La colectividad de
origen árabe, por su parte, comenzaría a arribar al país y luego
consecuentemente a Rosario, sobre los finales del siglo XIX y los años
iniciales del XX, cuando se produce la llegada a Buenos Aires de pequeños
contingentes de inmigrantes oriundos del Magreb. Pero serían los provenientes
de los países que conformaban el Imperio Otomano (por ello llamados
genéricamente "turcos"), quienes integrarían la corriente más numerosa.
Expulsados por el hambre, las
persecuciones étnicas y religiosas de las tierras bajo el dominio del otrora
poderoso Imperio Turco, que por extender el pasaporte dio forma a la cariñosa
denominación con que todavía se llama a los descendientes de árabes entre
nosotros, fue que recibimos a una numerosa colectividad árabe, fundamentalmente
de sirio-libaneses. De una increíble adaptación por lo rápida, dada las
diferencias culturales originales, se los vio deambular por las calles, los
caminos y las chacras, con su valija al hombro o una canasta en el brazo,
vendiendo de todo, facilitando las formas de intercambio, otorgando crédito
hasta la fecha de pago del sueldo en los barrios, o hasta la próxima cosecha en
los campos...
(Rubén Manuel Moran:
"La inmigración II", en Historias de nuestra
región, 1999)
Una
publicación de la
Dirección Nacional de Migraciones señala: Inicialmente
catalogados por las autoridades como
griegos y turcos, los incluidos bajo esta nómina se correspondían en su
mayoría con quienes hoy serían ingresados como armenios, egipcios, iraquíes,
libaneses, palestinos, sirios, turcos y otros. Sea que fuese de fe cristiana,
musulmana o judía, gran parte de los antes mencionados, excepción hecha de los
procedentes de Turquía, hablaban una lengua común, que sumada a
otras características culturales los unificaba como árabes. Impulsados a
abandonar el Medio Oriente, en particular Siria y el Líbano, por una
multiplicidad de factores, los otomanos ya constituían una comunidad en
formación cuando el censo de 1895 revela que sumaban 876 en el país y
64.714para el relevamiento de 1914.
Alberto Tasso, por su
parte, consigna que la mayoría de los llamados otomanos o turcos que ingresaron
al país desde 1887 hasta el Centenario eran sirios y libaneses, y aunque sus
países natales formaban parte de la rica y milenaria civilización árabe,
durante muchos siglos estuvieron bajo el dominio de la bandera turca: Entre 1887 y 1907 ingresan al país 41.650 otomanos. Al año siguiente
llega a su fin la hegemonía del severo jeque turco Abd-al-Hamid, durante la
cual un virtual estado de sitio impidió la vigencia constitucional y
consecuentemente la posibilidad de una inmigración legal. Buena parte de la
corriente anterior a 1907 fue, por lo tanto, clandestina, sostiene.
Al acto crucial de abandonar la propia tierra
deben agregarse las circunstancias políticas que convertían la partida en un
acto ilegal. Y aunque la
Sublime Puerta del Imperio Otomano había sido cerrada, el
afán de libertad e igualdad empujaba vigorosamente a labrar una nueva vida en
otra tierra. "América" era entonces la palabra que simbolizaba la
posibilidad de esa vida soñada, y así como su mágico acento se escuchaba en
Europa, también llegaba su eco hasta el Oriente, conducido por los barcos de
las empresas marítimas que hacían su negocio en el Mediterráneo. Muchos relatos
hablan de partidas sigilosas en la oscuridad de la noche, de promesas de
reunirse con una novia o una madre y que el tiempo se encargaba de confirmar o refutar, de una
escala en Marsella, y de casi veinte días de viaje hasta el puerto de Buenos
Aires...
(Alberto Tasso: "La inmigración árabe en la Argentina", en
revista Todo es Historia, N° 282).
En coincidencia con la
colectividad judía, parte importante de esta inmigración se dedicaría en forma
principal al comercio, sobre todo el vinculado con la industria textil, desde
el afincamiento en pequeñas tiendas diseminadas en los barrios a la venta
ambulante de cortes de género, prendas de vestir, puntillas, elásticos, etc., realizada
tanto en la ciudad como en la zona rural, para cuyos habitantes la llegada de
los "turcos" procedentes de Rosario con sus valijas, era una novedad
recurrente y esperada.
Había merceros. Eran todos turcos,
árabes, sirios, pero nosotros les decíamos turcos. Y había muchas comunidades
de turcos. Cuando yo trabajaba, que iba a pie desde Suipacha a Corrientes, en
la calle 9 de Julio casi esquina Pueyrredón había una casa donde vivían varios
turcos y tenían una cosa para fumar con una manguera, que después supe que es
el narguile. Además de los merceros que generalmente
eran turcos, había otros vendedores, la mayoría judíos, que vendían otras cosas
como colchas, frazadas, manteles, a pagar un peso por semana. Los que yo llamo
merceros vendían también peines, jabones, espejitos. Iban gritando su
mercadería por la calle...
(Smaldone: Testimonio citado)
No debe dejar de
consignarse que muchos de estos esforzados comerciantes andariegos fueron
víctimas reiteradas veces de asaltos y de crímenes en esos periplos que los
llevaban a recorrer a pie rancho por rancho, durante meses y
más meses, sufriendo lluvias y hambres, acomodándose donde le caía la noche y
donde le daban un techo y una comida, como narrara Mateo
Booz.
