Por. Rafael Ielpi
El casamiento de Alfredo J. Rouillón con María
Hortensia Echesortu, hija de Ciro Echesortu (quien cedería a la pareja su mansión
en Alberdi, la hoy restaurada "Villa Hortensia"), celebrado el 21 de
abril de 1901, es un buen ejemplo de otro de los aspectos de la vida social,
aunque no el único, como se verá. El lustre social de ambos hizo que su boda se
convirtiera en un acontecimiento que congregó, por lo demás, a casi toda la hígh socíety rosarina y a una
concurrencia importante de curiosos, ávidos por ver de cerca a la que las
revistas sociales del momento describían como una de las jóvenes cuya
belleza y cuya distinción tan pregonadas han sido en el Rosario, adorno de los
salones elegantes, que a sus gracias físicas une los mayores encantos morales e
intelectuales.
Los
esponsales tuvieron todo lo que marcaba la etiqueta y los apellidos: ceremonia
en la Catedral,
conducida por el padre Grenón; orquesta para la Marcha Nupcial de Mendelsohnn, que
sonó en cuanto la pareja puso los pies en el templo, y el Ave María de Gounod, que novios y cortejo escucharon de rodillas mientras los
invitados se ocupaban de cogotear para contabilizar presencias del mismo
abolengo y el resto de los espectadores
se conformaba con esperar la salida de los recién casados, que no tendrían la
tradicional fiesta posterior, pues el luto del novio impidió efectuar en la
casa de los Echesortu otra cosa que un té, según puntualizaba La Idea.
El ajuar de la novia colmó las expectativas de
las damas de su clase e hizo suspirar a más de una de las mujeres que
"bichaban" el acontecimiento desde la Plaza 25 de Mayo: Vestía la señorita
Echesortu un espléndido traje, maravilla de confección, formando túnica
pricesse sobre raso blanco recogido de un lado, chattelaine
mogen age de azahares y cola lila de raso. Llevaba en la mano un ramo de
azahares en un cartucho del mismo encaje del vestido; el peinado alto imitaba
el antiguo chignon sujetando en la parte posterior el tenue velo de punto de
Inglaterra, debajo del cual una pequeña corona de flores se prendía a los
negros cabellos, pormenorizaba La
Idea para satisfacer a las interesadas lectoras.
En la casa de los Echesortu, dispuesta con toda
magnificencia, se agrupaban los elementos propios de las mansiones de la haute: luces, tapices, obras
de arte, objetos de marfil, moblaje europeo, matizados por los ramos de flores
que llegaban, mientras el capítulo de los regalos constituía un
maravilloso bazar de joyas, de objetos valiosísimos, de ramos caprichosos de
orquídea. Toda la flora de los jardines e invernáculos de la ciudad, que hacia 1900
tenía al "Jardín del Ferrocarril", de Entre Ríos 239 como uno de los
proveedores de orquídeas del Rosario. Entre 1910 y 1923 aproximadamente,
arreglos florales, plantas, arbustos, etcétera, podían adquirirse en "Au
Printemps", de Córdoba 850, especialistas en parques y jardines; "El
Jardín Japonés", de Falip Hermanos, en Mitre 955; la "Semillena
Inglesa", de Robert Brownig, y "Al Jardinero Moderno", de J.
Catherine, de Sarmiento 882,
a los que se sumarían muchos otros, algunos en barrios
como Echesortu o Alberdi, que atendían las necesidades de las respectivas zonas
de la ciudad.
También los presentes k
entonces eran distintos de los regalos de hoy. Figuraban m primer término
alhajas, collares, anillos, diademas, aderezos, caravanas, piochas, flores k
piedras. Entre los objetos no faltaba nunca el juego de lambo ie plata, que
tenía un lugar destacado en los cuartos de vestir de las casas de entonces.
Estoy viendo esas habitaciones alhajadas con la moda de fines de siglo, cuando imperaba el estilo Luis XV, en los muebles
de nogal de Italia, con sus curvas y adornos característicos y sus espejos y
guardas doradas. Aquellos roperos inmensos de tres cuerpos, aquellas toilletes y aquellos lavabos, también de nogal con tapa de
mármol donde el juego de plata lucía primorosamente sus piezas. Entre los dentar objetos de moda, contábanse infinidad de fuentes, lámparas de pie,
a mecha y querosene, y mesitas de todos los tamaños, piezas de Sevres, bibelots, terracotas, negros venecianos o estatuas, que irían a acrecentar la amontonada
copia de adornos que lucían las amplias salas de entonces.
