Por Marcelo Castaños.
CUANDO EL OFICIO
Hombre de
profunda cultura, fue jefe de Redacción de La Capital y autor de textos entrañables, donde el rigor
se abrazaba estrechamente con la erudición y una inconfundible ironía
Mil novecientos noventa
y dos. El hombre ingresó a unidad coronaria (no era la primera vez que sorteaba
la muerte ni sería la última), y muchos, él entre ellos, pensaron que no
viviría diez años más como ocurrió. Pidió papel y esbozó lo que sería más tarde
una nota conmovedora sobre las enfermedades de la infancia, publicada el 13 de octubre de 1992 en La Capital y rememorada el día de
su muerte.
Raúl Gardelli fue así de auténtico, y la anécdota lo pinta de cuerpo entero como un hombre que no podía dejar de generar escritos, plasmar ideas, moldear figuras, recordar historias que se volvían textos.
Fue periodista y escritor, dicen que empezó su carrera de escritor siendo grande, algo que es verdad sólo a medias, porque sus columnas ya estaban llenas de literatura aunque se volcaran en papel prensa. Se lo recuerda como un gran cultor de la amistad, del diálogo franco, de la enseñanza, aunque siempre tuviera la capacidad de poner a su interlocutor en un plano de horizontalidad intelectual.
Era un hombre ávido de diálogo, sobre todo con los más jóvenes, un hombre —en palabras de Mario Acoroni— de personalidad discreta, despojada de acartonamientos, de fina inteligencia y cortesía. Luis Etcheverry lo definió alguna vez como un hombre "admirado y respetado por todos los que lo leen y los que lo conocen, mucho más todavía por aquellos que hacen periodismo", que aprendieron "los secretos de un oficio que nunca termina de develarse en plenitud para quien lo asume con responsabilidad y mente abierta".
Nació en 1916 en la zona rural de Carmen del Sauce, pero a los tres años ya era rosarino. En 1939 conoció La Capital, donde empezó a trabajar, llegó a jefe
de Redacción y tras retirarse siguió como colaborador. También dirigió La
Tribuna y fundó la Revista de Artes e Ideas. Fue director de Cultura de la
Municipalidad y trabajó en el área cultura de la Bolsa de Comercio.
De sus columnas en este diario se destaca la sección "De un quizá vez con reflexiones que iban desde a la vejez, de la literatura a filiales, o sobre las cartas que le enviara Victoria Ocampo, con quien tuvo amistad.
Y es cierto que ya pisaba cuando publicó
su primer libro “El árbol, el yermo y los libros", elogiado por Manuel
Mujica Láinez, César Tiempo y Arturo Capdevila. Y que pasaron 27 años hasta "Memorias
olvidadas" (1991). Los últimos años de su vida
terminaron por ser los más fructíferos de su literatura, con “Esa prueba soledad" (1996), "La botella compartida” (1997) y "Conmovida memoria”(20029
Un año antes de su último libro volvió a
terapia y allí surgió "Memoria inciertas casi irreales", otro texto
profundo que plamó en "De un quizá
vano discurrir. Cuando presentó "Conmovida memoria” a despedirse. Dijo que
era el último libro inició un itinerario de llamados a muchos para que no
dejáramos pasar un café . Falleció el 30 de septiembre de 2002.
Dejó textos para el disfrute pero dejó mucho más para su entorno, que lo escuchó hablar con
frecuencia de las cosas más hondas y con profunda chipa de cotidiano. En
palabras de Fernando Toloza "la imagen que lo seguirá definiendo para
siempre es haber leído a Borges por primera vez en una caja de fósforo, cuando
era un niño. Esa magia de saber encontrar destello de belleza y emoción es su
mejor herencia.
Fuente:
Extraído de la Revista de la Capital del 140 aniversario - 2007