Por Mauricio Tallone
Abanderado del potrero
Magia es la palabra que mejor define su capacidad para manejar la pelota. Su leyenda de genio pachorriento creció el 17 de abril de 1974, cuando les dió un baile a los jugadores de la selección argentina. Pero él sólo quería divertirse. Es un símbolo mayor de Central Córdoba.
Rosario dicen que ninguno jugó ni jugará como él. Que ni Diego Armando Maradona alcanzó su estatura futbolística. Pero Tomás Felipe Carlovich perteneció a otra estética y también a otra ética. El Trinche fue un talento que nació a destiempo. Un jugador pretelevisivo. De aquellos que indefectiblemente engordan las discusiones sobre quiénes podrían haber jugado en una u otra época. Por eso su carrera deportiva se convirtió en mito.
Como buen artista de la pelota, tuvo raptos de inspiración. Siempre se lo vio como un jugador diferente. Zurdo, elegante, pachorriento, con caminar de diez aunque jugaba de cinco, y con una marcada chuequera. Era capaz de meter un doble caño o un sombrero en el área propia como en la rival sin descansar en las posibles consecuencias. Fue de esos que levantaron la bandera de la rebelión total, con pelo largo, algo enrulado y barba de atorrante. Su nombre también se asoció a cierta desidia. Es que fue un futbolista indiferente ante su propio talento: nunca le interesó trascender. La fama y el éxito que químicamente puro siempre le quedaron como ropa holgada, demasiado incómoda. El Trinche se sintió millonario a su manera.
Central Córdoba fue más que su equipo. Fue su lugar en el mundo, porque construyó su educación sentimental en las calles de Tablada y en el Gabino Sosa. Carlovich vivió por y para el pueblo charrúa. En el 73 ganó el campeonato de Primera C y en el 82 logró el ascenso a Primera B. Pocos se detienen en que se formó en las inferiores de Central y en que apenas jugó dos partidos en la primera. Independiente Rivadavia de Mendoza, Flandria, Colón y Deportivo Maipú de Mendoza fueron sólo refugios transitorios de esos quiebres de cintura que alcanzaron proporciones míticas en Central Córdoba. Era una época en la que ya había empezado a exhibir la resaca de su vida. Era noticia por sus bajones, ligados a su eterna flaca para entrenar y a su fama de haragán. Aunque él siempre lo negó.
Igual supo amasar paradojas y las eternizó en el tiempo. Tuvo una larga lista de proezas deportivas ante la mirada de miles de testigos, pero todos recuerdan un partido en el que la rompió. Se jugó el miércoles 17 de abril de 1974. El la dejó chiquita ante el mundo. Lo a ser un mero amistoso prepáratela selección argentina para el M" 74, él lo transformó en una leyen su curriculum. Integró un combinado rosarino junto a Biasutto, González, Killer, Aimar, Kempes, Pavoni, Zanabria, Robles y Obberti, entre pero su actuación eclipsó a todos, que dio tanta cátedra con su reper el entrenador de la selección nacional le pidió en el entretiempo aflojara con el baile. El contestó que quería divertirse.
Hoy la felicidad de Tomás Felipe Carlovich sigue teniendo la geografía cancha, aunque hace rato que dejó de al fútbol. Comparte largas sóbreme sus amigos de siempre y mira pasar sin arrepentirse de nada. A los 58 el fútbol es para él apenas un recuerdo, que para todos sea un pedazo de encerrada para siempre en esas plazas y fotos en blanco y negro que re paredes de los corazones de aquellos vieron jugar.
Fuente: Extraído de la Revista del “ Diario La Capital 140 aniversario”. Año 2007.