La Capital, en 1910, señalaba que proseguía en
forma creciente el flujo de gente proveniente de España hacia Argentina: El año
pasado, aseguraba el diario, se ha establecido un superávit notable de la
colectividad española sobre la italiana, y agregaba a título de ejemplo
ponderativo que últimamente ha zarpado de Almería el vapor
"Francesca", austríaco, conduciendo a Buenos Aires 332 inmigrantes
sólo de esa provincia española. Este movimiento parece adquirir mayor fuerza
entre las familias de provincias, sobre todo en las zonas mineras donde están
haciéndose grandes preparativos para emigrar.
Como señala acertadamente Armus, fue
en la zona del Litoral argentino donde el asentamiento de la inmigración iba a
producir cambios más que perceptibles con su protagonismo en la expansión
agropecuaria de exportación y en el fácilmente verificable crecimiento urbano
de ciudades como Rosario. Italianos y españoles, en conjunto, representan, en
el lapso que mediara entre 1880 y 1923, el 80,3 por ciento de la población
extranjera en la Argentina.
Hacia
comienzos de 1912,1a información se encargaba de señalar que el flujo de
hombres y mujeres que embarcaban en puertos españoles continuaba en forma
regular: De todas las regiones del Viejo Mundo, el éxodo hacia nuestras playas
se ha iniciado el mes pasado muy acentuadamente, habiendo quedado sin
embarcarse por falta de sitio en los buques muchos inmigrantes que saldrán en
el presente mes y en febrero. De Gijón, nos dicen, acaba de salir un vapor
lleno de inmigrantes para la
Argentina. De varias regiones se embarcaron durante 1911,
hacia nuestro país, 87.163 inmigrantes. Con el objeto de cortar los abusos que
cometen algunas compañías de navegación, el gobierno español ha decidido
nombrar inspectores que viajarán en los buques que conduzcan a más de cien
inmigrantes.
En
agosto de 1911, cuando la ciudad contaba con 201.168 habitantes, habían
ingresado ya al país 119.537 inmigrantes, sobre todo italianos y españoles. Ese
mes, la cantidad de recién llegados era de 7.736, entre los que se catalogaban,
como profesiones mayoritarias, los jornaleros (1.606), agricultores (902),
sirvientas (685), comerciantes (641), costureras (286), dependientes (205),
tejedores de ambos sexos (178), planchadoras (175), cocineros de ambos sexos
(139), mecánicos (109), zapateros (82), marineros (80), sastres (57), panaderos
(40), artistas de teatro (38), etc.
Gran
parte de esa corriente de hombres y mujeres (pero sobre todo hombres, ya que la
inmigración fue mayoritariamente masculina, un 70 por ciento de varones
arribados entre 1857 y 1914), que arribara en lo que se denomina la
"inmigración tardía", concretada entre 1900) y el comienzo de la Primera Guerra
Mundial, eran campesinos arrastrados a la azarosa aventura de la travesía
oceánica y a la incertidumbre de una
tierra desconocida en la generalidad de los casos, por razones diversas que
iban desde el hambre y la miseria al sueño de una tierra propia que labrar, o a
las aspiraciones de ascenso social.
En
eso se parecían los cientos de miles de "taños" y
"gallegos", los "gringos" llegados a estas tierras; aunque
iban a ser los italianos quienes tendrían, en el caso de Rosario, una
importancia decisiva, sin desmedro de otras colectividades igualmente
laboriosas y entrañablemente unidas, con el paso del tiempo, a la ciudad.
Debe consignarse como una digresión
que algunas curiosidades traería consigo, sin embargo, aquel flujo inmigratorio
proveniente de distintos lugares de Europa y Asia. Una de ella lo
constituirían, por ripio, los contingentes de hindúes arribados como
consecuencia de la
Primera Guerra, la mayor parte de los cuales fueron empleados
por las empresas de ferrocarriles británicos, por lo general en tareas duras,.
Consigna el historiador rosarino
Wladimir Mikielievich que todos ellos pertenecían a la casta de los intocables
y permanecían unidos en cada ciudad o pueblo de residencia, bajo la tutela de
un jefe, lo que no impidió que la mayo-Ha se asimilara a la comunidad
contrayendo matrimonio con mujeres argentinas.
En
Rosario desempeñó las funciones de jefe de los intocables el obrero Hjambu
Hjambacet, que trabajaba en los talleres del Ferrocarril i cutral Argentino.
Aquel hindú no abandonaría el uso del tradicional turbante ni de los aros de
oro en sus orejas, aun cuando eso pasara por un exotismo en las calles
rosarinas, hasta que su presencia se convirtió en un hecho cotidiano en esa
ciudad cada vez más acostumbrada a los exotismos como a la diversidad de
costumbres y usos aportados por los inmigrantes.
