por Rafael Ielpi
Aquellos folletines que se
incluían en diarios y revistas como Monos y Monadas, Leoplán, Caras y Caretas y
otras, fueron pronto publicaciones independientes que los desgajaron de
aquéllos, en los que se habían publicado desde un comienzo, entre 1880 y 1900,
aun cuando en muchos casos una que otra de esas novelas subsistiría en sus
páginas. Estos libros "folletinescos" llegaban desde España, sobre
todo, conteniendo obras de autores absolutamente desconocidos o muy poco
conocidos entre los que se mezclaban, a veces, otros nombres mucho menos
oscuros como los de Martínez Sierra, Benavente o el propio Pérez Galdós, cuya
Fortunata y Jacinta, por ejemplo, podría haber encajado perfectamente en una
de esas colecciones de novelas por entregas, levantando de paso la calidad
literaria del género.
De aquellos autores menores pero
populares, ninguno alcanzaría la fama de la florentina Carolina Invernizzio,
la "folletinera" más renombrada. En febrero de 1914, La Capital
publica un aviso de la "Imprenta Inglesa", de Santa Fe 1176, en el
que junto a la promoción de una oferta de librería y papelería y venta de
figurines europeos, se ofrecen como novedades Amores trágicos, Maridos
infieles, Las esclavas blancas y La resurrección del ángel, entre otras,
algunas de ellas en dos tomos, añadiendo: Está de más que recomendemos a esta
insigne escritora pues ya se sabe que cada obra de ella es un éxito resonante.
Lo que era, por lo demás, rigurosamente cierto.
Entre 1910 y 1915, la librería
"Cantaclaro", de la porteña Avenida Corrientes al 1200, aún angosta,
servía de puntual proveedora de los seguidores de la Invernizzio cuando sus
nuevos libros no llegaban prestamente a Rosario. En esas estanterías de Buenos
Aires se acumulaban folletines del tipo de El calvario de una madre, La hija
de la portera, La mujer fatal, El tren de la muerte, Los 60 millones de la
condesa Delga o La amante del ladrón, todos ellos con la habitual cuota de
sacrificios, amores castos, traiciones, infamias y redenciones propias del
género en especial y de la autora italiana en particular.
¿Las
novelas por entregas? Había gente que vendía eso por semana. En mi casa éramos
seis personas: cinco leíamos. Menos mi mamá, los demás leíamos todos, mi papa
leía. Había revistas que compraba mi papá que no
sólo traían
ilustraciones, sino también cuentos, novelas: eso leíamos. Los cuatro hermanos
éramos muy de leer. Yo fui hasta cuarto grado nomás. Si no hubiera leído, no
podría estar hablándole como le hablo...
(Smaldone: Testimonio citado)
Las librerías rosarinas se poblaban semanalmente
con toda una serie de colecciones de novelas por entrega, cuando ya la moda del
género se había impuesto
definitivamente entre nosotros. Series diversas como La novela semanal, iniciada en 1917; El cuento ilustrado, La novela de hoy, La novela para todos y
La novela del día, las
cuatro de 1918; La novela de la juventud y
La novela nacional, ambas
de 1920; La novela argentina y
La novela universitaria, las
dos de 1921; La novela porteña, de
1922 o El cuento semanal, entre
otras, albergaban gran cantidad de (ítulos que tenían suspensas a sus lectoras
(y lectores) durante semanas enteras, como Fueros de la carne, La maldita culpa o
Cómo delinquen los viejos, al
lado de los cuales, de cuando en cuando, se colaban algunas firmas notorias,
con mayor nivel literario.
La
inclusión simultánea de muestras de este género como "separata" de
alguno de los grandes diarios de distribución nacional de entonces, daría lugar
a la instauración del "magazine" como un producto de consumo masivo,
lo que se facilitaba por el hecho de que su adquisición no demandaba la
frecuentación de las librerías, ámbitos no habituales para vastos sectores de
la sociedad rosarina entre 1910 y 1930.
Estos magazines contenían, junto a una
información heterogénea que iba desde notas sociales referidas tanto a la
nobleza europea como a la "high life" argentina, relatos de corte
gauchesco, viñetas de "color local", fotografías y avisos de
publicidad, etc., junto a algunos de los folletines que entre 1910 y 1930
gozarían de su momento de esplendor y popularidad.
