Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

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lunes, 31 de agosto de 2020

OLMEDO- Un Provinciano Hulmilde

 


Por Juan Becerra 



Es una ceremonia natural, sencilla y rodeada de ciertas supersticiones. No está dominada por la asepsia de la medicina moderna sino por la tradición del parto cristiano: una recepción a la buena de Dios, organizada por mujeres decididas y confiadas en su valor. El pequeño cuerpo de Alberto Orlando Olmedo surge del de su madre y siente el primer shock, el más común y el más inolvidable: un golpe de frío. Es el 24 de agosto de 1933, y el parte meteorológico de la ciudad de Rosario señala 6° bajo cero. Desde el frente de la casa de la calle Tucumán 2765, no se advierten los movimientos internos, el ir y venir del improvisado servicio de matronas con sus algodones y los pañales con apresto. Adentro, un brasero distribuye algo de calor en la habitación más equipada. Las otras cinco son cámaras cerradas, de techos altos; grandes espacios semivacíos como pruebas de que algo falta en el conventillo. "Mi origen? -diría Olmedo más tarde-: Pobreza. Cocina al fondo, un baño para seis piezas. Mucho frío. Y. a veces, ropa prestada". 

El recuerdo del frío volverá puntualmente a la memoria de Olmedo, una y otra vez, como un documento inalterable que habría de mostrarle -una y otra vez- la relación íntima que habían .entablado para siempre su origen y cierta sensación de intemperie adversa e imborrable. El frío es la palabra inscripta en la profundidad de su infancia, la primera que surge cuando alguien le recuerda que ha nacido en Rosario. El paso de los años no mitiga esa sensación, sino que la vuelve más intensa y por momentos le hace pensar que hay algo peor que el frío: su recuerdo, la restitución imaginaria de esa casa por donde se filtraba el viento helado que Olmedo llamaba, delante de sus amigos, "chiflete". 

- ¿Nunca más volvió a sentir ese frío? -le preguntaron muchos años después. 

- No, porque ahora tengo camisetas y no ando en bicicleta a las seis de la mañana, sino en auto con aire acondicionado. Cuando filmaba he chupado grandes fríos. Pero sabía que después tenía la calefacción en el auto y en mi casa. En cambio, en aquella época tenía el frío de la bicicleta, y después, también, el frío de la casa. 

El recuerdo de ésos años ha ido construyendo la melancolía que parecía haber apresado a Olmedo cuando, en apariencia, ya no le quedaban sueños por cumplir. "Alguna melancolía me tiene que quedar -decía-, aunque a veces no lo quiera reconocer. Sé que fue así y no lo puedo revertir. Eso me ocurrió a mí. Y esos años que se me fueron así, no los puedo recuperar más. Por más camisetas que ahora me ponga, a ese frío me lo comí, y lo llevaré siempre conmigo. Es una tristeza muy personal. Pero me ayudó a pelear, ¿eh?, a pelear por mí...". 

La voz corrió por el barrio Pichincha, de boca en boca, acompañada del vapor de los alientos que desaparecían en el aire del invierno: Matilde había tenido un negrito. El hijo recibía el consentimiento de la madre, una cantidad de atenciones continuadas que lo fortalecían y paliaban en cierto modo el recuerdo de ese parto helado. Como un signo de esos malos tiempos históricos, un nacimiento era muchas veces la excepción, un eslabón perdido de felicidad en esas vidas cargadas de un peso que, tarde o temprano, las familias pobres a duras penas podían soportar. Los niños crecían de golpe, atizados por la necesidad, y de pronto, acuciados por la urgencia, se volvían intrumentos débiles pero imprescindibles en la economía doméstica. 

La infancia de Alberto Olmedo fue breve e insuficiente, y de algún modo hostil a partir del instante en que la indulgencia materna lo abandonó, en contra de su voluntad, y lo introdujo en el mundo áspero de los adultos. Pero mientras duró, el pequeño Olmedo -un niño de nariz puntiaguda y plasticidad de saltimbanqui- disfrutó de una niñez sin héroes audiovisuales, dominada por los juegos físicos y la mitología de barrio. Sus recuerdos de esos años, como todos, nunca fueron demasiado precisos aunque hayan sido intensos, en especial al calor de ciertos retornos físicos a las cuadras de su infancia; ejercicios de memoria a los que Olmedo recurría para recuperar su principio de identidad. La memoria, difusa, volvía como fragmentos de un paisaje incompleto: la sombra de una parra, la aceptación por parte de un vecino rico, la galería de una casa chorizo, las falsas huellas de un camello, el Estrella del Norte vibrando sobre las vías a pocos metros de su cama. 

La escuela "Juan Francisco Seguí" de la calle Ricchieri, fue el escenario donde Olmedo comenzó a olvidar la edad de la inocencia. Más tarde, su raid escolar continuaría -a salto de mata- en la Iglesia Inmaculada Concepción y terminaría a duras penas en la Escuela "Almafuerte". Pero su recuerdo no le trae un resumen de su historia escolar, sino un detalle. El primer día de clases del año 1939, se sienta en un pupitre de madera -plegable, con un hueco circular para calzar el tintero- y se echa a llorar, a raudales, sin consuelo. 'Pero en realidad -dice- el grado que más recuerdo es el tercero. Me he olvidado de muchos nombres pero no del de la maestra. Se llamaba Matilde; era bajita, bonita, y supongo que estaba enamorado de ella. 

Hasta el umbral de ese viejo edificio había llegado la protección de la madre. Sin embargo, la costumbre, y el contingente de pares que lo rodeaba en los recreos, repara su llanto. La reparación dura seis meses, hasta que lo emplean en una despensa de carnes y verduras de Salta al 3.000, propiedad de José Becaccecce, quien se encarga de administrar el negocio y conducir un viejo sulky a través de los tres kilómetros que lo separan del Mercado Central de Rosario. 

Son las cuatro de la mañana. El Negrito Olmedo duerme entre las plantas de lechuga; cada tanto come alguna fruta. Llega al mercado, descarga, vuelve a la ciudad y comienza su rutina diaria de cadete: limpia, ordena, reparte pedidos. Es un ejemplar de niño silvestre que empieza a conocerlos movimientos de la calle, el lenguaje franco de los hombres de trabajo y, en algún sentido, los lugares donde se guardan los secretos de los padres. Aún no conoce al suyo, pero empieza a ocupar los lugares que él hubiera debido ocupar si ese padre no estuviera ausente, desaparecido por un arte de magia del que ha quedado sólo un nombre, y algún comentario materno dominado por el encono. 

'Tengo un papá y una mamá que se separaron antes de nacer yo. No, esto no puede ser. Se separaron después", recordó cierta vez en forma confusa. Ese tema será el tabú de su vida: la ausencia del padre, del hombre de la casa, de la Ley familiar, cuyo amparo no conoce ni conocerá nunca, a menos que él mismo lo produzca. A partir de ese hueco, Alberto Olmedo será un extraño ejemplar: un cuerpo de niño con las preocupaciones de un adulto. El juego no será -al menos no absolutamente- lo que ocupe su tiempo. Lo que ocupe su tiempo será la magra economía familiar, la pequeña cuenta mental y la suma con los dedos de las manos. El niño Alberto es -como se dice peyorativamente en las conversaciones de tías- un "hombrecito", un sujeto en formación veloz hacia el mundo del compromiso social, el reto precoz y la exigencia. De algún modo, Olmedo es en los años de su infancia un reemplazante que -a medias- funciona como relleno del padre ausente. Sin padre a la vista, irá construyendo un sustituto a partir de su cadena de experiencias callejeras. 

Los oficios se van sucediendo. Básicamente, todos consisten en llevar y traer, aunque en virtud de aquel comienzo rústico las cosas parecen mejorar. Los rubros son ahora más higiénicos y menos exigentes. Se lo ve salir de la panadería de José Karlin, de la calle Catamarca al 2.700, con una bicicleta con canasto; luego, en un sofisticado triciclo, girando los grandes pedales con sus pequeños pies, detrás de un cubo de metal galvanizado. Tiene 8 años, y al poco tiempo ese ascenso de progresos mínimos lo lleva a una farmacia donde por primera vez en su vida ve diez pesos juntos. 

