Por Roque A. Sanguinetti
En 1952, año en que murió Eva Perón, el país estaba netamente dividido entre peronistas y antiperonistas. En mi casa eran fuertemente antiperonistas, cosa que dos años después le costó a mi padre perder su cargo de juez y sus cátedras universitarias. Pero yo que tenía seis años, pese a que era tan chico sufría una dualidad o confusión política, porque casi todos los días me llevaban a casa de mis abuelos y allí me malcriaba María, la mucama, que llegó a ser como una segunda madre para mí, y que era peronista y tenía por Eva Perón una devoción casi tan grande como la que tenía por mi familia. Así que yo recibía las dos influencias políticas, lo que ya le había causado problemas a mi padre. Como una vez que en viaje a Córdoba, en el comedor del gran hotel de Villa María, teniendo tres o cuatro años me paré sobre una silla y grite ¡Viva Perón! delante de toda la gente, provocando que mi padre pasara lo que para él fue un gran papelón, máxime que justo acababa de encontrar y saludar a un señor conocido de Rosario. El hecho es que cuando murió Eva Perón, María me hizo una carpeta donde a escondidas pegábamos fotos de "Evita" que recortábamos de las revistas. Esta "Carpetita de Evita" era un secreto que teníamos. Hasta que un buen o mal día mi padre descubrió la carpetita, que muy "didácticamente" redujo a papel picado en pocos segundos. Allí terminó mi militancia clandestina en el peronismo.
Iba al colegio de los Hermanos Maristas, cuyo "castillito" todavía se alza en el bulevar Oroño entre Santa Fe y Córdoba. Un día de 1953 hubo gran conmoción en el colegio y nos avisaron que saldríamos a la calle porque pasaría en auto nada menos que el presidente de la república, el general Perón. Me acuerdo de que los hermanos nos ubicaron sobre la parte central del bulevar, sobre la mano del este, ya que Perón vendría desde el sur por esa mano. Estábamos todos con nuestros guardapolvos blancos y a cada uno de los chicos nos dieron una pequeña banderita argentina con un palito para que la agitáramos. Y es que todavía Perón estaba en buenos términos con la Iglesia, antes del absurdo conflicto que tuvo con la misma y que contribuyó mucho a su posterior caída. Pese a mis siete años, recuerdo con nitidez el momento en que yo estaba parado esperando con gran ansiedad ver a tan famoso como discutido personaje.
En eso hubo un revuelo de gente y aparecieron unas motos de la policía a las que seguían varios autos oscuros y parecidos, todos los que pasaron a gran velocidad, como una exhalación. Y eso fue todo. Nos quedamos con las banderitas que no habíamos podido ni agitar, y con una gran desilusión. Nadie lo había podido ver a Perón y ni siquiera sabíamos en cuál de esos autos había pasado. Años después mi padre me explicaría que eso había ocurrido porque "Perón era un gran miedoso y por eso se escondía de esa forma", agregando algunas otras cosas. No sé si será un falso recuerdo pero me parece que cuando me hablaba así, al igual que cuando aniquiló la "Carpetita de Evita", del dorso de su mano y de su cara brotaban largos pelos de "gorila", y sufría una extraña transformación que lo convertía en un émulo del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Por mi parte, creo que nunca me pude desprender del todo de esa dualidad política, confirmando que lo que a uno le inculcan de chico le queda muy grabado. Como en el caso común de que a un chico desde que nace lo hacen "hincha" de algún equipo de fútbol y a partir de allí nunca más cambia de divisa. Pero lo que me pasó a mí es como si me hubieran hecho "hincha" de Central y de Newell's al mismo tiempo. Será por eso que a veces los "gorilas" me han dicho que soy peronista y los peronistas que soy "gorila".
