Por
Rafael Ielpi
Aun excluyendo a los antecesores más reconocidos como Ortiz Grognet, Lenzoni y Fontanarrosa, en las primeras tres décadas del siglo, Rosario reconocería tradicionalmente su condición de "ciudad de poetas", los que aun con diversidad de matices, estilos y calidades la haría reconocida en el país.
En una nómina necesariamente incompleta es inevitable la mención de poetas como Fausto Hernández (18971959), que además de sus incursiones por la historia con "Biografía de Rosario" y "El mito de Francisco de Godoy" o el teatro con "Pico verde" y "El inventor del saludo", dejó dos poemarios de indudable interés, ligados a los parámetros estéticos del 40: "Pampa", de 1938, y "Río", de 1943, que en su complejo estilo revelan una sensibilidad hasta entonces inédita en Rosario.
Irma Peirano (1917-1965), pese a su prematura desaparición y reducida obra, ocupa un lugar principal entre los exponentes de la Generación del 40, en su caso con influencias de Neruda y Rilke. "Despojando los elementos naturales de toda contingencia, procura obtener una voz propia e irrepetible", afirma D´Anna, quien rescata una definición de la propia poetisa: "La propia verdades lo único novedoso que puede permitirse el hombre si ha creado su mundo en base a ella" Ese despoja-miento estaría presente en sus dos libros editados en vida: "Cuerpo del canto" (1947) y "Dimensión del amor" (1951).
Alma Maritano señala: "Hay dos actitudes extremas en poesía que consisten esencialmente en mirar, por un lado; por otro, mirarse. La fluidez y los conmovidos acentos de la poesía de Irma Peirano pueden llevarnos a creer que se inclina hacia la segunda actitud pero una lectura más atenta nos advierte que su mirar es doble. Es un mirar y mirarse al mismo tiempo. Es penetrar en las cosas sintiéndose formar parte de ellas, intuyéndose un elemento natural más, no perdiendo vista a las cosas por mirarse, ni perdiéndose de vista a sí misma en su verso auscultador del mundo.
En la década del 40 al 50 la ciudad asiste al nacimiento de una instancia poética representada por poetas de gran sensibilidad, inscriptos en el vanguardismo. Arturo Fruttero (1909-1963), excelente traductor de poesía inglesa y francesa, cuyo único libro "Hallazgo de la roca" reuniría algunos de sus mejores poemas, es uno de esos exponentes. D´Anna consigna en varios de ellos la intención "de persuadir al lector de la consonancia de sus aspiraciones estéticas con los tiempos nuevos y de la bondad de su metodología artística para expresarlos".
Facundo Maruil (1915) se constituiría en cabal vanguardista con "Ciudad en sábado" (194 1) y luego con una obra lamentablemente casi desconocida; Beatriz Vallejos (1922), también una fina artista plástica, publica "Cerca pasa el río" (1952) y "La rama del ceibo" (1962), itinerario de paulatino despojamiento formal por un conciente proceso de síntesis y de aprehensión de la cotidianeidad de paisajes y ámbitos ciudadanos, que se continuaría en su obra posterior, hasta la actualidad.
Felipe Aldana (1922-1970), más allá de sus duras experiencias personales -que incluirían una internación temporaria en un centro para enfermos mentales- constituiría un caso especial de búsqueda poética que lo llevaría desde el tono social a la indagación de lo personal, todo ello sostenido por una vocación y un apasionamiento poco comunes. Su "Obra poética", publicada después de su muerte, serviría para revalorar a un poeta casi desconocido en su ciudad, a cuyo reconocimiento aportara mucho D'Anna, con su análisis en "La literatura de Rosario".
Hugo Padeletti (1926) comenzaría a publicar antes de 1960 y' aun cuando su obra alcanza recién en los 80 un reconocimiento unánime de la crítica, ya en los poemas de aquella época se encontraban presentes un sentido místico, un refinado trabajo con la palabra y una permanente indagación sobre el propio quehacer poético que signarían toda su valiosa obra posterior.
Aun con omisiones inevitables, no debe ser olvidada, en el período, la obra de poetas como Diógenes Hernández, José E. Peire, Angélica de Arcal, Ecio Rossi, Horacio Correas y muchos otros, ni la dramaturgia de Julio Imbert.
Tampoco el impulso que dieran a la literatura rosarina revistas como "Paraná" de R-E. Montes i Bradley o "Espiga", fundada por Amílcar Taborda, con sus dos etapas, la rosarina y la concretada en Buenos Aires, o ya al filo de los años 60, "Pausa", dirigida por Rubén Sevlever, y surgida en la Facultad de Filosofía y Letras, en la que publicarían algunos poetas que luego alcanzarían amplio reconocimiento como el santafesino Juan José Saer -consagrado después como uno de los mayores narradores argentinos- o el rosarino Aldo Oliva.
Todos ellos antecediendo el desarrollo de la literatura de la ciudad en las décadas inmediatas, con la aparición de narradores y poetas de relevancia nacional.
Fuente:
Extraído de la Revista del diario “La Capital” “ Vida
Cotidiana” 1930/1960