Los turcos, como le decíamos nosotros, no estaban únicamente en la calle San Luis,
donde había muchos negocios que sus dueños eran sirios, libaneses y judíos. En
mi barrio, en la esquina de Rioja y Cajferata, estaba la tienda de Abdala, que era de esa colectividad, y me acuerdo también que todos los meses
pasaban uno o dos "turcos" que andaban con los cortes de género
doblados sobre el hombro y una valija llena de cosas para las mujeres de la
casa:peinetas, peines, hilos para coser y bordar, agujas, elásticos, algunos
llevaban camisetas y calzoncillos abrigados, como se usaba en esa época. En
casi todos los barrios había una tiendita de un turco, que eran tipos buenos
con los vecinos, que te vendían a crédito, lo mismo que los que venían con el
bagayo al hombro cada mes, que algunas veces también te anotaban a cuenta.
Había también algunos moishes que pasaban todos los meses vendiendo
telas y dándote plazo para ir pagando.También esos eran gente macanuda. "
(Julián Chandro: Testimonio personal
recogido en septiembre de 1986)
Roberto Arlt iba a dejar
asimismo grabada, en una de sus Aguafuertes
porteñas, no sin un dejo admirativo pese al adjetivo "espantosos" que
les aplica, la imagen de aquellos árabes ambulantes: El sol raja la tierra, los caballos se adormecen a la sombra de los
árboles, y estos hombres espantosos, cargados con un cajón, una cesta y un
bulto de mantas y cortes sobre las espaldas, avanzan gritando: "¿Quiere
mercería barata, señora!" ¡Cuántas veces durante el verano! Y yo me quedo
pensando de dónde sacarán la voluntad de vivir estos hombres, de vivir así tan
terriblemente, y de dónde extraen el coraje y la resistencia para pasar la
mañana y la tarde caminando, caminando siempre, bajo el sol, gritando
dulcemente entre las polvaredas del arrabal: ¿Quiere mercería, señora?
Tasso menciona dos
desventajas enfrentadas por los árabes en el país para una inserción
ocupacional, que confluyeron en la inclinación de buena parte de la
colectividad por el comercio y, en
especial por el de tipo itinerante: la
primera es la escasez de medios económicos, que aparece reflejada en el
reducido acceso a la propiedad de la tierra. Otra, el bajo nivel de
instrucción. Todo ello permite comprender que la iniciación comercial de muchos
árabes se haya efectuado en el más bajo escalón, el de la venta ambulante.
Ayudados por algunos connacionales ya instalados, que les facilitaban
mercadería, recorrían caminando o a caballo o a lomo de muía, extensos
circuitos de la ciudad o el campo. Un turco con el kasche al hombro fue una típica imagen de este
período en todos los rincones del país. Si bien la venta ambulante incluyó
rubros diversos desde ganado hasta tela, este último constituyó el más
difundido. Desde luego que no eran comerciantes de telas ni vendedores
ambulantes en su tierra. La lista de oficios declarados al llegar al país
incluía también en 1910 a
agricultores, aunque predominaban comerciantes, jornaleros y personas sin
oficio. Pero la escasez de otras alternativas ocupacionales y la solidaridad
típica de los inmigrantes radicados y los recién venidos, los condujo hacia una
actividad típicamente informal, que no exigía capital, y que se abrió paso rápidamente entre los intersticios de una red
comercial todavía incipiente entre las vastas regiones del país. La venta
ambulante contribuyó a difundir pautas de consumo de telas y algunos artículos
suntuarios que hasta entonces estaban restringidos a los sectores medios y
urbanos.
(Tasso: Op. cit.)
Tampoco los turcos
escaparían a la andanada discriminatoria que recibiría buena parte de la
inmigración que no provenía de Europa Central, como ocurriría con los gitanos.
Dos comentarios contemporáneos, uno de La Capital de julio de 1888 y otro de El
Municipio, de septiembre del año siguiente, son ejemplares al respecto. El primero
se pregunta: ¿A qué vienen aquí esos turcos, gitanos o
lo que sean? ¿ Vienen acaso a trabajar honorablemente? No. Son plantas exóticas
y al mismo tiempo corruptoras. El país necesita de obreros y no de vagos y
degradados. Fuera, pues, con los gitanos, turcos, montenegrinos, cosacos o como
se llamen. El diario de Muñoz, pese a su progresismo, no queda atrás al referirse
a los turcos: Esa clase de huéspedes, especie de
parásitos, son en todo sentido perjudiciales a la sociedad, porque no producen
nada. Son antihigiénicos y de malas costumbres...
A ese rechazo inicial se contraponían actitudes
mucho más solidarias hacia esa heterogénea comunidad arribada desde Oriente,
como las del Patronato Sirio Libanes y la propia Dirección de Inmigración que,
entre 1905 y 1912, propició la implementación de campañas de difusión
destinadas a informar a los inmigrantes árabes sobre las posibilidades de
trabajo en el interior del país, a la vez que lograba que los mismos fueran
admitidos en el Hotel de Inmigrantes, cosa que les había sido negada
inicialmente.
Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “década infame” Tomo
I Autor Rafael Ielpi Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens
Ediciones