Por Rafael Ielpi
El ajetreo que producía la llegada del Carnaval era enorme e iba desde
la preparación de los disfraces (disfrazarse era por esos años una costumbre general,
que nadie encontraba ridícula ya que incluso se rivalizaba en los atuendos) a
los ensayos de las murgas y comparsas, la preparación y decoración de las
carrozas, carros y vehículos utilizados en el desfile de los corsos vecinales.
Abundaban los disfraces tradicionales, desde las damas antiguas a los osos y
de los caballeros cortesanos a los gauchos de utilería. En muchas casas de
barrio se cosía afanosamente durante algunas semanas, para que los chicos y
también los grandes estuvieran en condiciones de no desentonar en las jornadas
de Carnaval.
Otros recurrían a los comercios rosarinos que se ocupaban de tener
surtido de todo lo necesario para esas jornadas. Así, en 1900, se iba al
negocio de E. Llusá y Cía., en San Juan 1071, especialista en trajes de disfraz
de todos los gustos y variedades, donde también se podía uno surtir de
globitos, caretas, serpentinas, adornos para trajes y pantallas, además de los
pomos de la acreditada marca "El Cóndor". En 1902, se podía hacer lo
mismo en Cesario y Cía., en Córdoba 1170, que contaba también con un local
llamado "Kikirikí", en San Martín al 1100, donde a los pomos y
serpentinas podían sumarse micolina, volcanes, petacas y otras novedades de
Carnaval. Disfraces y trajes para bailes y comparsas podían adquirirse asimismo
en una de las grandes tiendas rosarinas,"La Favorita", o en su vecina
y competidora "La Pratense", de Rioja y Sarmiento.
También ofrecía mercadería apta para esos días Manuel Piaggio, con
negocio en San Juan 1151, especialista
en pomos de las acreditadas marcas "Bellas Porteñas" y
"Crandwell", globitos de goma, etc., según un aviso de esa
época. Ambrosio Pérez, por su parte, recibía anualmente pomos con agua
perfumada en su comercio de San Luis 1030, hacia 1910, y entre ese año y
1918,1a tienda "A la Ciudad de Roma" vendía cantidades enormes de
papel picado a 50 centavos el kilo y serpentinas a $ 7 el mil. Bombas y fuegos
artificiales, por los mismos años, eran provistos por Leonardo Morís, en 9 de
Julio 763 o Miguel Coviello, en el 1046 de la misma calle.
En Carnaval, había grupos que se
disfrazaban de negros escoberos. Había rivalidad entre los distintos barrios y
los integrantes eran generalmente de los sectores más bajos. Cantaban:
"Chicumba, chi-cumba... " Se peleaban, a veces a cuchilladas. Yo los
veía en la calle, disfrazados de negros; además, había otros grupos que se
preparaban durante todo el año. Aprendían versos gauchescos e iban por las
casas y algunos hasta improvisaban. Me acuerdo de haberlos visto durante años.
Además, había comparsas. En la calle Ricchieri, entre Mendoza y 3 de Febrero,
había un tipo que organizaba una de ellas: la comparsa se llamaba
"Corazones unidos".
(Smaldone: Testimonio citado)
Aquellos carnavales, sobre todo los que tenían su
corso en la zona del Parque Independencia, sobre Avenida Pellegrini o Bulevar
Oroño, llegaron a ser, de verdad, la fiesta popular por excelencia, al punto de
contar, incluso, con su rey permanente. Éste sería, a partir de los años 40 en
adelante, un inmigrante español con veleidades de poeta, inocente e inmune a
muchas de las bromas que jóvenes estudiantes y periodistas desaprensivos le
hacían, una de las cuales consistió en coronarlo como permanente "Rey del
Carnaval" rosarino. Aquel hombrecillo de corta estatura y entendimiento,
iba a asumir ese rol como parte de una realidad que no era otra cosa que
ficción, y la ciudad lo aceptaría como tal (a despecho de la broma cruel que
diera origen al asunto y más allá de lo grotesco del personaje) durante muchos
años.
Su nombre, Alfonso Alonso Aragón y su esmirriada figura vestida con el manto y portando la corona y el cetro de
rigor, sobre una carroza alegórica (captada por innumerables cámaras
fotográficas, durante décadas) forman parte ya de una módica pero no menos
entrañable mitología urbana que muchos rosarinos se empeñan en resguardar de la
destrucción del olvido y otros califican, acaso con excesivo rigor si no con
soberbia, de anecdótica chauvinista preocupada por inventariar sucesos y rescatar
personajes, cuyos probables méritos individuales son puestos al servicio de
una improbable y nostálgica identidad rosarina.
En la Academia del profesor Gaspary nos
colocaban un ornamento, un cubo o un conjunto de cosas, que debíamos dibujar a
nuestro entender. En ese lugar conocí al "poeta" Aragón, que servía
de modelo. Era un personaje grotesco que solía concurrir a varios lugares de
recreación y con pretensión de poeta lograba que lo convidaran a comer o
beber. Generalmente usaba ropa que le regalaban. En cuanto a la calidad de su
poesía puede juzgarse con la que creó cuando los alumnos de nuestra academia le
pidieron que hiciera un poema a Beethoven. Pensó breves instantes y declamó
"Ben... Ben... Ben, / el gran músico Beethoven...
(José Grunfeld: Memorias de un anarquista, Nuevohacer,
2000)
El personaje había nacido en Monzón, Palencia, en
enero de 1891 y arribó a Rosario en 1921, luego de trabajar en Buenos Aires,
indica Mikielievich, como capataz de un grupo de hombres-sandwich desde su llegada a la Argentina en 1910. Alternaría
en los ambientes nocturnos con periodistas, escritores y gente de teatro que lo consideraban dislatado poeta, y fueron los que
inventaron la fábula de su ficticio reinado, al modo de la gobernación de
Barataria que Sancho Panza recibiera de los burlones nobles.'Aragón, hombre
ingenuo e inocente de las crueldades de que fuera objeto, trabajó casi hasta su
muerte como mandadero de una serie de comercios establecidos en la zona aledaña
a la estación Rosario Norte. Murió en Rosario el 21 de diciembre de 1974 y fue
enterrado en un nicho donado por las autoridades municipales en el Cementerio
El Salvador.
Sin embargo, Aragón no
había sido el primero en ser ungido con el ficticio título real. Una nota de la
ya mencionada revista La
Juventud del 6 de marzo de 1870, daba cuenta de un antecesor: Hablamos todavía del carnaval. Es el asunto del día. Aún más, no ha
pasado del todo, pues que hoy recién se hace el entierro solemne del Rey de la
alegría o mejor del angelito o cupido Santos Fernández, que tan magníficamente
ha representado el rol de Rey del Carnaval.
Fuente: extraído de libro rosario del
900 a la “década infame” tomo III editado 2005 por la Editorial homo Sapiens
Ediciones