Por
Rafael Oscar Ielpi
La
ciudad de las primera décadas de este siglo iba a dar lugar asimismo a la
obligada aparición de una serie de comercios dedicados con mayor o menor
refinamiento según los casos- a la gastronomía. En algunos casos, los mismos
respondían a las exigencias de una clase social atenta a las primicias de la
cocina europea, en especial la francesa, y en otros, a la demanda de una
población mayoritariamente de origen inmigratorio, que era la que abundaba en
los comedores populares, las fondas, las pensiones y los innumerables comederos
y parrillas que se diseminaban por el Rosario del 900 a 1930.
En
muchos casos, la mayoritaria proporción de italianos y españoles signaría
también la característica del menú de estos locales, en los que también tenía
su lugar, sin embargo, la tradicional cocina criolla, a la que eran afectos
aquellos estratos de la sociedad integrados por criollos, buena parte de los
cuales trabajaban en tareas que demandaban fortaleza física, como la estiba
portuaria o el matadero.
A
pesar de la modestia de su construcción -que contrastaría, en el tiempo, con la
imponencia de los edificios hoy emplazados en la misma esquina- el Bar y
Comedor Germania de Juan Paralieu, convocaba en Santa Fe y Progreso (Mitre) a
una clientela cotidiana heterogénea y bulliciosa, en la que se mezclaban por
igual bolsistas, gente de teatro, empleados, artistas, comerciantes de la
burguesía y alguno que otro anarquista en tren de sociabilidad gastronómica,
atraídos todos por la fama de algunas de las especialidades de la casa como las
ranas, "las mejor condimentadas de la ciudad y el plato preferido de la
aristocracia rosarina", según comentaba su publicidad en la primera década
del siglo.
La
casa trabajaba con igual clientela en invierno -cuando el bar invitaba "si
queréis tomar chocolate de primer orden y ponche riquísimo"- que en
verano, "si queréis beber chopp fresco y sandwiches bien preparados".
En Monos y Monadas, en 1910, se publican una serie de avisos, algunos en verso,
de este recinto gastronómico, uno de los más populares, que con ingenuo humor
promocionaban los platos del día. Una muestra: "Señores, para comer/ no
hay nada como este bar:/ pueden ustedes entrar/ y se podrán convencer./ En el
arte culinario/ no es posible hallar mejor/ cocinero en el Rosario,/ pues guisa
que es un primor".
La
revista lo define como un "café a la europea" y menciona en él la
existencia de una peculiar sociedad. El Zoquete, con un número invariable de
doce miembros. Los mismos se juntaban allí para jugar a las cartas, pero nunca
más de cuatro por partida, seleccionados cada reunión, y los perdedores debían
pagar todo lo consumido por el resto de la cofradía. También en el Centenario
la afluencia de comensales era incesante, aprovechando la condición de Abierto
toda la noche del local de Paralieu, al punto de no ser fácil conseguir mesa:
"Hay tanta gente que entrar/ no es posible y desespero./ Más ¿quién se va
sin probar/ los platos del cocinero/ contratado en este bar?", decía otro
reclame de esos mismos años.
Contemporáneo
e incluso un poco más antiguo que el Germania era otro restaurante de claro
origen germánico: el Kaiserhaller, en la esquina de Libertad (Sarmiento) y
Santa Fe, un local donde convivían una cervecería, un restaurante y un salón de
bailes y fiestas con notorias reminiscencias de los salones del imperio
austrohúngaro, y donde solían congregarse, como era previsIble, los ciudadanos
alemanes y centroeuropeos radicados en la ciudad. Se comía asimismo en esos
años finiseculares en el Bordeaux, de Santa Fe 73 ; el Provence. de Corrientes
26, o el Colón, de Rioja 89, todas ellas numeraciones antiguas.
Las
necesidades de una mesa exigente y exquisita no estaban lo suficientemente
cubiertas en el Rosario del 900
a 1920 por ningún restaurante en especial, si se
exceptúan los banquetes organizados por algunas confiterías y hoteles, donde
las primicias gastronómicas podían ser mayores y contar, incluso, con algunos
exotismos europeos, pasando por el caviar y el champagne. Muchos más eran, sin
embargo, los lugares en los que los rosarinos comunes (empleados y
dependientes, pequeños profesionales, obreros, artistas, estibadores,
changarines) podían encontrar mesa tendida y algunos de los platos de esa
comida condimentada y abundante que había llegado con la inmigración.
En
la zona céntrica o más o menos céntrica de la ciudad -lo que muchos llamaban el
suburbio estaba a diez cuadras o menos, mientras que los extramuros de verdad,
fueran Alberdi, Saladillo, Echesortu o Refinería, aunque más lejanos, tenían
también sus bares, restaurantes y fondas- la oferta era bastante variada. Lo
eran, por ejemplo, El Obrero, de Pedro Castany, en Córdoba y España, donde
también se recibían pensionistas, y se podía comer a toda hora "sin
pretensión", a 10 centavos el plato. Castany era propietario asimismo de la Nueva Fonda Española,
en Rioja al 1400, donde también se yantaba por 10 centavos y se recibía posada
por 50.
