Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

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viernes, 19 de junio de 2015

GARDEL EN ROSARIO



Por Roque A. Sanguinetti
 

Cuántas veces habrá caminado por estas calles de Rosario. O mejor dicho por esas calles del Rosario de las primeras décadas del siglo pasado, pobladas por elegantes hombres de sombrero y mujeres de polleras. y recorridas por tranvías. . 1a frecuentemente. Al principio formando el dúo con Razzano, a veces acompañando a compañías de teatro, y después, cada vez más famoso, can­tando solo con sus guitarristas. Hasta entrada la década del treinta, esa déca­da a la que infamemente alguien llamó "década infame", cuando una Buenos Aires que se parecía a París era la hermosa "reina del plata" y él era la voz de su ciudad.
Viajó por última vez a Rosario en 1933, dos años antes de que en Medellín se cortara su vuelo de Zorzal y volviera a la Argentina "con las alas plegadas", como estaba misteriosamente profeti­zado en la letra del tango "Golondri­nas" que cantó tantas veces.
Pero antes iría por nuestras calles con su sombrero gris y esa pinta única y los rosarinos, y más las rosarinas, se darían vuelta comentando "ese que va ahí es Gardel". Y él les habrá sonreído a las mujeres, esas a las que después inmortalizó Fresedo en el tango "Ro­sarina linda".

Cantó en teatros, cafés y radios de Ro­sario. Al principio paraba en pensiones, después en hoteles medianos como el Romaní, de Mitre 963 frente al teatro La Comedia, donde se hospedaban compañías teatrales, y hacia el final en el majestuoso Hotel Italia de Maipú al 1000 (hoy sede de la Universidad). Allí un balcón del primer piso, el ter­cero desde la izquierda, marca su habi­tación. Hay una fotografía, una de las pocas suyas en Rosario, que lo muestra con otros artistas en el restaurante El Ancla, a media cuadra del hotel y que todavía perdura en la esquina de Maipú y San Juan frente al palacio Castagnino, esquina que por cierto lleva el nombre de "Carlos Gardel". Como perdura el bar Victoria, de Boulevard Oroño 101, adonde concurría y dicen que también cantó, en sus incursiones hacia el barrio de Súnchales que era el Montmartre de la noche rosarina de entonces.
Aunque parece que al principio no le fue tan bien. Según Héctor N. Zinni, Gardel y Razzano actuaron en el Gran Café de La Bolsa, de San Martín 681, pero al dueño no le gustó cómo canta­ban o pasó algo raro, porque le dijo a un mozo: "Mira, cuando terminen esos dos dales estos pesos y que se vayan". De mal oído o de mal carácter  el hom­bre, quién sabe.