(Gastón Federico Tobar: Evocaciones porteños, Guillermo Kraft, 1949)
En octubre de 1903, la
misma revista menciona como la nota social más alta del año a una suntuosa fiesta ofrecida a sus relaciones, que eran numerosas,
por Víctor Recagno y su esposa, Gilda Zenoglio de Recagno. El ámbito sería su elegante y regia
morada de la calle Buenos Aires. El mismo año, a mediados de diciembre, el casamiento de Saturnino
Funes dio lugar al inevitable banquete en la Confitería "Los
Dos Chinos", donde los invitados debieron firmar la tarjeta-menú de rigor,
agregando un pensamiento acerca del matrimonio. La anécdota sirve para
ejemplificar costumbres pero también convicciones de la época.
El elegido para redactar la primera frase
fue el abogado Perfecto Araya, uno de los intelectuales más distinguidos de
nuestros círculos sociales y que por sus antecedentes amorísticos (sic) era el más indicado para llenar satisfactoriamente la misión que se le
confiaba, dice La Idea. Araya los decepciona al declararse partidario del celibato junto a otros
cuantos caballeros, quienes rubrican el siguiente mensaje al novio: ¡Vete! Que encuentres
en el cielo de sus ojos místicos, placeres y halagos infinitos: esos son
nuestros deseos. Nosotros no arriamos la bandera: seremos mártires de la
libertad, pero nunca mártires del amor que encadena; firmaban
Araya, Modesto Cabrera, Otorino Costa, Jorge Doncel, Juan Aliau, Francisco
Netri, Arturo Gámez y dos o tres más.
Los que no quisieron
adherir escribieron "profundidades" como éstas: Las cadenas de la
libertad son peores que las del matrimonio (Antonio Cafferata José A. Campos); ¡Ojalá todas las
cadenas fueran como las del matrimonio! (Antonio López Zamora, Eduardo López, Artemio Sánchez, Alfredo
Goytía), mientras hubo quien, como Oscar C. Meyer, se lavó las manos en forma
olímpica: Es un homenaje pero no me comprometo al respecto...
La
Idea, que en su afán de detallar cuanto episodio ocurriera en aquellas
veladas sociales de principios de siglo era capaz de Ilegal ,1 la
minucia, lograba a veces que sus notas tuvieran aciertos de humor impensados,
como cuando describe a Otto Grieben, uno de los adinerados rosarinos de entonces, como un distinguido
caballero, comerciante él, rubio tirando a canario, y conocido por sus
exquisitas espiritualidades, que aunque muchas veces las dice en inglés, es
tan amable que enseguida las traduce a nuestra lengua para que las gocen
aquellos que no comprenden el idioma de la rubia Albion...
Las convenciones sociales en lo que respecta a
noviazgos, compromisos y matrimonios eran inamovibles entonces, como lo demuestra,
por ejemplo, la breve noticia periodística que a mitades de 1910 daba cuenta
(por tratarse de apellidos a los que valía la pena distinguir) que el señor Juan Marull ha solicitado y obtenido la mano de la
señorita Silvia OrtizVivanco para el señor Juan Ramón Marull, no habiéndose aún fijado la fecha de la boda, pero los festejos ya
están empezando. No menor difusión tenían los casamientos de hombres y mujeres
vinculados con el sector social más relevante.
En octubre del mismo año, La Capital informa del enlace Eduardo Ortiz-Augusta Burger, que, ya se adelanta, constituirá una de las notas sociales más salientes del año, a la vez que anuncia
que los desposados partirían de inmediato a Europa para la ritual luna de
miel. También en ese caso se mencionan los habituales apellidos de muchos de
aquellos inmigrantes o hijos de inmigrantes enriquecidos en la ciudad, principalmente
con la actividad comercial: Guillermo Heindenreich, Otto Grieben, José Arijón,
Enrique Herwig, Pablo Wiedenburg, etcétera.
La relevancia de estos
eventos sociales perduraría casi las tres primeras décadas del siglo: en 1916
se destaca como evento social descollante el compromiso matrimonial de María
Susana Recagno con el doctor Juan V. Gil, que incluíala obligada recepción en la casa paterna de la novia, con invitación a las familias de la sociedad rosarina. Sobre finales del mismo año, el casamiento de
Amalia Gollán con el ingeniero Manuel J. Cafferata motiva otro revuelo en la
sociedad local: por las vastas vinculaciones de los contrayentes, este enlace dará
margen a una brillante fiesta social, adelanta la prensa.