Beatriz Sarlo apunta en El imperio de los sentimientos, publicado en 1970: El circuito del magazine puede prescindir del aparato intimidatorio de la librería tradicional. El nuevo lector podía, cobijado en la necesidad que da el anonimato o la familiaridad con el vendedor, adquirir su material de lectura semanal en el kiosco, junto con el diario. El sistema misceláneo del magazine, por su variedad retórica y temática, podía combinarse de manera múltiple con las necesidades de consumidores medios y populares. Su precio, por otra parte, era entre diez y quince veces inferior al del libro (considerados los precios de catálogo de una editorial tan masiva como Tor); en consecuencia, por el número de páginas y la variedad de la oferta, significaban una opción tan atractiva que el magazine, de "Caras y Caretas" a "Leoplán", diseña uno de los perfiles literario-periodísticos de la primera mitad del siglo XX.
El folletín posibilitó, de todas maneras, una
enorme popularidad a un puñado de escritores argentinos, algunos de los cuales
son recordados hoy con valoraciones dispares por la crítica literaria, desde
César Duayen a Hugo Wast, dos seudónimos famosos de la literatura nacional,
pasando por Héctor Pedro Blomberg, Eduardo Zamacois o Juan José de Soiza
Reilly, este último un periodista que alcanzaría insospechada popularidad con
sus crónicas en Caras y Caretas y también con novelas como La muerte blanca sobre la droga en
Buenos Aires entre la "gente bien". Sarlo recuerda que en las listas
de autores se mezclan escritores que pertenecen al registro de la literatura
alta con profesionales de estas ficciones. En este último grupo, pueden
señalarse un conjunto de firmas de individuos relativamente exitosos, a juzgar
por el número de reediciones de sus relatos. Los príncipes de esta cofradía
son Josué Quesada, Alejo Peyret y el triunfal Hugo Wast.
Tampoco,
como se ha dicho, se libraban del folletín de consumo semanal las revistas
masivas de las décadas iniciales del siglo como Caras y Caretas, Fray Mocho e incluso la rosarina Monos y Monadas, El Hogar y Para Ti, en todas las cuales el género ingresó para
radicarse largo tiempo. Por los años del Centenario, personajes folletinescos
como Raffles,"el rey de los ladrones", iban a alcanzar asimismo altos
picos de popularidad y de lectores.
En agosto de ese año, por ejemplo, la librería de
Hoyos, en Santa Fe al 1100, ofrecía cuadernos con los emocionantes
episodios de Raffles, enumerando una larga
serie de títulos de la serie como Los cuatro padres, El presidente
de las colonias, Raffles y el jefe de la policía china, Entre los apaches de
París, El misterio de los niños mutilados, etcétera.
El negocio, establecido como "The English Book Exchangue", tenía
además una importante clientela, atraída tanto por las publicaciones en lengua
inglesa como por las novedades en materia de revistas de modas.
Otro de los grandes personajes de ese género por
entregas iba a tener su cuarto de hora en los mismos años. En 1911, "El
siglo ilustrado", la librería de SerapioVidaurreta, en Córdoba 1272, publicitaba
las aventuras de Sherlock Holmes, en una revista semanal de literatura policial
del mismo nombre, cuya suscripción trimestral era ofertada a $3.50 el ejemplar.
Antecesores en el tiempo de Holmes, también Arsenio Lupin y Fantomas se
convertirían en grandes protagonistas de verdaderas sagas folletinescas que se
leían en Rosario a comienzos del siglo pasado.
El folletín iba a tener también (como no podía
ser de otro modo tratándose de una moda) sus cultores locales, como Carlota
Garrido de la Peña, una mendocina que viviría en Rosario a partir de la década
del 20 y que había publicado ya sus primeros libros del género en los últimos
años del siglo XIX, en La Unión Provincial, de
Santa Fe, y La Capital, de
Rosario. Aquellos títulos: Mar sin riberas, Entre dos
amores, Un momento de locura y otros, se matizaban
de cuando en cuando con títulos como Corazón argentino, un
libro de lectura muy ameno y muy nacional,
infaltable en las escuelas de la República, según
aseguraba un aviso de 1918, que agregaba: La autora atiende los pedidos de la obra en Coronda, Santa Fe. De
la Peña, que era docente, vivía efectivamente en esa ciudad, desde la que se
trasladaría a Rosario en 1920.
Otro
de aquellos escritores incursos en esa popular "literatura del
folletín" es Dermidio T. González, ensayista sobre temas históricos,
poeta y periodista que dirigiera la revista Rosario Ilustrado en 1913, nacido en
Corrientes y que vivió en Rosario hasta su prematura muerte en 1919. Aunque
siguiendo las inevitables huellas naturalistas del género, la mayor parte de
sus novelas no tenían sin embargo por escenario al Rosario de entonces sino a
otras ciudades argentinas como Mar del Plata, Córdoba o las sierras, que eran
por otra parte, como se ha visto, lugares predilectos para los veraneos de las
clases acomodadas de la ciudad.
