Por. Rafael Ielpi
El "Poeta" Aragón y Cachilo, el
"Poeta de los Muros", dos personajes ciudadano que fueron adoptado!
con entrañable carine por los rosarinos
Nacidas de una necesidad colectiva de
construcción de módicas leyendas urbanas, las figuras de Alfonso Alonso Aragón
y de Higinio Maltaneres son protagonistas de una saga popular rosarína que encrespa
a los
historiadores académicos que cuestionaban esa cuasi sacralización de dos
marginales. La gente, empero, los aceptó como personajes de su folclore
ciudadano, más allá del paulatino olvido al que están sin duda predestinados.
Alfonso Alonso Aragón, un palenciano nacido en Monzón en 1891 y muerto
en Rosario en 1974, había llegado a esta ciudad en 1921, despues de haber
trabajado en Buenos Aires como capataz de una cuadrilla de hombres-sandwich,
desde 1910, año de su arribo a la
Argentina.
Mezclado en el ambiente nocturno rosarino con periodistas, actores y escritores
que lo consideraron dislatado poeta, afirmó Wladimir Mikielievich, su
ingenuidad y corto entendimiento lo hicieron pronto blanco de las bromas de esa
cofradía. La mayor de ellas fue convencerlo de encarnar al legendario Rey Momo
de los carnavales en los corsos que hacia 1930 alegraban la ciudad.
Él asumió ese rol hasta creerse casi el mítico soberano y lo hizo
durante más de 30 años, en los que su esmirriada figura vestida con el manto
real y portando el cetro de rigor sobre una carroza, fue captada por
innumerables fotografías. Lo de "el poeta Aragón" no fue otra cosa
que una broma más: sus presuntos versos eran una sumatoria de ripios y dislates
que provocaban risas y burlas piadosas.
Su
credulidad inocente, su paso rápido y cortito que lo llevó casi hasta su muerte
por las calles de la ciudad, ejerciendo el oficio de mandadero de una agencia
de loterías del barrio de Pichincha, lo salvaron de mayores agresiones -las
que sufren los outsiders- pero no del olvido de las nuevas generaciones,
antesala de olvido total.
A
Higinio Alberto Maltaneres la marginalidad le llegó "por mano propia". Hastiado de la
rutina, desengañado por situaciones que nunca develó o enzarzado en ardua pelea con las sombras de la sinrazón, lo cierto es que dejando atrás su
pasado de pacífico ciudadano, su ámbito familiar, su trabajo , en el Correo y la condición de pequeño
comerciante que ostentara alguna vez, se instaló en las calles, recovas y
umbrales de la ciudad para convertirse en Cachilo y definirse para siempre como
un croto.
Su historia no sería muy distinta de
cientos de parias sociales que cada vez -más-
deambulan por la ciudad si Cachilo no
hubiese elegido sus paredes, su sus columnas, sus veredas, como me lienzo en
blanco donde dejar grabados sus versos y graffitis que terminaron constituyendo un vasto
corpus diseminado en distintos y muchos impensados ámbitos r.
la geografía de Rosario.
Su aspecto, sus bolsas y latas, su renuencia a la higiene, su agrio malhumor su negativa a dialogar
salvo con contadísimos interlocutores,
le ganaron inquietud y a veces la furia de los vecinos lugares donde asentaba su hábitat
sus versos y dibujos,. inscriptos con ceritas, le fueron ganando el interés de e pintores,
semiólogos y críticos que para ellos explicaciones, resonancias valores
filosóficos y poéticos, honduras que escapan a los hombres y mujeres comunes.
Cachilo
pasó a ser entonces digma, un icono, un creador esta prendido como
sorprendente: se escribieron artículos y libros sobre él, se películas, se
imprimieron sus textos declaró ciudadano
ilustre de la cuidad (post mórtem, claro está) y se lo instaló dico Olimpo
rosarino. A quien había renunciado al mundo por elegir la libetad absoluta,
todo aquello le habría seguramente tan absurdo como efímero.
Fuente: Extraído de la Revista del diario “La Capital 140 años” de año 2007.-