Volviendo a los italianos, un libro
editado en Londres un año después de los fastos del Centenario de Mayo, y como
consecuencia directa de éste, bajo el título de Impresiones de la República Argentina
cu el siglo XX, menciona como una de las grandes firmas del Rosario .i
"Chiesa Hermanos", empresa familiar fundada por el inmigrante
italiano Ángel Chiesa en la década de 1860: Maneja tanto dinero y su situación
es tan buena que hoy puede competir con cualquier institución bancada de la
provincia, afirmaba la publicación.
La empresa contaba, para entonces,
por ejemplo, con tres edificios de su propiedad en el centro mismo de la zona
comercial y bancada rosarina: el de su comercio, de vastas dimensiones, en San
Lorenzo 1050; el de San Lorenzo esquina Entre Ríos, suntuosa residencia de
Antonio Chiesa y el ocupado por el "Savoy Hotel", en la esquina
noroeste de San Lorenzo y San Martín.
No era casual aquel dato si se tiene
en cuenta la relevancia que los hombres de nacionalidad italiana tuvieron en la
actividad comercial rosarina, como la tendrían de hecho en tareas mucho más
duras: hacia 1900, el 50 por ciento de los 10 mil jornaleros que pululaban en
el Rosario provenía de distintas regiones de Italia, aunque eran asimismo
mayoría los italianos en profesiones que demandaban aptitudes especiales como
sastres y zapateros, por ejemplo, y también era proverbial la calidad de los
albañiles y constructores de ese origen.
Es
cierto que sería un porcentaje minoritario de ese gran contingente de
inmigrantes el que amasaría, como los Chiesa, importantes fortunas, y en ese
sentido fueron también los italianos los que dominarían con cierta holgura el
rubro que, en general, iba a originar ese poderío económico: el de la
importación, en especial de productos alimenticios, así como la representación
de muchas de las grandes firmas europeas. Es explicable, como señala Alicia
Megías en La colectividad italiana, que algunas de las más importantes empresas
de la ciudad (tiendas como "La
Favorita","A la Ciudad de Roma", "Casa Zamboni",
grandes importadores como Recagno, Castagnino, Pinasco y otros) hayan contado
con filiales en el Viejo Mundo para una mejor negociación con sus proveedores o
futuros representados, o con "casas de compras", como se las llamaba,
que evitasen intermediarios.
Jauretche señala: Rosario es la
cabecera de la "pampa gringa", su capital bruscamente nacida de un
villorrio primitivo del que no se recuerda ni el nombre del fundador. Si Buenos
Aires es la capital de los ganaderos, Rosario lo es de los chacareros. La alta
clase terrateniente no tiene domicilio ni transitorio en Rosario. La burguesía
rosarina pisa firme: hija del desarrollo agrario, se identifica totalmente con
el progresismo liberal y no sólo carece de complejos frente a las viejas clases
sino que las mira por arriba del hombro, porque se siente Con mejor derecho a
conducir. No postula reconocimiento: será ella la que lo dará.
El polémico autor de El medio pelo
en la sociedad argentina es todavía más contundente cuando infiere que en
Rosario el surgimiento de la mura sociedad es más directo que en Buenos Aires,
pues no hay la clase alta preexistente que influye con sus pautas a estos
nuevos y limita el ascenso al prime
plano. Aquí, los "gringos" triunfadores irían directamente
arriba, constituyendo una sociedad burguesa por excelencia. Apenas alguna
protesta de algún viejo vecino, como el soneto leído en unos juegos florales:
"Ciudad de Astengo, de Echesortu y Casas, / sede del honorable Benvenuto,
/ ciudad donde se funden dos mil razas / y no se funde ningún gringo
bruto". Por esta razón, la burguesía rosarina accede directamente a la
clase alta local y su conflicto de status es con la clase alta tradicional de
Santa Fe.
Una interesante visión de la ciudad
de los dos Centenarios la da el diario La Nación en dos números extraordinarios, el de 1910
y el .de I 916, destinados a exaltar los patrióticos aniversarios. En aquellos
lejanos artículos, el diario de Mitre analiza sin duda con sagacidad la formación
y conformación de la sociedad rosarina: Todavía no se han formado clases
desocupadas, se lee en el anuario de 1910; hasta hace 30 años constituían la
alta burguesía las familias fundadoras y propietarias del Suelo, No puede
hablarse de patriciado donde la modestia de las magistraturas no ha permitido
ilustrar apellidos y, desde luego, mucho menos de aristocracia. Después, las
fortunas han cambiado de mano al mismo tiempo que se han acrecentado. Con la
incorporación de nombres nuevos se va transformando la sociedad, que se
encuentra ahora en un momento de transición. Las familias primitivas han
perdido su sitio, y las que llegan necesitan adaptarse más completamente. El
proceso será rápido y bastará una generación.
