Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

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viernes, 10 de octubre de 2014

LA SAGACIDAD DE JULES HURET



Entre 1906 y 1912, el perio­dista y escritor francés Jules Huret, recorrió la Argentina de Norte a Sur y de Este a Oeste, escri­biendo dos libros: "Argentina de Buenos Aires al gran Chaco" y "Del Río de la Plata a la cordillera de Los Andes". Transcribimos un testimonio de indudable valor histórico para el conocimiento de Rosario de principios de siglo que hiciera llegar a la editorial la Bi blioteca Nacional de París y con­sideramos un valioso aporte para los estudiosos del pasado rosarino. Así vio Jules Huret gran "re­pórter" del diario parisino "Le Figaro", a nuestra ciudad en 1906: "En Rosario paramos en el hotel de Francia e Inglaterra, al pare­cer el mejor de la ciudad. Ya les he comentado como son estos ho­teles de precios exorbitantes: lar­go patio de mármol blanco y ne­gro, donde reposan en dos líneas de paralelas grandes arbustos en cajones (macetas) de madera, a la sombra de los cuales los pasaje­ros se balancean en "rocking chairs" de mimbre. Las habitacio­nes dan todas a este patio, lleno de gritos de chicos.
"Rosario, ciudad rica y comer­ciante, la más "vivante" de la Ar­gentina después de Buenos Aires, de la cual se encuentra a 300 ki­lómetros, tiene hoy 150.000 habi­tantes.

