Para
entonces (1900), Rosario tiene 200 mil habitantes. El reciente censo
del 26 de abril de 1910 había arrojado la cifra de 192.278 contra 150.686 del
19 de octubre de 1906. En medio siglo, la población había
aumentado en estos términos: 3.000 habitantes en 1851; 9.785 en 1858; 23.169 en 1869;
50.914 en 1887; 91.660 en 1895; 112.461 en 1900; 150.686 en 1906 y
192.278 en 1910.
Esta población vive en aproximadamente 20
mil casas, se lee en La Nación. El censo de 1906 había
dado 16.400, pero al aumento de más de 10 mil habitantes que ha exigido nuevas
viviendas, hay que agregar el incremento de la edificación provocado por causas
económicas generales y por la particularidad de la electrificación de los
tranvías, sobre cuyas líneas se han improvisado barrios enteros. Las
construcciones de dos y más pisos, que se han visto levantar por doquiera en
los últimos años, no habrán alterado la proporción de 1 906 de 93,26 por ciento
de casas de un piso, 6,24 por ciento de dos pisos, 0, 17 por ciento de tres
pisos y 0,03 por ciento de cuatro o más. Es que las
viviendas
baratas se han corrido por los suburbios y la edificación en el centro,
por activa que haya sido, apenas si
habrá logrado mantener esa proporción.
Seis años más tarde, en
el Centenario de la
Independencia, el
crecimiento del Rosario es perceptible aún para los visitantes: El núcleo denso
de la
ciudad está encerrado en 400 manzanas entre el río Paraná y los Bulevares
Pellegrini
y Oroño. La población empieza a diluirse en los lindes de
este triángulo hasta los arrabales, por donde siguen las calles de acceso urbanizadas
en largas
extensiones.
Quedan así unidos al centro, sin solución ,de continuidad, los barrios de Talleres, Refinería y
Echesortu y forman manchas los de Arroyito, Vila y Saladillo.
El aspecto edificio,
sin embargo, no ha sufrido mayores variaciones: La ciudad puede decirse que se está edificando:
de lo viejo, de una vejez de 30 años, nada es definitivo. En las calles
interminables y rectas, sigue diciendo el
diario de los Mitre, a
las que la misma falta de carácter dá un carácter, los bloques de
construcciones bajas se prolongan a ambos lados de las calzadas limpias y
lisas. Predomina la arquitectura anodina de la puerta y los dos balcones
(recuerdo de las dos ventanas) en las obras más presuntuosas. La prosperidad ha
creado capitalistas, grandes y chicos, pero ha ido demasiado rápido para
depurar el gusto. Sin embargo, una minoría creciente marca una reacción que se
difunde por el ejemplo, y antes de mucho tiempo los arquitectos de verdad
habrán sustituido a los maestros albañiles, todavía demasiado en boga.
Dentro del aspecto general sin duda
transitorio, las casas de dos pisos forman grupos compactos en el centro y se
desparraman, irguiendo sus desairados paredones sobre las chaturas vecinas, en
las calles más alejadas. No puede mostrarse el Rosario, seguramente, como una
ciudad bella, es el diagnóstico de La
Nación, aunque condesciende a aseverar: pero tiene su
encanto. Hay mucha luz, todo es nuevo y la
gente parece feliz. Si no comprende la poesía melancólica del pasado
siente hondo la del porvenir. El cambio
de posición no seducirá a los artistas, pero es fecundo en estímulos y lógico
donde no hay reliquias que guardar...
En la segunda quincena
de marzo de 1911, La Capital publica una nómina de
los principales edificios que se comenzaron a construir, con mención del
propietario, ubicación y costo de la finca. La misma incluye viviendas cuyo
valor va desde los $ 140.128 que cuesta la única de dos pisos, que Pedro
Cardini hacía levantar en San Luis entre Independencia y España, a los 37.000
de la de Néstor Noriega, en Laprida entre Mendoza y 3 de Febrero. Otras
construcciones en ejecución en ese momento eran las de Juan Semino, en Avda.