Los casamientos "de campanillas", como
se los llamaba, eran capaces de ocupar la atención del Rosario de entonces un
par de semanas, ya que se convertían en la comidilla social de una ciudad
atenta a ese tipo de acontecimientos que, de algún modo, la sacaban de la
rutina cotidiana, de la misma manera que lo hacían las grandes divas del teatro
o de la ópera, los grandes tenores y trágicos italianos y las novedades que,
como el cine o la fonografía, venían a traer sacudones de progreso a la
ciudad.
Uno de aquellos
casamientos fue el de Lucrecia De Elía con Matías MacKinley Zapiola, en
noviembre de 1913, con el Dr. Nicanor De Elía como padrino, que lo era tanto de
bodas como de duelos. Los esponsales fueron bendecidos por el presbítero
Nicolás Grenón en la Catedral,
un privilegio otorgado por lo general sólo a los grandes apellidos, con
orquesta y coro dirigidos por el maestro italiano Pasquale Romano, que se lució
con la marcha nupcial de Tanhauser de Wagner. La fiesta, en el llamado "Palacio
De Elía", de Bulevar Oroño y Mendoza, derivó, entre champagne francés y
exquisiteces diversas, en un "afile" entre Ciro Echesortu (h) y María
Susana Recagno ambos jóvenes exponentes de la high rosarina, según lo consigna al pie de una fotografía de ambos la
revista Monos y Monadas de esa fecha.
De Elía era un próspero
abogado, de origen porteño, nacido en 1864 y arribado al Rosario treinta años
más tarde. Aquí, sería asesor legal de algunas de las más importantes empresas
e instituciones de la época, como el Banco de Londres y Río de la Plata, el Banco Inglés de
Sudamérica, las compañías de teléfonos, aguas corrientes y electricidad. Fue
parte en juicios resonantes y también empresario, lo que le permitiría
consolidar una importante fortuna.
Unos años más tarde, en
septiembre de 1915, una revista porteña hacía la crónica social de otro de esos
casamientos "de campanillas", el de María Elena Castilla con Carlos
Firmat Lamas, cuyos testigos portaban también apellidos notorios como Lorenzo
Larguía, el ubicuo De Elía, Francisco R. Güeña y el ex intendente Luis Lamas,
pariente del novio. La publicación consigna: El templo de Nuestra Señora del Rosario
había sido artísticamente arreglado, especialmente el altar mayor, que
resplandecía de luces, tules y guirnaldas de rosas y camelias blancas.
La puntillosa descripción de los vestidos
de la novia y sus invitadas sirve asimismo como manual de la moda de ese
tiempo: Lucía elegantísima toilette de tul de ilusión con manto de charmesse,
guía de azahares y muguet en el peinado, que realzaba notablemente su delicada
belleza, dice de la joven desposada,
pasando x enumerar después: Seguíanle
doña Sara Rozas de Lamas, con taffetas negro y
azabache, loca de fantasía; Elrmira Sohn de
Castilla, de encaje negro con adornos chantilly, lo, a negra de tul; Carolina del Campo de
De Elía, de seda floreada, encajes
y toca negra; María Susana Recagno, de encaje blanco,
malinas fondo rosa y sombrero negro con
aigrette. Toda una mini-guía social.
Lo
ulterior no escaparía a lo usual en fiestas de ese núcleo so< i.d recepción a los invitados en los salones de la "Rottiserie
Cifré", donde el salón principal
había sido habilitado para el baile y el hall y los demás salo nes contiguos fueron ocupados por pequeñas mesas dispuestas con todo buen gusto y adornadas con
preciosas corbeilles de flores naturales. Dentro de ese
marco de lujo y
distinción es de imaginarse el cuadro encantador que ofrecería esta fiesta que señala el enlace más
aristocrático del año, se entusiasmaba la añeja publicación.
Aquella parafernalia social no iba a ser
sin embargo privativa de los primeros años del siglo ni del Centenario. Casi
sobre el filo de las tres décadas que abarca este libro, en 1929, las
revistas porteñas como El Hogar, Para Ti, Atlántida e incluso Caras y Caretas, ya en sus últimos años
de aparición, incluían a veces con gran despliegue gráfico, los acontecimientos
sociales de Rosario, como el casamiento Rouillón-Tietjen, realizado en el por
entonces llamado "Palacio Rouillón", actualmente conocido como
"Villa Hortensia", con frente sobre calle Warnes entre Superí y
Herrera, mirando a la
Plaza Alberdi.
Fuente: extraído de libro rosario del
900 a la
“década infame” tomo III editado 2005 por la Editorial homo Sapiens
Ediciones