"Imágenes de la niñez tengo muchas; y en todas me veo trabajando en distintas cosas. No diría oficios porque era muy chico, y uno cuando es chico hace mandados, trabaja de mandadero. Tengo una imagen clarita de cuando llevaba una canasta de papas colgada del brazo derecho -recuerda Olmedo. Fue la primera vez que ví que se me habían desarrollado los bíceps. Calculo que tendría unos ocho años. Claro, siempre cargando cosas, se desarrolla el músculo". Su cuerpo infantil empieza a ser moldeado por el esfuerzo. Camina, corre, salta, pero todo lo hace en el lugar equivocado: el lugar que le tocó. Su entretenimiento no tiene lugar en el patio de una casa equipada con juguetes, sino en la calle, a la intemperie, donde empieza a, pensar en una salida rápida y definitiva. 

Los primeros años de su biografía laboral son un curriculum de incursiones a través de rubros heterogéneos, una carrera desorganizada pero efectiva contra el hambre. Vendió agujas por las calles, fue linotipista en una imprenta de calle Dorrego, entre Rioja y San Luis, encuadernador y hasta periodista de un diario de la colectividad judía. 

"Pero a mí nunca me gustó trabajar -decía Olmedo-, y menos cuando hacía calor. Así que cuando trabajaba en la imprenta, en verano, me rajaba a tomar cerveza y vino con hielo, y después me iba a dormir la siesta. Cada vez que salía a hacer un mandado, el dueño del taller me miraba como diciendo: 'Ya sé que no vas a volver hasta dentro de tres o cuatro horas'. Y se quedaba a esperar a que volviera; quería saber qué excusa le iba a inventar. Hasta que una vez la espera duró cerca de cinco horas y tuve que ensuciarme la cara y la ropa con tierra. ',Qué te pasó?', me preguntó. 'Nada -le dije-, qué me va a pasar. Resulta que iba caminando y unos atorrantes me gritaron 'pituco', así que me tuve que pelear'. El tipo me la creyó y me dió franco". 

La representación, el artificio dramático, la adicción constante a convertirse en otro. Hay algo que comienza a dominar a Alberto Olmedo, una afición compulsiva que lo lleva -todo el tiempo, en cualquier lugar- a hacer teatro. Esas historias que testimonian su holgazanería, esa actividad puesta en marcha en contra del trabajo diario y, por añadidura, de la vida común, lo van convirtiendo, poco a poco, en un personaje de sus propios relatos. 

El trabajo era para Olmedo un circuito inestable y provisorio atado a la pobreza. En esas circunstancias -pan hoy, hambre mañana- surge su vida de artista. Junto a sus amigos de la infancia -que luego convertiría en personajes de televisión merced a biografías falsas- integra un grupo juvenil que llena de ruido e improvisaciones coreográficas el Club Asturiano de Rosario. Los muchachitos bailan la jota y parodian hits de época. "Con la jota sucedió que yo iba a un centro asturiano; ahí aprendimos a bailar con la gente mayor. Era una escuela pura. Después, nosotros mismos ya formamos conjuntos. Y también aprendí con mis amigos de otros centros regionales, como los leoneses y los gallegos. Aparte de la jota sabía bailar muy bien la muñeira gallega. Pero nunca aprendí el vasco". 

El baile había atraído su curiosidad, pero sólo hasta que llegaba el número fuerte de la noche: una sesión de "transmisión de pensamiento". Osvaldo Martínez preguntaba y Alberto Olmedo -apodado Herculito- respondía: 

- ¿Qué es esta cosa redonda y hueca que tengo en la mano? 

- A ver, a ver.. .Ya sé: un anillo. 

El humor pueril, tal vez la prehistoria de los sketch de Piluso y Coquito, tenía una apariencia absurda. Pero esa era la mejor forma para que Olmedo exhibiera sus virtudes de histrión, su repertorio de gestos improvisados. Las intervenciones no verbales era lo que el cómico del barrio necesitaba para exhibir su talento y -al mismo tiempo- ponerlo a salvo de su mala memoria, tal vez el pretexto ideal para que ese talento surgiera con naturalidad en los momentos de esas leves amnesias que lo tenía sin cuidado. 

A ls 15 años Olmedo tenía un cuerpo delgado y fibroso. En él se distribuían las mismas proporciones de cuando era iiiño pero desarrolladas a una escala mayor. El dominio de esa pequeña masa, su plasticidad y el deseo de exhibir sus virtudes en público, lo llevaron al Club Newell's Old Boys, donde concurrió periódicamente durante casi cinco años. Allí integró un grupo de acróbatas y fue volante, el vértice más alto -porque su cuerpo era el más liviano- de la pirámide humana, en cuya base se almeaban varios de sus amigos. Se llamaba Primer Conjunto de Gimnasia Plástica, un título que alguno de sus integrantes propuso una noche en la confitería Cifre, sabiendo que no era el primero sino uno más. "Sonaba como el primer conjunto del mundo -decía Olmedo-, pero era sólo el primero del Club Newell's". 

La acrobacia, las vueltas en el aire y los diseños intrépidos y colectivos de esos cuerpos unidos por cierto peligro y la amistad, producían en el público una sucesión de exclamaciones y silencios que Olmedo ya empezaba a escuchar como una música divina, aquella que siempre había querido oir. "Yo ya era acróbata -recordó cierta vez- y en cierta medida hasta se podría decir que actuaba. Era un acróbata amateur. Viajé por el país haciendo acrobacia. Fui también a Chile, en mi primera experiencia en el exterior. Tenía 18 años. Era volante. Como se ve, desde chico me gustó estar en el aire, así me acostumbré a ver muy lejos el suelo." 

El club Newell's Old Boys fue también una escenografía adecuada para combatir el invierno del Paraná.,En uno de sus regresos a Rosario, Olmedo confesó que robaba sillas plegables, de madera, para alimentar la pequeña estufa a lelia en torno a la cual se reunía la familia. El rebusque, la ocasión y el oportunismo para salir del paso, lo ayudaron en su plan de fuga. Escapar del barrio, ascender en la escala social, fue la obsesión de Alberto Olmedo, la que lo alejó de su ciudad y la que lo acercó a la actuación como la posibilidad más firme de un trabajo constante. El riesgo y la pequeña hazaña urdida a la luz de una necesidad de supervivencia sometida a exigencias cada vez mayores. 

Las changas de varieté y las destrezas de circo siguen apareciendo -y la memoria ya no puede recordar qué es lo que está antes y qué después. Como siempre, en mayor o menor grado, obtiene el reconocimiento en la forma que más lo desea: el aplauso. Esos acontecimientos insuflan aire a su autoestima al tiempo que lo dejan exhausto, adormecido en las butacas del Teatro de la Comedia. 

- "¿,Qué sabés hacer?" -le preguntan. 

- "Nada, pero aprendo rápido". 

Ingresa al teatro como claqué, un espectador falso que regula los aplausos y el entusiasmo del público. Es el último eslabón de la cadena dramática pero ya se siente como en su casa y -como en su casa- inicia su carrera artística con una serie de tareas domésticas. Tiene catorce años y su oficio sigue siendo variado pero transcurre en un mismo lugar. Aplaude, vende entradas, limpia los baños y participa de alguna obra en reemplazo de algún actor enfermo: "Acomodaba a la gente en el paraíso, me la rebuscaba con lo que viniera. Así vi cientos de comedias, óperas y zarzuelas". Ante todo Alberto Olmedo se había convertido en un espectador. Estaba disponible para realizar la operación que más le gustaba: ver y aprender. 

La idea que tenía sobre el mundo, una idea pesimista por la cual a mucho esfuerzo siempre iba a corresponderle poco premio, se empieza a transformar en función de un ideal que empieza a condicionar todos sus movimientos: "Me empiezo a definir, a saber lo que verdaderamente me gusta, yo diría que a los diecisiete años. Ahí comienza a nacer en mí la vocación: actuar. Ya me empieza a gustar la actuación y empiezo a hacer algunas cosas como extra en el Teatro de La Comedia, donde hice de todo. Supongo que habré trabajado en cosas importantes... obras que ahora no podría hacer. Ahí es donde nace realmente mi vocación". 