Pellegrini al 600, valuada en %
14.000; la de Portalis y Cía, en Santa Fe entre Callao y Rodríguez, de
$ 11.338; la de A. Passanti, en Avda. Pellegrini e Independencia, de $ 28.856,
entre otras.
En
las zonas "suburbanas", los precios eran de este tenor: $ 7.940 es la
valuación de la casa construida por S. Gorpi, en Buenos Aires entre Viamonte y
Ocampo; $ 17.448 la de E. Segovia, en Avda. del Tiro Federal entre Avda.
Alberdi y Avellaneda y $ 17.680 la de A. Saint Palencat, en
Italia entre Güemes y Brown.En gran parte de esas obras trabajaban mayoritariamente
albañiles, peones y ayudantes llegados de Italia.
La inmigración, y en
especial la italiana, tendría mucho que ver Umbién en la conformación del
perfil urbano-arquitectónico del Rosario de las primeras décadas del siglo, a
través de arquitectos, ingenieros,
constructores, maestros de obra, artesanos y albañiles que consumían
en forma mayoritaria el sector de la construcción en la ciudad.
A ellos se deberán no
sólo muchas de las grandes mansiones y residencias emplazadas en las zonas más
valiosas como el Bvard. Oroño v la calle Córdoba, en especial, sino también las
viviendas populares que, bajo la característica de "casa chorizo", o
de las ulteriormente conocidas simplemente como "casas de barrio", se
sucederán una junto a la otra
ya desde finales del siglo XIX y exteriorizarán un modelo reiterado del mismo
modo que lo sería el tipo de construcción "a la italiana"
que es visible aún hoy en el centro rosarino y en algunos barrios, traducida en
los símbolos diversos que adornan las fachadas.
Blas Matamoro sintetiza
esos criterios que imperaron tanto en Rosario como en Buenos Aires: La intervención del albañil italiano hace
aparecer la idea del poder de gasto: la pared colonial, lisa y desnuda, se
cubre de elementos decorativos, ventanas "a
entablamento", con marcos y frontis de manipostería, triangulares o
curvos; guirnaldas con hojas de acanto; rosetones renacentistas con motivos
florales; rejas de gruesas guías (adornadas con lanzas, espigas, cabecitas
ensartadas de personajes del Renacimiento, volutas, alas, hojas de cardo); rosetas con que
coronan los frontis y finalmente el cuerpo humano, nudamente mostrado en
medallones y coronamientos en que aparecen rostros de personajes heroicos o
legendarios y en el desnudo cuerpo del amorcillo pompeyano, en las más diversas
actitudes.
Algunas construcciones
que subsisten todavía en el inicio del siglo X XI, como la parte superior del
antiguo Círculo Italiano, en la esquina noreste de Córdoba y Mitre, o muchos
edificios del centro rosarino, ejemplifican con claridad todo ello. Otras, como
las emplazadas en lo hoy se llama el "Paseo del Siglo" (Córdoba desde
Paraguay a Bvard. Oroño),
no sólo sirven para ilustrar, con características y épocas distintas pero siempre en el período 1900-1930,la vocación
de los miembros de la burguesía rosarina por ser dueños de una residencia
"de estilo", ejerciendo
una "aristocracia del dinero" que la igualaba, por lo
"históricas" sobrevivientes, como las de Enrique Astengo, Casiano
Casas, Domingo menos en su exterior, a su similar porteña, sino para estudiar
también la distribución de este tipo de residencias que aún hoy no dejan de
mantener su imponencia.
En el último sector
señalado, sobre calle Córdoba, y extendiéndose por la misma desde la actual
calle 1o de Mayo a Bvard. Oroño, levantarían sus residencias muchas
de las familias adineradas de la ciudad. Con la numeración del momento de su
relevamiento (mediados de la década del 20) consignada entre paréntesis, pueden
mencionarse las de Ramón Marull (631), Esteban Tiscornia (761), Pedro Tiscornia
(763), Fermín Lejarza (954), Gervasio Colombres (1221), Mariano Marull
(1235),Angel García (1267), Carlos Berlengieri (1364), Ernesto Marquardt
(1411), Guido Travella (1432), Santiago Recagno (1433), Juan Marull (1668),
Leonardo Benvenuto (1826), Casiano Casas (1850), Filomena B. de Siquot (1853),
Enrique Astengo (1860), Luis Copello (1868), Alfredo Rouillón (1995), Santiago
Pinasco (2170), Angela Tiscornia de Pinasco (2181), y algunos más.
