La señora cruzó pausadamente el living room, recorrió con la mirada los exquisitos muebles ingleses y franceses de la época, y, finalmente, optó por plegarse sobre un sillón colonial, tapizado en chintz. Pocas mujeres —quizá la única—pueden atribuirse semejante grado de elegancia, de savoir vivre, hasta el punto de haber deslumbrado a toda una generación, como Carola de Elia de Gigena; ninguna familia rosarina, en lo que va del siglo, ha superado los esplendores de los Elia; si alguna vez se hubiese confeccionado una lista para verificar quiénes encabezan la clase alta de Rosario, con toda seguridad estarían en el primer lugar. Para coronar un estilo de vida, Nicanor de Elia decidió, en 1910, erigir la muestra más acabada de belleza arquitectónica que ha conocido la ciudad: un desafio rosarino a los palacios que brotaban, a principios de siglo, en Buenos Aires, realizados por arquitectos franceses. "La casa —evoca nostálgicamente Carola de Elia de Gigena (71 años, 3 hijas), en su departamento de Urquiza al 1300—la hizo un tío mío: Carlos Methurst Thomas. Además, contó con la colaboración para realizar el jardín, del mejor parquista de aquella época: el francés Thays, que diseñó los bosques de Palermo. De todo eso no queda nada —suspira---; lo indignante es que nadie haya querido conservarla, ni quisiera como dependencia estatal".
Para la aristócrata Elia, los años han arrasado no sólo con "las casas horrorosas que edificaron enfrente de la nuestra", sino, también, con todas las costumbres de la ciudad: las mujeres elegantes, la calidad del teatro ("cuando venia Sara Bernhardt, Caruso y la Pavlova" —se apura en señalar), con la colonia inglesa que iba al Club Plaza Jewell —no la que incursiona en la actualidad— y fundamentalmente, con un estilo de vida. "El señorío —proclama, mientras fuma un cigarrillo— es muy dificil de adquirir. Los tiempos, sin duda, han cambiado, y ha surgido mucha gente nueva. Sin embargo, puedo asegurar que mi antiguo mucamo, Manuel García, era más señor que algunos que figuran hoy en día".
Los cánones de la clase alta también incluían, hace varios años, un objetivo nada desdeñable: apuntar hacia Europa, y lograr un casamiento con algún noble francés o español que, por lo general, languidecía económicamente. Y la máxima expresión de esa tendencia la depara Lili Anión Mayor de Diez de Tejada, condesa de Castillo del Tajo: en una de sus habituales incursiones por Europa, contrajo matrimonio con el andaluz Alfonso Diez de Tejada, miembro de una aristocrática familia española. "Yo soy parte de la sociedad de Rosario —exclama la condesa de Castillo del Tajo (49 años, 5 hijos), mientras se contorsiona con ejercicios de yoga en su casa de la calle Santa Fe al 700—; habría que hacerle un muro y quedarnos así como somos". Para la contundente Diez de Tejada, que mejoró asombrosamente su status económico después de heredar una fortuna colosal de su tía, Firma Mayor de Estévez, la nueva clase empresaria rosarina pertenece a un mundo remoto, distante: "Por suerte no la conozco —agrega irónicamente—; para considerar una persona como perteneciente a la clase alta, generalmente, se toman en cuenta lós valores personales; yo, en cambio, tengo que admirar la belleza fisica".
"Yo soy parte de la sociedad de Rosario —exclama la condesa de Castillo del Tajo (49 años, 5 hijos), mientras se contorsiona con ejercicios de yoga en su casa de la calle Santa Fe al 700—; habría que hacerle un muro y quedarnos así como somos".
Fuente: Extraído del Libro " BOOM La revista de Rosario Antología". Edición de Osvaldo Aguirre. La Chicago Editoria. Año 2013