El
peso de los criterios morales de la burguesía local, que se sumaba al decisivo
peso de su poderío económico, provocó en Dermidio González lo que Eduardo
D'Anna en su valiosa Historia de la literatura de
Rosario llama acertadamente la degradación obligatoria del modelo. Que se vuelve más notoria —afirma—
cuando Rosario aparece como referente. En Iris,
de 1908, subtitulada "novela de costumbres
rosarinas", la acción nos pasea por el Parque Independencia, los salones
particulares y el Jockey Club, sin dar señal de ninguna particularidad
especial.
Aunque
las escabrosas relaciones sentimentales de los personajes de González suelen tener un final feliz, aquí
en Iris, por
acaecer en Rosario, exigen uno
trágico: el autOl comprende que las nuevas clases medias no se resignarán a ver tenidas de inmoralidad las trincheras tan recientemente ocupadas, señala
D'Anna: a diferencia entonces de los
naturalistas porteños, González debe desincriminar a la sociedad que describe
y por ello las causas del adulterio de Iris (una mujer casada con un hombre
mucho mayor que ella) con el aristocrático y joven abogado Fuentes Olmos, no
constituyen ninguna imputación a las costumbres locales...
Dermidio no era solamente un urdidor de historias
folletinescas. También la poesía lo tentaría muchas veces y publicaría poemas
muy al gusto modernista de esos años augúrales del siglo XX, como aquel "A
la luna", que Monos y Monadas incluyera
en sus páginas: Blanca luna, cuando asciendes
triunfadora por la esfera, / en tu barca plateada de divina mensajera, /
saludando a las estrellas con tu luz crepuscular, / los espíritus, las hadas,
los misterios de la noche, / los encantos de las flores que a esa hora abren su
broche, / con los ángeles se unen, tus bellezas a cantar.
Los
folletines constituirían una real costumbre para un vasto número de lectores de
los sectores populares y de clase media. Eran efectivamente, como lo señala Beatriz
Sarlo, literatura de barrio y también
literatura predominantemente para mujeres o adolescentes y jóvenes de sectores
medios y populares. La prestigiosa crítica e investigadora argentina
destaca en el folletín y la novela por entregas su economía discursiva y narrativa ajustada a la trama sentimental;
claras y económicas, demandaban muy poco de su lector y le dieron en cambio
bastante: el placer de la repetición, del reconocimiento, del trabajo sobre
matrices conocidas.
Aquellas historias
centradas casi exclusivamente en los sentimientos, con predominio del amor, el
deseo y la pasión, que presentaban a un ideal femenino grato a miles de
mujeres que vivían una existencia diametralmente opuesta, cercada por los
parámetros del trabajo, la familia, la rutina, iban a constituirse en
infaltables en los modestos hogares populares o de la clase media de Rosario
(como ocurría en Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Fe,Tucumán, Bahía
Blanca, Paraná, La Plata o Salta, ciudades donde se distribuía, por ejemplo, La novela semanal), en los que amas de
casa, costureras, empleadas de tiendas y comercios, madres e hijas, compartían
la periódica llegada de aquellas publicaciones que reiteraban una trama
que
iba desde el flechazo a la
consumación del amor o su frustración, señala Sarlo: fueron textos de la felicidad (aunque narraran la desdicha) y les dieron
felicidad a sus lectores.
Esa
literatura "folletinesca" iba a merecer sin embargo el juicio
despiadado cuando no el desprecio de la crítica de su tiempo y de los
representantes de la literatura "culta" de Buenos Aires. La recordada
revista Martin Fierro, expresión
del grupo de Florida, la llamaría literatura de barrio, de
pizzería y de milonguitas y un columnista del
diario La Razón sostendría
ácidamente: Bastante sentimentalismo mórbido,
bastante dramón y truculencia y adulterio y escatología nos ha venido de
Europa como para desear ahora que también aquí progrese y se desarrolle la
explotación sistemática del gusto plebeyo...
En la misma década del
20, algunas publicaciones rosarinas "cultas", como la Revista de El Círculo, dirigida por Lemmerich Muñoz y Guido, se
sumaban también al coro de los detractores de esas historias semanales, con
una contundente comparación: El
género se está explotando de manera escandalosa para indigesto alimento de
modistillas, escolares, adolescentes ávidos de escenas filmadas en papel de
imprenta por 0.10. Pequeña literatura, ironiza
la publicación, con
un poder análogo al de las diastasas, que produce morbosas fermentaciones en
los espíritus desprevenidos, vírgenes de cultura, intoxicando en sus fuentes
el alma colectiva...
Fuente:
extraído de libro rosario del 900 a la “década infame” tomo III
editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones