Por Jorge Brisaboa
Cuando Humberto "Coco" Rosa salía a la cancha, la pelota tenía una manija invisible. Al menos en sus pies. Esa es la imagen que transmiten quienes lo vieron jugar.
Ahí estaba él, acariciándola, lustrándola. La pisaba, la guardaba bajo la suela, la cacheteaba con el empeine y se iba gambeteando. Uno, dos, tres. ..y si la perdía, ahí estaba él, saludablemente generoso —a pesar de ser un habilidoso y en contra del manual del fútbol que les reservaba a los habilidosos la decisión de no esforzarse—para correr e ir a buscarla de nuevo.
Y cuando esto sucedía, otra vez la rutina del trato diplomático hacia la pelota. Claro, cuando hacía una de más, la hinchada se lo hacía notar sin anestesia. Pero "Coco" Rosa siempre buscaba revancha. Sólo necesitaba la pelota.
Debutó en 1950. Jugó hasta el último encuentro del 54. Fue ocho, nueve diez. El puesto le era lo de menos. En 111 partidos marcó 41 goles. En el 53 fue convocado a la selección que disputó encuentros internacionales con españoles e ingleses. Y en ese año encontró un socio ideal en el ataque centralista: Oscar Massei.
Tanta genialidad no resistió a la tentación del exterior.
Cuando el Pádova de Italia lo compró, Rosa se llevó la manija invisible a Europa.
Fuente: Extraído del Libro “ de Rosario y de Central” . Autor Jorge Brisaboa. HomoSapiens Ediciones. Año 1996