Rosario, la instalación de relojes públicos deviene de la necesidad de sentirse y mostrarse como una ciudad moderna. ¿Qué significan los relojes públicos para Rosario? ¿Cómo se desarrolló la incorporación de esta tecnología al espacio urbano? ¿Qué ideas y discursos acompañaron su aparición? ¿Cómo se relacionan estos artefactos con la identidad de Rosario? Con el objetivo de dar respuesta a estos interrogantes, se emplea una estrategia metodológica cualitativa, ya que es necesaria una perspectiva interpretativa crítica que permita dar cuenta de las diversas significaciones y relaciones socio-técnicas y culturales implicadas. Para ello se combina el análisis discursivo sobre los significantes presentes en el corpus conformado por notas periodísticas –de los diarios locales La Confederación y La Capital– y documentos públicos –ordenanzas y discusiones registradas en el Honorable Concejo Deliberante–, con el análisis de los imaginarios sociales que pueden reconstruirse a partir de ellos.
En una primera parte del estudio se hace una aproximación al tema de los imaginarios sociales profundizando sobre los imaginarios tecnológicos y los significados que ha adquirido el tiempo en la Modernidad. En cuanto a los imaginarios urbanos, se desarrolla un acercamiento a partir de las representaciones de ciudad moderna, en donde se introduce el detalle de nuestro caso de estudio, la ciudad de Rosario. A partir de allí se va desenvolviendo y, en cierto modo, reconstruyendo el proceso de incorporación de los relojes públicos en la ciudad, diferenciando tres etapas que se vinculan con el contexto histórico, económico, social y cultural de cada caso. Una primera etapa de emergencia de los relojes públicos que se inicia en 1852 con las primeras discusiones y demandas publicadas en el diario local de la época. En esta fase tanto el gobierno local como el sector privado ligado al ferrocarril tuvieron un rol central. La segunda etapa se sitúa en la década de 1920, cuando se instalan nuevos relojes por iniciativa privada, esta vez fundamentalmente ligada al sector empresarial agrícola de la ciudad. La tercera etapa comprende el último período relevado entre 1941-1943, años en los que el gobierno local emplaza numerosos relojes públicos de columna en distintos sitios de la ciudad.
Los tiempos de Rosario
En cierta forma, la mundialización de la hora se origina cuando el cronómetro se une a la cuadrícula y el cálculo de las coordenadas de latitud y longitud –espacio-tiempo– permiten incrementar los intercambios transoceánicos y con ello “aumentar el volumen de la producción industrial, bajar sus costos, diversificarla y exportar”. Por eso, en la historia de la unificación horaria los medios de transporte cumplieron un rol central. Primero los barcos dedicados al comercio que tomaban como referencia el observatorio de Greenwich, y luego el ferrocarril que necesitaba la coordinación horaria entre estaciones para poder organizar sus servicios. De esta manera, con los ferrocarriles y el telégrafo se enviaban las horas a las estaciones tomando como referencia la de la ciudad principal con que tenía conexión. Pero esto no bastaba y, como explica Attali, es el ferrocarril el que impulsa la simplificación de las horas tanto en el interior de un país como entre diferentes países. Las empresas norteamericanas fueron las primeras en hacerlo, adoptando el meridiano de Greenwich que, tradicionalmente, empleaban los navegantes. Sin embargo, no es hasta 1885 en la “Conferencia Internacional del Meridiano” celebrada en Norteamérica, que se declara a Greenwich como meridiano de base para calcular el horario mundial, luego de que París y Berlín disputaran ser la referencia horaria. En Argentina recién en 1920 se adopta la hora oficial internacional fijada por el meridiano de Greenwich. Hasta ese momento, y desde 1894, la hora oficial había sido fijada por el meridiano del observatorio de Córdoba.