La infancia y la adolescencia fueron su Academia, cuyo saber práctico Alberto Olmedo habría de saber aprovechar en el futuro y narrar corno su propio retrato del artista cachorro: "Hay que ver la cantidad de cosas que uno aprende de chico y que después le sirven, sobre todo si uno es artista. Porque las cosas que se aprenden a esa edad no se olvidan jamás. Es como nadar o andar en bicicleta". 

"Muchas de las cosas que aprendí en la calle -decía-, muchas de las cosas que aprendí de mis amigos mayores, más tarde me sirvieron para mi trabajo. No sé... De improviso se me aparece un gesto, un bocadillo, una imagen, un olor, que me recuerdan ciertos lugares, ciertos hechos. Como cuando vendía diarios y me tiraba del tranvía al revés. El tranvía ya no existe. Pero yo sé cómo hacerlo". 

Actuar, para Olmedo, será una manera de recuperar su infancia, pero ese modo de ir en busca de su tiempo perdido no lo obtiene a través de un método dramático, sino por medio del fluir de su escencia. Eso que los cronistas de espectáculos comenzarán a llamar improvisación a falta de un mejor o más exacto nombre, es ese conjunto de elementos profundos que Alberto Olmedo extrae de su vida una y otra vez. El tiempo perdido de su infancia será el tiempo recuperado en un estudio de televisión, el escenario de un teatro o, simplemente, una reunión de amigos. 

En algún sentido, de algún modo que incluso él mismo no alcanzaba a comprender, Olmedo ya se había convertido en cómico. Por conveniencia, por azar, o por lo que fuere, había iniciado un recorrido y lo había hecho con decisión. Lejos de su infancia, muchos años después, atravesado por el giro que había dado su vida en Buenos Aires, trató de explicar el fenómeno en que se había convertido. "Hay ciertas cosas que nunca se llegan a saber -dijo-, y al final, cuando buscás explicaciones, uno siempre encuentra la que más le conviene, o la que más se acerca a su verdad. Yo no sé si mi destino era ser cómico, pero sé que desde chico lo que yo hacía causaba gracia a los demás. Recuerdo que una vez, trabajando en la verdulería, me ponía a hacer imitaciones y mi hermana se reía a carcajadas. Se reía, la veo riéndose. Bueno, no tuve nunca metas o ideales pará cumplir. Hasta los diecisiete años fui por la vida sin quedarme quieto en ningún lado". 

Hasta los diecisiete años Olmedo Uva a cabo su primer aprendizaje. Pero el aprendizaje no es sencillo, es doloroso y decepcionante. Olmedo lo constata cada día, a toda hora. Y esa comprobación es el resultado de los obstáculos a los que debe enfrentarse en su recorrido hacia el lugar deseado: el del artista. Todo lo observa y c,si todo lo asimila. No tiene otra escuela que la de hacerse solo, sin tutores, sin respaldo -ya sea verdadero o imaginario-, sin su padre. 

Ese aprendizaje de sobreviviente no lleva consigo un relato cronológico que atraviese la infancia y la adolescencia de Alberto Olmedo. Como si el mundo y el transcurso del tiempo -como la memoria- se construyeran con fragmentos, la vida del cómico no es lineal. Es dicontinua desde el momento en que está ligada a la suerte, la mala y la buena, las cuales -tanto una como otra- durante mucho tiempo, como vienen se van. Pero le sobra voluntad y resistencia para adaptarse a los malos trances: "Es que a los siete años yo era un hombre, y a los doce ya andaba en lugares pesados. Tenía mucho hambre, y el hambre me dió agilidad para sobrevivir en la calle. Y también la decisión para tomarme el buque, porque en Rosario no pasaba nada". 

Alberto Olmedo, a lo largo de su vida, no va a permanecer nunca allí donde no pase nada. Su carrera es, en gran medida, la metáfora que más se ajusta a su biografía: un ascenso incesante que lo arrastrará -mucho más tarde- a la soledad, a la melancolía y a la certeza -muy posiblemente inexacta de que todo. tiempo pasado fue mejor. Pero ese tiempo pasado fue, quizás, la fuente de sus posteriores sufrimientos, el origen de esa insatisfacción que lo peseguía y lo convertía en un bufón triste. La felicidad de Alberto Olmedo, por lo general, nunca iba más allá de la función, era una felicidad de personaje que terminaba en los camarines. El teatro no era la vida, aunque él a veces creyera lo contrario, sino un remedio momentáneo y muchas veces ineficaz. 

Un día se harta de "marcar tarjeta" y a los 20 años decide viajar a Buenos Aires. Ha tenido paciencia y ahora se hace a la mar, emprende un viaje iniciático, "a lo argentino", un deseo casi compulsivo de migración, incentivado por el ascenso social y la necesidad de abandonar definitivamente las penurias de clase. Es el año 1954, en el que se inicia el ocaso del peronismo. Rosario sufre las consecuencias del destino nacional. Todo va de mal en peor en términos colectivos, pero Alberto Olmedo, quien no piensa de ningún modo en una salida común, dado que el deseo casi nunca se comparte, ya ha puesto en marcha su plan de salvataje individual. Durante varios años ha rondado por su cabeza la idea de desaparecer del mapa o de aparecer en otro del cual él sea el cartógrafo; la idea de nacer de nuevo, en otro lugar, lejos de aquellas cosas que lo atan a una vida sin futuro comienza a madurar. Rosario-Buenos Aires es el viaje ideal, el que va de menor a mayor, del pasado al porvenir, tiene forma y plazo, y al cómico de Pichincha le urge cumplirlo. 

Pero las cosas no vienen solas; al deseo hay que acompañarlo y Olmedo -que ha acuñado cierta experiencia al respecto- le da un inicio adecuado a su estrategia: el del ahorro mínimo. La pequeña fortuna, ajada en billetes chicos y contada una y mil veces, la tracción necesaria para alcanzar su sueño, un sueño negativo y acaso pesimista -el sueño de irse-, tiene la forma de lo que a todo futuro artista le falta: dinero. De algún modo lo consigue y logra reunir 800 pesos, una suma que quizás le alcance para irse pero no para volver. Una madrugada se despide de Rosario y después de cuatro horas llega a Retiro. La indigencia y su suerte de supervivencia diaria vuelven a su ánimo como una rémora del pasado que parece no dejarlo en paz. Sin embargo, conserva el talismán que hace que esa supervivencia triunfe a pesar de todo; y le agrega a esa condición algunos elementos que la suerte juega a su favor. En Buenos Aires tiene un alma gemela, su amigo Francisco "Pancho" Guerrero, alguien que lo recibe y lo aconseja; y desde el primer instante en que pisa la ciudad de las oportunidades y los logros mitológicos tiene algo que decir, un personaje que representar. 

Guerrero trabajaba en una compañía de revistas españolas y su socio, Gabriel Torrentes Mateos, le contó que en Rosario había conocido a "un jovencito muy simpático y macanudo". "Pregunté por él -recuerda Guerrero-, me lo presentaron y era nada menos que Alberto. Lo entusiasmé y lo invité a viajar conmigo a Buenos Aires, donde pasó dos meses muy duros. Vivió en casa de mi madre hasta que le conseguí el puesto de switcher". 

"Yo presentía -dice- que el futuro estaba en Buenos Aires, y que Rosario era muy limitado para actuar. Pancho Guerrero me iba a conectar con el ambiente artístico; y yo iba a ser apuntador o bailarín, algo iba a ser. Me fui creyendo que todo iba a ser muy fácil. Yo era muy caradura, pensaba que podía bailar en el Maipo. Claro, era deportista, ágil, podía ser bailarín también. Pero me alegro de no haberlo sido porque esa carrera es más corta". 

A fuerza de repetir el clishé, se lo cree como una religión en la que sólo él confía y poco a poco el mandato de su vocación se va instalando en su vida privada más allá de ese tono en el que parece estar contando un chiste a sus costas. Actuar para vivir: un verbo trae al otro. 