Afirma el cronista a la hora de concretar
sus impresiones: De ahí peculiaridades fácilmente observables: es en lo externo
una sociedad brillante. Una noche de
ópera o un gran baile pueden compararse sin desventaja con las fiestas más
esplendorosas que hagan ciudades de población igual, aunque los lujos saín
quizá demasiado a la moda y les falta la noble vetustez de los oros apagados y
los encajes amarillos. Con más lentitud marchan en cambio los progresos
espirituales. Hay en el self made man mayor energía que cultura y dota mejor a
sus hijos para la lucha que para el pensamiento. Los jóvenes tienen, en
general, estudios secundarios pero escasa lectura, como no sea de diarios y
revistas de actualidad. La intelectualidad sigue representada por médicos y
abogados y el prestigio alcanza a muchos que, si saben su oficio, ignoran la
ciencia. Al mismo tiempo, y por un discreto conocimiento de sí mismo, no
incurre este pueblo en las cursilerías de juegos florales y ateneos de
provincia. Comprende que no posee sabios ni artistas y se conforma con esperar.
Como impresión, realmente terminante.
Una
descripción de la ciudad, del mismo periodista, pinta en rápida aguafuerte el
perfil del Rosario del Centenario y el ritmo de una vida cotidiana que pese a
los fuertes cambios que, aunque lentamente, imponía el progreso, seguía siendo
tranquila y remansada: Voces de pregoneros, silbatos y jadeos de las máquinas a
vapor, martillos de las industrias, el ruido complejo, en fin, de una sociedad
sin ociosos, aplicada a producir riqueza. Cesa el movimiento con el día. A las
10 de la noche, la ciudad duerme. Quedan sólo los parroquianos, no muy
numerosos, de los cafés y los tertulianos de los clubes. A las 12 pasan
apresurados los concurrentes de los teatros: hay que trabajar mañana...
Jorge
Guaico señala que para el Centenario, los italianos constituían un importante
grupo de poder que se manifestaba en la creación de poderosos grupos económicos
y en las finanzas, integrando los directorios del Banco de Italia y Río de la Plata, el Constructor
Santafesino y el Banco Provincial de Santa Fe: Se dedicaron a la producción
industrial pero también a la especulación en tierras. Surgían por todos lados
molinos harineros, laboratorios, talleres metalúrgicos, compañías de seguro,
etc. Otros dirigentes ocupaban cargos en las sociedades de socorros mutuos, en
Unione e Benevolenza, en el Hospital Italiano, o en las entidades que daban
mayor prestigio a la colectividad italiana como el Club Campidoglio o el Centro
Comercial Italiano, apunta.
El
poder económico y social que tenían los italianos en Rosario contrastaba
significativamente con la situación de pobreza en ¡a cual estaban sumergidos
los colonos que poblaban el resto de la provincia de Santa Fe. Mientras unos
llevaban una vida totalmente sacrificada y eran solamente arrendatarios o
medieros, el 42 por ciento de la élite que residía en Rosario eran propietarios
rurales. Santiago Pinasco, Luis Pinasco, Natalio Ricardone. Aquiles Chiesa,
Pedro Tiscornia, pertenecían a la Sociedad Rural de Rosario, que estaba presidida
por el italiano José Castagnino. Mientras los italianos que habían hecho
fortuna eran los aliados naturales de la llamada oligarquía argentina, los
colonos se unían en defensa de su dignidad con nuestros criollos que sufrían
los mismos problemas. En política, los italianos enriquecidos se aliaban con
los conservadores mientras que los que se veían despojados del fruto de su
trabajo, y que más adelante iban a constituir nuestra clase media, se sentían
más identificados con los radicales y los socialistas.
(Jorge N. Guaico: La epopeya de los
italianos en la Argentina,
Plus Ultra, 1997)
Algunos de los barrios rosarinos existentes a comienzos del siglo
.XXestaban asimismo poblados en una notoria mayoría por italianos emigrados,
como el que se conocía como la "Italia chica", que se 1 tendía en el
sector abarcado por las calles Dorrego a Corrientes y I' Riobamba a Avenida
Pellegrini.
Fuente: Extraído de
Libro Rosario del 900 a
la “decada infame” Tomo I Autor: Rafael Ielpi. Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens
Ediciones