Entre
1906 y 1912, el periodista y escritor francés Jules Huret, recorrió la Argentina de Norte a Sur
y de Este a Oeste, escribiendo dos libros: "Argentina de Buenos Aires al
gran Chaco" y "Del Río de la
Plata a la cordillera de Los Andes". Transcribimos un
testimonio de indudable valor histórico para el conocimiento de Rosario de
principios de siglo que hiciera llegar a la editorial la Bi blioteca Nacional de París y
consideramos un valioso aporte para los estudiosos del pasado rosarino. Así
vio Jules Huret gran "repórter" del diario parisino "Le
Figaro", a nuestra ciudad en 1906: "En Rosario paramos en el hotel de
Francia e Inglaterra, al parecer el mejor de la ciudad. Ya les he comentado
como son estos hoteles de precios exorbitantes: largo patio de mármol blanco
y negro, donde reposan en dos líneas de paralelas grandes arbustos en cajones
(macetas) de madera, a la sombra de los cuales los pasajeros se balancean en
"rocking chairs" de mimbre. Las habitaciones dan todas a este patio,
lleno de gritos de chicos.
"Rosario,
ciudad rica y comerciante, la más "vivante" de la Argentina después de Buenos
Aires, de la cual se encuentra a 300 kilómetros, tiene hoy 150.000 habitantes.
"Ocupados hasta ahora en enriquecerse,
a los rosarinos se les dio de pronto por sentirse orgullosos de su ciudad, que
tratan de embellecer al ejemplo de la Capital. El viajero se encuentra encantado de
encontrar en estas ciudades nuevas y utilitarias, sin ningún sentido, sin
historia y sin cultura, la necesidad desinteresada de crear obras de
arte".
"La
desgracia hasta el presente, es que el elemento italiano domina -para gran
beneficio de la agricultura- y las municipalidades se ven obligadas a encargar
sus "oevres d'art" (comillas del original) a arquitectos y artistas
italianos que están llenando el país de horrores".
"Entre otras cosas, en el nuevo parque
creado recientemente para competir con el de Palermo, se encuentra una
increíble estatua de Garibaldi, al que el artista ha dado un aire de Barba Azul
áspero y rudo, cubierto por un sombrero de ala ancha, ornado con una pluma de
gallo, envuelto en una capa, el héroe está sentado sobre una especie de
alcaucil, que no impide a su brazo levantado mostrar, sin vigor, un sable curvo".
"Al pie del zócalo un ser desgreñado, despechugado, brazos desnudos, pies
descalzos, trata de simbolizar algo. Falso sentimentalismo, romanticismo crispado:
de lo peor en cuento (ndt. "verso") italiano".
"Se ha querido corregir la monotonía del
paisaje y embellecer el parque creando con la tierra traída de otra parte, un
pequeño montículo, que llaman "La Mon-tañita", allí cavaron una gruta artificial
llena de estalactitas amarillentas donde instalaron un bar. Al tope del
montículo un mirador iluminado por una lámpara de arco, sobre las pendientes
que nos llevan allí, grandes juncos y árboles tropicales. Un encantador laguito
artificial rodeado de sauces refresca el paseo. Un ejército de ranas deja
escuchar sus canciones. Es aquí donde termina el corso bisemanal comenzado en
la calle Córdoba. Los carruajes pasan al trote por la calle angosta; los
hombres, en la vereda de un metro de ancho, escrutan con aire fatuo, a las
mujeres de los carruajes y las que van a pie. En los balcones, señoritas sin
sombrero, el abanico en la mano, miran desfilar el corso.
"Después de una serie de idas y
venidas, los carruajes se dirigen hacia el parque por el bulevard Oroño,
avenida ancha, con cuatro hileras de árboles, palmeras, pinos, magnolias,
plátanos, jóvenes todavía. Hermosas villas y ricas mansiones burguesas, se
alinean sobre los costados de la avenida. Los vigilantes, montados en
extraordinarios caballos, vestidos de blanco con cascos blancos, adornados
con plumas de lanceros, acompañan al trote la procesión de carruajes que dan
una vuelta o dos por la avenida central para después venir a estacionarse en
las anchas alamedas, como en una estación. Y los que están adentro miran pasar
a los de afuera..."
