Ningún centralista de viejo cuño admitiría una historia auríazul que
excluya el nombre de don Venancio Fuggini. Desde los primeros años de este
siglo, en la esquina de Salta y San Nicolás supo don Venancio explotar un
negocio de almacén, ramos generales y despacho de bebidas. Centralista de alma,
Fuggini y su boliche "eran" Rosario Central. Allí se hacían las
reuniones, se recibía correspondencia y llamados telefónicos, al
"rinconcito" de Fuggini, como le llamaban, se llegaban los jugadores
para saber cuándo y dónde debían presentarse para jugar o practicar. La patriarcal
figura de don Venancio era un pedazo mismo del paisaje que formaban los
antiguos caserones del Cruce Alberdi, a metros nomás del nudo de ríeles y de
vías que todavía subsiste. La vieja casona de Fuggini sucumbió a la piqueta
hace más de un cuarto de siglo, dejando incólume no obstante su figura de
leyenda.
Allí, cuentan algunos viejos protagonistas, encontraba el club el
"aval" necesario para salir de alguna estrechez económica. Allí
compraban los jugadores sus botines, pagaderos en cómodas cuotas (de tan
cómodas, más de uno se "olvidaba" que había que pagarlas, sin que don
Venancio fuera capaz de reclamarles). Allí concurrían después de cada partido
los jugadores centralistas, para tomar el liso "tirado" por su
propietario, acompañado de una abundante picada de "a peso por
cabeza", que tiene una rica historia …
Cuenta don Luis Indaco que, al
término de los partidos, todos se reunían en el "rinconcito" de
Fuggini. La comisión directiva le asignaba a don Venancio once pesos ($ 11,—)
para que cada uno de sus jugadores bebiera y comiera tras cada encuentro. Pero
con el tiempo empezaron a aparecer montones de "colados" que
participaban del rito. Amigos y parientes de los jugadores, simpatizantes o,
simplemente, "'avivados". La cosa es que cuando llegaban los
futbolistas, la cuota se había completado. No había más cerveza ni salame
cortado ni maníes ni aceitunas. Para festejar alguna victoria o borrar la
amargura de alguna derrota, sus propios actores debían echar mano al bolsillo.
La buena voluntad de don Venancio —anotando y anotando— suavizaba un poco la
cosa. Pero un día don Luis Indaco tuvo una idea salvadora: propuso, que la
comisión directiva le entregara, después del cotejo, UN PESO a cada jugador
para que éste se arrimara al boliche y lo gastara cómo y en lo que quería. Así
se terminarían los "colados". La idea fue aprobada por todos sus
compañeros y don Luís —capitán del equipo— se lo propuso a la comisión
directiva. ¡Para qué lo habrá hecho! Confiesa hoy Indaco que ni en su peor
tarde de jugador, el peor de sus detractores le dijo tantas cosas feas como las
que escuchó aquel día de un dirigente. Don Mariano Morales, tesorero del club,
le dijo de todo, proponiendo formalmente en su presencia la expulsión de Indaco
del club. Hubo que serenarlo y convencerlo para que ¡a cosa no prosperara,
aunque no eran pocos los que ya estaban por decir que sí.
Como
colofón cabe decir que Mariano Morales era amigo íntimo de la familia Indaco y
un patriarcal protector del entonces adolescente Luis, lo que no fue obstáculo
para que propiciara —acalorada y vehementemente— su expulsión del club…
Fuente: Extraido de la Colección de Historia de Rosario
Central de autor Andrés Bossio