Nacido en Nápoles el 25 de febrero de 1873, Caruso fue, sin duda, el más
grande tenor de la historia del bel canto,
y su nombre fue idolatrado y admirado por públicos de todo el mundo, pero
especialmente por las distintas colectividades italianas del llamado Nuevo
Continente, para las que la llegada del cantantae constituía un hecho
inolvidable. Eran épocas -finales del siglo XIX y primeras décadas del
presente- en las que la lírica gozaba de una enorme popularidad al punto que, a
su conjuro, se erigían teatros dedicados especialmente a ese género, como el de
Manaos, en Brasil y La Opera, en Rosario.
Caruso cantó dos veces en dicho coliseo rosarino, en el mes de julio de
1915. La primera de ellas en la función de gala del día 9, aniversario de la Independencia,
interpretando Manon Lescaut, de Giacomo
Puccini; la segunda, el 22 del mismo mes, luego de una breve gira por Córdoba y
Tucumán, asumiendo uno de los papeles que le valieran mayores elogios: el del
desdichado Canío en I pagliacci, de
Leoncavallo. Su posterior retorno al país, en 1917 no incluyó actuaciones en
Rosario y antecedió en tres años en su ocaso definitivo.
El gran Caruso- de cuya voz guardan felizmente testimonio
irrevocable innumerables grabaciones- tuvo sus primeros incovenientes de salud
en diciembre de salud en diciembre de 1920, al sufrir, en plena actuación en
Nueva Cork, la rotura de un vaso de la garganta, a la que siguieron carias
operaciones de pulmón que le quitaron toda posibilidades de regresar al canto.
Vuelto a Italia, murió el 2 de agosto de 1921 en su Nápoles natal.
Fuente: extraído de la revista “Rosario, su Historia de aquí
a la vuelta Fascículo N• 22 de agosto de
1992, Autor: Alicia Megías.