Rosario está profundamente vinculada a la historia de la fijación oficial de la hora, ya que fue una iniciativa que nació en la ciudad durante la intendencia de Gabriel Carrasco. El 5 de octubre de 1891 Carrasco presenta un proyecto de ordenanza para declarar como hora oficial de la ciudad la del meridiano del Observatorio de Córdoba, proyecto que fue aprobado el 13 de octubre de 1891. Siendo luego Ministro de la provincia de Santa Fe promueve, con el mismo criterio, la adopción horaria en todo el territorio provincial, lo cual queda sancionado como ley en noviembre de 1892. En ese momento Carrasco comienza a defender el proyecto de unificación horaria a nivel nacional y el 1 de noviembre de 1894 toda la Argentina coordina su hora con el Observatorio de Córdoba.
El hecho de que la unificación horaria nacional haya sido producto de un proyecto originado en Rosario, deja entrever la importancia particular que tuvo la comunicación del tiempo para esta ciudad. Asimismo, es posible verificar la fuerza que adquieren los conceptos de puntualidad y precisión, ligados a la idea de progreso de la ciudad en las numerosas notas que los diarios locales han dedicado al tema. Por último, existen dos fenómenos que permiten dar cuenta del estrecho vínculo entre Rosario y los relojes. Por un lado, es la única ciudad de la Argentina –y la tercera en Latinoamérica– que cuenta con un colegio técnico de relojeros; y por el otro, es una de las únicas donde existió una fábrica de relojes monumentales. Es el caso de la relojería Sudamericana, antiguamente llamada L. Verstraeten, la cual entre las décadas de 1920 y 1980 fabricó e instaló más de un centenar de relojes en todo el país, siendo sus dueños, los fabricantes de los relojes públicos de columna que se sitúan en distintos puntos de la ciudad.
Consolidación pública: el tiempo de la circulación y el esparcimiento
La crisis agrícola internacional de 1929-1930 marca una nueva etapa en la cual la ciudad se ve afectada económica y socialmente debido a los numerosos cierres de fábricas, a la retracción en la actividad comercial y a los altos índices de desempleo. No obstante, los efectos de la crisis comenzaron a revertirse a mediados de la década del 30 cuando Rosario empieza a recuperarse, muy lentamente, en el marco del modelo económico de sustitución de importaciones. A partir de esta política logra reactivar e incrementar la actividad industrial que, previo a 1930, era escasa y concentrada en pocas y grandes empresas. Se produce un giro en la economía local y hacia 1935 la cantidad de establecimientos industriales duplicaba a los censados en 1928 (Fernández, 2000). Las 1558 empresas instaladas ocupaban aproximadamente a 25.000 personas. Hacia 1943 el 50% de la actividad industrial de la provincia de Santa Fe se concentraba en Rosario (Falcón; Stanley, 2001).
En este período (1934-1943) también se experimenta un auge en el ámbito cultural, registrándose gran asistencia a los espectáculos en vivo, óperas, zarzuelas y principalmente al cine –existían más de 40 salas en esa época. Asimismo, se inauguraron nuevos museos y los existentes consolidaron sus actividades y su presencia en la ciudad. En síntesis, las actividades culturales y de esparcimiento profundizaron su presencia en la vida cotidiana de la sociedad rosarina. En cuanto a las transformaciones urbanas, se construyeron importantes rutas a otras localidades y se pavimentaron calles. Además se nacionalizó el puerto y se fue desmantelando, lo que ocasionó una segmentación de la zona portuaria que quedó separada de la ciudad a través de un largo paredón que obturaba el acceso al río. Si bien las obras públicas de la época fueron una estrategia para paliar la desocupación, cabe recalcar que la inversión en caminos y vías de comunicación deja entrever la creciente importancia que la circulación adquiere para una ciudad que seguía teniendo un rol importante en el interior del país. Este fenómeno está relacionado con el incremento del uso del automóvil que requería calles pavimentadas y caminos en buen estado para circular. Al interior de la ciudad también se modifican las vías de circulación integrando diversas zonas y conectando a los barrios que se fueron construyendo en las antiguas zonas suburbanas.
