Por.
Andrés Abramowski
LA PANTALLA Y LA VIDA
Su reconocido genio para la crítica cinematográfica se volcó en La Capital. Había llegado de España, escapando del franquismo. Fue un hombre culto al extremo y un auténtico héroe de la conversación
Ni tú convencer a mí ni yo a ti, hablemos de cosas más interesantes", gritó, entre amigable y socarrón, Femando. Seguramente, tal como aquella guerra de posiciones, la charla trinchera mediante no iba para ningún lado. Quizás cansado de sólo estar a salvo en la más plena oscuridad, y testigo de la sangrienta victoria de la estupidez sobre la bonhomía, el joven soldado republicano le habrá temido tanto al tedio como a la muerte. Habrá pensado Chao, en esas eternas noches de guardia en las que el tiempo toma otra dimensión, que si no podía evitarse una muerte absurda tal vez podría transitar con más vuelo los preciados e inciertos momentos por vivir. O tal vez nada haya pensado y, cercado por un panorama sombrío, se le escapó un disparo con sus mejores armas.
Era 1938 y Fernando Chao tenía 26 años. Había cursado filosofía en la universidad de su Madrid natal cuando la Guerra Civil Española lo puso en la trinchera republicana de la batalla del Ebro. Para imaginarlo entonces, tan lejos de la página que le depararía el destino en un diario de una remota ciudad argentina, basta con recordar su sabiduría de hombre tan instruido como sencillo.
En la otra trinchera, su enemigo franquista Ricardo Lezón habrá sentido algo similar. Ya que ninguno cambiaría su forma de pensar, entonces la literatura, el arte y la filosofía serían los puentes hacia una buena charla, qué mejor antídoto contra la guerra. Luego, semanas compartidas al amparo de la oscuridad no tardaron en des cubrir eso tan propio de las guerras fratricidas: conocidos en común.
Hubo una noche que fue la última de esas amistosas discusiones entre enemigos. Feman do dijo "hasta mañana" y Ricardo respondió algo así: "No lo .sé, pero al acostarte no te saques las botas. Y si mañana pasa algo no hagas tonterías Si te apresan diles que eres mi amigo, o diles que eres mi hermano"
Esos nombres en común filtrados entre tiros y treguas permitieron que esa conversación trunca se retomara dos o tres lustros después. Con el océano del exilio como trinchera, la charla fue durante años epistolar. Hasta una emocionante noche española de 1975 en la que el periodista de Rosario y el notario bilbaíno se vieron La biografía de Chao dirá que tras la guerra estuvo en un campo de prisioneros en Francia y que llegó a la Argentina en 1940. Que prefirió A Rosario para formar su familia con Pili y que paite de su talento literario fue volcado durante años en comentarios sobre cine en La Capital.
Vale recordar a Fernando Chao, plenamente lúcido hasta los últimos días de sus 94 años, como un pionero de la crítica de cine en el país y en Rosario, donde miles de lectores de La Capital devoraban sus comentarios sobre la expresión cultural más impetuosa del siglo pasado.
Pero sin menospreciar su producción basada en el agudo trabajo cotidiano de observar y pensar la vida, pantalla mediante o no, y su acción como humilde militante de la cultura, hay otra cualidad que los homenajes suelen dejar de la do, tal vez por esa costumbre de catalogar a las personas más por lo que hacen que por lo que son. Verdadero héroe de la charla, Fernando Chao fue mi hombre al que valía la pena conocer
Fuente:
Extraído de la Revista de la Capital del 140 aniversario – 2007