos. Había sido un asiduo visitante en la
primera década del siglo y en los años inmediatamente posteriores al
Centenario, formando parte de grandes elencos o, luego, dirigiendo los
propios. Los diarios dan cuenta de las
imponentes exequias y el dolor general por ese hom- bre de teatro querido y
respetado como pocos.
Menos notoria en espacio, pero igualmente
sentida, es la notu ¡| que ese mismo mes informa la muerte en Cádiz del español
Manuel Mayol, que había fundado con José Sixto Alvarez (el inmortal Fray Mocho)
la revista Caras y Caretas, una de las primeras si
no la primera que, desde Buenos Aires, dedicó importante espacio en sus páginas
semanales a la vida institucional, social y cultural del Rosario de principios
de siglo, como lo hiciera luego su contemporánea y émula Fray Mocho. Mayol había sido algo
más: un gran dibujante que signó toda una época pionera de la
caricatura política en la Argentina.
Aquel mencionado
entusiasmo por el teatro español de tres años atrás, y una fama que la precedía
desde Europa, justificaban por ejemplo el éxito de Catalina Barcena, una de
las actrices renombradas de España, que actuó en el Teatro Colón en 1926, como
cabeza de la Compañía
del Teatro Eslava de Madrid, dirigido por uno de los autores más populares de
entonces, Gregorio Martínez Sierra. Con El corazón ciego, de éste, y un clásico, La chica del gato de Carlos Arniches, la Barcena obtuvo repercusión,
lágrimas, sonrisas, aplausos y vítores entusiastas.
A Martínez Sierra el tiempo le depararía (ya
muerto hacía mucho) una notoriedad impensada al descubrirse, o confesarse, que
varias de sus obras habían sido escritas en realidad por su esposa María Martínez
Sierra. Enredo que, en sí mismo, era casi un argumento de vodevil...
Fuente: extraído de libro rosario del
900 a la
“década infame” tomo IV editado 2005 por la Editorial homo Sapiens
Ediciones