"Cuando bajé del micro, después de seis horas de viaje -dijo alguna vez Olmedo- me dije: a este monstruo hay que ir agarrándolo de a poquito. Si es necesario voy a empezar haciendo de bailarín de segunda línea". A otra escala, en otro escenario, había decidido no cambiar de fórmula y obtener con cualquier método -pero con la idea fija- su ingreso a un mundo mejor. Era la vuelta del aprendiz de todo, del self made man rosarino capaz de adecuarse a cualquier circunstancia. Su carta de presentación, pronunciada a quien quisiera escucharlo, encerraba dos verdades. Una era la descripción de su presente; la otra, una premonición: 

- Soy un provinciano humilde y vengo a descubrir América. 



Fuente: Extraído del Libro “Olmedo Negro Querido” Biografia de Alberto Olmedo. Homo Sapiens. Edicciones. Año 1997 -

viernes, 28 de agosto de 2020

OLMEDO Alberto Humorista ( 1933-1988)

 




Por Sergio Faletto
 




Angelito negro 




Dicen que a veces baja del cielo y recorre las calles de Pichincha. Su imagen es parte central de la identidad rosarina 



Las carcajadas se escuchan desde lejos. Pero no molestan. Todo lo contrario. Contagian. Es el espacio celestial donde muchos quisieran ir y estar. No sólo los rosarinos. También la mayoría de los argentinos. En ese sitio metafísico está él, Alberto Olmedo, haciendo gala de su imaginación, la misma que lo llevó a hacer de la televisión el arte de lo imprevisto. Como el fútbol. Una costumbre argentina tan popular como él. 


Cuentan que las mesas de café que arma en la terraza celeste son imperdibles. Es que se junta con el otro Negro, Roberto Fontanarrosa, y también con Javier Portales, el mejor interlocutor que tuvo cuando hacía Alvarez y Borges. Y de esas improbables charlas trascendió que cuando se escuchan algunos insultos no es producto de alguna divergencia entre ellos, sino porque miran desde su palco VTP los partidos de Central, ese sentimiento que según ellos "te lo llevás al cielo". Es más, hace poco se habría producido un lindo contrapunto porque vieron el empate con Racing junto al Gordo Porcel, y allí la cosa estuvo picante. 

No obstante estas particularidades, dicen los vecinos angelados que cuando el bullicio se convierte en silencio es porque "Olmedo viajó a Rosario". Cuentan que el Negro suele visitar sus lugares en el barrio Pichincha. Y confían que sonríe con nostalgia cuando escucha a al-gimo de sus amigos decir "es como si lo estuviera viendo" cuando lo recuerdan allí donde él vivió con su madre Matilde en la calle Tucumán al 2700, o cuando compartieron el recreo en la escuela Juan Francisco Seguí, o cuando se incorporó con su amigo Osvaldo Martínez al primer conjunto de gimnasia plástica en Newell's, club al que respetó siempre más allá de su identificación canalla. 

Pero fiel a su estilo, también aprovecha e excursiones para hacer gala de su picardía la misma que lo llevó a hacer magia de la improvisación con sus programas televisivos. Es por que comentan que cuando anda por estos lares lo hace de incógnito, como siempre, y muchas veces y se esconde en su imagen monumental de Parque Norte donde se sienta y observa calmo su ciudad. Claro que muchas veces mira de reojo hace el característico gesto irónico cuando aquel eventual visitante se acomoda en su banco para sacarse una foto. Aunque ese gesto muta cuando quien se sienta a su lado es una mujer de curvas tomar, y allí su rostro se dibuja libidinoso, idéntico al que mostraba cuando le preguntaba a Portales si había traído a la nena. 

También hay otro Olmedo, el de la intimidad y quienes comparten con él esa amistad interminable relatan que el Negro mantiene esos rasgos característicos de "amigo incondicional” introvertido y generoso. "Y humilde", acota un compañero de andanzas, "porque siguió incluso cuando todo el país miraba su programa”. Y "su programa" en realidad fueron varios. de "El Capitán Piluso" hasta "No Toca Botón, un tránsito donde la creatividad del Negro tuvo un despliegue inagotable. 

Los sofistas urbanos suelen aseverar que la identidad de una sociedad queda reflejada por aquellos exponentes populares que hicieron trascender el ADN de una ciudad, y desde allí se construye el orgullo de pertenencia. Si esto es así, no hay margen de duda, Olmedo identifica a Rosario. Y por eso era indispensable que estuviera en estas páginas. Aunque para hay a esto tenido que dejar por un ratito ese envidiable espacio celestial. 


Fuente: Extraído de la revista del diario “ La Capital” 140 aniversario. Año 2007

jueves, 27 de agosto de 2020

El inmortal negro Olmedo


 



Un breve recorrido por la biografía del genial comediante.




Alberto Orlando Olmedo nació en Rosario el 24 de agosto de 1933, y vivió con su madre, Matilde, en la casa de la calle Tucumán 2765, en el Barrio Pichincha.




En 1940, a los seis años ingresó en la Escuela Nº 78 Juan Francisco Seguí, y medio año después comenzó a trabajar en la verdulería y carnicería de José Becaccece, ubicada en la calle Salta 3111.

En 1947, por intermedio de Salvador Naón (Chita) se integra a la claque del teatro La Comedia.

Un año después, con su amigo Osvaldo Martínez se incorporó al Primer Conjunto de Gimnasia Plástica en el Club Atlético Newell’s Old Boys de Rosario. Por esa época también participó en una agrupación artística vocacional que funcionaba en el Centro Asturiano: La Troupe juvenil asturiana.Como parte de los números de La Troupe, en 1951 formó junto a Antonio Ruiz Viñas el dúo Toño-Olmedo.

Ya como profesionales, la pareja actuó en varios espectáculos, entre ellos Gitanerías, dirigido por Juanito Belmonte.

A fin de 1954 decidió viajar a Buenos Aires para probar suerte.

En mayo del año siguiente ingresó como switcher al viejo Canal 7 de Ayacucho y Posadas, con la ayuda de su amigo Pancho Guerrero, a quien había conocido unos años antes en Rosario.

En la cena de fin de año en la que se reunieron las autoridades y el personal del canal, Olmedo realizó una formidable improvisación y Julio Bringuer Ayala, interventor de la emisora, le ofreció trabajar como actor.

Una semana después de esa cena debutó en La Troupe de TV, programa dirigido por Pancho Guerrero en el que trabajaban María Esther Gamas, Noemí Laserre, Tincho Zabala y Rodolfo Crespi, entre otros.

Además, comenzó a hacer monólogos y pequeños sketchs en La revista de Jean Cartier, donde surgió El Profesor de Locutores. Al mismo tiempo participó en Medianoche en Buenos Aires y en Sonrisas y Melodías.

En 1980 protagoniza junto a Susana Giménez el ciclo Alberto y Susana, en el Canal 13, con libros de Hugo Moser, Víctor Sueyro y Humberto Ortiz. El 19 de Junio se estrena A Los Cirujanos Se Les Va La Mano, primera película del cuarteto Alberto Olmedo - Susana Giménez - Jorge Porcel - Moria Casán, dirigida por Hugo Sofovich.

Al otro año, comienza el programa No toca botón en Canal 11. Junto a Porcel,Giménez y Casán presenta La Revista de las Superestrellas en el Teatro Metropolitan, dirigida por Hugo Sofovich. En julio se separa de Tita Russ.

En la temporada 1982 de Mar del Plata el mismo equipo se presenta con Seguimos Rompiendo las Olas. Al año próximo, en el programa No toca botón, nacen dos personajes exitosos: Lucy y El Nene. En este último Olmedo comienza a hacer sus famosos “chivos”.

En 1984 nace el personaje Chiquito Reyes, doble de riesgo; en No toca botón.

Tap y Caviar. El 18 de diciembre debuta con la obra El negro no puede en el Teatro Neptuno de Mar del Plata.

Durante el verano de 1987, la misma obra bate el record histórico de asistencia de público a la sala, con 119.877 espectadores. Gana el premio Estrella de Mar ’87. El programa No toca botón pasa a Canal 9 y nace el personaje Rogelio Roldán, jefe de Cadetes.

En 1988 protagoniza en Mar del Plata la obra Eramos tan pobres, dirigida por Hugo Sofovich. El 3 de marzo se estrena su película póstuma, Atracción peculiar. Fallece el 5 de marzo en la ciudad de Mar del Plata.

Fuente: Queríamos tanto a Olmedo Ediciones Periodismo por Periodistas
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miércoles, 26 de agosto de 2020

HUGO MOYANO VARGAS, UN CLÁSICO DE LOS MEDIOS LOCALES '(VOZ DESTACADA DE LA CANCIÓN ROMÁNTICA EN LOS AÑOS 50

 




"Siento que Rosario es mi país" 


Hoy rescatado como un personaje de un programa por cable, no disimula su asombro de vivir la revolución tecnológica 


Por Pedro Squillaci 


El Negro Moyano Vargas es una voz inconfundible de los medios rosarinos. Vivió el auge de la radio y el nacimiento de la televisión y aún sigue despuntando el vicio en la pantalla de un canal de cable. Es también un apasionado por la música y supo romper corazones entonando boleros, tangos y corridos mexicanos. "Nunca creí que llegaría a ver este avance tecnológico, a lo sumo pensé que esta revolución mediática se daría en el 2100, pero sólo porque soy un amante de la ciencia ficción", dijo el locutor a La Capital. 

Es tranquilo, dice que "nunca se peleó con nadie", tiene bajo perfil y sus amigos lo reconocen como incorruptible. Sin embargo, él admite que es "orgulloso y vanidoso" y que tuvo que dejar la música para recuperar la paz hogareña. 

Este neuquino, que en agosto cumplirá 76 años, se sienta en su mejor sillón al lado de la ventana en el living de su casa y comienza a contar su historia. "Me estoy desvistiendo ante ustedes", dice en forma metafórica, al repasar su nacimiento en Trelew, su paso por Corrientes hasta los veinte años, y su "volver a nacer" en esta ciudad santafesina. "Rosario es mi país", afirma sin dudarlo. 

Hijo único, se casó en 1948 con Elsa Pinasco y tiene que hacer cuentas para acordarse de la edad de sus dos hijos. Fue un estudiante rebelde de Odontología y después tuvo que empezar a ganarse el mango porque su padre le dijo "si querés tener ideales, te los tenés que mantener vos". 

Reconocido militante socialista, dice que fue gorila en una época y después "sólo antiperonista". Siempre renegó de Perón porque para él "todos sus logros, basados en el ámbito laboral, fueron a costa de leyes de trabajo que ya habían sido redactadas por los socialistas". 



La música es un sentimiento 

Es un apasionado por la música. Fue cantor de bailes del 45 al 60 "cuando no existían los discos y eran todos números vivos". Era la voz de Copacabana, de Panamá Jazz y de proyectos solistas con boleros, tangos, canciones mexicanas e italianas. Hasta se lo quisieron llevar a Buenos Aires y al exterior. '"Afuera vas a hacer capote', me dijeron, pero no me animé a dejar Rosario y mi carrera de locutor", recordó. 

En el 46 comienza a trabajar en LT8 y tres años más tarde es su director artístico. "Podía hacer un libreto, conducir un programa o hacer una entrevista, y como director artístico de la radio tenía que elegir el elenco musical de la emisora teniendo una idea de lo que le gustaba a la gente", dijo Moyano Vargas. 

Su cara comenzó a ser popular cuando comenzó en el staff de "La Botica del 5", hacia fines de la década del 60. "La televisión fue un cambio fuerte, en radio con un locutor y un operador hacés un programa, pero en la tele es un equipo que se pone en marcha para que algo salga al aire", aseguró. 

De aquella época le viene a la memoria la primera cámara andante, la Auricom, que pesaba 25 kilos y la llevaba Miguel Ángel Manzini, y el laburo que les daba empalmar las notas, con imagen y sonido. "No es como ahora, que ponen los videos y ya está", aseguró. 


La revolución mediática 

Nunca pensó que existiría la realidad tecnológica de estos 90 y estimó que los cambios de la actual revolución mediática llegarían a verse en el 2100. "Pero sólo porque soy un amante de la ciencia ficción", comentó. 

Hoy cree que la televisión casi iguala a la radio en inmediatez de la información y sostiene que "la posición del periodismo actual es totalmente leal al ciudadano común, ya que hace cosas que tendrían que hacer la Justicia o la policía". 

Tiene un respeto total por la gente. "Eso es algo que nació conmigo", afirma, "y por eso hay que darle información". Hoy el Negro sigue vibrauio con el mismo empuje con el que se anima a entonar su mejor canción. Es también la historia viva de los medios rosarinos, y cada día habla mejor. • 


Una noche para no olvidar 


"Tengo una anécdota que no me la voy a olvidar en mi vida. Una vez venía a cantar José Feliciano y se armó un lío terrible, porque el representante quería cobrar antes que él subiera a tocar. Fue en la década del 70, en el patio de Newell's, y había como tres mil personas. El caso es que el tipo no salía y la gente empezó a ponerse molesta, ya la orquesta había bajado y el tipo ni miras de salir. Entonces con Gianserra, que éramos los presentadores, se nos ocurrió contar cuentos, contaba uno él y uno yo y el público se reía. Pero lo terrible fue que se nos acabaron los chistes. O mejor dicho, yo tenía pero eran incontables. Y por ahí saltó uno que dijo: "Que cante Moyano". Yo en esa época era más popular como cantor que como locutor. Y la gente comenzó a pedir y comenzaron a engancharse todos. Yo les dije que el problema era que los músicos no estaban. "Voy a cantar a capella, pero no se vayan", les dije. Y canté. Y fue lo más impresionante que tuve en mi vida, jamás sentí una cosa así, era un silencio total. Tuve que seguir cantando y cerrar los ojos porque eran tres mil cabecitas y ni un murmullo. Cuando terminé vino unq ovación, ahí se me cayeron las medias, los pantalones, todo. ¿La canción que canté? Ah, era ese bolero que fue y es mi caballito de batalla: Inolvidable—.' 


Sherlock Holmes y "Elemental Watson" 

Su actualidad es Galavisión, lejos ya de LT8 y Canal 5, ahora pone todas sus energías en un micro para jubilados que sale todos los días en "Mañana Express Pero pocos se lo hubiesen imaginado interpretando a un Bogart de los 90, como lo hace en la presentación que grabó para "Elemental Watson un programa que se ve por canal 6. La actuación surgió por la amistad con Roberto Caferra —un conductor que podría ser su hijo— y Moyano admite que tuvo miedo al ridículo. "Pero después cuando vilo bien que salió, ni yo lo podía creer dijo el experimentado y polifacético conductor. 

A sus años, no le molesta para nada ir a trabajar a la tele. "Al contrario, lo hago con gusto, es un micro de sólo cinco minutos y me encanta hacerlo dijo el Negro. 


Estrella incorruptible 

"Es una estrella verdadera. Y para nosotros es un referente, es como un aura de protección, porque nunca se la creyó y no se dejó corromper por el sistema dijo el creador de "Elemental Watson una propuesta con dos años en pantalla y que ganó un Martín Fierro como mejor programa de interés general del interior del país. "Yo hice siempre las presentaciones y los cierres, así que un dedito del Martín Fierro es mío bromeó Moyano Vargas. 

Caferra es algo así como el padre de la "vieja criatura porque fue quien lo instaló de nuevo en la teve. "La idea era que encarnara a Sherlock Holmes, para que nosotros seamos los Watson que aprendemos. Pero más allá que para nuestro equipo de trabajo representa a la ética, lo admiramos y respetamos como si fuera nuestro viejo dijo. 



Fuente: Extraído de Libro” Perfiles de Rosario. Fundación La Capital. Año 2008.-

martes, 25 de agosto de 2020

MOYANO VARGAS, HUGO LOCUTOR ( 1921-2009)*

 



Es una de las caras más representativas de la pantalla chica rosarina. Detrás de su seriedad profesional se esconde un amante del bolero con espíritu juvenil 


Por Lucas Ameriso 


Amante del bolero, cantante de tangos, locutor de una voz inconfundible, pero por sobre todas las cosas un incansable amante de su profesión. Hugo Moya-no Vargas nació en Trelew hace 86 años y se consagró como el decano de los locutores de la Argentina en actividad. Mucho tiempo antes que Antonio Carrizo o Cacho Fontana, este correntino por adopción desembarcó en Rosario para hacer sus primeras armas en radio en 1944. Atrás quedaron sus estudios de odontología y comenzó a abrazar un sueño que se hizo realidad por más de 50 años. Este bisuabuelo de voz pausada e inconfundible esconde un joven eterno lleno de ansiedad y alimentado por el halago de su público. 

