El 1ºde enero de 1900 encontró a
Rosario convertida en una ciudad que se preocupaba por desarrollarse al impulso
sobre todo de esa burguesía mercantil pujante, pragmática y ambiciosa, que iría
ocupando después, poco a poco, todo intersticio del tejido político-social de
la ciudad, desde las bancas en el Concejo Deliberante (hoy Concejo Municipal) o
el sillón de la
Intendencia a los matrimonios de conveniencia o de
intereses.
La nueva Constitución santafesina,
aprobada por la respectiva convención el 11 del mismo mes, estableció que las
municipalidades deberían integrarse con un cogobierno de un departamento ejecutivo,
representado por un intendente designado por el gobierno provincial, y un
cuerpo deliberante, cuyos concejales deberían ser elegidos por la ciudadanía.
El
país había superado ya la crisis del 90 y sus efectos, y exhibía al mundo una
llamativa prosperidad que enorgullecía a sus gestores, los hombres del 80, que
veían consolidarse (ante sus ojos, en muchos casos) un país institucionalmente
organizado y culturalmente remitido a los modelos europeos, y al que ese año
inicial del siglo ingresarían 125.951 inmigrantes; con Buenos Aires como
metrópoli absorbente (la segunda capital
del "art noveau", como la define Alberto Figueroa) y una región
pampeana pródiga para la producción agropecuaria, de la que Rosario era a su
vez capital y puerto de salida hacia el exterior. A ella confluían, por lo
demás, los tendidos ferroviarios ingleses y franceses que cruzaban el
territorio nacional en todas direcciones, con un solo interés primordial, el de
favorecer los intereses de los poderosos capitales extranjeros que tenían el
control de ésa y otras empresas de similar magnitud.
En
1900, señalan De Marco y Ensinck florecían
las pequeñas industrias: billares,
baldosas, artículos de pirotecnia, carros, carruajes, refrescos, jabón, soda.
Se contabilizaban 4 fábricas con más de 300 obreros, una de 1.300, 4.032
locales de industrias y comercios, 32 librerías y 96 farmacias. Para entonces,
la ciudad contaba ya con logros que no por insuficientemente extendidos a todos
los pobladores dejaban de ser importantes, como el servicio de aguas corrientes,
en vigencia desde 1888 cuando es inaugurado merced a una concesión que
inicialmente era por veinte años y terminó fijándose en setenta, otorgada a
Andrés Mac Innes, quien la usufructuaría a través de la llamada Compañía de
Aguas Corrientes.
El primero en realizar este
servicio, siquiera por un tiempo, sería el luego famoso Mister Ross de los
tramways rosarinos. Al comienzo del siglo, el Rosario tenía ya 8.450 casas que
contaban con agua corriente; en 1906, el total había ascendido a 14.017 sobre
un total existente de 16.400 viviendas, mientras que el censo de 1910 detectaba
19.647 sobre 22.915. Ese mismo año, en la ciudad coexistían 136 aljibes (presencias
inevitables en los patios interiores de las viviendas de cierta importancia),
1.946 pozos comunes y 158 semisurgentes.
Otra realidad del 900 la constituía
el alumbrado público. La ciudad, que ya en 1855 había visto el reemplazo de las
antiguas lámparas de aceite por los llamados "faroles de reverbero",
asistiría en 1867 a
la aparición de la iluminación a gas, merced al contrato que el municipio
suscribiera con Federico Arteaga, otorgándole la concesión para que proveyese a
los rosarinos de "alumbrado a gas hidrógeno". El empresario hizo
realidad el tendido de las cañerías de conducción del fluido proveniente de la Usina de Gas, construida en
las cercanías de la zona portuaria, y hacia 1870 podía decirse que la ciudad
contaba con una iluminación aceptable.
Claro está: semejante lujo sólo era
para las calles del centro y las restantes quedaron a kerosene o a oscuras;
mas como ninguna otra urbe del interior dispuso de tan novedoso alumbrado,
Rosario adquirió cierto aire de gran ciudad y pudo tener por genuinos
representantes del progreso a los mal entrazados faroleros que al caer la tarde
pasaban corriendo con la caña en alto para encender los picos, y ala madrugada
para apagarlos, sin acarrear ya sobre sus hombros la vieja escalera, rezago de
las épocas de atraso. ¿No era sorprendente para la generación que vegetó bajo
Rosas, recibir a domicilio, por tubos, desde una usina central, el limpísimo y
barato fluido utilizado como luz y combustible de estufas y cocinas? ¿Qué no
podría esperarse ya del porvenir?
(Juan Alvarez: Historia de Rosario,
Imprenta López,
Buenos Aires, 1942)
A
partir de 1888 y hasta 1915 (fecha del cierre de la usina ante las dificultades
para la provisión de carbón a raíz de la guerra, que determinó que dicho
combustible estuviera al servicio exclusivo de las necesidades de los países
involucrados en el conflicto bélico) coexistiría el alumbrado a gas con las
lamparillas eléctricas; así, en 1906 se contabilizaban 261 lámparas y 716
faroles de gas, mientras que el censo del Centenario de Mayo indicaba que en el
Rosario había 4.938 casas que tenían luz eléctrica, 2.129 a gas y una mayoría,
que sumaba 12.357 viviendas, alumbrada a kerosene, mediante los viejos y
tradicionales faroles de mecha y tubo vidriado.
