Escudo de la ciudad

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El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

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sábado, 3 de abril de 2021

RAMON CESAR BOVEDA

 




Por Andrés Bossio




Ramón César Bóveda era ya famoso en la pequeña localidad formoseña de Pirané. Con sus catorce años, su escasa estatura y su físico pleno de flacuras hacía goles jugando como número nueve de un equipo que llevaba el nombre del pueblo y lucía la camiseta de Boca. Azul y amarillo, como una premonición.

Su hogar era muy humilde y Ramoncito, hijo único, decidió largarse a Rosario en busca de trabajo, un artículo de lujo en el ínfimo mercado laboral formoseño. Llegó a casa de unos primos y poco después comenzó a trabajar en un taller metalúrgico. El horizonte que se le presentaba a ese chiquilín callado, humilde y respetuoso no era distinto al de muchos de los argentinos llegados a las grandes ciudades de los cuatro puntos cardinales del país.

La meta era trabajar, trabajar duro, cuanto más se pudiera para ayudar a los viejos jue se quedaron muy solos y muy tristes en la lejana Pirané.

Ramón trabajaba. Y también jugaba, cuando y donde podía. En una oportunidad un amigo "se disfrazó" con la varita mágica del hada del cuento. Lo invitó a Ramón para que lo acompañara a Rosario Central. El amigo iba a probarse en el viejo club de Arroyito. Ramón lo acompañó, tomó coraje, pidió Una camiseta N° 9..., y se quedó.

Tras el lógico proceso de adaptación a !as distintas divisiones inferiores, Ramón César Bóveda se convirtió bien pronto en una promesa realizable a corto plazo. Cuando llegó Ignomirielo, en 1967, lo puso en la punta derecha del ataque, puesto que no abandonó jamás. Hasta que llegó —como siempre ocurre, inesperadamente— la gran ocasión. Jugaba Central en Santa Fe, contra Colón. Ramón estaba en el banco (por entonces se podía hacer un cambio antes de terminar el primer tiempo). Ese día había salido con la camiseta N 7 "Pelusa" Bedogni, a quien, de pronto, se lo vio caer lesionado. Bóveda no podía creer cuando Ignomirielo le indicó que se preparara para entrar. Entró, jugó, cumplió. Fue el 27 de octubre de 1968. Al año siguiente entró en una veintena de partidos, logrando en uno de ellos un gol que sería fundamental para Central, se jugaba el re-clasificatorio entre nueve equipos; siete seguirían en primera, los dos últimos se iban a la "B". En la penúltima fecha, Central y Argentinos Júniors - que estaban seriamente comprometidos en la tabla—, debían jugar entre sí. El "pibe" de Pirané anoté el único gol auriazul y del partido: con ese gol, con esa victoria, Central se salvé. Ramoncito Bóveda fue el héroe de la jornada.

A esa primera gran emoción le seguirían otras inolvidables a partir del año siguiente; la llegada de Angel Zof a la dirección del equipo le trajo una compañía más cercana. Ya González podía irse arriba, intentar el diálogo futbolístico con Bustos, con Colman, Poy o Hijitus Gómez.

Bóveda comenzó a cobrar altura, su juego se hizo más penetrante, sus llegadas y su centro rasante, pasado, buscando las trepadas de Aimar o de Landucci fueron delineando un estilo de juego que marcó toda una época en el fútbol ascendente de Rosario Central. Las finales con Boca, los épicos partidos por la Copa Libertadores en Lima, Asunción, Bello Horizonte y Santiago lo vieron con su diminuto físico, su voluntad inquebrantable y su velocidad y precisión puestos siempre al servicio del compañero mejor colocado.

Algún día se tendrá que hacer justicia con Ramón Bóveda. Porque cuando se habla de los goles logrados por Kernpes o por Cabral se está olvidando la decisiva cuota del "socio" formoseño que los goleadores centralistas encontraron en él.

El ciclo triunfal de Ramón con la casaca auriazul se interrumpió en 1977, después de dos campeonatos nacionales, de varios subcampeonatos y de varias Copas Libertadores de América. Su nuevo destino estaba en Colombia, que ya lo habla aplaudido en el certamen continental. Pero Bóveda volvió a sus viejos afectos, a deleitar sus oídos con la música más maravillosa del mundo que pudo haber oído: la de su público canalla, que saltó mil veces de su asiento o sobre sus pies ante cada corrida, que exultó de admiración en cada centro puesto a la cabeza de Kempes, de Cabral, o de Carril.

Bóveda, hoy, sigue electrizando a otros públicos, menos numerosos y tal vez no tan demostrativos como el público de Central. Pero sigue siendo el mismo muchacho humilde de Pirané, que salió de sus pagos con la sola ilusión de ganar unos pesos para ayudar a sus viejos. Hoy, Bóveda —casado a los veinte años, cuando recién empezaba a afirmarse en primera— es un respetable padre de familia, como siempre fue un respetado y queridísimo hijo, amigo y compañero.

Fuera de sus corridas espectaculares, de sus centros mil¡- métricos, de sus goles decisivos, Ramón César Bóveda es un hombre de relevantes virtudes morales. Por eso todo el mundo lo quiere, lo respeta, lo celebra. Y !o sigue recordando —en el ocaso va de su carrera futbolística— como uno de los preferidos en el afecto de la gran familia canalla.




Fuente: Extraído de la Colección de Historia Rosario Central. Autor Andrés Bossio