El 28 de noviembre de 1972, alrededor de las 3 de la tarde, un automóvil Chevrolet 400, color celeste, se detuvo en el semáforo de Córdoba y Bvard. Oroño. En ese momento, se abrió el baúl del vehículo y en su interior los testigos del hecho vieron a un joven atado que gritaba: ¡Me raptan, son policías!; luego mencionó su apellido, que en las primeras informaciones fuera consignado como Belmano o Balmasso. Los mismos testimonios indicaron que en ese momento descendieron tres hombres armados, quienes cerraron el baúl y se alejaron con el auto del lugar. El joven era el estudiante Angel Enrique Brandazza.
Las fundadas denuncias (luego certezas) de que el estudiante había sido secuestrado por la policía a instancias del II Cuerpo, (que demintió su participación en el hecho pero admitió en un comunicado que era requerido por distintos hechos subversivos, entre ellos el asesinato del general Sánchez), constituirían la base de la minuciosa defensa de los abogados del joven, Mario Duckier y Ricardo Columba. Prestigiosos profesionales y el propio Colegio de Abogados se movilizaron, sin respuestas positivas, ante el poder militar y ante el propio monseñor Bolatti para el esclarecimiento del hecho.
Un año después, el 28 de noviembre de 1973, una solicitada que firmarían decenas de abogados del foro local denunciaba: El joven estudiante fue secuestrado el 28 de noviembre de 1972 por una comisión integrada por militares y policías y luego muerto como consecuencia de las torturas que se le infligieron. El arduo trabajo de la Comisión Investigadora de Apremios Ilegales y Tortçiras de la legislatura santafesina, el mismo año, señalaría a los militares ypolicias autores y partícipes del crimen de Brandazza. Este se convertiría en uno de los tantos desaparecidos de la Argentina.
Casi diez años después, sobre el final del Proceso Militar, en un operativo en el Bar Magnum, de Ovidio Lagos y Córdoba, realizado por policías bonaerenses, fueron secuestrados dos militantes peronistas, Osvaldo Agustín Cambiasso y Eduardo Daniel Pereira Rossi, cuyos cuerpos aparecieron acribillados a balazos y con huellas de golpes y pasajes de picana eléctrica en las cercanías de Lima (provincia de Buenos Aires).
Los testimonios de los acusados Luis Abelardo Patti, que luego sería notoria figura de la política bonaerense, Juan Amadeo Spataro y Rodolfo Diéguez, dieron motivo a un la- pidario dictamen de la Procuración bonaerense que sin embargo no alcanzaría para su efectiva condena: Las circunstancias arrojan sobre el episodio de su muerte violenta un alto grado de semejanza con la aviesa metodología seguida por el terrorismo de Estado y ponen seriamente en tela de juicio la verdad formal finalmente recogida por la Justicia a partir de los dichos de los policías involucrados.
Ningún testimonio, aún aquellos sobre los avatares de la vida cotidiana, puede obviar sin embargo la mención de que Rosario tuvo también, entre 1976 y 1983, el oscuro protagonismo que el Proceso Militar le impusiera: en la ciudad estuvieron Viola y Galtieri, juzgados y condenados después, y el tristemente recordado Agustín Feced.
Fuente: Extraído de la Revista vida Cotidiana de 1960-2000