Mikielievich consigna el
caso del antiguo edificio emplazado en Córdoba entre Comercio y Aduana,
actuales calles Laprida y Maipú, en el que funcionaran hasta 1907 firmas
comerciales notorias de la ciudad, como la de Manuel Arijón y la Sociedad Anónima
El Saladillo. Construido por cuenta de Manuel Paz en 1885, ostentaba la
particularidad de sus dos balcones volados cubiertos con celosías de cristales,
las primeras de su tipo en el Rosario.
Recordaba el fundador de la Sociedad de Historia de
Rosario: La vivienda citada, por
la construcción de sus plantas, puede ser un buen ejemplo de las viviendas de
la clase acomodada: tres grandes salones y uno pequeño al frente,
independientes; diez habitaciones grandes, cocinas, baños, patios y corredores
con galería en la planta baja. La planta alta, destinada a residencia familiar,
con terraza y escalera de cedro, además de otros detalles de confort, tenía
sala, comedor, escritorio, tres dormitorios, despensa, piezas para el personal
de servicio, cuartos de baño, cocina y retrete.
Semejante desmesura espacial y parecida
distribución pueden verificarse todavía hoy en varias de las construcciones
Minetti, etc., en el aludido "Paseo del Siglo", muchas de ellas
convertidas hoy en sedes de instituciones profesionales o empresariales de distinta
índole.
Para comienzos de este
siglo no sólo se habían transformado los modos de vida siguiendo costumbres más
o menos europeas, más
refinadas y lujosas, sino que los edificios adquirieron distribuciones,
materiales y apariencias de gusto depurado y de elegante diseño. Así, la casa
de la élite que aceptaba y quería vivir a lo francés adopta la modalidad del
petit hotel, del que pueden encontrarse diversas variantes en cuanto a tamaño y
lujo a lo largo de Bvard. Oroño y de otras arterias principales de nuestra ciudad.
Ciertamente, las instituciones clave presididas por prestigiosos rosarinos,
construyeron sus edificios en significativas formas francesas, tales como la Bolsa de Comercio y el
Jockey Club, estructurados enfundan de un eje de simetría, pero resuelto con un
orden rigurosamente elegante, este último. También obras de gobierno se
orientaron a Francia. Dentro de ese tipo de edificios de gran envergadura se
destacan los viejos Tribunales rosarinos por la finura, proporciones, talento
compositivo y su escala ajustada al entorno sin monumentalidades retóricas
. (Viviana Mesanich
- Carolina Rainero - Graciela Schmidt Guy Van Beck - Claudia Chiarito:
"Los reviváis", en Recorridos de
arquitectura en Rosario, Colegio de Arquitectos, 1986)
Aquellas
mansiones finiseculares, así como otras construidas en los primeros años del siglo XX, tenían sus problemas
pese a la imponencia de las mismas y la nobleza de los materiales, por lo
general importados, utilizados en su construcción. Elvira Aldao de Díaz consigna en Recuerdos de antaño que
las mansiones, a pesar
de sus vastos salones de fiestas, columnas, estucos, mármoles y artesonados,
carecían de confort. Los hogares eran de adorno y jamás se
encendían. La casa de dos plantas de
Camilo Aldao, en Santa Fe y Buenos Aires, fue la primera con baño a la inglesa, al lado de los dormitorios, para poder
bañarse en invierno. Entonces las
mujeres tenían un costurero aunque
nunca cosieran
en él: su verdadera
función era servir de toilette de las señoras durante las fiestas. Los comedores
fueron transformados en lugares umbríos, con sus espesos cortinados, muebles
fastuosos y pesados y un aparador grande como una catedral...