"Es
la gran distracción, la única y monótona distracción de las ciudades de la
provincia argentina. Como la ciudad creció demasiado rápido, los 150.000 habitantes
de Rosario apenas se conocen, lo que hace inexistente la vida social. La gente
no se visita, solamente una o dos fiestas de caridad por año, uno que otro
viaje a Buenos Aires. Las únicas ocasiones de reencuentro son los jueves y
domingos, los "días de moda" en el corso. "Hace un tiempo, la
moda decía que uno debía hacerse ver en las mesas de la vereda en la confitería
"Los Dos Chinos" y después en La Montañita". En este momento la moda es la
confitería "La Perla"
(ndt. "La bola de nieve", en Cor doba y Laprida actual). Mujeres y
hombres van a tomar el té con tortas o comer helados. Los domingos, después de
la misa, es aquí donde se encuentra todo el mundo para comer caramelos y todo
tipo de cosas dulces.
"En Rosario no hay "viejas familias".
Los italianos dominan, genoveses sobre todo: los Chiesa. los Castagnino, los
Muzzio, los Brusaferri. La mayoría de ellos grandes importadores, hicieron sus
fortunas en diez o quince años. Chiesa, el más rico, es propietario de 250
casas en la ciudad, sin contar sus estancias y campos en la provincia.
"Los habitantes de Rosario tienen
reputación de ser "muy vivos", (ndt. en castellano, en el original)
es decir astutos, hábiles, rápidos y excelentes en los negocios. Estas
cualidades, cuando triunfan, es lo primero que se admira por aquí.
"Los rosarinos supieron privilegiar el
creciente valor de la tierra, no menos sorprendente que en Buenos Aires, para
enriquecerse rápidamente. Tierras urbanas que hace cinco años costaban 20
centavos el metro, valen hoy de 8 a 9 francos. Todo el mundo
especula: un ingeniero de la
Central de Electricidad me contó que los peones, apenas
juntan un poco de dinero, compran unos miles de metros para revenderlos
algunos meses más tarde con un buen beneficio...". La Sociedad Portuaria
cedió hace tres años terrenos que hoy quisiera recuperar por el doble de lo
que los vendió, pero los nuevos propietarios le piden tres veces más...".
Hasta aquí el particular testimonio de
Jules Huret sobre el Rosario de principios de siglo. Su estilo es el que vale
en la Francia
colonialista de la época. Sus opiniones son corrosivas pero no exentas de
valor histórico a considerar por los estudiosos del tema.
Nos sentimos seducidos a transcribir la
autorizada opinión de uno de los más serios investigadores del pasado rosarino
como fue Agustín Fernández Díaz, un párrafo realmente esclarecedor:
"Fundar denota edificar una ciudad y a más, establecer, crear. Más
fundación no es solo acción y efecto de fundar, sino también: principio, origen
de algo, y es con este significado que se emplea esta voz por aquí y nunca en
el sentido de acción o efecto. Rosario nació por un cúmulo de causas
concurrentes, no ajenas a la presencia del primer poblador (Luis Romero de
Pineda), a la bondad de Domingo Gómez Recio, a la abnegación del Padre
Al-zugaray y a la devoción del capitán Santiago Montenegro, fue lo que dio
lugar a la formación de un proceso de formación de pueblo".
Hemos trascripto las crónicas históricas que
consideramos las más ilustrativas sobre el nacimiento del Pago de los Arroyos,
en cuyas tierras creció el núcleo poblacional de Rosario. A través de los testimonios
escritos de esos viajantes lejanos conocimos diferentes aspectos de la naciente
ciudad. Somos conscientes de no haber utilizado por reiterativos otros valiosos
testimonios de los viajeros que nos visitaron. Por ejemplo "Cronik der
Deutschen Kolonie Rosarios", de Erich Elsner, 1932, Buenos Aires, por tocar
lo muy conocido.
Fuente: Extraído de la revista “ Rosario Historia
de aquí a la vuelta “ Autor Héctor
Sebastianelli, Fascículo Nº 21. de junio de 1992