La década del 60 fue también un período de cambio para la Iglesia Católica. En 1965 pe se clausuraba el Concilio Vaticano ll, el cual había tenido por finalidad establecer una nueva relación entre la Iglesia y el mundo, Entre otras cosas, ello implicaba renovar la liturgia, otorgar un papel relevante al laicado, redefinir las relaciones con la autoridad eclesiástica y, particularmente, actualizar el concepto mismo de autoridad. En América latina, el impacto del Concilio fue notable. En 1968, representantes de la Iglesia de la región se reunieron en Medellín, procurando ajustar Sus postulados a la realidad americana. En la Argentina, las directivas del Concilio fueron reafirmadas por los obispos católicos en la Conferencia Episcopal de San Miguel. Poco antes, con el propósito de hacer realidad las ideas de compromiso activo frente al ¿problema de la pobreza, había surgido el «Movi- miento de Obispos para el Tercer Mundo», cuya inmediata consecuencia fue ta formación del «Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo»
Evidentemente, la convocatoria de un Concilio que sesionó durante tres años, no era arbitraria. Ella respondía a un desajuste entre las estructuras eclesiásticas, que parecían anquilosadas en el pasado, y la dinámica de las sociedades donde ellas debían insertarse. En el seno mismo de la Iglesia se vivía esa tensión desde hacía tiempo, dando lugar primero, a la reunión del Concilio luego del mismo, a una sucesión de crisis que pondría de manifiesto la conflictividad de los cambios propuestos. La Argentina, y en especial Rosario, no serían ajenos a ello.
La de Rosario era una diócesis de creación reciente. Ya hemos visto que, como tal, se había escindido de la de Santa Fe en 1935. A comienzos de los años 60 fue: elevada a arquidiócesis, de modo que su jurisdicción excedía los límites de la ciudad, alcanzando numerosas poblaciones vecinas. Un 1963 fue designado primer arzobispo monseñor Guillermo Bolatti, quien estimuló la creación de «vicarias para parroquiales extramutos» . Estas eran unidades menores que una parroquia, establecidas en las zonas periféricas de la ciudad, que anexaban al templo una escuela, una sala de primeros auxilios y otras dependencias para ser utilizadas por la comunidad barrial. Paradójicamente, en estas zonas postergadas de la urbe estaría el germen de la crisis que se desataría a fines de la década. Entre 1968, y 1969, Rosario seria el epicentro de un conflicto que comenzó con la demanda de ajustar la acción de la Iglesia diocesana alas directivas del Concilio Vaticano II y terminó por plantear un serio cuestionamiento a la autoridad del obispo, dividió a la opinión pública local y nacional, y provocó la movilzación popular en algunas zonas específicas de la arquidiócesis —Barrio Godoy, Cañada de Gómez, Coronel Bogado— como respuestas medidas consideradas arbitrarias. Era, una vez más, la reacción anti-autoritaria que, por entonces, movilizaba a distintos sectores de la sociedad.
En realidad, el primer signo de la crisis posconciliar se dio en 1966. Ese año, un grupo de diecisiete estudiantes de los cursos superiores del Seminario Diocesano «San Carlos Borromeo» solicitó una renovación. de su estructura y de los conteni- dos que se enseñaban, ajustándolos a las nuevas propuesta del Concilio Vaticano II .
Los temas sugeridos para incorporar al programa de estudios revela el interés por revisar la noción de autoridad eclesiástica y su ejercicio, la articulación entre la iglesia y el mundo, y una mayor comunicación Y ejemplaridad entre los miembros del clero. La propuesta provocó el alejamiento por tiempo indeterminado de estos estudiantes, que terminaron poniendo en duda la posibilidad de realizar su vocación, y el desplazamiento del entonces rector del Seminario, Tomás Santidrián, quien se había mostrado proclive a los cambios pos- conciliares.
Un conflicto de índole semejante se dio al interior de la Acción Católica, la cual, fundándose en la enciclica «Populorum Progressio», reclamaba un aggíornamiento de la institución, para asumir una mayor responsabilidad como laicos continuar a lograr la renovación del orden temporal.
El obispo decidió intervenir los órganos de gobierno de la Acción Católica local, designando nuevas autoridades que no fueron reconocidas por el entonces asesor nacional de la institución, Eduardo Pironio.
Por otro fado, en los años 60, la iglesia rosarina experimentaba dificultades emanadas del crecimiento de la población y la insuficiencia de sacerdotes para atenderla.
Por tal motivo, Mons.Bolatti recurrió al auxilio: de instituciones extranjeras. En 1964, fueron contratados cinco sacerdotes españoles para hacerse cargo, precisamente, de áreas periféricas y populosas de la ciudad.
El contrato era renovable a cinco años. Estos sacerdotes, imbuidos de la experiencia europea, introdujeron nuevas prácticas en los barrios que les fueron adjudicados.
En especial, los presbiterios Néstor García, enviado a la Capilla del Cementerio «La Piedad» y Florentino Andreu, a la Vicaría «María Josefa Roselló», ambas en Barrio Godoy. El padre Néstor García incorporó formas innovadoras de expresar la religiosidad que, paulatinamente, fueron cambiando también las prácticas de la comunidad que participaba en las actividades del culto, Así, realizó homilías dialogadas, permitiendo la participación activa de sus fieles, suprimió los aranceles que se cobraban por la administración de los sacramento promovió reuniones semanales a fin de interesar a los laicos a la vida de la Capilla.
