Los italianos
varones mayores de 15 años, amplia mayoría dentro de la corriente inmigratoria
europea que superpobló la ciudad durante la segunda mitad del siglo XIX y
primeras décadas del XX, se destacaron por un dominio casi absoluto en las
distintas ramas del gremio de la construcción. Ese dato explica lo que se ha
dado en llamar
la arquitectura italianizante del puerto de la Confederación
primero y de la ciudad madre de la pampa gringa después. Constructores,
albañiles, herreros, carpinteros, marmoleros, modelistas, vidrieros, bronceros,
niqueladores y yeseros conformaron un numeroso cuerpo de artesanos cohesionado
y articulado por tradiciones seculares.
En menos de
medio siglo, decuplicaron la cantidad de edificaciones, y al término de la primera
década del siglo XX volvieron a duplicar el número, con una coherencia que se acentúa
con la distancia retrospectiva de la mirada. La clave de la operación era un
tipo arquitectónico de extraordinaria ductilidad: la “casa
chorizo”,
denominación que abarcaba una serie de opciones congruentes. Implicaba la disposición
de cuartos en hilera sobre la medianera de lotes alargados. Estos lotes tenían de
10 o 12 varas de frente, resultado de la subdivisión de las manzanas que, por
simple adición, habían terminado conformando uno de los dameros más regulares
del país. La casa chorizo constaba de cuartos de dimensiones homogéneas
vinculados por puertas sobre el extremo distal de la medianera, con una
comunicación a la galería lateral por una tercera puerta simétrica a su ancho.
Se articulaba con dos cuartos mayores –la sala al frente y el comedor como
límite de un primer patio– y un conjunto de cuartos de menor
superficie y
altura para los servicios que definían un segundo patio.
Este tipo
edilicio podía organizarse en diversas configuraciones: la casa chorizo
propiamente dicha de dos o tres patios; la casa con patios centrales en el caso
de los lotes más amplios (como la casa del actual Museo Estévez); las casas de
altos en dos plantas con ingreso lateral independiente. También conformaba los
módulos de los hoteles (Universal, Italia,
Palace), los departamentos de los palacios de renta, los edificios de oficinas y
hasta las instituciones públicas. Su gran flexibilidad permitía usos mixtos aun
en sus formas más sencillas: negocios u oficinas al frente, vivienda del
propietario en los altos y secuencia de departamentos de dos o tres
habitaciones en torno a un solo patio al que
se accedía por
un pasillo lateral (casa de vecindad), cuando no simplemente cuartos de alquiler
en torno a patios y servicios comunes en una o dos plantas (conventillos).
La casa
chorizo, con antecedentes pompeyanos y andaluces, es el resultado de la
adaptación de
pautas básicas de tradición mediterránea a las restricciones impuestas por el
loteo; de allí las coincidencias con las viviendas del carré espagnol de Nueva
Orleans y de otras ciudades argentinas donde la presencia de los italianos no
fue dominante. Este mecanismo sorprendentemente dúctil determinó las reglas de
una industria de la construcción que proveyó las puertas, los perfiles de
hierro para las bovedillas, las barandas y balcones, las columnas de hierro
para las galerías, los mosaicos calcáreos con guardas, la colección de moldes para la decoración de
fachadas y cielorrasos que se vendían por catálogo con medidas estandarizadas.
Esa fue la
ciudad de los artesanos. Resueltas por una fachada plana sobre la línea
de
edificación, las casas chorizo conformaron de un lado y del otro de las calles
un paisaje que en las postales fotográficas parece homogéneo, pero que de cerca
llamaba la atención por la variedad de elementos decorativos: columnas,
pilastras, capiteles, claves, arcos,
frontis, balaustres, cornisas, ménsulas, guirnaldas, moños, medallones,
cuernos, máscaras, conchas marinas y hasta algunas mascarillas diseñadas
especialmente.
Fuente: www.museodelaciudad.org.ar