Vecino
de El Obrero era el Restaurante y Fonda Galileo. de Pedro Fiorito, que en los
años del Centenario se emplazaba en la esquina de Córdoba y Paraguay. En él, se
ofertaba "comida sana y abundante a 50 centavos, sin vino", y a la
vez habitaciones amuebladas, cuyo precio oscilaba entre 50 centavos a $ 1.20
para hombres solos, y 2 y 3 pesos para familias. Cierto módico prestigio parece
haber tenido también el Restaurante La Campana, de San Juan 1155, y el Restaurante
Toscano, de Tulio Menoni, de muy céntrica ubicación, en Córdoba y Corrientes,
que en 1917 exaltaba en su publicidad en Caras y Caretas su condición de
"comedor reservado para familias", con vinos de toda clase y
procedencia, en especial Chianti y Santi Aleático, y "su cocinero de
primer orden".
Ofertas
céntricas de calidad variable eran el Giardini d'Italia, de Pedro Donato,
instalado en 1900 en Corrientes 1048 "frente a la gran Plaza Santa Rosa y
del Consulado de Italia", donde se degustaban itálicas comidas regadas con
vinos del mismo origen; la
Rotisería Volta. de Domingo Giacchello. en Sarmiento 950; la
fonda Las 3 Banderas, en Iriondo 251, de barrio Refinería; la Pensión Moderna,
en Rioja al 1200, y otro local del mismo nombre en Cortada Ricardone 54 y la Pensión El Comercio, en
Santa Fe 1251, donde los que comían salteado tenían la chance, día por medio,
de cuatro platos y postre por 1 peso. Por la zona de las estaciones
ferroviarias eran también propuestas la fonda y posada La Vascongada, en
Rivadavia al 2600, y el Bar Colón, en Güemes al 1900, donde también se comía.
Vecino al Mercado Central, en cambio, era frecuentado por la gente del mismo el
Restaurante Nuevo Baratier, en San Juan al 1000.
El
restaurante Romeo, que en la década del 10 era propiedad de Italo Carossio,
aprovechaba su condición de finca lindera con el edificio de la Bolsa de Comercio, en San
Lorenzo 1263, para mantener una clientela permanente, aun cuando debiera
competir con los bares y cafés que abundaban en las inmediaciones. Se quedaban
con su ganancia también el Jardín de Italia, en Rivadavia 2789, entre 1915 y
1920: la Fonda El
Porvenir, en San Martín al 2800 ; La Viña Piamontesa, en Ju-juy al 1300, de Santiago
Isoardi: el Restaurante de Vigo, entre 1915 y 1920, en Mitre 435 y otros.
Algunos de estos comercios no eran estrictamente restaurantes pero tenían al
arte culinario como uno de sus agregados principalísimos. Es el caso del Bar
Los Bancos, que se levantaba en la esquina S.O. de Sarmiento y Santa Fe, donde
se erguiría poco antes de 1930 el imponente -y todavía vigente- Palacio
Fuentes. El establecimiento, de Llabrés y Cía. ya funcionaba en el
Centenario, cuando Monos y Monadas promocionaba sus minutas "a cualquier
hora de la noche" y se enunciaban las bondades del negocio con proclamas
como ésta: "Si quiere comer bien y tomar buen vermut, venga al Bar y
Rotisserie Los Bancos".
El
bar tuvo inicialmente como propietario a Enrique Filippini y allí
aprovisionaban los infaltables canastos de mimbre muchos de los rosarinos que
iban de excursión a las islas o se anotaban en los paseos por el Paraná entre
1900 y 1920. En los años iniciales de esta última década -recuerdan algunos
rosarinos añosos- "Los Bancos" contaba para el reparto de sus viandas
y pedidos con unos carritos de mano, empujados por jóvenes dependientes, cuando
la esquina de su emplazamiento asistía ya a un intenso movimiento de vehículos
de todo tipo, desde carros y coches de plaza a automóviles y tranvías.
Por
los años 20 atraían la atención avisos que aconsejaban por ejemplo: "A los
enfermos del estómago les recomendamos la pensión de calle Sarmiento 550",
la que a falta de nombre parecía prometer, en cambio, digestiones placenteras.
Cinco años antes, la Pensión
de Fuenzalida convocaba con su puchero a la española a $ 1.50 el abundoso
plato, en los altos de San Martín 577, a una cotidiana clientela de gentes del
puerto, de la estiba, modestos empleados y operarios, a quienes la camaradería
del pan, la sopa y el vaso de vino de esas fondas y pensiones les hacía
llevadera la ausencia de la familia lejana o la soledad de los sin familia.
Fuente: Extraído de la colección “Vida Cotidiana – Rosario ( 1900-1930)
Editada por diario la “La
Capital