 Pero también con Razzano cantó en junio de 1914 en el hermoso teatro Co­lón de Corrientes al 400 (imperdona­blemente demolido en 1958), en obras como "El tango en París" y "Los ca­laveras". Volvió en julio de 1916 con la compañía del gran Enrique Muiño al teatro La Comedia y a fines del mismo año con la de Luis Arata al Politeama, de Mitre 748, donde obtuvieron un gran éxito con Razzano.
Se presentó en noviembre de 1922 en el Palace Theatre, de Córdoba al 1300 y volvió a Rosario en 1924 y 1927. Este año actuó en el cine Rosario de San Martín 687 con sus guitarristas (sí, donde antes estaba el Gran Café de La Bolsa, pero supongamos que habría cambiado de dueño) y el diario La Ca­pital lo promocionó como "colosal su­ceso". En enero de 1930 vuelve al cine Rosario y en el mismo año se presenta en el teatro Varieté. De esa época es una foto en el harás y stud Ascot, del inglés Christie, ubicado en Fisherton, en Brassey y Tarragona, adonde Gardel concurría y cantaba en los asados. Hay quienes dicen que su famoso caballo Lunático habría sido pensionista de ese stud y corrido en el Independencia, pero es dudoso.
En junio de 1930 canta por LT8 Radio Rosario y actúa por última vez en La Comedia, en cuyo hall una placa de bronce con su rostro recuerda el hecho.
Contaron testigos que una noche se había reunido para verlo mucha gente que no podía pagar la entrada, y que entonces él salió por la puerta trasera del teatro que da sobre la cortada Araya y cantó gratuitamente para ellos. Trata­mos de imaginar la escena: la sorpresa, los gritos y aplausos, el silencio bajo la noche rosarina, la voz incomparable llenando la cortada y el cariño inmenso del público. Algo parecido pasó cuando se presentó por última vez en nuestra ciudad. Fue en  el teatro Broadway, con sus guitarristas, entre el 21 y el 23 de abril de 1933 y en­trenó el tango "Silencio". Allí parado en una voiturette descapotable, cantó en la puerta para los que no po­dían entrar. El 21 cantó por LT8 y el 23 por LT3 Radio Cerealista, que entonces quedaba en Santa Fe 1270.
 El diario La Capital del 23 de abril ti­tula "Constituyó un éxito la reaparición de Gardel en el Broadway" y comenta: "Ha reaparecido Gardel ante nuestro público, después de una dilatada au­sencia que ha sido llenada por el eco de sus triunfos consagratorios en Eu­ropa" y "El público le dispensó calu­rosas manifestaciones que hablan con elocuencia de las simpatías de que goza entre nosotros y que son suficientes para afirmar el éxito que ha obtenido en esta breve pero brillante reaparición. Gardel se despide de Rosario con sus dos actuaciones, en la familiar y en la noche de hoy". No sabían que la despe­dida sería definitiva.
Otra placa colocada en la entrada del teatro recuerda: "En esta sala cantó por última vez en Rosario Carlos Gardel los días 21, 22 y 23 de abril de 1933".
Pero como es sabido, tenía otra pasión.
Y haya corrido o no Lunático en el In­dependencia, lo seguro es que él habrá ido muchas veces a despuntar el vicio. Hay una foto de los años 20 en la que está con un amigo en un coche mateo y en el parque, cerca del hipódromo. Al dorso escribió: "Esta es una foto que me saqué en el Petit Palermo de Ro­sario con mi amigo Callegari." Toda una definición. Y firma: "Carlos". Y una de 1933 en el estadio de Newell's en una tarde de fútbol, posando con otros personajes, todos de traje, corba­ta y sombrero, posiblemente tomada el domingo 23 de abril, el último día que cantó en Rosario. ¿Y qué haría él en una cancha de fútbol oyendo el rugir cercano de las tribunas "burreras"? El, un carrerista empedernido, al que los tangos "Palermo" o "Por una cabeza" que también cantó tantas veces lo iden­tificaban tan bien: "Me arrastra más la perrera, más me tira una carrera que una bonita mujer..." o "Por una cabe­za, todas las locuras..." Es de imaginar que en el entretiempo dijera algo así como: "Salute, Ñul" y haciendo mutis por el foro se cambiara de cancha.
En Rosario hay un monumento suyo de bronce y de cuerpo entero, inaugurado en 1975 en el Patio de la Madera sobre calle Córdoba, y un busto colocado en 2006 en la plaza Montenegro. Ambas obras, como también las placas mencio­nadas, del escultor Reynaldo Baduna. Fue el argentino más querido del siglo veinte. Sin duda. Porque si sumamos amores y restamos odios gana por mu­chos cuerpos. Y es que hubo otros per­sonajes también idolatrados por gran parte de la población, pero repudiados por otra gran parte. Y él no: con él el afecto siempre fue unánime. Bueno, no una unanimidad total. Al me­nos le conocemos un opositor. Alguien que no lo podía ni oír y que en Rosario también se hospedaba en el Hotel Italia, menos mal que años más tarde. Se lla­maba Jorge Luís Borges y alegaba que Gardel había arruinado el tango que era alegre y compadrito, convirtiéndolo en una queja melancólica.
Todo puede ser relativo: imposible no compartir la admiración de Borges por aquellos primeros y maravillosos tan­gos como "El esquinazo", "El porteñito", "El africano", "Rodríguez Peña", "El entrerriano" y tantos otros, con ese ritmo lleno de gracia que años después rescató a su manera D'Arienzo. Pero es innegable que Gardel cantó temas muy variados, sentimentales algunos, joco­sos y cachadores otros, muchos de ellos con letras y músicas excelentes. Y que todo lo que cantó lo convirtió en obra de arte. Así que la crítica se desinflaría por la mitad. Extraño fallo en un gran conocedor de todo lo argentino y autor del mejor poema que se haya escrito so­bre el tango, aunque 'puede explicarse porque Borges alguna vez reconoció ser "sordo" para la música.
Arriesgo otra explicación: y es que Borges estaba celoso porque se dio cuenta de que en su país y en su siglo había existido otro hombre tan genial como él.

Uno que caminó por Rosario y sonreía bajo un sombrero gris

Fuente: Extraído de la Revista “ Rosario, su Historia y Región”. Fascículo Nº 133  Setiembre de 2014.