El imaginario urbano de Rosario como ciudad moderna no se abandona y el auge del movimiento que conllevaba la salida de la crisis pareció reavivarlo. En sintonía con este nuevo impulso, entre 1941 y 1943 el gobierno local recurre nuevamente a los relojes públicos como símbolo de pujanza, trabajo y progreso y, en este caso, también como ordenador de la circulación urbana. Como antecedente de los relojes de columna públicos que marcan este período, se encuentra el primer reloj de columna que fue instalado en 1933 en la Plaza Bélgica, donado por esta colectividad. Este reloj construido por el relojero belga Adolfo Van de Casteele –que trabajaba con la marca, e incluso el nombre, Luis Verstraeten–, sirvió de prototipo, para la posterior fabricación de la maquinaria de los relojes de columna que se instalaron en Rosario.
Considerando este reloj como ejemplo, una nota del diario La Capital señala que:
Será conveniente pues colocar relojes en soportes para el alumbrado público, en barrios apartados, donde la afluencia de público es mayor por razones de la convergencia de diversas líneas de tranvías y ómnibus y en general, donde sea conveniente ofrecer al transeúnte una comodidad de la que no debe prescindir una gran ciudad moderna (Diario La Capital, 17/3/ 1937; el subrayado es nuestro)
Aquí se representan una serie de vinculaciones en torno a qué se considera una ciudad moderna. Por una parte se alude a la circulación y el movimiento que conlleva ser una “gran ciudad”, de la mano de múltiples medios de transporte público. En diez años –entre 1933 y 1943– la cantidad de pasajeros que se movilizaban en ómnibus y tranvías prácticamente se duplicó (Fernández, 2011). Esto se relaciona tanto con el repunte económico que vive la ciudad desde mediados de 1930, como con el proceso de transformación urbana a partir del cual se empiezan a consolidar las urbanizaciones en los barrios más alejados al área central. El incremento de la movilidad no sólo era provocado por los desplazamientos a lugares de trabajo y estudio, sino también de esparcimiento, como explica Fernández (2011), quien agrega que el transporte contribuyó a que sobre finales de la década del 30 cada vez más rosarinos pudiesen acceder al consumo de bienes culturales, ya que el transporte público era popular.
En este contexto de incremento de circulación masiva, debido a la recuperación de empleos y al aumento del servicio público de pasajeros, los relojes públicos recuperan el protagonismo en el debate y los reclamos hacia el gobierno local.
Cuánto agradecerá la población de nuestra ciudad que las autoridades municipales (…) instalen más relojes oficiales en los sitios de mucho tránsito, pero con una condición, que den la hora oficial. (Diario La Capital, 4/2/1938)
Y es entre 1941 y 1943, bajo la intendencia de Repetto, que se instalan diez relojes públicos de columna “en los sitios más estratégicos de la ciudad y de suma utilidad pública”. Estos relojes fueron construidos por el relojero belga mencionado, al cual se nombró como encargado de su cuidado en 1942.
En cuanto a las significaciones que rodean a los relojes públicos en ese momento histórico es posible establecer una relación entre el emplazamiento de los mismos con el aspecto moderno con el que se buscaba revitalizar a una Rosario ya prácticamente repuesta de la crisis internacional del 30. Esto se puede observar en dos aspectos. Por un lado, en el tipo de obras que se realizan en la intendencia de Repetto, todas tendientes a reforzar el espacio público y a darle mayor capacidad de circulación a la ciudad. Durante su período se construyeron nuevas avenidas, plazas y veredas, se pavimentaron y ensancharon calles, se incrementó el arbolado y se instalaron nuevos sistemas de alumbrado público. En síntesis, todas obras que se identifican con la concepción de una ciudad moderna, dinámica, luminosa, ordenada y puntual. Además, por otro lado, desde mediados de la década del 30 en Rosario se evidencia un crecimiento industrial favorecido por la política de sustitución de importaciones, como se describió anteriormente. En este contexto se busca reforzar la idea de la recuperación económica y laboral utilizando un elemento clave en la historia de Rosario: el reloj. Construida su maquinaria por una relojería local –Sudamericana de L. Verstraeten– y sus columnas de hormigón por otra empresa de la ciudad –FACAR–, se expone la producción propia como síntoma de independencia. Por último, es importante destacar que esta recuperación laboral y económica fue concomitante al auge de la movilidad urbana individual que trajo otro elemento de alto valor simbólico y funcional para las ciudades modernas: el automóvil. Esta suma de factores, complejos y múltiples, fueron los que conformaron el escenario en el que se incrementó, de forma decisiva, no sólo la cantidad relojes públicos en Rosario, sino también la dedicación hacia ellos.