"Huguito", como le dicen, nació en el sur, cuando todavía era territorio nacional, luego pasó por Buenos Aires; hasta los 10 años y de allí a Corrientes hasta los 20, cuando decidió venirse a nuestra ciudad a probar suerte. Sus primeros "palotes" en la profesión los hizo en las orquestas de tango de los 40, cuando LT8 tenía su gran auditorio y las emisiones difundían música ,en vivo. "Empecé con en canto que me servia para subsistir pero luego seguí con la carrera administrativa y artística en la emisora". Eran épocas en que la radio de calle Córdoba componía la primera cadena argentina de broadcasting a cargo de Radio Belgrano. Hugo ya improvisaba al aire presentando a las grandes orquestas que venían de Buenos Aires como Varela, Varelita y la Santa Paula Sereneiders. Luego fue nombrado director artístico. "Siempre me gustó la presencia del público y también que me halaguen, quizás sea un poco de vanidad", rememora, pero con humildad. Luego fue cantante de una orquesta de jazz, pasión que alternaba con su trabajo de oficina en LT8. Incluso vivió la época de LRA Ovidio Lagos, la radió que unía sus ondas a la AM830 y transmitían juntas gran parte de la programación. 

En 1951, por un ascenso, se fue a San Rafael, Mendoza, para hacerse cargo de una radio durante cuatro años. Regresó a Rosario y tras un paso breve por LT8 recaló en LT3 en 1961, pero cinco años después el gobierno de Onganía lo declaró prescindible junto a Raúl Granados. Sus ideas socialistas no cuajaban con los cuarteles militares. Había que parar la olla, y la venta de publicidad y los programas comerciales le permitió vivir "bastante bien" hasta 1968 cuando ingresó a Canal 5 y se integró a "La Botica del 5", "que sería el «De 12 a 14» de ahora", compara Hugo. 

En la televisora de avenida Belgrano se quedó hasta 1981, momento de jubila pero demoró más de otra década más como contratado en el canal. El destino le tenía elegido otro trabajo. 

Arrancó "Mañana Express" en Canal 6 y hace más de 14 años que sigue al del cañón. Apasionado del bolero, amigo íntimo de Mario Clavel, este joven de años sigue haciendo de las suyas. Como pocos tiempo atrás, cuando trepado a terraza de su casa se fracturó el brazo "No crean que anduve persiguiendo ninguna vecina", bromea como un pi que recién comienza. Y es que ese es su espíritu: el de alguien que siempre esta empezando. 


* cuando se publicó esta nota aun no habia fallecido Hugo Moyano Vargas nos dejó en 2009

Fuente: Extraído de la revista del diario “ La Capital” 140 aniversario. Año 2007

lunes, 24 de agosto de 2020

RITA TANTA LEYENDA, TANTAS MARIPOSAS


A Carlos Bazet in memorian 

Por Hector A. Sebastianelli 

La noticia resbaló por su piel. Por tercera vez enfrentaba esa situación. El mismo doctor Alejandro le había dicho por ia mañana que pronto abandonaría la clínica encontraban mucho mejor. La alegría de su voz era indisimulable. No era para menos. Por tercera vez la recuperaban de la oscuridad de la locura. Sólo la paciencia y ternura del doctor Alejandro ganaron la mejoría que tanto lo alegraba. Ella no dijo lo que pensaba por no aparecer desagradecida. El irse no la conmovía. Sus deseos estaban condicionados al mundo roto de locos y suicidas. Porque ahí la atendían, alimentaban y no la tironeaban las enfermeras. Darle el "alta" significaba el pasaje de vuelta al hospedaje baratieri por calle Jujuy, enfrente del famoso teatro Casino, corazón del viejo barrio Pichincha. En los últimos años su vida había transcurrido entre el hospedaje y las clínicas en donde la internaban. Claro que largos tramos de su vida desaparecieron. Muy frecuentemente fallaba su memoria. Confundía fechas y personas. 

Patricia, la cantora, ya había apalabrado al dueño para que a su regreso le diera la pieza a la calle. Por la ventana espiaría a los vecinos, entrarían ruidos, luces y voces trasnochadas. Las noches se hacían largas porque traían recuerdos. 

Estaba signada a la soledad, a la vejez ante el televisor, a la gordura apoltronada, al dolor de piernas hinchadas; a tropezar en los pasillos con "coperas" viejas y muertos de hambre, jubilados y pedigüeños. 

Conocía a los vencidos, sus imposturas y debilidades. En los hospedajes rantifusos siempre recala la resaca que fatalmente terminaran en las villas miserias. Los mismos que al descubrirla en la vereda o tendiendo ropa, terminaban preguntándole: 

—¿Así doña que usted es Rita La Salvaje? Quien to hubiera dicho. Ffjese que yo creía que Rita había muerto hace rato. . 

—¿Sabés que sos un mito? Pero nos trampeaste. El requisito obligado era morir antes. ¿ Te imaginás a Gardel viejito rascando la viola en una guardería? Menos mal que supo morir a tiempo. A vos te desbordó la fama porque todo el mundo piensa que estás muerta. . 

—Tenés razón debí haberme suicidado. . Pero yo viví muriéndome en ei loquero de Provincias Unidas y avenida Godoy, Pero hubiese sido lindo irse antes de que comenzaran a cantar canciones que te ponen por las nubes. Antes del mito. . . Ahora es tarde. 

No le quedaba otra. Regresaría a la tristeza de la pieza de cuarta. Seguiría aguardando la vuelta del hijo. La vida los había separado. Pero era su hijo del amor. Dios no le negó esa gracia. Y estaba segura de que alguna vez regresaría a llevársela con él. Entonces Rita La Salvaje esperaría sin temor. 


Pegaría la vuelta y volvería a caminar avenida Francia, Riccheri, Güemes, Brown, Jujuy y Rosario Norte, sin desnudarse por las esquinas y largarse a volar muy alto tras las mariposas que de pronto revoloteaban avenida Francia, Riccheri, Güemes, Brown, Jujuy y Rosario Norte, sin desnudarse por las esquinas y largarse a volar muy alto tras las mariposas que de pronto revoloteaban delante suyo, incitándola a escalar el viento sorteando árboles hasta tocar las nubes y regresar a tierra planeando sobre grandes hojas de plátanos. 

Esas mariposas multicolores le brotaban de los oidos, del centro de la cabeza o de ta boca entabacada, amasadas con saliva, gozosas del terciopelo y de la incoherencia de sus palabras. No sabia cómo ni porqué pero mariposas la urgían, asediaban, levantándola del banco —su banco, debajo del castaño— en el parque amarillo de la clínica. Y ella las acompañaba sobrevolando azoteas, vías, campanarios y gentes pequeñitas. Volaba completamente desnuda, ingrávida, libre. Ninguno se apercibía del milagro. Incluso la desmentían. Hasta el doctor Alejandro volvía la cabeza. Pero ella volaba con las mariposas. En verdad su piel tenfa los colores de la tarde. ¿por qué no creían? 

Rara locura la suya. Vivía repleta de mariposas. Tal vez sus ilusiones, dolores y frustraciones encapsuladas, fiebre de crisálidas, de gusanos voladores, que necesitaron salir, abandonarla, para retrasarle la oscuridad. 

Comenzó a descubrir mariposas negras y doradas cuando estaba de vuelta, cincuentona larga, cintura enorme, rechoncha. Esa noche en el Panamericano bailaba para colimbas y chacareros atraídos por su fama.Ya no era ia Rita del "Rendez Vouz"o "Bambú India". aquella con veinticinco años rutilantes y recién llegada de Puerto Rico, que estrenaba para noctámbulos de la noche rosarina, habitués del bajo, sus pelucas verdes, rojas, violetas y amarillas. Entonces fue la devoradora Rita La Salvaje. Pero mucho tiempo había pasado. Ape era una sombra. Y esa noche descubrió las maripo al zangalotear las enormes tetas en la cara de un sol avergonzado. Le pareció natural desnudarse y Air acompañando el vuelo de las primeras mariposas.  Al otro día la internaron. 


