A partir de marzo de 1867,
el panorama se transforma con un hecho trascendental: el 27 de ese mes y año -fecha
que debiera ser declarada fundacional para el deporte rosarino- un grupo de
ciudadanos británicos da vida a "Rosario Cricket Cíub" que con el
correr de los años se transformaría en el Club Atlético del Rosario. Aunque la
intención original era la de practicar principalmente el cricket, el auge del
fútbol que arrasaba en las islas británicas también llegó a estas tierras y en
el campo de deportes del nuevo club, ubicado en la intersección de las actuales
calles España y Salta (lo que hoy es el Colegio San José), comenzaron a
realizarse los primeros encuentros de fútbol.
Al principio eran sólo
disputas esporádicas, entre socios de la flamante entidad. Sus miembros más
notorios, por otra parte, pertenecían a la empresa ferroviaria en auge, así
como de las instituciones bancarias que, al amparo del progreso que traía el
ferrocarril avizoraban un futuro de prosperidad para esta plaza. La todavía
vigente e inicua guerra contra el Paraguay -una vergüenza Imborrable de nuestro
pasado- permitía repartir tierras mostrencas entre los criollos que se
ofrecieran voluntariamente para aquella locura mitrista. Esos terrenos carentes
de dueños y, por ende, en poder del fisco, eran ofrecidos al gauchaje pobre
como señuelo; la histografia liberal se place en repetir lo afirmado por Juan Álvarez
en su "Historia de Rosario 1689-1939" cuando achaca a la vagancia de
la peonada rosarina el fracaso de esa ley que disponía el reparto de tierras. Dice
Álvarez que "...los ex guerreros (luego de la contienda) mostraban muy
pocas ganas de empuñar el arado y bien pronto obtuvieron del gobierno les
eximiese de poblar sus lotes". Otros investigadores desmienten esta
versión y acreditan hechos muy precisos que no tardan en advertir; ello es
que... "son tantos los fraudes e injusticias que para silenciarlas se
deben adoptar normas adicionales (a la ley que dispone el reparto de tierras).
De todas maneras, el 10 de enero de 1867 se decide la venta de todos aquellos
lotes a un pequeño circulo de especuladores enriquecidos en esos años"
(Rodríguez Molas, Ricardo E., "Historia social del gaucho" Ed.
Capítulo, t. 159 Pág. 191).
El mismo Juan Álvarez
no puede menos que reconocer en la obra citada que."..la verdad es que los
lotes donados al criollaje, aunque fertilísimos, hallábanse sobre la insegura y
peligrosa frontera sudoeste del departamento", dando cuenta somera de las
tropelías que los indios cometían por entonces en sus habituales excursiones en
sitios muy cercanos a la zona asignada a los eventuales combatientes. La realidad
es que "fuera de Buenos Aires, donde muchos voluntarios se inscribieron,
no se encontraban paisanos dispuestos para llenar las cuotas provinciales',
dice José María Rosa en su "Historia argentina", T. 7 pág. 140, recapitulando
algunos antecedentes al respecto que le llevan a acreditar a Emilio Mitre,
desde Córdoba, mandaba su "cuota" de gauchos pobres como carne de
cañón para la guerra 'atados codo con
codo": que Julio Campos, desde La Rioja. informa que al solo
intento de reclutamiento los lugareños se van a las sierras; que los
"voluntarios" de Salta y Tucumán se rebelan en Rosario "apenas les quitan las maneas y que, finalmente, el gobernador Maubecin de Catamarca, al elevar al
gobierno nacional la cuenta de gastos que demandó el envío de su contingente
incluye el importe de "doscientos pares
de grillos" que sirvieron para evitar la deserción de sus
criollos catamarqueños. No es menos gráfico Gastón Gori en su libro "Vagos
y mal entretenidos" tanto como Nicasio Oroño en un par de vibrantes alegatos en el Senado de la Nación al denunciar
"las monstruosas Injusticias" que sufre la peonada de nuestros pagos.
En definitiva esas tierras ofrecidas tan
"graciosamente" a los pobres criollos, inexorablemente fueron a parar
a manos de los grandes poseedores de estancias y a los capitalistas
extranjeros, siempre prestos nacionales por cualquier resorte que fuere.
De todos modos, la
nobleza y generosidad del criollo hizo que aceptara sin reparos la afluencia de
inmigrantes llegados desde cualquier punto del orbe, y que se integrara con
ellos en la nueva sociedad. No importó que las desigualdades y privilegios se acentuaran
con los años, como lo registra la minuciosa y documentada crónica de Juan Bialet Massé, en su colosal informe
de 1904 sobre "El estado de las clases obreras argentinas a comienzos del
siglo", al referirse a lo observado durante su visita a Rosario. A despecho
de esa verdadera discriminación sufrida por el nativo, esa integración con el
extranjero se produjo en Rosario -como en el resto de las urbes pobladas- casi
sin dificultades. Quizás una excepción en la materia de nuestro análisis haya
que buscarla en el club Rosario Central, que en 1903 y tras una tumultuosa
asamblea decidió romper los moldes impuestos por los fundadores -no se podía
ser socio de la institución si no estaba el interesado vinculado con la empresa
ferroviaria, con mayoría absoluta de gerentes y personal jerárquico de nacionalidad
inglesa- dando nacimiento a una nueva etapa en dicho club y
"acriollando" no sólo su nombre, sino el plantel de sus jugadores,
asociados y dirigentes. Pero más allá de eso, el contacto cotidiano entre argentinos
y foráneos fue produciendo un entremezclamiento de tendencias, actitudes,
gustos y costumbres que con el tiempo fueron ensamblando armónicamente. Eso
trajo como consecuencia, entre otras tantas cosas, por supuesto, que muchos
británicos que se extrañaban de tan insólito hábito, se apegaran al criollo
mate amargo de nuestra tierra hasta abandonar inclusive su casi adicción hacia
el té tradicional que traían desde las Islas; los nuestros, por su parte, poco
a poco dejaron de ser espectadores Indiferentes de esa alocada propensión por
correr detrás de una pelota. En la mayor parte del país, pero fundamentalmente
en Rosario, ese invento de "los ingleses locos" pronto pasó a formar
parte de nuestra mejor tradición. Aprendido rápidamente por las masas criollas,
le impusimos nuestro propio sello abandonando inclusive las tendencias traídas
por los maestros. Ese fútbol simple, veloz, en armonía de conjunto
característica de los británicos, cedió a la idiosincrasia argentina. Lo convertimos
y adaptamos a nuestra manera, más lento, más bello, privilegiando lo individual
a lo colectivo.
Esa coexistencia entre
ingleses que pretendían enseñar y rosarinos que aspiraban aprender, duró muchos
años, aún desordenadamente. Recién aparece en 1880 el segundo intento de un
grupo de ciudadanos que quería conformar una entidad. El testimonio de un
desaparecido periodista –Juan Dellacasa (h)- ubica el fallido propósito en las
inmediaciones de la actual plaza Santa Rosa. Las dificultades fueron tantas que
los escasos entusiastas del nuevo club, llamado Villa del Rosario, tras unos
pocos meses plagados de contratiempos, abandonaron el intento y se incorporaron
al Rosario Cricket Club. Debieron transcurrir entonces nueve años más para que
aconteciera algo realmente importante en materia futbolística.
Fuente:
extraído de la revista “Rosario, su Historia de aquí a la vuelta Fascículo N• 2 de abril de 1991 Autor
Andrés Bossio