Muchos de estos relojes están ubicados en la zona céntrica y macro céntrica y otros se distribuyeron en barrios más alejados del casco central. Sus localizaciones no son casuales, sino que se emplazan en las intersecciones de avenidas y bulevares importantes para la circulación de la ciudad. Sin embargo, algunos de ellos están situados en parques y plazas, lo cual invita a una reflexión especial. Estos espacios, en general, funcionan no sólo como centros recreativos sino también como nodos del transporte público de pasajeros, donde convergen numerosas líneas de colectivos. De esta manera, se le otorga al reloj una utilidad vinculada a la coordinación de la movilidad. Pero en su mayoría, estas plazas y parques tienen los relojes en el interior de los mismos, como es el caso del Parque Urquiza, donde los colectivos no circulan.
Para comprender el porqué de la localización de los relojes en la ciudad de Rosario, es imprescindible tener presente el proceso de omnipresencia que fue adquiriendo el tiempo y sus representaciones en la Modernidad. Son muchos los autores (Mumford, 1945; Adorno, 1969; Thompson, 1979; Attali, 2001) que demostraron la necesidad del sistema capitalista de disciplinar el uso del tiempo para renovar las energías del hombre industrial, su fuerza de trabajo. Esta regulación se extendió, también, a los momentos de no-trabajo a los fines de que el obrero no perdiera la conciencia del tiempo y de que esos momentos de ocio estuvieran, aunque ellos no lo supiesen, en función de la producción de su trabajo. De otra forma, sería imposible entender la necesidad de marcar el tiempo en las plazas y los parques, espacios, por antonomasia, donde los hombres viven su tiempo de esparcimiento. La ubicación de los relojes públicos, justo en esos lugares donde el hombre corría el riesgo de olvidarse por unos instantes de que estaba atado a un tiempo rígido, medido y ajeno, materializa, sin dudas, el afán de ubicuidad de las estrategias de disciplinamiento social.
Los relojes, entonces, se erigen como monumentos al tiempo fraccionado, mecánico y coordinado que una ciudad necesita para ser moderna. Y son, al mismo tiempo, monumentos que representan el ideal burgués del utilitarismo. En suma, algo así como un monumento a la burguesía, un símbolo del desarrollo y el progreso que, a la vez, retroalimentan este imaginario al ser ubicados en los centros de circulación claves de la ciudad, promoviendo la sensación de organización y sincronización social.
Por último, es relevante a los fines de este trabajo hacer referencia a un desplazamiento en la significación de estos objetos que se relaciona con la gestión pública de los mismos, lo que aconteció mucho después del marco temporal en el que se sitúa este trabajo. Mientras que por décadas los relojes dependieron de la Secretaría de Alumbrado Público, en julio de 1999 comenzaron a estar a cargo de la Secretaría de Conservación Urbana. De este modo, el valor simbólico que adquieren ya no sólo recae en el aspecto instrumental, o sea, la necesidad de conocer la hora, sino en el valor patrimonial que adquieren los relojes públicos como objetos que representan rasgos de la identidad y la cultura urbana, al tiempo que se van consolidando como atractivos turísticos.
Fuente: Resumen, Temporalidades e imaginarios tecnológicos en la ciudad moderna. Los relojes públicos en Rosario, Argentina. (Paula Vera)
Fotos: Néstor Avalos. (faltan algunos)
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