Ello significaba cierta democratización en la relación entre el sacerdote y los laicos, que otorgaba a estos últimos un papel más relevante, asociándolos a la construcción de una vida comunitaria. Por otro lado, la religión se presentaba accesible para todos, superando el estrecho circulo del saber eclesiástico.
Se modificaba, entonces, la forma de el ejercicio de la autoridad dentro del la Iglesia que en espacios micro. Por otro lado. García fue el primer sacerdote obrero de Rosario. Es decir que, habilitado un barrio de trabajadores, decidió vivir la experiencia de ser él mismo un obrero, trabajando en un horno de ladrillos.
Si bien el caso de García, por haber crístalizado el conflicto, era significativo, no era el único.
En otros barrios y pueblos de la diócesis había sacerdotes que comenzaron a incorporar nuevas prácticas, desdibujando las rígidas formas jerárquicas que habían caracterizado a la Iglesia hasta entonces.
En estos casos se propiciaba la participación lalcal en las actividades del culto, pero también se contemplaban aspectos materiales que derivaron en experiencias cooperativas de cierta envergadura.
Además estos sacerdotes habían comenzado a estudiar sistemáticamente los postulados del Concilio Vaticano II y de Medellín a la vez que, muchos de ellos, combinaban, la actividad parroquial con con otras funciones en distintas instituciones, Como el dictado de clases en el Seminario, en la la Facultad Católica y asesorías espiritual de la Acción Católica Argentina -ACA -Emaús, Cáritas.
Por tanto, a la vez que sus prácticas se reproducían en las comunidades que asistían, también tenían la capacidad de difundir sus ideas entre los dirigentes que a diario Se formaban con ellos.
Un grupo de 30 sacerdotes —un tercio del total de sacerdotes existentes en la diócesis—llegó a a diferenciarse por adherir a nuevas formas de acción eclesiástica y por: demandar explícitamente, al obispo la aplicación de los cambios conciliares en la diócesis.
En 1968, plantearon privadamente la necesidad de renovar la estructura de la arquidiócesis, de mejorar la articulación entre la Iglesia local y su feligreses de haber coparticipe a todo el clero diocesano de las decisiones del prelado. Con ello propugnaban lo que llamaban una « obediencia responsable».
El obispo hizo público el reclamo, trasladando el debate al interior de la comunidad eclesiástica y desatando un conflicto entre bandos. Allí se involucraron otros Lentas nodales como el cumplimiento del celibato y el posible marxismo de los renovadores. -
El conflicto se prolongó buena parte del año 69, agudizado por la no renovación de los contratos delos sacerdotes españoles. Además, mientras Mons. Bolatti desautorizaba la experiencia obrera del cura García, el grupo de los sacerdotes renovadores lo apoyó, animándolo a continuar un año más con dicha experiencia.
Por otro lado, el retiro de Garcia fue resistido por la comunidad del Barrio Godoy. Fueron designados, en su reemplazo, los padres Casey y Novello, quien luego sería obispo.
Este último confrentó abiertamente con la fejigresía, agudizando la resistencia. En este caso, como luego en Cañada de Gómez y Coronel Bogado, los laicos se movilizaron para contestar a una autoridad cuyas decisiones se percibían arbitrarias, inconsultas y contrarias a los intereses de los propios involucrados. o
En Barrio Godoy, la gente intentó evitar el ingreso. de Novello al templo, en Cañada. de Gómez el,pueblo legó a pedir la renuncia del obispo. En Coronel Bogado, cerca de la mitad dle la población urbana se movilizó, involucrando a todos los secto- res sociales.
Adhieran a las nuevas prácticas, defendían la idoneidad de sacerdotes que eran desplazados «desde arriba», con tos que se identificaban.
Además, el conflicto de Barrio Godoy desembocó en la renuncia de los 30 sacerdotes disidentes, que a su vez provocaron la adhesión pública de los sectores progresistas, dentro y fuera de la Iglesia, y generaron nuevas dimisiones en la conducción de la ACA.
Por su parte, la autoridad eclesiástica -igual que las autoridades de gobierno en casos de con- estación social— recurrió a la policía para desarticular la protesta popular y, simultáneamente, profundizó la respuesta «duras, ta Vez asegurado el respaldo de Roma. La jerarquía recuperaba el con- trol del orden perdido, mientras el grupo de sacerdotes renunciantes se disgregaba rápidamente.
En el fondo se divina una puja de poder, donde cada parte fue definiendo un modelo de iglesia propio, que parecía excluir al otro. La misma se expresaba ea una crisis de autoridad de matices complejos.
Los sacerdotes renovadores, muchos de ellos con años de vida sacerdotal, habían cifrado sus expectativas en los cambios conciliares y en Medellín, habían concentrado su interés en «los oprimidos» e incorporaron a su discurso la crítica al capitalismo, la preocupación par el desarrollo y la transformación concreta del espacio social-micro donde estaban insertos.
Ello tes permitió una mayor articulación con sus comunidades de base y un progresivo alejamiento de la autoridad jerárquica. La Iglesia institución y los grupos conservadores adheridos a ella, creían que Rosario no estaba preparada para aplicar las ideas conciliares, que la mejor opción era permanecer sin grandes cambios y que la adhesión a critica a la autoridad erá un deber ineludible lo cual, por lo demás, prevenía de las «desviaciones izquierdistas».
Un sector cuestionaba al gobierno en lo político y en lo económico, otro sector comulgaba con él, admitiendo la consigna del «Occidente Cristiano». La Iglesia reproducía, por lo demás, una división que también atravesaba al conjunto de la sociedad de la época.
Fuente: Extraído del Libro “ Historia de Rosario”