Por Rubén Echagüe
Una peculiar combinación de esteticismo
aristocrático y compromiso social signó la obra de este maestro de la pintura
rosarina, gobernada por el refinamiento.
Augusto Schiavoni debió soportar que José León Pagano en "El arte
de los argentinos" escribiese que tal vez sólo el psicoanálisis podía
explicar su "sinceridad exacerbada", Alfredo Guido no fue mejor
comprendido en su refinado esteticismo, su extraordinaria versatilidad, y su rara mezcla de compromiso social y
distanciamiento aristocrático
Nacido en Rosario el 24 de noviembre de
1892, fue uno de los pocos representantes de su generación cuya carrera artística
se repartió entre su ciudad natal y Buenos Aires, ya que si bien los estudios
iniciales los encaró en Rosario, concurriendo al taller del italiano Mateo
Casella -un ex escenógrafo del teatro San Cario de Ñapóles-, luego decidió
trasladarse a la capital, para completar su formación en la Academia Nacional
de Bellas Artes bajo la guía de Pío Collivadino y Carlos Ripamonte.
Pintor, grabador, muralista, ilustrador y
diseñador gráfico, así como de muebles, cerámicas, tapicéis y rurales, escenógrafo,
crítico y conferencista, director de la escuela "Ernesto de la Cárcova", de la que
también fue docente, y finalmente académico de número de la Academia Nacional
de Bellas Artes, Guido abarcó siempre tan amplia pluralidad de intereses, con
igual grado de idoneidad y de compromiso profesional
Como grabador demostró un amplio dominio de las técnicas gráficas, que
enriqueció con el ingenio para dar distintos enfoques a un mismo
procedimiento -el del aguafuerte, por ejemplo-, en tanto que como muralista,
la ciudad conserva algunas rotundas confirmaciones de su competencia, entre las
que se cuentan los techos de la Sala
Lavardén y los “panneaux” que tapizan la biblioteca del
Normal N• 2 “ Juana María Gutiérrez”, obra que representó al país en la Exposición
Iberoamericana de Sevilla de 1929, mereciendo el Gran Premio
de Honor.
En cuanto a su pintura de caballete, como no podía ser de otra manera,
también ella pone al descubriendo la multiplicidad en las preferencias del
artista, ya que en el Museo Castagnino conviven esa suerte de “Olympia” pagana
y folclórica que es “La chola” con la
desmayada coloración perlina del “Cristo Yacente”, y la sobria exaltación de
las tareas rurales que es “Arando”, con esa galería de retratos de tan afectada
elegancia que integran “La niña del caracol”, “La niña de la rosa”, “El pintor
Botti”, “Emilia Bertolé”y “ Juan Castagnino”.
Pintura que Alfredo Guido
“peina” con inoculable complacencia, erosionando suavemente los
accidentes de la materia hasta lograr, con esa infatigable caricia del pincel,
no sólo superficies de una cautivante calidad táctil, sino también la ilusión
de que a sus personajes los envuelve un halo de espiritualidad tan selecto, que
es casi un privilegio de clase.
Fuente: Extraído de la Revista del diario “La Capital 140” año 2007