Por
Rubén Echagüe
Aspero y solitario, Musto amó la vida intensamente y tras una fachada
rústica escondía una sensibilidad depurada. Su obra combina la potencia con la
sutileza
Hosco, solitario, pero también un refinado cultor de la buena cocina,
y tan orgulloso de su destreza técnica que no eludía las acrobacias circenses,
como cuando pregonaba que podía terminar un cuadro en una hora o pintar
utilizando ambas manos a la vez, Manuel Musto pretendía disimular tras esa
fachada de áspera rusticidad una sensibilidad tan fina y depurada, que no faltó
el ojo inexperto que en sus cuadros de flores -dalias, gladiolos, calas,
retamas, rosas, junquillos- creyera ver la impronta de una mano femenina.
Ojo inexperto, digo,
porque si algo hay que caracterice la producción de este gran maestro rosarino
-sus paisajes recortados y familiares y sus rincones de taller, sus jarrones
repletos de flores y sus pocos retratos, tan vigorosamente concebidos, sus
misteriosas muñecas "Lenci" y sus lacónicos y abocetados desnudos- es
la robusta y firme virilidad que trasunta. Pintura realizada "a toda
pasta", para utilizar la expresión de José León Pagano, y de la que han
sido extirpadas de raíz toda blandura y toda afectación.
Musto nació -con su gemelo Andrés, quien habría de morir poco antes de
cumplir los 18 años- el 16 de septiembre de 1893, cursó la escuela elemental
sin demasiados destellos de genio y hasta creyó que podría encauzar su vocación
ingresando a un colegio comercial. Pero una vez expresadas sus verdaderas
inclinaciones -y vencido el clásico conato de resistencia familiar- frecuentó
la Academia "Fomento de Bellas Artes", que Ferruccio Pagni regenteaba
en Rosario, en la calle Entre Ríos entre San Luis y San Juan, y a la que
también concurría su amigo entrañable, Augusto Schiavoni.
Viajó dos veces a Europa: en 1914 y en 1931, pero la incursión juvenil
debe haber sido la más halagüeña, ya que lo acompañaba Schiavoni, y ambos
artistas se dieron una vida de opulentos estudiantes burgueses, costosa y
regalada. (Emilio Pettoruti se sorprendió, por ejemplo, de que los dos rosarinos
alquilasen en las vecindades del Duomo florentino una pieza "amueblada a
todo lujo").
Según su biógrafo Montes i Bradley, Musto quizá "sea entre
nuestros quien más haya pintado", y buena de esa fecundidad tuvo como eso
célebre casita de la calle Petrópolis – hoy
Sánchez de Bustamante, en el barrio Saladillo- que el artista adquirió
porción que le correspondía en la herencia de su padre.
Su temprano final, antes d años y atormentado por una enfermedad
implacable, fue un epílogo triste injusto- para alguien que amó la ferozmente,
como lo demuestra es restregar sobre la tela la rica untuosidad de la materia,
con gesto tan viole infaliblemente certero. Gesto c deleite de sus devotos
contempla pintura capturó para siempre.
Fuente: Extraído de la
Revista de la capital de 140 año del año 2007