Es en
la misma época (últimas décadas del siglo XIX, años iniciales del siguiente) cuando se levantan en la ciudad,
además de las residencias fastuosas que subsisten en dicho tramo de la calle
Córdoba, Una serie de viviendas
igualmente novedosas, una de cuyas características no convencionales estaba en
los amplios balcones superiores, cubiertos por
ventanales vidriados. Dos de ellas atraían en particular la curiosidad de los
rosarinos de entonces: la emplazada en Córdoba entre Laprida y Maipú y la
ubicada en Mendoza entre 25 de Diciembre y Io de Mayo.
Similar jerarquía pero
mucho mayor perduración en el tiempo tendrían otras residencias, como la
denominada "Quinta Canals", levantada por el empresario catalán Juan
Canals para vivienda familiar en la manzana comprendida entre las calles Rioja,
San Luis, Moreno y Balcarce, con
acceso principal por la primera de las nombradas, consigna
Mikielievich, rodeada por cuidados jardines, visibles desde el exterior a
través de las verjas, que podían observarse como expresiones de acabada
artesanía en forja de hierro. Tan
hermosas eran, ironiza el autor de Memorias de Rosario, que un impreciso día,
desempeñando el cargo de intendente municipal uno de los tantos foráneos
nombrados desde Santa Fe, fueron arrancadas para destinarse, según se dijo, a
cercar el casco de una alejada estancia...
Abandonado durante
varios años, el inmueble pasó a poder de la municipalidad rosarina en 1902,
durante la intendencia de Luis Lamas, siendo destinado a albergar las
dependencias sanitarias de la Asistencia Pública, lo que hizo que pasara a ser
conocido como "Palacio de la
Higiene". Una parte del predio se destinó para instalar la Administración de
Limpieza y Maestranza municipal, y aquella condición de emplazamiento de
dependencias oficiales se mantuvo hasta la actualidad, mientras que el sector
que da a calle San Luis se constituyó, por décadas, en lo que el ingenio
popular bautizó como "Monumento al pozo", por la gran excavación que
demandó una obra pública frustrada y paralizada durante muchos años, y cuya
estructura se utilizaría, finalmente, para la construcción de un centro de
salud municipal, el CEMA, cuya primera etapa se inauguró en agosto de 1999.
Desde el alejamiento de
Canals, quedó completamente abandonada la que fuera su residencia. Los cuidados
jardines se convirtieron en tupidos yuyales donde convivían como en la selva
alimañas de toda especie. Los prolíficos roedores, magníficamente alojados en
¡as decenas de habitaciones, al poco tiempo comenzaron a ser molestados en las
noches por vagos, a los que se agregaron delincuentes que establecieron allí
sus guaridas. El pánico cundió en el vecindario, lloviendo quejas y denuncias
de escucharse a altas horas de la noche fuertes ruidos de cadenas y quejidos.
Decíase que al denunciarse esa situación, los vigilantes destacados para
verificarla eran todos sordos... Hasta que un comisario, cansado de la
reiteración de esos reclamos, después de meditar concienzudamente el
procedimiento y aprovechando una noche tormentosa, con un piquete de
subalternos provistos de antorchas, extrajo del laberíntico lugar no menos ¡le
una docena de chanchos
y viudas. Con esos nombres eran
conocidos los delincuentes enmascarados que, a altas horas de la noche y
después de apagar las mechas de los faroles a kerosene del alumbrado público o rompiéndolos, aparecían
sorpresivamente de algún portal o hueco, gruñendo los primeros o llorando las
otras, hasta paralizar a los peatones, unos por miedo y otros por compasión,
terminando en ambos casos por ser despojados de sus alhajas, carteras e incluso
de la ropa.
