Por: Luis Etcheverry
Gracias a lo que se definió como "una donación integral" de
edificio y colección (primera en el país), Rosario cuenta desde 1968 con el
Museo de Arte Decorativo Firma y Odilo Estévez, patrimonio cultural de valor
enorme que le confiere un lugar de preminencia en el orden nacional. Cuando el
10 de marzo de 1964 se leyó el testamento de Firma Mayor de Estévez, fallecida
dos días antes, se tomó conocimiento de su última voluntad, que fue legar a la
ciudad, en memoria de su esposo, la casona de Santa Fe 748 y su valiosa
colección de arte, alcanzada en más de 40 años de viajes y subastas, hoy
exponente acabado de una próspera burguesía.
Odilo Estévez Yáñez nació el 4 de marzo de 1870 en Galicia, España. A los 14 años emigró,
estableciéndose como empleado de comercio en Colón, Entre Ríos, donde trabajó
en el molino yerbatero Matías. Radicado en Rosario, hacia 1905 fundó, con un
socio de apellido Escalada, la Yerbatera Paraguaya, a la que convirtió en líder
del ramo. Desarrolló una activa vida social y cultural, de la que no estuvo
ausente la política, en tanto gran amigo de Lisandro
de la Torre que
era. Incluso, durante 1911 y 1912 fue concejal por la Liga del Sur. Socio fundador
del Club Rosarino de Pelota, en 1921,
a los 51 años, compró la casa de los De Ibarlucea frente
a la plaza 25 de Mayo, donde hoy funciona el museo. Apoyó a distintas
instituciones de bien público, integrando además en 1936/37 la comisión del
Hospital Español. Murió el 6 de agosto de 1944.
Hija de Antonia Taltabull y del catalán
Pedro Mayor, propietario de la fundición más importante de la ciudad en la década
de 1880/90, Firma nació el 2 de febrero de 1874. En 1899 se casó con Estévez,
iniciando juntos la colección de arte que hoy atesora el museo. Durante el V
Congreso Eucarístico Nacional, en 1950, su casa fue el lugar de agasajo a los
prelados extranjeros. Además cedió en préstamo piezas para la Exposición de Arte
Religioso exhibidas en el Museo Histórico, al que efectúe importantes
donaciones. Cuando se eres asociación de amigos de ese museo, por el país, ella
fue su vicepresidenta primera Miembro desde 1953 del Instituto Bonaerense de
Numismática y Antigüedad su casa damas rosarinas bordaron -la bandera que se
exhibe en la galería honor del Monumento a la Bandera.
Aun en cualquiera de los tantos retornos posibles, recorrer las salas
del museo recordar que en esos ambientes saturados de obras de arte vivía
sólo un matrimonio sin hijos produce una sensación extraña inefable. Una
sensación, en la que como le sucedió a
quien esto escribe en el momento de registrar tamaña cotidianidad, se mezcla el
asombro con el abrumador sobrecogimiento por la belleza y -¿ por no reconocerlo?-
la incómoda y vergonzante comezón de la envidia. ¿Cómo habrá sido dormir y
despertar cuarenta años seguidos allí? ¿O un año, un mes, o una
semana o, siquiera, un día?. Imposible saberlo; mucho menos experimentarlo.
Quizás se puede un poco, imaginarlo.