Por Rafael Oscar Ielpi
Cuando ya el teatro y el cine se habían convertido en recreación
popular por excelencia, entre 1900 y 1910, tanto las familias distinguidas como
las provenientes de las clase media que se consolidaba y de la nutrida clase
trabajadora encontraban expansiones en festejos esporádicos como el Carnaval,
en la permanente actividad de los centros y sociedades recreativas, en los
paseos campestres y fluviales, y en los pic-nics.
El arroyo Saladillo, con sus cascadas y sus Baños; algunas de las
islas próximas a Rosario y las innumerables quintas existentes como sitios de
descanso y veraneo eran los lugares más frecuentados por familias, parejas y
agrupaciones diversas, que los elegían para una jornada de esparcimiento y
distensión.
La Isla Charigué fue uno de los lugares
aptos para este tipo de expansiones. Allí eran comunes los pic-nics de distintas
asociaciones y por ello no extraña observar en viejas fotografías cómo se
congregaban allí numerosos grupos de empleados y obreros, bailando incluso
entre hombres, a falta de otro entretenimiento mejor, como parte de esa incursión por
la naturaleza.
Otras islas cercanas a Rosario, donde también se llevaban a cabo estas
incursiones, eran la llamada Isla Sívori, donde en 1910 celebraban sus pic-nics sobre todo los andaluces, y la Isla La Paloma, frecuentada por nutridos contingentes de
paseantes, la mayor parte de ellos miembros de familias acomodadas, que
arribaban en forma regular en los meses de verano en las engalanadas lanchas
que partían desde los muelles rosarinos.
También se frecuentaban entre 1910 y 1920 la isla Paso al Río Victoria, la conocida como La Invernada, la Isla Deseada -que en 1918 era sede de los encuentros y
paseos campestres de la excéntrica y manducatoria Sociedad Parva Domus Magna Quies- y la Isla Filippini, más famosa como Isla de los Bañistas, cuyo propietario Enrique Filippini lo era también del "Bar Los
Bancos", en la esquina S.O. de Sarmiento y Santa Fe, en el que se
contrataban los viajes y se preparaban además las vituallas para el paseo.
La famosa Isla de los Bañistas fue, sin duda, la predilecta para los
paseos por el Paraná, realizados en botes y lanchones que cargaban a señoras y
señoritas ataviadas con sombreros de pluma y largos vestidos, entre 1900 y
1920. Las sombrillas, los volados, las puntillas, el atuendo finisecular de
hombres y mujeres eran habituales los fines de semana en las orillas del río,
convertido en atractivo paseo para pequeñas embarcaciones a remo o lanchas de
mayor porte y capacidad.
El Saladillo, por su parte, ofrecía similares posibilidades aunque con
mayor comodidad para los visitantes, entre otras cosas por el acceso menos
dificultoso, que se hacía mediante el viaje en tramways primero y en tranvías
eléctricos después de 1906. Pero la atracción indudable de la zona eran los
famosos Baños del Saladillo, habilitados el de noviembre de 1885 por Manuel Arijón, quien instaló allí 46 baños, a los que
agregó un año más tarde 51 camarotes, convirtiendo el lugar en un sitio de
peregrinaje recreativo, en especial durante los fines de semana del verano.
Wladimir Mikielievich señala que el traslado se llevaba a cabo, en los
finales del siglo XIX y cuando los tramways no habían extendido sus líneas
hasta extramuros, en galeras que partían al alba desde las puertas del Almacén del Pobre Diablo, frente al entonces Mercado Sud. Atractivo
importante eran asimismo las propias aguas del arroyo, que algunos suponían
infundadamente de origen termal, y la gran pileta de cemento cuyo desborde
formaba las recordadas "cascadas".
En 1891, Arijón agrega al complejo el Restaurante Los Baños, que pasa a ser posibilidad adicional de vida
social para los visitantes y las familias adineradas, que iban a construir, ya
desde el siglo pasado, sus mansiones en el nuevo barrio, cuyo origen estaba en
realidad en el Pueblo Saladillo, que aquél fundara en 1880. El irreprimible entusiasmo despertado por
el Centenario de Mayo también alcanzaría a los Baños, que encuentran complemento
en esa época en el Hotel y Casino que comienzan a ser edificados mientras
algunos miembros destacados de la burguesía- con intereses en la zona muchos de
ellos- impulsan la creación del Club Saladillo, posibilidad recreativa mucho menos selectiva que el Club Diana, fundado en 1901 en la zona, y reducto de
los amantes del tiro al pichón y al blanco. Contemporáneamente con esas
novedades se construye el puente sobre el arroyo, que daría definitiva
facilidad de acceso al lugar.
Aquel dinámico empresario, de origen gallego, había arribado a Rosario
siendo niño y protagonizaría una importante trayectoria en el mundo de los
negocios hasta su prematura muerte en 1900, a los 49 años. Cerca de 900
manzanas de su propiedad serían la génesis del pueblo inicial, y también a su
iniciativa y capital se debió la construcción del Puerto Plaza, en la desembocadura del arroyo, para la
carga y descarga de mercaderías.
Su hermano José Arijón, nacido en Galicia en 1853, había llegado al país en 1866 invirtiendo
su primer capital en una tropa de carros y unos bueyes, inversión importante
pero sensata si se tiene en cuenta la inexistencia de un tendido ferroviario en
lo que entonces era el Rosario. En 1882 compra una gran extensión de tierras en
la costa del Paraná en lo que se llamaría Embarcadero Arijón, por la que paga una suma sideral para la
época (18 mil pesos) para vender -con infalible olfato para las operaciones
inmobiliarias-parte de las mismas a la Refinería Argentina de Azúcar para el
emplazamiento de sus instalaciones, ¿ y a otras empresas importantes.
José, que se separaría del negocio de exportación de alfalfa que manejaba
con su hermano en 1887, llegó a ser dueño de 1.100.000 varas cuadradas de
tierras en la ciudad y sus suburbios y se dedicó a la exportación hasta 1897.
Su retiro de la actividad comercial activa en 1908 no le impidió seguir
teniendo notoriedad en la ciudad, logrando incluso una alta condecoración del
Rey Alfonso XIII en los años del Centenario.
Fuente: Extraído de la
colección “Vida Cotidiana – Rosario (
1900-1930) Editada por diario la “La Capital