"Rita La Salvaje", es más que una bomba, 

"Rita La Salvaje", nos hace soñar. . . 

' 'Rita La Salvaje", es un monumento, 

"La Salvaje Rita", es escultural. 





Así dice la cumbia escrita por José Mendoza (Mendocita) y Juan Manelli, al promediar la década del cincuenta y cuando Rita inauguraba el rito de diosa de noche. Sensualidad, desenfado, belleza y un cuerpo escultural, hembra de lujo, inalcanzable, condimentaron la leyenda de la humilda muchacha llama Juana González, nada más que Juana González, nacida en el arrabal de Rosario. 

El nombre se lo pidió prestado a la sensualísima Rita Hayworth la pelirroja de "Gilda", filmada en 1946 por Charles Vidor, en donde Glenn Ford pegó a la protagonista la cachetada más famosa del mundo. 

Nuestra Juana González con sus diecinueve años quedó impactada, Y quiso ser esa Rita Hayworth de  te erotismo. 

Leyó todo sobre la Rita del celuloide, la "matadora de hombres". Y supo que Rita Hayworth se llamaba Margarita Carmen Cansino, nacida en 1918, bajo el signo de Libra —igual que ella— de padres españoles. Juana González era hija de gallegos, nacida en 1923, hogar de pobres y nada tenía que envidiarle físicamente. Su be. lleza desconcertaba y seducía a los hombres. Y se largo a la calle a conquistarla, a cumplir su destino, por el Rosario cabaretero primero: luego, por Cuba, Panamá, Puerto Rico y Centro América, con sus espléndidos veintitantos años. Finalmente volvió a Rosario llamada por el empresario Roggero y calcó para siempre el nombre artístico de ia norteamericana Margarita Carmen Cansino, aventándolo en los años como si fuese estandarte de su mito, del mito al cual inventaron una muerte prolongada en canciones. Rita La Salvaje, la eterna. 

Es cierto, yo la copiaba. Quería un como el suyo. Fijate que recuerdo hasta la fecha de sus películas. Y si no, escuchá: en 1935, hizo "Bajo la luna de las pampas; en 1939, "Sólo los ángeles tienen alas" (siguió con la extensa nómina). Y la última fue en 1972, "La ira divina". Bueno en total filmó veinticuatro películas y se casó cinco veces. Hizo lo que se le dio la gana. En 1960, al morir su ex marido Ali Khan heredó la pavada de veinticinco millones de dólares. . ¿Te acordás que en 1976 llegó a la Argentina y apareció por televisión? . . Yo estaba internada y enferma, pero la reconocí de inmediato. . . Pobre, no habló una palabra. Estaba muy enferma, estaba loca. Como yo, ¿te das cuenta la casualidad? No recuerdo bien si fue en 1978 o en 1979, en una revista leí que había muerto consumida por la bebida y su locura. . . Te juro que lloré por ella como ninguno de sus amantes debió haberla llorado.  siempre la evoco en "Sangre y Arena", cantando el bolero "amado mío", con el que derrumbó at torero inolvidable que fue Tyrone Power. . . Sentí, te juro, como si hubiese muerto la auténtica Juana González… 

Rita La Salvaje, el más electrizante animal femenino de los años cincuenta y sesenta, regresó a su lugar natural. A espiar por la ventana y friccionarse las piernas hinchadas, convertida en sombra, suspendida en una burbuja, soñando con la Rita diosa de la noche. pobre Rita de fuego, temerosa del regreso de las mariposas. 


Fuente: Extraído del Libro “Cuentos Imposibles.” Dirección de Publicaciones UNR. Abril 1990 


viernes, 21 de agosto de 2020

RITA LA SALVAJE 1927 2016

 



UN MITO QUE ESTA INTACTO EN LA MEMORIA DE LOS ROSARINOS.


Por Pedro Squillaci




"Qué no voy a ser famosa, si fui la primera que hizo el striptís en Rosario, fui la primera que me desnudé, fui la primera que hizo todos estos escándalos al público. Pero sin ofender a nadie, eh...". La dueña de estas palabras no puede ser otra que Rita, La Salvaje. La mujer que entre los 50 y los 70 fue la reina de la noche rosarina. La que creó el mito del caramelito, la que compartió escena con grandes como Piazzolla y Goyeneche, la que hizo reír a miles de parroquianos con ocurrencias que aún hoy siguen sonando zafadas, la que mostraba su cuerpo con total desparpajo en aquellos cabarets trasnochados. Hoy, a los 73 años —al menos eso es lo que ella acusa— expone todas sus caras. Entre luces y sombras. 

Así como se la ve chispeante, lúcida, atenta y con los recuerdos intactos, no puede ocultar una mueca de sufrimiento: "Estuve seis meses sin levantarme de la cama, y fue por los daños que me hicieron. Y cómo Dios se olvidó de mí —se lamenta. Pero al final se acordó". 

Su imaginario es tan vasto como impreciso y cargado de fantasías. Estuvo mucho tiempo en un hospital y actualmente soporta una dificil situación económica. Por eso, el homenaje que le harán concejales e instituciones locales es una excusa para crear un fondo de ayuda que le permita vivir, un poco mejor. La cita será el miércoles, a las 21, en Sala Lavardén, y habrá sorpresas. 

Es precisamente este homenaje lo que hace que ella se encuentre en un escenario que desconocía. Su fama era de tablas y de copas, pero no de cámaras de televisión, diarios y flashes fotográficos. Esto la pone exultante, radiante. Por momentos es aquella Rita. 

Cuando se le pide una pose, pone una mirada insinuante y hasta hace transpirar al fotógrafo. Asume que tiene "unos kilitos de más", pero sigue siendo coqueta. En la entrevista con La Capital tiene puesta una camisa marrón anudada sobre su ombligo, una pollera ligeramente tajeada, de donde se puede espiar una enagüa negra, flamante y con encajes. 

Entre botones, la camisa deja percibir un busto prominente. "Esto es de verdad, eh", dice agarrándose las blas. "Quiere ver?", desafía al cronista, y ante la negativa, relata: 'Así era yo. Porque yo hablaba, y decía porquerías. Y la gente me gritaba: Terminá de hablar, che, desnudate' [lo dice en un tono reo cercano al de sus admiradores del Rendez Vouz]. Y yo le contestaba: 'Ya va, che, esperate! ¿Qué me querés ver, la cachufate?". 

(Carcajadas) 

—Sí, sí, yo era así, directamente. Lo decía y listo. Y cantaba: "Soy vieja, chueca, histérica y solterona, y ando buscando un macho, pero un macho, eh, un macho (hace con sus manos un tamaño exuberante del miembro masculino)". Y la gente se mataba de risa, pero yo salía de ahí y me iba tranquilita, si te he visto no me acuerdo. Porque nadie puede hablar ni "esto" de mí. Nadie. 

—Usted se divertía? 

—Me divertía y los hacía divertir. Yo compraba pitos, papel picado, caramelos. Usted se tiene que acordar... Yo tomaba de todas las copas. ¡Feliz, feliz!, decía, y no despreciaba a nadie. Tomaba de los tuberculosos, de todos. Pero nunca tomé cocaína. Nunca, como se ve ahora. 

—Tenia muchos enamorados? 

—Pero no eran amores, ellos querían cama, para qué vamos a decir otra cosa. 

—Y decía siempre que no? 

—No, yo les decía que sí. A todos les decía que sí. Esperame en la esquina les decía. 

—Y después iba? 

—¡Qué voy a ir! (risas). Porque bailar es una cosa, han bailado tantos conmigo, pero acostarse es otra, ¿no? Santa no era, pero... 

—¿Y nunca se enamoró de verdad? 

—Sí, tuve dos que he querido con el alma; uno en Tucumán y Otro en Córdoba. Y he ido a la Iglesia a arrodillarme y a pedirle a Dios que 

no me haga enamorarme más de nadie. Y exactamente, como he sido tan católica, aún haciendo desnudos, yo rezaba todas las noches, y no me hizo enamorar más. Que me gustaba un hombre sí, pero amor, amor, no, dos nada más... 

