Postales
proletarias del progreso
Agustina Prieto
El canto que penetró con melancolía el alma del italiano
Franco Ciarlantini en la extraña fonda del puerto caló por igual el alma de los
criollos desplazados por los inmigrantes y de los inmigrantes mismos, deseosos
de asimilarse al país del que ya no pensaban irse. La escuela pública y la
cultura de sesgo criollista popularizada por la música, el teatro y los folletines gauchescos fueron
herramientas fundamentales en la nacionalización de la sociedad cosmopolita
prohijada por el puerto. “Siempre recordaré mi primera visita a Rosario de
Santa Fe, no solamente por la exquisita, señorial cortesía del conde Ottavio
Gloria, nuestro Cónsul en la ciudad, no solamente por la cordialidad de muchos
de los
nuestros connacionales (…) sino también por las horas
nocturnas pasadas en una extraña fonda cercana al Puerto, donde los sabios
indican que una persona de bien no debería aventurarse sin conocer el lugar. He
aquí la fonda: una informe barraca de madera, ladrillo y chapa ondulada. Suturas
realizadas con grandes hojas de papel, más que todo avisos publicitarios que
mezclan lo útil con lo placentero creando un efecto decorativo sobre las
paredes de la barraca, un juego de colores de efecto más bien futurista. La
única habitación tiene distintos niveles, como un extraño teatro retorcido por
inexplicables movimientos telúricos. Luces de todo tipo, desde lamparillas
eléctricas, a velas, a faroles de petróleo. El hedor de todas las tabernas de
la tierra, una especie de sinfonía de olores heterogéneos que forman un
ambiente pasible de toda repugnancia olfativa. Variedad de tipos: europeos de
paso, europeos americanizados,
gente del lugar que mantiene las características de los
indios; parejas de amantes, deracinés que esperan su destino con filosófica
confianza;estibadores del puerto, adivinadoras y magos, vendedores al menudeo
de objetos varios y golosinas, devoradores de grandes cantidades de pasta y
flemáticos bebedores de cerveza, gente
ruidosa y violenta y figuras de inmutabilidad asiática, vendedores de diarios, lustrabotas, contadores de historias; una
farragosa exhibición de tipos de toda especie.
Tengo en la memoria sobre todo a los contadores de
historias. Habían dado las tres
después de la medianoche y aparecieron en la puerta, como
máscaras de un carnaval retrasado, guitarristas y cantantes de ropas vivaces
con remiendos variopintos. Siento todavía los cantos de aquella noche. Cantos
criollos, voces desagradables al principio, chillonas y molestas como cuervos o más bien
como el graznido de los gansos de nuestros pantanos; voces que terminan por
interesar por la insistencia de ciertos ritmos, por el acoso insistente de
ciertas monodias. Al principio lo asalta a uno el loco deseo de arrojar violentamente
a los vagabundos por la puerta para librarse de un fastidio intolerable,
después viene la curiosidad y, finalmente, el interés. Tristeza de los cantos;
tristeza infinita y a la vez incomprendida: nostalgia misteriosa del que no
sabe qué añora, del que sufre por incapacidad de entender la propia nostalgia.
Finaliza el canto y el pensamiento fluctúa por la Pampa interminable, sin un
grupo
de árboles, sin un sonido, sin el centellar del agua, sin
un trino de pájaros. Ese canto melancólico penetra, entonces, en nuestra alma y
nos hace compañía y da el color y el sabor del paisaje. Se siente que eso nace
del desierto y está hecho de todos los desalientos, de todas las penas, de
todas las esperanzas frustradas, de todos los sueños inalcanzables. Después los
cantores recomienzan: el mismo tono desesperado ycasi repugnante, pero poco a
poco la misma sugestión emana de ese canto, el mismotormento, el mismo
interés.”
Franco Ciarlantini: Viaggio in Argentina, Milano, Ed.
Alpes, 1928.
Extraído de libro:
Ciudad de Rosario
Museo de la Ciudad
Editorial Municipal de Rosario
Ciudad de
Rosario / Agustina Prieto ... [et.al.]. - 1a ed. - Rosario : Municipal de
Rosario, 2010.
228 p. ; 23x18 cm.
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