En
1910,"Schoop y Cía.", cuyo local comercial estaba instalado en
Corrientes 312, ofrecía desde su condición de comercializadora y exportadora
lámparas a kerosene de 180 bujías, en forma de lira, brazos de pared y con pie,
que cuestan casi lo mismo que las comunes, lo que probaba que la utilización de
ese sistema de alumbrado seguía teniendo plena vigencia en muchas viviendas
rosarinas.
Por la misma época, Emilio Garimond,
con negocio en Santa Fe 1165, se siente en la necesidad de publicar en La Capital una aclaración
que, entre otras cosas, avisa a los compradores de kerosene: Habiendo llegado a
nuestro conocimiento que comerciantes poco escrupulosos, confines interesados y
que creen que el negocio del kerosene es un patrimonio exclusivo, están
propagando la voz de que el kerosene de la Columbia OH Company de
Nueva York no es de tan buena calidad como el que ellos venden, en lo que se
refiere a graduación, olor, densidad, pasando a hacer luego el encomio del producto
del que era distribuidor en el Rosario.
No
era menos cierto que había aún en los primeros años del siglo XX cientos de
hogares donde la luz temblona de las velas o de las lámparas de kerosene a
mecha, o de aceite, seguía siendo la única opción accesible para una
iluminación que, aunque deficiente, era bienvenida en el Barrio del Matadero o
en La Basurita,
por ejemplo. El servicio de electricidad, un privilegio para esos tiempos, había
sido otorgado a la "The Rosario Electric Light Company", una de las
primeras empresas fundadas en Sudamérica para la provisión de fluido eléctrico
para el alumbrado; la empresa, que en 1888 se convertiría en "The River
Píate Electric Co.", incrementaría en forma considerable su capacidad de
servicio al construir en 1903 la para entonces modernísima usina en calle
Catamarca.
Los
servicios cloacales, por su parte, no iban tan de la mano del progreso y del
crecimiento urbano, ya que el aludido censo de 1910 indica que sólo 5.198 casas
sobre un total de 22.915 contaban con los mismos. Álvarez señala que en 1906
disponen ya de agua corriente el 85 por ciento de las viviendas, pero las
cloacas sólo sirven a un tercio, limitadas como están al perímetro Dorrego-Avda.
Pellegrini; además, los desagües de las calles continúan siendo defectuosos.
No
debe extrañar cierta reticencia al progreso que significaba el saneamiento
urbano si se piensa en las dudas y objeciones que mereciera la instalación de
un sistema cloacal en Buenos Aires hacia 1870, cuando un diputado que era
además un prestigioso profesional, como el doctor José María Moreno, se
preguntaba en la Cámara,
refiriéndose a las cloacas, si son o no el mejor medio de higiene, señalando
que se construirán si resultasen ser convenientes; opinión ante la que
diputados que eran además médicos y sanitaristas ilustres como Guillermo Rawson
o Luis Agote creían estar en la
Edad Media. Las obras de desagües cloacales en Buenos Aires
adquirirían un ritmo sostenido recién entre 1890 y 1896, más o menos
contemporáneamente con Rosario.
Una
ciudad cuyos lindes se unían con campos, yuyales y quintas; con calles de
tierra, cuyo polvo se levantaba frecuentemente con los menores vientos,
demandaba de una serie de proveedores que hoy o han desaparecido o han sido
reemplazados por los adelantos del progreso. Por eso, sobre finales del siglo
XIX y comienzos del XX, el Rosario de entonces podía contabilizar fábricas de
elementos tan dispares como escobas, canastas, sillas y flores, todas ellas
fruto de una artesanía que tenía poco apoyo de la tecnología, que por entonces
no era ciertamente muy sofisticada Fabricaban escobas y plumeros, en esos años
iniciales, José Bluñold, en 9 de Julio 676, Natalio Buday, en 25 de Diciembre
777, Constantino Fernández, en Tucumán 997, Juan Molfredi, en San Luis 3099 y
Rechsteiner Hnos., en Progreso 887.
A la confección de canastas y canastos, usuales para el
traslado de frutas y verduras o las compras en el mercado, se dedicaban en
cambio una serie de firmas como José Ansillo, en Buenos Aires 1648, Baldassi
Hnos., en San Juan 835, Vicente Bueno, en Independencia 1380, Agustín Guido, en
San Martín 809, José Parody, en San Juan 1316,Restani Hnos., en San Martín 1710, C. Salvetti, en
Paraguay 1467 y Antonio Sánchez, en Entre Ríos 2162.
Las
sillas, que demandaban una habilidosa artesanía cuando se trataba de las que
llevaban esterillado, por ejemplo, o utilizaban el empajado, también contaban
con algunos establecimientos dedicados con exclusividad a su fabricación:
Fulgencio Arias, en Córdoba 1412, Andrés Bernardini, en Aduana 1340, José
Colombo, en 9 de Julio 735, Vicente Dipierro, en Bvard. Argentino 969, J.
Pussoli, en Progreso 716 o LuisVigano, en Córdoba 1882. Otra artesanía
particularísima que pese al progreso sigue teniendo sus exponentes en la
actualidad, era la de las flores de papel y tela, que contaba con varios
establecimientos, como los de Luis Allioti, en Entre Ríos 629 y el de Madame
Hanel, en Rioja 561
Fuente: Extraído de
Libro Rosario del 900 a
la “decada infame”Tomo I Autor: Rafael Ielpi. Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens
Ediciones