Por
Rafael Ielpi
La construcción del Parque Independencia, con su
lago y la Montañita,
iba a significar mucho para la vida de los rosarinos de las primeras dos décadas del siglo, desde su inauguración en 1902 convirtiéndose en el punto de arribo de uno de
los dos paseos predilectos de las familias distinguidas al comienzo, y del resto
de los rosarinos después, primero como espectadores del desfile de carruajes y
atuendos, y luego como bulliciosos participantes de ese corso semanal
que tenía como escenario al bulevar llamado Santafesino (luego Oroño). El otro
paseo consabido, que iniciaba el recorrido, era el que tenía como vía a la
calle Córdoba, la calle tradicional.
En los primeros años del siglo, el breve tramo
que iba desde Comercio (Laprida) en la esquina de la Plaza 25 de Mayo hasta Entre
Ríos, se convertía en una especie de larga pasarela por la que desfilaban, a la
tarde, los grupos de mujeres -casadas y solteras, jóvenes y no tanto- haciendo
la cotidiana recorrida por vidrieras y, de paso, ejerciendo el cotorreo social
inevitable. Esa necesidad impuesta por la costumbre que era el obligado rendez vous de la que podría
llamarse, con evidente licencia, la "aristocracia" rosarina, por
calle Córdoba, asemejaba a ésta, pese a las diferencias, a la porteña Florida,
donde ocurría algo semejante
Un cronista escudado en
el seudónimo de Conde Danilo escribe en la revista "Rosario
Industrial" en los años del Centenario: "Ni la fina garúa invernal ni
los días del ardoroso estío privan a los habitantes de ese citado paseo
vespertino. Y son las 5 de la tarde en los días fríos y los caballeros se
ubican en diferentes sitios que llamaríamos estratégicos..." Estos eran
varios, a lo largo del recorrido: los zaguanes del Club de Residentes
Extranjeros, en su amplia sede de Córdoba y Maipú; la confitería La Perla, enfrente del
anterior; la tienda Gath y Chaves, la Casa Zamboni, James Smart y otros apostaderos
A las mujeres, por el
papel mismo que les asignaba la sociedad, les quedaba una cierta pasividad
entre pudorosa y rígida expuesta a las miradas, la admiración o el deseo
(reprimido, por lo demás) de los hombres de su misma clase social.
"Nuestras damas recorren las calzadas principales deleitando su vista y
sus gustos en las lujosas vidrieras de tiendas, mercerías, mueblerías o
joyerías. La calle bulle en tanto como una colmena colosal, y las damas pasean
en coche, en automóvil o sencillamente a pie", consigna Danilo en su
crónica. El final no deja de tener su decadente encanto: "Cuando las
sombras de la noche han envuelto con su tul oscuro el mundo, los focos de luz
eléctrica y los mecheros de gas parpadean con sus pestañas luminosas. Ese
desfile triunfal termina y el sexo fuerte, el sexo feo, acude a los bares y
confiterías para paladear los cocktails y los vermuts. Son las 7 de la tarde y
las hermosas calzadas de la calle Córdoba están casi desiertas".
Los domingos, el paseo
por la calle tradicional no era menos concurrido. "Monos y Monadas",
ya pasado el fervor del Centenario, lo describe con precisión: "La calle
Córdoba, eminentemente aristocrática, constituye en esos días el punto obligado
de la elegante sociedad. Nuestras espirituales rosarinas, con ese dejo de
distinción que las caracteriza, dan la nota de un refinado sprit. El agradable conjunto que se nos ofrece es por
demás seductor". Semejante descripción justificaba el interés masculino
por no quedar afuera de esa atractiva escenografía dominguera. "Los leones, como garridos faunos, esperan en la esquina el
desfile de las ninfas que pasan saturando el ambiente con el perfume de su
belleza", lo que sumaba otro toqueteo mental a tanta mujer en
movimiento...
La misa dominical en la Catedral era otra
ceremonia donde se filtraban connotaciones sociales ajenas a la liturgia
religiosa. La misma revista señala que "la misa de 11 es característica:
aristocrática por excelencia y de rigurosa etiqueta". Las fotografías dan fe de ello: señoras y señoritas de largos
y complicados atuendos a la moda, y lo que el epígrafe de una de esa tomas
llama "un grupo de tiburones esperando la salida de la concurrencia
femenina", integrado no por estibadores del puerto ni por gandules
desocupados sino por representantes masculinos de la misma extracción social que las creyentes y
devotas damas.
La misa dominical en la Catedral era otra
ceremonia donde se filtraban connotaciones sociales ajenas a la liturgia religiosa.
La misma revista señala que "la misa de 11 es característica:
aristocrática por excelencia y de rigurosa etiqueta". Las fotografías dan fe de ello: señoras y señoritas de largos
y complicados atuendos a la moda, y lo que el epígrafe de una de esa tomas
llama "un grupo de tiburones esperando la salida de la concurrencia
femenina", integrado no por estibadores del puerto ni por gandules
desocupados sino por representantes masculinos de la misma extracción
social que las creyentes y devotas damas.
Aquel asedio masculino,
que respetaba sin embargo todas las
convenciones de la época, cuya transgresión podía ser vista como un agravio o
una ofensa al honor del apellido o de la familia, era visible asimismo en los paseos
de calle Córdoba, sobre todo para quienes llegaban de afuera. En 1915,
"Caras y Caretas", en nota titulada "Las barras de la calle
Córdoba", consigna: "Una de las notas características del Rosario lo
constituyen sus mujeres; las rosarinas son famosas por su belleza: tienen una distinción especial que las destaca:
son elegantes, graciosas, alegres. Al anochecer, los hombres se sitúan en puntos estratégicos para
verlas pasar. Las barras de hombres forman en Córdoba y San Martín las huestes
masculinas del amor, emboscadas noblemente y al acecho de una mujercita que
comparta para siempre los triunfos y los pesares..."
Fuente:
Extraído de la colección “Vida Cotidiana
– Rosario ( 1900-1930) Editada por diario la “La Capital