   "Ocupados hasta ahora en en­riquecerse, a los rosarinos se les dio de pronto por sentirse orgu­llosos de su ciudad, que tratan de embellecer al ejemplo de la Capital. El viajero se encuentra encantado de encontrar en estas ciudades nuevas y utilitarias, sin ningún sentido, sin historia y sin cultura, la necesidad desintere­sada de crear obras de arte".
"La desgracia hasta el presen­te, es que el elemento italiano do­mina -para gran beneficio de la agricultura- y las municipalida­des se ven obligadas a encargar sus "oevres d'art" (comillas del original) a arquitectos y artistas italianos que están llenando el país de horrores".
   "Entre otras cosas, en el nuevo parque creado recientemente pa­ra competir con el de Palermo, se encuentra una increíble estatua de Garibaldi, al que el artista ha dado un aire de Barba Azul áspe­ro y rudo, cubierto por un som­brero de ala ancha, ornado con una pluma de gallo, envuelto en una capa, el héroe está sentado sobre una especie de alcaucil, que no impide a su brazo levan­tado mostrar, sin vigor, un sable curvo". "Al pie del zócalo un ser desgreñado, despechugado, bra­zos desnudos, pies descalzos, tra­ta de simbolizar algo. Falso senti­mentalismo, romanticismo cris­pado: de lo peor en cuento (ndt. "verso") italiano".
   "Se ha querido corregir la mo­notonía del paisaje y embellecer el parque creando con la tierra traída de otra parte, un pequeño montículo, que llaman "La Mon-tañita", allí cavaron una gruta ar­tificial llena de estalactitas ama­rillentas donde instalaron un bar. Al tope del montículo un mirador iluminado por una lámpara de arco, sobre las pendientes que nos llevan allí, grandes juncos y árboles tropicales. Un encantador laguito artificial rodeado de sau­ces refresca el paseo. Un ejército de ranas deja escuchar sus can­ciones. Es aquí donde termina el corso bisemanal comenzado en la calle Córdoba. Los carruajes pa­san al trote por la calle angosta; los hombres, en la vereda de un metro de ancho, escrutan con ai­re fatuo, a las mujeres de los ca­rruajes y las que van a pie. En los balcones, señoritas sin som­brero, el abanico en la mano, mi­ran desfilar el corso.
   "Después de una serie de idas y venidas, los carruajes se dirigen hacia el parque por el bulevard Oroño, avenida ancha, con cua­tro hileras de árboles, palmeras, pinos, magnolias, plátanos, jóve­nes todavía. Hermosas villas y ri­cas mansiones burguesas, se ali­nean sobre los costados de la avenida. Los vigilantes, montados en extraordinarios caballos, vesti­dos de blanco con cascos blan­cos, adornados con plumas de lanceros, acompañan al trote la procesión de carruajes que dan una vuelta o dos por la avenida central para después venir a es­tacionarse en las anchas alame­das, como en una estación. Y los que están adentro miran pasar a los de afuera..."
"Es la gran distracción, la úni­ca y monótona distracción de las ciudades de la provincia argenti­na. Como la ciudad creció dema­siado rápido, los 150.000 habi­tantes de Rosario apenas se co­nocen, lo que hace inexistente la vida social. La gente no se visita, solamente una o dos fiestas de caridad por año, uno que otro viaje a Buenos Aires. Las únicas ocasiones de reencuentro son los jueves y domingos, los "días de moda" en el corso. "Hace un tiempo, la moda decía que uno debía hacerse ver en las mesas de la vereda en la confitería "Los Dos Chinos" y después en La Montañita". En este momento la moda es la confitería "La Perla" (ndt. "La bola de nieve", en Cor doba y Laprida actual). Mujeres y hombres van a tomar el té con tortas o comer helados. Los do­mingos, después de la misa, es aquí donde se encuentra todo el mundo para comer caramelos y todo tipo de cosas dulces.
   "En Rosario no hay "viejas fa­milias". Los italianos dominan, genoveses sobre todo: los Chiesa. los Castagnino, los Muzzio, los Brusaferri. La mayoría de ellos grandes importadores, hicieron sus fortunas en diez o quince años. Chiesa, el más rico, es pro­pietario de 250 casas en la ciu­dad, sin contar sus estancias y campos en la provincia.
   "Los habitantes de Rosario tie­nen reputación de ser "muy vi­vos", (ndt. en castellano, en el original) es decir astutos, hábiles, rápidos y excelentes en los nego­cios. Estas cualidades, cuando triunfan, es lo primero que se ad­mira por aquí.
   "Los rosarinos supieron privi­legiar el creciente valor de la tie­rra, no menos sorprendente que en Buenos Aires, para enrique­cerse rápidamente. Tierras urba­nas que hace cinco años costa­ban 20 centavos el metro, valen hoy  de 8 a 9 francos. Todo el mundo especula: un ingeniero de la Central de Electricidad me contó que los peones, apenas juntan un poco de dinero, com­pran unos miles de metros para revenderlos algunos meses más tarde con un buen beneficio...". La Sociedad Portuaria cedió hace tres años terrenos que hoy qui­siera recuperar por el doble de lo que los vendió, pero los nuevos propietarios le piden tres veces más...".
   Hasta aquí el particular testi­monio de Jules Huret sobre el Rosario de principios de siglo. Su estilo es el que vale en la Francia colonialista de la época. Sus opi­niones son corrosivas pero no exentas de valor histórico a con­siderar por los estudiosos del te­ma.
  Nos sentimos seducidos a transcribir la autorizada opinión de uno de los más serios investi­gadores del pasado rosarino co­mo fue Agustín Fernández Díaz, un párrafo realmente esclarecedor: "Fundar denota edificar una ciudad y a más, establecer, crear. Más fundación no es solo acción y efecto de fundar, sino también: principio, origen de algo, y es con este significado que se emplea es­ta voz por aquí y nunca en el sentido de acción o efecto. Rosa­rio nació por un cúmulo de cau­sas concurrentes, no ajenas a la presencia del primer poblador (Luis Romero de Pineda), a la bondad de Domingo Gómez Re­cio, a la abnegación del Padre Al-zugaray y a la devoción del capi­tán Santiago Montenegro, fue lo que dio lugar a la formación de un proceso de formación de pue­blo".
   Hemos trascripto las crónicas históricas que consideramos las más ilustrativas sobre el naci­miento del Pago de los Arroyos, en cuyas tierras creció el núcleo poblacional de Rosario. A través de los testimonios escritos de esos viajantes lejanos conocimos diferentes aspectos de la naciente ciudad. Somos conscientes de no haber utilizado por reiterativos otros valiosos testimonios de los viajeros que nos visitaron. Por ejemplo "Cronik der Deutschen Kolonie Rosarios", de Erich Elsner, 1932, Buenos Aires, por to­car lo muy conocido.
Fuente: Extraído de la revista “ Rosario Historia de aquí  a la vuelta “ Autor Héctor Sebastianelli, Fascículo Nº 21. de junio de 1992