Años después, en 1959, Perón ya había caído y yo ya estaba en primer año del secundario. Y otra vez nos paramos con mis compañeros de colegio sobre el bulevar Oroño, esta vez sobre la mano oeste, ya que iba a pasar por allí en dirección norte sur el Gran Premio de Turismo de Carretera, en el tramo de "neutralización" que se hacía a baja velocidad para atravesar la ciudad. Hay que aclarar que en esa época el Turismo de Carretera era una pasión nacional casi tan importante como el fútbol, y era realmente "de carretera" porque se corría por caminos, hasta que eso se prohibió y se lo redujo a los autódromos, conservando impropiamente ese nombre hasta ahora. Y cerca de fin de año cuando se corría el Gran Premio que atravesaba varias provincias, el país vivía pendiente de su desarrollo, que se transmitía directamente por las radios. Recuerdo los títulos tamaño catástrofe de los tres diarios de la tarde de la ciudad: "La Tribuna", "Crónica" y "Rosario", informando los resultados de cada etapa. También hay que aclarar que el peronismo había producido tal división en el país que eso había llegado al deporte, y así como en el boxeo los peronistas eran seguidores de Gatica y los antiperonistas de Prada, algo parecido pasaba en el automovilismo.
Los ídolos del automovilismo nacional eran los hermanos Gálvez. Y el máximo ídolo era el mayor, Oscar, el legendario "Aguilucho", simpático y extrovertido, ganador de incontables carreras, campeonatos y Grandes Premios. Pero al que insólitamente otro corredor había logrado superarlo, si no en popularidad sí en número de éxitos: su hermano menor Juan, serio y callado. Con su cupecita azul que ya invariablemente llevaba pintado el número uno de campeón sobre el capot. No se sabe si por verdadera convicción o por las circunstancias de la época, los dos Gálvez eran peronistas y durante ese gobierno solían dedicar sus triunfos "al general", con quien a veces aparecían en fotos abrazados por él. Hasta se decía que Eva Perón se había dado el caprichoso lujo de usarlo algunas veces a Oscar como chofer particular. En consecuencia: los peronistas eran "hinchas" de los Gálvez y los antiperonistas en general, de otros corredores. Yo, como ratificando esa dualidad política antes contada, era "hincha" de Oscar Gálvez y también de Carlos Menditeguy, gran deportista y famoso bon vivant de la clase alta porteña. Una especie de Isidoro Cañones, y para los peronistas, un típico "oligarca".
Ese año, al llegar el Gran Premio a Rosario tanto Oscar como Menditeguy habían abandonado, y lo venía ganando "Rolo" de Alzaga, otro "niño bien" porteño cuyo nombre completo era Rodolfo de Alzaga Unzué Rodríguez Larreta, pavada de apellidos. Juan Gálvez venía segundo. Al pasar frente al colegio, que no sé ahora pero que en esa época era bastante "pituco", todos aplaudirnos a Alzaga, y algunos se "mataron" ovadonándolo. Pero cuando la cupecita azul con el número uno apareció, los alumnos de mi colegio se desinflaron silbándolo a Juan, creo que con excepción de uno solo: yo mismo, que a mi vez me "maté" aplaudiéndolo, con la gran emoción adolescente de haberlo visto bien al ídolo, a un metro de distancia. Y tomándome revancha del fiasco del "oleeee" que nos hizo Perón cuando era más chico.
Alzaga ganó el Gran Premio y salió campeón. Juan, segundo. Los Gálvez volvieron a arrasar con los campeonatos y los Grandes Premios en 1960 y 1961, pero éste fue su último gran año. Y un domingo de otoño de 1963 oíamos por radio con otros chicos la transmisión de la Vuelta de Olavarría cuando nos enterarnos con gran pena de que Juan Gálvez se mataba en esa carrera. Creo que ese día terminó para siempre toda una etapa gloriosa de nuestro automovilismo y ya nunca más ese deporte alcanzó tanta popularidad.
Hace unos años, yendo por la costanera en Buenos Aires, en eso veo una fila de cupés de Turismo de Carretera estacionadas. Me bajé del auto y vi que una era azul y llevaba el número uno. Me aseguraron que era la auténtica (?) y la toqué con emoción.
Debo agregar algo, y es que sin ser cronometrista y en simple carácter de testigo presencial, tengo que decir que con ser Juan Gálvez el gran volante y campeón insuperable que fue, Perón hizo mucho más rápido que él el tramo del bulevar Oroño de Rosario. Recordando eso pensé que por algo la marcha partidaria dice: "Perón, Perón, gran conductor…"
Fuente: Extraído de la Revista “Rosario, su Historia y Región”. Fascículo N.º 101 de Octubre de 2011