—Funcionaría una Rita La Salvaje en el año 2000? 

—Vos sabés que anoche estuve pensando en el homenaje, que yo me podría poner un desabillé azul, transparente, y la parte de arriba, chiquitita. No sé si me irá ahora porque no tengo el mismo cuerpito lindo de antes, entonces me voy a ir primero con una pollerita abajo, sin bombacha y sin nada, y cuando me estén aplaudiendo, les voy a decir: "¡Acá está Rita!". U 


El "show del caramelito" fue un clásico durante décadas 


Rita La Salvaje jamás tuvo pudor por desnudarse en público, aunque soportó la censura y algunas multas que nunca pagó. Es más, sin titubear afirma: "Me hubiera desnudado toda la vida' Actuó desde los 18 hasta los 54 años, en tres décadas y media entre los 40 y los 70. En esos tiempos hacían cola para verla en los distintos cabarets de Rosario Norte. 

No cuenta demasiados detalles sobre su infancia. Dice que nació en "Avellaneda, Dock Sud, isla Maciel no da su nombre original y asegura que de chica nunca imaginó subirse a un escenario. Parece que sólo le interesa contar su vida artística, por la que siente un orgullo inocultable. "Yo bailaba mambo con un bikini y un corpiño chiquito, y siempre me gustó cantar, aunque no lo hacía bien afirma. 

Se puso Rita por su parecido con Rita Hayworth y La Salvaje por un piropo de un brasileño. "Un hombre me vio abrirme de piernas en una cantina y dijo 'qué saivagem' y me gustó cuenta. Llegó a Rosario contratada por el Paradise, y sus desnudos tuvieron eco en otras latitudes. Actuó en Brasil, Perú, Nicaragua, Uruguay, Guatemala, Panamá, Bolivia y Ecuador. Compartió escena con el Polaco Goyeneche, con Piazzolla, Tita Merello , Nin´Marshall y Pedrito Rico. 

El imaginario popular la conoce por el "show del caramelito" y por el del "ventilador humano'.' Ella los cuenta así: "El que más me gustaba era el del caramelito. Agarraba una scotch, chiquita, porque yo estaba afeitadita y me la pegaba ahí abajo y decía 'Quién se anima a hablar a larga distancia?, que se arrodille y me saque el caramelo, con la boca y arrodillado'. Y se lo comían, era un furor. Todos querían comer el caramelito recuerda. 

"En el ventilador me ponía flecos de Central y de Ñubelen los pezones, y revoleaba los pechos hasta que pararan. El que seguía girando era el equipo que ganaba el domingo. Yo hacía todo para que ganara Central. Una vez sola ganó Ñubel. Porque para mí, Central es lo mejor que hay añade. 

También cuenta lo que sucedía con las copas, un clásico de los cabarets. "El cliente pagaba dos champán, pero nosotras tomábamos agua. A la copa mía le ponían una cucharadita con ron y prendían un fósforo adentro, para que salieran burbujitas y pareciera espumante. Yo no tomaba, tenía que actuar, pero algunas tranquitas me agarré recuerda. 

Rita vuelve a su mundo actual cuando aparece en escena "la Bibi a la que llama su nena. Es la gata que duerme con ella desde hace 7 años en la cama de su humilde departamento de Buenos Aires al 1600. El comedor está adornado con tapas de long plays pegados en la pared, donde conviven desde Pro Canto hasta José José y el título de una canción que parece caer en el lugar oportuno: "La nave del olvido 

La cocina tiene una estatuilla de La Virgen Milagrosa con una vela encendida, una estampita de San Cayetano e imanes y fotos pegados en el calefón. Allí está la moneda con la cara de Evita (junto con Central, "los dos mejores"), una de las tantas fotos que tiene de Enrique Llopis ("fue tan bueno conmigo") y una imagen recortada de un diario del ex vicegobernador santafesino Antonio Vanrell. 

Todo cuaja en la vida de Rita. Todo se le permite. Desde una guarangada hasta que esté de mal humor. Sólo les abre la puerta a los conocidos, porque teme que le roben. Pide que no se olviden de ella y se hará amiga de quien conoció hace una hora: "Vengan a yerme, che, así tomamos unos mates y seguimos charlando 


Fuente: Extraído de Libro” Perfiles de Rosario. Fundación La Capital. Año 2008.- 

jueves, 20 de agosto de 2020

RITA “ LA SALVAJE” 1927- 2016

 



Por Pablo Procopio 




Símbolo de la vida nocturna de la ciudad, sus audaces números eróticos terminaron por dar paso a una leyenda que pervive en la memoria colectiva de los rosarinos. Ella no duda sobre su condición de única e Insustituible: "Nadie pudo igualarme" dice con orgullo 




Soy única, nadie pudo igualarme", dicen que dice convencida. Y si su figura se convirtió en un mito, ¿quién podría dudarlo? Ninguna antes se había animado a plantarse ene! escenario como ella: desnuda, completamente desnuda. Y tenía con qué. 


Cuenta que en Porto Alegre, un presentador la llamó así. Y nunca más dejaron de hacerlo. Le dicen Rita, la Salvaje. 

Juana González se asombra -de los tiempos que corren: "Yo nunca,-después de bailar, me fui del brazo con un hombre". 

Subían al escenario pero no la tocaban. Lo máximo era quitarle un caramelo que se colgaba "ahí abajo" —dice—. 

Si hasta Goyeneche tuvo esa oportunidad. Y Astor Piazzolla tocó el piano acompañado de su figura completamente despojada de ropa. En aquella. época, el Mono Gatica también la aplaudió. 

Su historia estuvo ligada a un mundo paralelo que, de golpe, dejó de serlo.' Su nombre se popularizó en la ciudad. 

Durante tres décadas fue la reina de los locales nocturnos de la zona aledaña a la estación Rosario Norte; allí donde se agitaba la vida en cabarés y bares nutridos de una clientela de viajeros, chacareros y peones golondrina que hacían de la grapa Vallejo y la caña Globo una religión. 

"A mí me encantaba. Si volviera a nacer, haría lo mismo. Me decían que tenía un cuerpito... Y me criticaban: «,A vos no te da vergüenza desnularte?» Y yo contestaba: <'Vos porque nolo podés hacer; fijate el cuerpo que tenés, gorda de m... »", recuerda, antes de remarcar su parecido con la Rita (Hayworth) de la que tomó su nombre. 

El imaginario colectivo guarda en la memoria cualquiera de sus noches. Rita iba por las mesas, lanzaba perfume con un perfumero y, de a poco, se quitaba todas las prendas. "El corpiño, la trusa. Y me quedaba una bombacha chiquita. Y después me sacaba también esa". Sus ultimas entrevistas la evidencian aún deseosa de ser admirada. Y no duda en mostrar su busto prominente mientras sostiene las blas y dice: "Así era yo. Porque yo decía porquerías. Y la gente me gritaba: terminá che, desnudate. Yo le contestaba: «Ya va, esperate, ¿qué me querés ver, la cachufate? o". 

Entonces, llegarían sus clásicas rutinas: el ventilador humano y el caramelito. Para la primera se cubría un pezón con flecos con los colores de Central, y el otro con los de Newell's. Movía sus pechos y el que se paraba primero, marcaba el equipo perdedor. Simpatizante auriazul, cuenta que "solamente una vez ganó Nubel". 

Pero lo que más le gustaba era el otro show: "Me ponía una tinta abajo, y de ahí colgaba un caramelo. Y decía: a ver quién de los machos se acerca a sacármelo. & arrodillaban y trataban de arrancarlo ces la boca. Yo estaba afeitadita". 

Rita fue pionera. En Rosario es fácil hallar a sus espectadores (tanto hombres como mujeres) a la vuelta de cada esquina En cualquier ambiente. Su nombré resue. na y logra bucear en la memoria colectiva Actuó desde su adolescencia hasta después de los 50. Nacida en la Isla Maciel un 15 de junio, emigró a esta ciudad para quedares. Hoy acusa 82 y no quiere que la olvida Que no se preocupe. ¿Quién podría olvidar a una auténtica salvaje? 




Fuente: Extraído de la revista del diario “ La Capital” 140 aniversario. Año 2007