(Wladimir
C. Mikielievich: Memorias
de Rosario, Subsecretaría
de Cultura, Municipalidad de Rosario, 1986)
No serían
"chanchos" ni "viudas" los que motivarían a partir de las
quejas de los vecinos de la ex residencia del emprendedor y controvertido
Canals, cuyo nombre fuera asociado permanentemente a proyectos pero que
terminaría finalmente poco menos qui pobre de solemnidad en Buenos Aires, tras
el fracaso de distintos negocios que encarara con el mismo dinamismo, la misma
determinismo muchas veces la misma mala fortuna.
Canals,
nacido en Barcelona en 1849, se dedicó inicialmente al comercio mayorista, a
partir de su arribo a Rosario en 1870, para encarar luego el financiamiento de
la construcción de obras públicas en la ciudad, desde pavimentos a edificios en
algunos casos notables, como el ya citadoPalacio de Justicia o su ya mencionada
residencia particular devenida en Asistencia Pública. Con Llavallol había
adquirido un extenso sector de las tierras que ocupa hoy el barrio Lisandro de la Torre (Arroyito), las que
vendería en 1903.
Mikielievich
consigna: Entre las obras que no
pudo terminar figura el puerto de Rosario, que por contrato firmado en 1888
debió concluir en el término de cinco años. Para su ejecución organizó la Sociedad Anónima
Puerto di Rosario de Santa Fe, cuyos estatutos aprobó el gobierno nacional el 8
de mayo de 1890. A causa de la crisis del 90 se vio
obligado a abandonar el compromiso luego de invertir alrededor de 12 millones de
pesos moneda nacional. I ni mi luchador infatigable que trabajó con tenacidad y
audacia aunque con infortunio.
El autor de Memorias de Rosario incluye
en su libro una nota periodística sobre la muerte de Canals que resume el
juicio de los rosarinos sobre aquel catalán incansable, cuya parábola de vida
lo llevaría
de la opulencia a la pobreza: El valor moral y la indulgencia fueron sus dos
características en la adversidad; cuando la buena suerte le sonrió, fue
generoso y útil; factor de beneficios colectivos y de progresos urbanos. Jamás
hizo derramar una lágrima a nadie ni a nadie hizo el más mínimo daño.
Pocos días después de su muerte en Buenos
Aires (3 de enero de 1901), Caras
y Caretas coincidiría en la evaluación del empresario: Ha bajado a la tumba uno de los hombres a quien
más debía el progreso material del Rosario, pasando casi inadvertida su muerte,
después de haber sonado como pocos su nombre, que en otra época, cuando Canals
era figura de primera magnitud en el mundo de las especulaciones, se repetía
por todos con admiración si no con respeto. Mikielievich
recuerda: Cuando ocurrió su
deceso había satisfecho todas sus deudas comerciales originadas por la crisis
del 90, las que representaban una enorme suma.
En
1917, una carta de lectores en La
Capital
se refiere
a otros males vinculados al sector donde se emplazaba la ex residencia
de Canals: Los desgraciados
vecinos que tenemos la poca fortuna de vivir en los alrededores de la Asistencia Pública
tenemos que pasar las noches en claro, sin poder conciliar el sueño debido a la
gran jauría de perros que se cobijan dentro de los muros de la misma. Admitamos
que el vecindario soporta también pacientemente los malos olores que despiden
sus caballerizas... Como quien dice, todo un paraíso.
El
corralón municipal estaba en la manzana comprendida por Rioja, San Luis,
Balcarce y Moreno, donde está la Maternidad Martin ahora. Por la esquina de Moreno
y San Luis, donde está el "Monumento al Pozo", por allí entraban al
corralón los carros que recogían la basura. De eso me acuerdo bien. El patio
estaba pavimentado con adoquines grandes y había una pileta para bañar a los caballos
que era como de 3 metros
de ancho más o menos, y el conductor que llevaba sus animales, los metía
caminando por un declive también pavimentado, para poder entrar y salir el
caballo. Una cosa que ahora parece pintoresca, entonces era normal. En la
esquina de Rioja y
Balcarce tenían la perrera. Tenían las jaulas de
los perros allí.
(Smaldone: Testimonio citado)
Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame” Tomo I. Autor
Rafael Ielpi Editado 2005 por la Editorial
Homo Sapiens Ediciones